Heleanor buscó con su brazo, tratando de encontrar al atractivo muchacho, cono el que había compartido su cama, pero no lo halló por ningún lado. Así estaba bien, era mejor que tener que echarlo de su departamento para que se fuera. Después de todo, solo había sido una aventura de una noche y lo había disfrutado, como para terminar en malos términos. Se cubrió con la sabana y su celular timbró, el ruido resultaba fastidioso. Un pequeño dolor de cabeza la hacía ver con dificultad.
—Buenos días, señora Heleanor —dijo una voz femenina al otro lado del móvil. Era su secretaria y la que llegaría al país en los próximos días.
—¿Qué sucede, Lara? —preguntó ella, aún indispuesta.
—Ya todo está listo para que ocupe el puesto de directora de la corporación Heard en la sede de esa ciudad.
Heleanor tenía varias empresas, pero su patrimonio más valorado, era la corporación Heard. Había varios edificios en distintos países y ahora se haría cargo de la que estaba en esta nación.
—Me tomaré libre esta semana. Quiero descansar un poco antes de colocarme a la cabeza.
—Como usted ordene, señora Heleanor —dijo Lara, titubeando y Heleanor lo notó. Conocía a su secretaria como la palma de su mano.
—¿Qué sucede, Lara? ¿Algo más que debas decirme?
—Es que su prometido la ha estado llamando y me preguntó dónde estaba porque necesitaba hablar con usted.
El semblante de Heleanor cambió enseguida, la noche había sido muy relajante como para echarla a perder tan temprano.
—No le digas donde estoy y solo recuérdale, que yo he muerto para él.
Heleanor se levantó de cama con las sábanas cubriéndola y cuando llegó al baño, agarró una toalla. Se miró en el espejo y sus parpados se abrieron en sorpresa. En el cuello tenía pequeña figuras moradas. Entonces extendió la toalla para verse el cuerpo completo, estaba llena de chupetones por los senos y por el abdomen. Al parecer, él quería que lo recordara. Pero tendría que colocarse ropa que la cubrieran esas marcas. Entró en la ducha y se sumió en el agua, que la renovaba. Al salir, vio en la mesita de noche el papel con un número que no conocía. La sostuvo en sus manos, dispuesta a romperla, pero desistió de la idea y la guardó en su bolso con una gratificante y maliciosa sonrisa. Quizás una vez más y todo se acabaría.
Hedrick salió del baño con jaqueca. Se puso una pantaloneta deportiva negra y un suéter azul. Bajó las escaleras y se sentó en el sofá. Era ya más de medio día y apenas se reponía de la noche pasada.
—Hedrick, mi amiga ya está por llegar. Necesitaré que la ayudes con las maletas.
—Está bien. Creí que ya estaba aquí.
Aún no llegaba la señora amargada. Quizás todavía cabía la posibilidad de que ella desistiera de la idea. No, eso era imposible. El timbre de la casa resonó en sus oídos y su mamá saltó dichosa, de seguro era ella. Hedrick caminó perezoso y bostezando, detrás de Hanna. Su madre abrió la puerta y sus ojos fueron cegados por un destello amarillo de luz intensa. Quedó boca abierta cuando vio a la abuela fea regañona, que se manifestaba ante él y que se reflejaba en sus pupilas dilatadas como si fueran un espejo. Esa mirada celeste como el cielo, ese ondulado cabello azabache y ese semblante de mujer adulta, esa figura de reloj de arena y esos atributos tan voluminosos, que lo atraían como un poderoso imán y que los arrastraban sin consideración hacia ella. Era inconfundible, esa mujer era con quien había tenido su primera vez. Las marcas de su encuentro aún estaban pintadas en su piel. Ambos quedaron absortos, viéndose fijo, como si hubieran sido hipnotizados. Hanna hablaba con felicidad, pero ninguno lograba escuchar las palabras que ella decía. Sus mundos se quedaron en silencio y fueron transportados al mismo bar donde se habían conocido; solo ellos, sin nadie más, mirándose atónitos y quietos como una estatua, hasta que un fuerte y desagradable pitido en sus cabezas los hizo regresar de su estado de trance.
—Hedrick, ella es Heleanor, mi mejor amiga, tu madrina y nuestra nueva inquilina —dijo Hanna, sin tener la mínima sospecha, de lo que en realidad pasaba entre ellos—. Heleanor, él es mi hijo. ¿Te acuerdas de él? Aunque lo viste hace años. Salúdala, Hedrick.
La piel del rostro de Heleanor y Hedrick, comenzó a partirse como cerámica, al escuchar sus nombres y el vínculo que tenían, era como si les hubieran quitado las máscaras que protegían su identidad. No eran familia, ni estaban relacionados por sangre, así que no habían hecho nada tabú, inmoral o incestuoso. Lo único que, lo volvía prohibido, era la amistad que ella tenía con su madre y eso era suficiente, para crear un muro entre ellos. Muchos años atrás, cuando Hanna tenía veintidós años y cursaba su último año como estudiante universitaria, la directora solicitó su servicio para que fuera la tutora personal en la materia de matemáticas para su hija, Heleanor Heard, que en ese entonces tenía trece años, pero cuando nació Hedrick, ya había cumplido los catorce. Fue así como Hanna se volvió cercana a Heleanor y durante las semanas que fueron maestra y alumna, construyeron una gran amistad, en la que la misma Heleanor solicitó ser la madrina del bebé, luego de que le confesara la noticia. Pero luego sus padres se la llevaron a otro país y no le permitieron seguir en contacto con Hanna.
Hedrick caminó tan lento como pudo, sus piernas le pesaban y tragó saliva al extender su brazo hacia ella.
—Hedrick —dijo él, obedeciendo a su mamá.
—Heleanor —dijo ella, alzando su mano, mientras temblaba con ligereza.
El tacto de suave de sus palmas, los hizo revivir los pasionales recuerdos, de cuando se habían entregado sin recelo y sin decoro el uno al otro. ¿Solo una noche? Patrañas, ahora deberían verse todos los días y convivir bajo el mismo techo. ¿El universo conspiraba en su contra o a su favor? Ninguno de los dos lo sabía, pero ya no podían cambiar el pasado y las caricias que se habían dado, estaban grabadas en su piel, sin posibilidad de borrarlas. Solo una noche entre ellos, y ambos quedaron marcados para siempre.
Tres días pasaron en los que Heleanor y Hedrick, no se dirigieron ni una sola palabra. Ambos se evitaban tanto en miradas como en presencia. Todavía estaban asimilando la inesperada verdad, que les había explotado en sus narices, como una poderosa bomba. Ni siquiera lograban concebir el sueño, por el insomnio que les provocaba saber, que sus habitaciones estaban a pocos metros del uno del otro. Hanna Diehl dormía en el piso de abajo y ellos dos, arriba. Bastaban algunos pasos y podrían discutirlo, pero ninguno lo hizo. Lo más difícil era a la hora de la comida, pues lo hacían en la misma mesa y sus asientos estaban ubicados de frente. Las marcas de su noche pasional, estaban por borrarse. Pero no podían seguir así, necesitaban hablar o perderían la cordura.Era de tarde y ya habían terminado las clases. Hedrick y sus amigos estaban sentados en el verdoso campus de la universidad, formando un círculo.—Hedrick… Hedrick. —Lo llamaba Aaron con insistencia y Hedrick salió de los pensamien
Tres días pasaron en los que Heleanor y Hedrick, no se dirigieron ni una sola palabra. Ambos se evitaban tanto en miradas como en presencia. Todavía estaban asimilando la inesperada verdad, que les había explotado en sus narices, como una poderosa bomba. Ni siquiera lograban concebir el sueño, por el insomnio que les provocaba saber, que sus habitaciones estaban a pocos metros del uno del otro. Hanna Diehl dormía en el piso de abajo y ellos dos, arriba. Bastaban algunos pasos y podrían discutirlo, pero ninguno lo hizo. Lo más difícil era a la hora de la comida, pues lo hacían en la misma mesa y sus asientos estaban ubicados de frente. Las marcas de su noche pasional, estaban por borrarse. Pero no podían seguir así, necesitaban hablar o perderían la cordura.Era de tarde y ya habían terminado las clases. Hedrick y sus amigos estaban sentados en el verdoso campus de la universidad, formando un círculo.—Hedrick… Hedrick. —Lo llamaba Aaron con insistencia y Hedrick salió de los pensamien
Hanna Diehl había regresado caminando despacio y vio a Hedrick acostado en el sofá con su celular y a Heleanor en la silla del comedor. Había silencio y se notaba la distancia entre ellos. Por suerte les había avisado para lograrse separar a tiempo oportuno y no le pareció extraño, pues no los había visto cruzar palabra, ni una sola vez, después de que se presentaron con sus nombres.—Hanna —dijo Heleanor, tratando de recuperar el aliento—. ¿Qué ha sucedido?—Se me ha olvidado la cartera —respondió Hanna. Pero ella notó las mejillas que aún estaban rosadas—. ¿Qué tienes, Heleanor? Estás toda roja. —Hedrick miró por el rabillo del ojo hacia donde estaba ellas. ¿Debía preocuparse? —. Ten cuidado, podrías resfriarte. —No, su madre no había encontrado nada inusual.—Lo haré, Hanna. Tendré más cuidado con el resfriado —dijo ella con astucia, mirando a Hedrick.—Ya vuelvo —dijo Hanna. Agarró su bolso y volvió a irse.Hedrick esperó varios segundos. Luego tomó su mochila y caminó hasta donde
Hedrick caminó con sigilo y la vio a ella, sentada en el escritorio, tecleando en una computadora portátil. El cabello azabache lo tenía suelto y le lucía hermoso, como si fuera un río de oscuridad. Todavía tenía el mismo camisón de seda azul y eso era demasiado provocador. Se le acercó por la espalda y le dio un beso lento en la mejilla.—¡Oye! —exclamó Heleanor, sorprendida y dejó de trabajar en el aparato tecnológico—. Estás todo sudado. —Ella se acordó de la presencia de su mejor amiga y temía que los descubriera. En la tarde, casi lo hace, pero advirtieron a tiempo y lograron disimularlo con total normalidad—. ¿Y Hanna?—No te preocupes. Está bañándose, por eso me he colado en tu cuarto. —Hedrick se quitó el suéter y le mostró su torso marcado.—Vaya, había olvidado que tenías un cuerpo así de deportivo.Heleanor se quedó admirando el abdomen marcado y los tonificados músculos de él. Era alto y de contextura esbelta. Podría tocarlos y metérselos a la boca como deliciosas chocolat
Hedrick le dio un fuerte mordisco en la espalda a Heleanor, provocando que a ella se le escapara un pequeño gemido. Se alzó su pantaloneta y controló su excitación. Buscó la ropa de ella y se la dio; le entregó todo, menos los pantis, pues a través del camisón de seda se le marcaban los rígidos pezones. —¿Dónde te vas a esconder? —susurró Heleanor, mientras se peinaba el cabello con las manos para disimular su estimulante y corta velada, que no pudo concretarse. —Heleanor, ¿estás ahí? —dijo Hanna, dando golpecitos en la puerta del cuarto. —Sí, Hanna, un momento, ya te abro —dijo Heleanor, para que Hanna no entrara por su cuenta. Hedrick miró en qué lugar podría ocultarse y solo había un lugar en el que podía hacerlo con prontitud. —Debajo de la cama —respondió él con su torso al descubierto. Hedrick agarraba su suéter en la mano derecha y la braga verde claro de Heleanor en la izquierda. Antes de irse a esconder le dio un pequeño beso y se deslizó por debajo de la cama. Heleanor
Hedrick salió sin decir nada y se reincorporó a su lugar para comenzar a comer. Era atrevido, pero en ese momento, no podía hacer nada y lo mejor era detenerse antes de empezar algo que no terminaría. Al final terminaron de comer y Hanna les dijo que quería mostrarles una sorpresa; lo había estado preparando y lo había culminado hace poco. Los tres se sentaron en el sillón, y ahí, su madre, reveló un álbum de fotos, desde el día de su bautizo hasta su graduación en el colegio. —¿Heleanor, te acuerdas de este día? —comentó Hanna con gracia, mientras reía. Para Heleanor era un poco incómodo verlas, aunque le deba ternura ver las imágenes de Hedrick de cuando era niño. Siempre estaba serio y con expresión de pocos amigos. —Sí, fue hace mucho —comentó ella, un poco melancólica. Hedrick se pegó a la espalda de Heleanor para ver las fotografías, tenía curiosidad por conocerla en su niñez. Comprobó que lo que la había contado en la tarde era verídico, pues vio que una linda niña de cabell
Ambos siguieron conversando, hasta que se quedaron dormidos y abrazados como amantes enamorados, y tal como había dicho Hedrick, se despertó a la madrugada y se fue a su cuarto para volverse a acostar. La alarma de su celular le hizo abrir los parpados y bostezó somnoliento. Se quitó la ropa y se cubrió con una toalla blanca, que revelaba su torso marcado. Salió de su cuarto para entrar al baño, pero estaba ocupado. La puerta se abrió pocos segundos después y apareció ante su mirada, Heleanor; quien también tenía una pieza de lencería para secarse el cuerpo, que le tapaba hasta por el pecho y por los muslos. Ella mostraba sus blancas piernas y la piel se le veía brillante; todavía pequeñas gotas de agua adornaban el trazo de su artístico torso.—Muéstrame —dijo Hedrick, imperativo.—¡¿Qué?! —exclamó ella, un poco sorprendida.—Muéstrame. —Hedrick inclinó su cara hacia atrás y entrecruzó sus brazos pegados a su pecho.Heleanor miró por el pasillo, para asegurarse de que Hanna no aparec
Hedrick estaba en la universidad, sentado en la silla del salón de la universidad; recibía la última clase. Antes era fácil para él concentrarse en las explicaciones de sus profesores, de hecho, era una de los mejores estudiantes; él más atento y responsable. Le gustaba quedarse a leer libros de economía y matemáticas. Pero las imágenes de sus aventuras eróticas con la hermosa Heleanor, no lo dejaban enfocarse. En más de una ocasión eran tan vividas y excitantes, que debía disimularlo, entrecruzando las piernas. En este día había estado perdido y por primera vez, lo asaltaba el desespero, por volver a su casa, para ver a la dama que le robaba los suspiros, sus pensamientos y su tranquilidad. Quería volver a sumergirse en el duce sabor de esos carnosos labios rosados, recorrer con sus dedos cada trazo de la artística figura, que hasta el mejor de los pintores se le habría dificultado dibujar en cualquiera de sus majestuosos cuadros. Solo anhelaba volver a quedar hechizado por esos ojos