KarlRecuerdos del pasado.Miraba el cielo oscurecerse desde una de las ventanas del rancho. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales, pero yo no sentía ni frío ni calor. Apenas era un jovencito, pero mi vida ya era un laberinto de incertidumbre. Mi padre, Carlos Voss, era el hombre más poderoso de la región, dueño de miles de hectáreas, tierras fértiles y, según decían, pozos de petróleo que escondía bajo su propiedad. Pero también era dueño de algo mucho más oscuro: una cueva que guardaba riquezas inimaginables y secretos que nadie osaba mencionar en voz alta.A pesar de su inmenso poder, yo, su hijo, no significaba nada para él. Peor que un perro, peor que uno de sus peones, así era como me trataba. Mi único "error" era haber nacido con la piel clara, como mi madre, en lugar de heredar su tez morena. Él me despreciaba por eso, como si el color de mi piel fuera una ofensa a su linaje.Mi madre, incapaz de soportar las humillaciones que él me hacía pasar, decidió abandonarme. Me d
Narrador.Naira observaba el caos desatarse en su hogar, como si la vida se empeñara en arrebatarle lo poco bueno que le quedaba. Su madre, entre lágrimas y desesperación, golpeaba con furia a su padrastro, quien se había endeudado con un mafioso de la élite y estaban cobrandole, sin embargo elle pedia a mi madre que lo pagara o que me mandara a buscar trabajo en los mejores bares y club de este sector.—Estás loco, tu gastaste ese dinero jugando y ahora me pides y mi hija y yo lo paguemos.—Pues quien más, tu debes pagarlo.El temor de lo que este hombre podía hacerle a su madre, era como una nube oscura. Naira permanecía inmóvil, sentada, observando la escena, sin palabras para el desastre que se desplegaba frente a ella. Su cuerpo estaba paralizado hasta que, de repente, un grito desgarrador escapó de su garganta al ver a su madre desplomarse sobre el suelo helado de su humilde vivienda.—¡Abre los ojos! ¡Por tu culpa, mi madre está así! —gritó Naira, desesperada, mientras su madre
KarlAño 1997.Mi mirada seguía perdida, fija en ese punto invisible. No había miedo, ni dolor, ni siquiera rabia. Cada golpe que me daba no tenía sentido, no para mí. Él se irritaba más al ver mi rostro vacío de emociones, desesperado por sacarme alguna reacción. Me pateó con furia, tumbándome en el suelo helado.—¡Maldito! Llora, quiero verte suplicar de dolor —gritaba, lleno de impotencia, pero yo nunca le daría el gusto. Yo soy Karl, y nada de lo que me haga puede afectarme. El dolor nunca me ha tocado, no en este cuerpo. En realidad, lo disfruto, porque si no puedo sentir nada por mí, al menos me reconforta ver a otros sufrir. Es lo único que me queda. Verlo sufrir de rabia.Cuando no pudo hacer nada más, se fue de la habitación, y yo solo quedé ahí recostado, tapé mi rostros y reí a carcajadas.***Salí de la aburrida habitación, y llegué a la cocina. Cleotilde al verme se acercó nerviosa.—Jovencito, su padre vendrá pronto. Debería encerrarse en su habitación, ya sabe cómo se p
Me encontraba lavando la ropa de mi madre y del insoportable de mi padrastro. Ya no soportaba más, ayer fui lavarle unas ropas a doña Beth. Sinceramente, este dia, me sentía demasiado cansada pero no tenía opción. Esa lavada me permitió conseguir el alimento para mi madre, así que no podía simplemente negarme y lave mucho, ya hoy estoy lavando lo de mama y de su marido. Deseaba poder escapar, irme lejos con mi madre, pero no tenía a dónde ir, por lo que deciste a ese pensamiento.Terminé de tender la ropa y me dirigí a mi pequeña habitación. Me detuve a pensar en qué hacer después. Dejé todo listo, pero justo cuando estaba por relajarme, la puerta de la habitación se abrió bruscamente y luego se cerró. Ricardo entro a mi habitación—Hola, querida hermanastra— replico con esa voz que tanto me molestaba.—¿Qué quieres? —le solté, sin esconder mi enfado.Se acercó más, y yo instintivamente retrocedí hasta la cama. A mi lado, la pequeña lámpara. La agarré con fuerza, sin quitarle los ojos
KarlCuando llegamos a mi mansión, le ordené a Mijael que bajara a la chica. Vi cómo se aferraba al asiento, intentando evitar lo inevitable, como si quedarse en el coche fuera a salvarla de lo que estaba por venir. Sus esfuerzos eran patéticos. Me acerqué con calma, casi disfrutando del momento. Coloqué mi mano bajo su quijada, obligándola a mirarme directamente a los ojos.—Aquí no mandas tú —le dije con esa frialdad que me sale tan natural—. Las cosas se hacen a mi manera. Fuiste entregada como pago, así que lamento decirte que tendrás que aguantarte. Si dices una palabra más, no tienes idea de lo que soy capaz de hacer.Noté cómo su pecho se agitaba de la rabia. A pesar de todo, se quedó callada. Era casi divertido. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada. La miré detenidamente. Tenía un rostro angelical, una belleza que me resultaba irritante y fascinante al mismo tiempo, sus ojos eran unicos, parecia una diosa. No soportaba ver su piel tan pura e intacta, pero no podía negar lo
Naira.Mi cuerpo entero está tenso, las extremidades entumecidas por la mala postura en la que me encuentro, acurrucada en el rincón más oscuro de esta pequeña habitación. Me duele todo, pero el dolor físico no se compara con el miedo que se ha instalado en mi pecho como un nudo imposible de deshacer. Me pregunto qué es lo que ese hombre planea hacer conmigo. El solo pensar en lo que pueda suceder me llena de terror. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Qué quiere de mí? Me aterra la posibilidad de que me obligue a prostituirme o a hacer cosas de las que siempre me he cuidado. ¡Maldito Jonathan! Como fue posible entregarme a cambio de cancelar su deuda.Intento desviar mis pensamientos hacia mi madre, esperando que esté bien. Mi pobre madre, no sabe dónde estoy ni por lo que estoy pasando. Seguramente ese animal le mentira sobre mi desaparición. Me gustaría saber si ella está preocupada, si se imagina lo que hizo su marido conmigo. El miedo y la culpa se entrelazan en mi mente, pero los aparto cu
Karl.Observé cada detalle de la mercancía que nunca logró salir del país. Solté un suspiro largo y pesado, acercándome a los peones que esperaban mi veredicto.—Ustedes son unos estúpidos —espeto Mijael, mirándolos con furia—. ¿Cómo es que no pueden hacer nada bien para el señor Karl?Me observaron, petrificados, mientras les replicaba.—Sí, señor… es que... —intentó explicar uno de ellos, tartamudeando.—¿Qué es lo que pasa? — esta vez hable con un tono suave, acercándome a ellos—. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bien? Para que sus familias no les falte nada. Y aun así, ¿fallan?—Sí, señor, pero… pero...Me miraron como si fueran presas frente a un depredador, llenos de miedo.—Hacemos lo posible para cruzar la mercancía por la frontera. Haremos mejor la próxima vez…No los dejé terminar.—Quiero ni un mínimo error esta vez. La embarcación está lista para salir, y deben subir esa maldita mercancía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino.
NairaSi el destino hubiera advertido sobre esta noche, quizá estaría preparada para enfrentar lo que se viene. Sentía un vacío tan profundo que apenas podía sostener la mirada en el salón. Era un ambiente sofocante, cargado de peligro, y la única razón por la que soportaba estar allí era porque ahora le pertenecía a él. Nadie más me veía, nadie se atrevía, y tenía que cumplir con él, pues era parte de mi vida… al menos por ahora. No paré de tomar. Jamás había probado un licor tan fuerte, y sentía cada trago abrasar mi garganta como fuego líquido, pero era preferible a enfrentar el miedo de frente. La bebida me adormecía los pensamientos, y con cada copa, sentía el peso de la deuda que mi madre sentía suya para proteger a su marido, esta se disipaba aunque solo fuera una ilusión.Mientras me obligaba a mantener una fachada serena, vi a esa chica llamada Tania observándome con una expresión furiosa. Su mirada era un dardo de odio. Yo le respondí con una sonrisa ligera, mostrando una co