Karl La amo más de lo que puedo entender. Es como una obsesión que me carcome por dentro, hasta el punto de querer arrancarle los dientes a cualquiera que intente interponerse entre nosotros. Más ahora, cuando estoy seguro de que ella es mi Canelilla, la mujer que he buscado por tanto tiempo, mi única razón. Pero hoy... este imbécil, este desconocido, tuvo el atrevimiento de abrazarla frente a mí. ¿Quién se cree? Me importa un comino si dice ser su amigo, no tiene ningún derecho. —Lo siento, Naira… no lo sabía —dijo ese idiota, retrocediendo como si yo fuera un perro rabioso. —Estás claro —respondí con un tono helado—. No te acerques a mi futura esposa. —Manuel, tranquilo, Karl. Cálmate. —Naira colocó una mano en mi pecho, notando mi furia—. Solo es un amigo, no pasa nada. Por favor, no hagamos un escándalo. Vinimos a ver a mi madre, ¿recuerdas? Su tono era firme, pero también había un toque de molestia que me hizo dar un paso atrás. Asentí en silencio, aunque todavía sentía
NairaMe sentí aturdida cuando mi madre me reveló que el señor Karl y yo nos conocíamos desde que éramos niños. Era imposible creer que, después de tantos años, el destino nos hubiera reunido de esta forma. Resulta que, tras el huracán que destruyó nuestra finca y me arrebató a mi padre, también perdí la memoria de todo lo ocurrido ese fatídico día, incluyendo mi memoria sobre mi pequeño amigo Karl. Ahora, escucharlo de labios de mi madre era como si estuviera armando un rompecabezas que nunca supe que había perdido. —Entonces, señor, ¿soy su "canelilla", como usted dice? —le pregunté con una mezcla de curiosidad y asombro. Karl sonrió con ternura mientras tomaba mis manos entre las suyas. Su calidez me hizo estremecer, y cuando dejó un beso suave en el dorso de mi mano, el latido de mi corazón se aceleró como una locomotora en pleno proceso. —Sí, Naira, tú eres mi canelilla —respondió él, sus ojos llenos de emoción—. Eres la misma niña que me volvía loco con sus travesuras. Te bus
KarlCuando llegamos a la mansión, Naira y yo no perdimos ni un segundo. Apenas cerramos la puerta, el deseo nos consumió como dos llamas que se encuentran para arder juntas. Su cuerpo, cálido y encajado perfectamente en mis brazos, era todo lo que necesitaba para olvidarme de los problemas, de mis demonios, y de las sombras que siempre han rondado mi vida. La tumbé suavemente en la cama y me perdí en ella, dejando que su calor me envolviera, llenando cada espacio vacío dentro de mí.Estaba loco por ella, ya no había duda. Había pasado demasiado tiempo intentando negarme este sentimiento, tratando de convencerme de que mi vida no podía permitirse un amor como este. Pero Naira había rebasado todos mis límites. Ella no solo había cruzado las barreras que yo mismo me había impuesto, sino que las había destruido por completo. Y ahora no había vuelta atrás.Mientras la miraba moverse debajo de mí, hermosa y radiante, lo supe con certeza: haría lo imposible por hacerla feliz. Naira era mi l
Karl.Finalmente llegamos a la cueva donde almacenábamos los productos destinados a exportación. Mijael se quedo afuera por cualquier ataque. El eco de mis pasos resonaba entre las paredes húmedas y oscuras, mientras observaba a Josué contando las cajas con nerviosismo evidente. Otros hombres se acercaron rápidamente para ayudarlo. Algo no cuadraba. —¿Cuántas cajas faltan? —pregunté con voz firme, sin levantarla, pero lo suficiente para imponer autoridad. —Seis, señor. —Josué alzó la mirada, sudando, y tragó saliva antes de añadir—: Además… los dos hombres que estaban trabajando estos dias en esta área han desaparecido. Mis ojos se estrecharon, y sin pensarlo dos veces, apunté mi arma hacia él. El clic del seguro resonó en el aire como un latido ominoso. Josué dio un paso atrás, levantando las manos, su rostro palideciendo por completo. —Señor, por favor, créame. No soy yo quien hace esto. —¿Estás seguro? —repliqué, acercándome a él lentamente, sosteniendo la pistola firme, la mi
Narrador.Naira observaba el caos desatarse en su hogar, como si la vida se empeñara en arrebatarle lo poco bueno que le quedaba. Su madre, entre lágrimas y desesperación, golpeaba con furia a su padrastro, quien se había endeudado con un mafioso de la élite y estaban cobrandole, sin embargo elle pedia a mi madre que lo pagara o que me mandara a buscar trabajo en los mejores bares y club de este sector.—Estás loco, tu gastaste ese dinero jugando y ahora me pides y mi hija y yo lo paguemos.—Pues quien más, tu debes pagarlo.El temor de lo que este hombre podía hacerle a su madre, era como una nube oscura. Naira permanecía inmóvil, sentada, observando la escena, sin palabras para el desastre que se desplegaba frente a ella. Su cuerpo estaba paralizado hasta que, de repente, un grito desgarrador escapó de su garganta al ver a su madre desplomarse sobre el suelo helado de su humilde vivienda.—¡Abre los ojos! ¡Por tu culpa, mi madre está así! —gritó Naira, desesperada, mientras su madre
KarlAño 1997.Mi mirada seguía perdida, fija en ese punto invisible. No había miedo, ni dolor, ni siquiera rabia. Cada golpe que me daba no tenía sentido, no para mí. Él se irritaba más al ver mi rostro vacío de emociones, desesperado por sacarme alguna reacción. Me pateó con furia, tumbándome en el suelo helado.—¡Maldito! Llora, quiero verte suplicar de dolor —gritaba, lleno de impotencia, pero yo nunca le daría el gusto. Yo soy Karl, y nada de lo que me haga puede afectarme. El dolor nunca me ha tocado, no en este cuerpo. En realidad, lo disfruto, porque si no puedo sentir nada por mí, al menos me reconforta ver a otros sufrir. Es lo único que me queda. Verlo sufrir de rabia.Cuando no pudo hacer nada más, se fue de la habitación, y yo solo quedé ahí recostado, tapé mi rostros y reí a carcajadas.***Salí de la aburrida habitación, y llegué a la cocina. Cleotilde al verme se acercó nerviosa.—Jovencito, su padre vendrá pronto. Debería encerrarse en su habitación, ya sabe cómo se p
Me encontraba lavando la ropa de mi madre y del insoportable de mi padrastro. Ya no soportaba más, ayer fui lavarle unas ropas a doña Beth. Sinceramente, este dia, me sentía demasiado cansada pero no tenía opción. Esa lavada me permitió conseguir el alimento para mi madre, así que no podía simplemente negarme y lave mucho, ya hoy estoy lavando lo de mama y de su marido. Deseaba poder escapar, irme lejos con mi madre, pero no tenía a dónde ir, por lo que deciste a ese pensamiento.Terminé de tender la ropa y me dirigí a mi pequeña habitación. Me detuve a pensar en qué hacer después. Dejé todo listo, pero justo cuando estaba por relajarme, la puerta de la habitación se abrió bruscamente y luego se cerró. Ricardo entro a mi habitación—Hola, querida hermanastra— replico con esa voz que tanto me molestaba.—¿Qué quieres? —le solté, sin esconder mi enfado.Se acercó más, y yo instintivamente retrocedí hasta la cama. A mi lado, la pequeña lámpara. La agarré con fuerza, sin quitarle los ojos
KarlCuando llegamos a mi mansión, le ordené a Mijael que bajara a la chica. Vi cómo se aferraba al asiento, intentando evitar lo inevitable, como si quedarse en el coche fuera a salvarla de lo que estaba por venir. Sus esfuerzos eran patéticos. Me acerqué con calma, casi disfrutando del momento. Coloqué mi mano bajo su quijada, obligándola a mirarme directamente a los ojos.—Aquí no mandas tú —le dije con esa frialdad que me sale tan natural—. Las cosas se hacen a mi manera. Fuiste entregada como pago, así que lamento decirte que tendrás que aguantarte. Si dices una palabra más, no tienes idea de lo que soy capaz de hacer.Noté cómo su pecho se agitaba de la rabia. A pesar de todo, se quedó callada. Era casi divertido. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada. La miré detenidamente. Tenía un rostro angelical, una belleza que me resultaba irritante y fascinante al mismo tiempo, sus ojos eran unicos, parecia una diosa. No soportaba ver su piel tan pura e intacta, pero no podía negar lo