Canción de escena: Nasini El Donya - Ragheb Alama “Nailea” Estos días han sido una locura y la tensión demasiado abrumadora. Especialmente hoy. Comprendo porque Tareq pasa tan estresado. Tiene mucha presión sobre sus hombros y hacerse cargo de una familia no es fácil mucho más para alguien tan comprometido como él. Camino hacia el baño. Necesito el agua caliente sobre mi cuerpo, esta vez preparo la bañera; le pongo sales, me hago una coleta, me desnudo y entro en ella. Cierro mis ojos respirando pausadamente. ¡Alá! Mi cuerpo me lo agradece infinitamente. No sé cuánto tiempo pasa, pero ya siento mis dedos arrugados. Me pongo de pie dispuesta a salir. Giro un poco para tomar mi bata de baño y me asusto al ver a Tareq parado en la puerta viéndome desnuda. Instintivamente cubro lo que puedo de mi cuerpo con mis manos. Él sonríe tan tierno que también me hace reír. Se acerca y toma la bata. —Conozco muy bien las partes de tu cuerpo que intentas tapar. —Abre la bata para que meta mis br
Al ver salir a la señora Zayda del despacho Nailea camina en busca de su esposo. —¡Tú serás la ruina de Tareq! —La señala, la señora Zayda al pasar a la par de ella, sin detenerse. Nailea entra al despacho un tanto extrañada por su reacción. Si bien es cierto, no eran amigas, pero ella nunca la había tratado mal. En cambio, mantenía su distancia con respeto. —¿Y esa carita? —Le pregunta Tareq, indagando con la mirada. —¿Puedo saber que hablaste con ella? —Él asiente. —Está preocupada por el futuro de Lila. —Comenta con serenidad. —Tareq… hace tiempo quiero hacerte esta pregunta. —Respira profundo para tomar valor. —¿Por qué es tan importante que tengas una segunda esposa? —Él arruga su frente. —Siéntate. —Le pide, mientras se acerca al estante de libros. Abre una puerta en la parte baja y deja ver una enorme caja fuerte. Marca un código y saca algunos papeles. —Toma y lee la cláusula siete. —Nailea busca la cláusula y comienza a leer en voz baja. “Una vez casado, para que mi h
“Nailea” La brisa amanecida recorre cada poro de mi cuerpo. Estoy sin mi hiyab dejando que mi cabello se mueva de un lado a otro. Desde el balcón nadie puede verme, pues estoy en un noveno piso. Traigo puesto solo mi camisón de seda corto. Extiendo mis brazos para percibir con total libertad el toque del viento en mi piel; observo el horizonte quedándose grabada en mi mente esta inverosímil vista. La grata sensación de soltura llena cada espacio de mi alma y hoy agradezco tanto a Alá porque tengo un maravilloso esposo y mi vida es completamente diferente desde hace un par semanas. —Mi Rohi. —Tareq me abraza por la espalda. —¿Qué haces? —Veo el amanecer y disfruto del viento. —¿Y por qué no me despertaste para que lo viéramos juntos? —Te veías tan placido dormido que no quise despertarte. —Me doy la vuelta y pongo mis manos en su pecho desnudo. Trae puesto únicamente su pantalón de dormir color negro. —Me encanta tu cabello. Es muy hermoso. La verdad es que tú eres demasiado hermo
Henos aquí en la sala de espera del hospital. Tareq luce sereno. Sólo estamos él y yo. Las demás quedaron en casa por orden suya. La verdad es mejor así. No estoy para soportar las malas caras de todas ellas. La señora Fátima lleva una hora ingresada. No quiero sonar mala persona, pero sinceramente creo que ella no tiene nada y está más fuerte que un roble. Todo esto lo hace para manipular a Tareq y que Alá me perdone si estoy errada. —Eini. —acaricio su espalda. —¿Estás preocupado? Ten fe que Alá le dará salud. —Intento reconfortarlo. —Ella está bien. Se que lo hace para llamar mi atención. —Expresa sin ningún tipo de molestia. —Conozco a mi madre Nailea… hacia lo mismo con mi padre y ahora lo hace conmigo. Por mucho que la ame tiene que entender que no soy su títere. —Me quedo perpleja ante su confesión. —No sé qué decir… —comento, mirando mis manos. Él toma una de ellas y besa el dorso con afecto. —No tienes que decir nada Hayati. Con sólo el hecho de acompañarme y comprender t
Canción de escena: Mohamed Hamaki - Wady Hali Maak Para Rina encontrarse nuevamente con Tareq significó poner su mundo de cabeza. La fuerza y templanza que había logrado por tantos años se habían ido por el caño. Siempre guardó la ínfima esperanza de que Tareq la aceptaría con todo y sus errores, pero a medida pasaba el tiempo su corazón seguía resquebrajándose. Lo conocía muy bien. Él era un hombre de una sola pieza, de honor y convicción, pero sobre todo era alguien que siempre supo lo que quería en su vida. Nunca se dejó dominar por nadie, ni siquiera por su padre. Para Tareq la religión era algo vital y ella después del divorcio de sus padres que, por supuesto fue un escándalo, decidió vivir con su madre dejando a un lado la religión que su padre profesaba. La razón era simple su madre no era musulmana y al enamorarse de su padre intento serlo. Los primeros años fueron complicados y la lucha por mantener el matrimonio a flote tuvo grandes repercusiones en su hermano y en ella. Com
—¡Te volviste loca, Nailea! ¿Qué tienes que hablar tu con esa mujer? —La reprende su amiga Miranda. —Puede decirte cualquier cosa y no lo que en realidad pasó. ¡Entiende que ella quiere a tu esposo! —Nailea, no lo ha dimensionado de esa forma. Es tan ingenua en todo lo referente al amor. —Tienes razón. No lo pensé de esa manera. —Responde, hurgando la comida, sin apetito. —Discúlpame… —su amiga le toma la mano. —No quiero que hagas algo que te lastime. —Expone, sintiéndose mal por hablarle así. —No te preocupes y gracias por aconsejarme. A veces siento que todo lo hago mal. —Expresa, con tristeza. —Para nada. Eres muy intuitiva y asertiva. No dudes de ti, es lo peor que puedes hacer en este momento. —Mejor cuéntame, ¿a quién conociste? —Pregunta, Nailea, intentando cambiar de tema. —¿Te acuerdas con el hombre que chocaste en el restaurante y te devolvió tu pulsera? —Nailea abre los ojos con asombro. —¿Hablas de Rayan? —Miranda asiente, emocionada. —Si, nos hemos visto un par de
Nailea fue llevada de inmediato por Tareq a su recámara. El médico ya venía en camino. Tareq está desasosegado y demasiado molesto. —¡Aguanta mi Rohi! Te prometo que esto no se quedará así. —Besa su frente. El doctor aparece en menos de cinco minutos. Todos salen menos Nani Suhaila. Tareq espera afuera la confirmación del médico y si resultaba que era envenenamiento iba a mover hasta la última piedra para saber quién tuvo las suficientes agallas de cometer semejante acto. Lila y su madre se fueron de inmediato a encerrarse en su habitación. —¿Fuiste tú Lila!? ¡Dimeeeee! —Su madre la tomaba de los hombros exigiéndole la verdad. —¡SÍÍÍÍÍÍÍ! ¡FUI YO! No podía estar en el mismo lugar donde ella tiene todo lo que quiero y yo nada. —Le confiesa sin filtros y sin miedo. —¡Por Alá! ¡Pero qué hiciste hija! —La señora Zayda no sabe qué hacer. —Si Tareq se entera estamos perdidas. —Se sienta en la cama tratando de sosegarse. —No se enterará mamá. Nadie me vio. Hice todo muy bien. —Dice, so
—¿Y bien? —Pregunta, Tareq, a una de las sirvientas que mira hacia el suelo. Esta muy asustada. El jefe de su seguridad está presente. —Señor, yo solo seguí órdenes. No sabía el fin. —Intenta justificarse. —¿Cómo te llamas? —Inquiere con autoridad. —Mileika. —Responde, aún sin levantar la mirada. —Bien, Mileika. Tienes una sola oportunidad conmigo. —Mileika siente un terrible escalofrío ante sus palabras. —Fue la señorita Mirah. Ella me pidió la compra del veneno. Dijo que había ratas en la casa. —Frota fuertemente sus manos, nerviosa. —¡Mírame! —Mileika levantó la mirada en el acto. —Si hay algo que detesto en la vida son las mentiras y parece que tú aún no entiendes la gravedad de la situación en la que estas metida. —La penetrante mirada violeta oscuro de Tareq pone a Mileika a tiritar. —Mañana serás expuesta públicamente y que Alá se apiade de ti. —Sentencia sin más y camina hacia la puerta. —¡Noooo! ¡No, por favor! Fue la señorita Lila. —Confiesa tirada en el suelo y con un