Acuerdo.

Acuerdo.

Ya habiendo quedado completamente en acuerdo el ritmo que debía tener nuestro pacto a partir de ese punto, el señor Cavill se encargó de dejarme en claro, ahora sí, los puntos sobre lo que serían nuestros convenios a partir de ese momento. El contrato exigía que desde ese mismo día yo debía mudarme a un anexo de la mansión del CEO, donde estaría a las expensas de sus órdenes y caprichos las veinticuatro horas el día, lo mismo que durante el horario de trabajo, pues yo debía estar en su oficina como una especie de asistente para cumplir cualquier petición de su parte. Entre lo más disonante de lo que se me había dejado en claro estaba aquello de tener que someterme enteramente a cualquier petición de su parte, peticiones que podían ir desde algo sencillo como darle de comer en la boca o limpiar sus zapatos, hasta situaciones muchísimo más demandantes y extremas como cumplir cualquier capricho sexual o arrodillarme delante de él como lo había tenido que hacer recién.

Por suerte
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