—No puedo creer lo que me estás contando —espetó con las cejas elevadas—. ¿Estás segura que es real? ¿El arquitecto se enamoró de ti? —La pintora se mostró ofendida por las preguntas—. Solo te pregunto por lo que pasó hace casi una semana, él no quería irse.
—Ya sé que Alan había dicho que no se iría bajo ningún motivo. —Mordió su labio inferior—. Pero se sintió sincero.
—¿Entonces se besaron?
—Sí, dos veces. —Bajó la mirada apenada.
—¡Vaya! Cómo pueden cambiar las cosas.
—Aún así dudo un poc
—Llevalos al parque, ya salgo —dijo coléricaLos tres salieron rápido del lugar.—Milagros —espetó el joven levantándose, mientras reía sarcástico—. ¿Qué sucede?—¿Cuál es la gracia? —inquirió mordiendo sus dientes totalmente molesta.—¡Lo siento! —Arqueó una ceja—. ¿Te avergoncé?—Ni siquiera intentes hacerlo —vociferaba mientras movía efusivamente sus brazos para todos lados.—¡Cálmate quieres! —ordenó tranquilo el hombre.
Cuando la pintora se quedó completamente sola, arrojó todo el peso de su cuerpo sobre el respaldo del sofá totalmente desinflada y con un sabor agridulce en todo su ser. No podía ser que Alan pudiera producirle sentimientos tan antagónicos, y por un momento se arrepintió de la estrategia que había utilizado, aunque ya era tarde.Lo único que la podría regresar a su eje luego de aquel intenso día, era pintar. Así que decidió ir hacia su atelier y encerrarse hasta lograrlo. Tomó un lienzo en blanco y comenzó a trazar algunas líneas con tiza negra para luego pintarlas. Hasta que no finalizó, no se alejó del cuadro y al hacerlo se dio cuenta de lo que había pintado, no era para nada su estilo.Un atardecer con sombras chinescas simulan
A la mañana siguiente el arquitecto regresó a la propiedad y el resto fin de semana pasó sin sobresalto, no porque se llevaran bien, sino porque cada uno hizo planes separados. Para Milagros fue un alivio que Sara se encontrara en la casa para poder distraerse con ella. Por otra parte Alan tampoco estaba solo, y no necesitaba dirigirle la palabra a la pintora. Supo los detalles del viaje por medio de Anne, de quien comenzaba a sospechar. Sin duda sabía mucha de cocina, pero a veces no se comportaba como empleada, sino como amiga del arquitecto.Esos pensamientos le generaban una cierta angustia y en el transcurso del domingo su amiga la vio distraída.—¿Qué sucede? —inquirió Sara mientras miraban una película en la sala.—Nada. —G
Cuando Alan despertó a la mañana siguiente se dirigió hacia la cocina pensando que podría ver a la pintora antes de que saliera en viaje, pero se enteró por Anne que se habían ido temprano.—¿La viste? —preguntó Alan tomando su taza de café.—No, solo dejó una nota. —Se la entregó y el hombre la leyó.—Gracias —musitó cabizbajo.—¿Qué sucede? —preguntó Anne en el momento en que entraban a la cocina David y Robert.—Nada —respondió sin ganas.—¡Buenos días! —saludó con sarca
Milagros sujetó con fuerza su bolso y subió las escaleras dejando al joven detrás. Sus pasos eran rítmicos porque no quería darle espacio a Alan de que pudiera alcanzarla y el momento se convirtiera en algo más, no sabría manejarlo. Lo vio por última vez de soslayo antes de perderse en el segundo piso.Apoyó la espalda contra la madera de la puerta y emitió un largo suspiro, que no supo si era por enojo, frustración o excitación. Sintió que el aire le faltaba. No podía negar que le gustaba sentir sus labios sobre los de ella, pero temía que si lo dejaba avanzar, él la convencería de que dejara la casa.«Está sin duda jugando el mismo juego que yo», pensó.En el fondo guarda
—Acaso no escuchas —espetó molesto—. Qué la casa puede ser tuya, pero hay una condición.—Ya me parecía demasiada bondad de tu parte —comentó ladeando la cabeza hacia la derecha—. ¿Cuál es la condición?—Intentemoslo.—¿Intentar qué? —indagó.—Tener una relación —acotó decidido.—¿Qué sientes por mí? —inquirió ella interesada.—No lo sé —respondió en automático.—No lo sabes, y quieres estar conmigo.—Bueno, me gustas.—¿Seguro has tenido novias antes? —espetó con gracia.—¿Acaso quieres que sea tu novio? —retrucó seductoramente y se levantó para dirigirse hacia donde estaba ella.—¿No te van las formalidades? —preguntó provocativa.—¿A ti no te gusta dejarte llevar?Alan se detuvo frente a ella lo suficientemente cerca para sentir la respiración agitada de la pintora, y cómo latía su corazón dentro del pecho.—¡Acaso a ti sí! —indicó ella, y él asintió—. Para ser arquitecto no tienes muchas estructuras —musitó sintiendo demasiado cerca los labios de Alan.—¿Quién dijo que los arquite
—No te enojes, Sara —musitó su amiga con la voz ahogada. —No, no me enojo cariño. Me asombra, aunque en el fondo me lo esperaba. —Ya se enteraron todos sus empleados y estuvieron reclamándome por lastimar a Anne. —¿El chofer y el de seguridad te reclamaron por Anne? —preguntó confundida—. Voy a empezar a pensar seriamente lo que me has dicho antes. —¿Qué cosa? —Sorbió las lágrimas. —Sobre que ellos no son verdaderamente sus empleados. Hay algo en la cocinera que me hace ruido, sé que me dijiste que se conocen de niños, pero hay algo en ella que hace que lo trate de una forma especial. —¿En qué estás pensando? —espetó seria. —Bueno, solo es una teoría. Pero la he descubierto en alguna que otra oportunidad cuando me quedé el fin de semana, tratando a Alan como un ex. —¿Qué? —espetó molesta—. ¿Estás diciendo que Anne es ex de Alan? —No lo sé, amor. No te alteres. Solo supongo. —Sí, es así me va a escuchar. —Sara deja de hacer locuras en tu vida y piensa alguna vez por favor —la
—Mili abre la puerta —pidió Alan intentando abrir la puerta. —Claro que no lo haré —protestó a los gritos la joven. —Vamos amor —dijo casi sin pensar—. Ábreme. —No voy a abrirte, y no me digas mi amor. —No quiero seguir hablando con la puerta de por medio. ¡Abre! —Que no, cabrón. ¡Vete! —Me iré cuando hablemos —sentenció y se sentó en el suelo a un lado de la entrada. —quiero hablar contigo, eres un fraude —espetó del otro lado de la puerta. —No me conoces. —Sé lo suficiente cómo para saber que no quiero saber contigo. —¡Vamos Mili! —No me digas Mili, y quiero que te vayas de mi casa. —No voy a irme porque quiero hablar contigo. —Pero yo no —vociferó—. ¡Vete Alan! —¡Te amo! Exclamó el joven desde su posición y escondió su cabeza sobre sus rodillas, abatido. Haber dicho semejante confesión, casi sin pensarlo lo aturdió. Su mente se volvió en un enjambre y tenía más ganas de correr que quedarse. Cargo su mano sobre la pared para levantarse en el preciso momento en que la p