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Capítulo 2. Cambio de actitud.

—¡Andrea, apúrate!

La voz de Christian se escucha amortiguada a través de la puerta. Mientras me observo en el espejo, todavía sigo pensando que estoy cometiendo una locura. Mi rostro está maquillado a detalle y mi cuerpo, cubierto con un vestido color rojo intenso, corto y ajustado. Termino de acomodar mi cabello y vuelvo a suspirar.

—Tranquila...solo es una salida de amigos —susurro, contando cada respiración.

Los nervios me atacan y es que, aunque nuestra salida de hoy no sea por motivos significativos, se siente extraño asistir a una fiesta de fraternidad con uno de los chicos populares. Es como aspirar a un listón alto donde puede salir todo bien...o no.

Un golpe en la puerta me hace brincar, acompañado de las palabras apuradas de Christian.

—¡Andie! —llama, con insistencia.

—¡Ya voy! —respondo, rodando los ojos.

Me miro una última vez al espejo y voy hasta la puerta. La abro y él está del otro lado, con su puño en alto, dispuesto a llamar otra vez.

—¿Por qué tanto apuro? —pregunto, frustrada—, no creo que sea porque no quieres llegar tarde.

Ruedo los ojos y paso por su lado. Voy hasta mi cama y recojo mi bolso, guardo las pertenencias esparcidas y que sé, necesitaré. De repente, me doy cuenta que hay demasiado silencio.

—¿Chris? —Volteo y encuentro a mi acompañante mirándome.

Sus ojos están fijos en mi cuerpo y detallan cada centímetro. A medida que suben, desde mis pies hasta mi rostro, siento el calor sofocante de su mirada y mi piel se eriza como si sus dedos me tocaran. Mis nervios aumentan aún más, pero decido romper esta conexión de una vez, cuando sus pozos oscuros conectan con los míos verdes.

—Ya estoy lista. —Carraspeo.

El ruido bajo lo saca de su trance y sacude su cabeza, como buscando aclarar sus ideas.

«Y es mejor que lo haga», pienso.

A pesar de que ya conozco la forma de pensar de Christian respecto a las mujeres, me ha sido imposible en estas últimas semanas, no interesarme por él. Esa parte diferente suya, tierna, divertida y preocupada, que sale a la luz conmigo, me hace creer que debajo de su capa protectora, hay un chico que tiene miedo de amar.

No sé todavía si es consciente o no de los detalles; o si soy yo la que ve nubes donde sólo existe humo. Pero cada día, al darme los buenos días, sus ojos brillan; se preocupa por mis clases y me ayuda en los exámenes; lleva mi mochila; almorzamos juntos. Y lo más importante, junto a mí, no mira a ninguna mujer.

Si es cuestión de respeto, no estoy segura, pero me gusta que así sea. Borra un poco el apodo con que lo tilda media universidad.

Mujeriego.

Y, de hecho, lo es, eso me queda claro. El que no lo haga delante de mí no significa que no lo haga en absoluto. Tengo la seguridad de que, por su cama, durante la última semana, han pasado una docena de mujeres; pero se siente bien que, en mi compañía, no necesite mirar a nadie más.

«Lo sé, soy estúpida».

No debería pensar que eso es algo bueno. Pero, en resumen, así de ciega estoy. Y como aun no comprendo las razones por las que actúa así conmigo, mi tonto corazón anda suspirando por él.

Así que, definitivamente, si entre nosotros se diera la oportunidad de llegar a algo, debe ser él quien ponga freno a todo. Primero, porque yo caería rendida a sus pies; su sex appeal me encandila demasiado y mi cuerpo, no se negaría a una noche con alguien tan...afamado en ese sentido. Segundo, porque hasta ese instante, llegaría nuestra amistad. Así de claras son sus reglas.

Y no creo que yo sea lo suficientemente interesante para que él, quiera romperlas por mí.

—Sí, vamos —dice, serio y sin esperarme, sale del cuarto.

Yo lo sigo, un poco mortificada y a la vez aliviada.

«Maldita cordura contradictoria».

Aunque sus ojos hayan sido claros con su reacción, me hubiera gustado que me dijera al menos que estaba bien arreglada. Con eso en la mente, me da el bajón, pero es mejor que haya sido así. Caminamos por el pasillo de la residencia, él delante de mí con un paso apurado, yo intentando mantenerme a su altura. Al salir de la residencia, es como si él se alejara y ya siento que jadeo por falta de oxígeno.

—Christian, si hubiera sabido que sería así, mejor no me dejaba convencer.

Me quedo en el lugar, justo en la puerta que da al aparcamiento. Chris se gira con rapidez y al ver mi pose, mis brazos cruzados y una ceja enarcada, vuelve sobre sus pasos y se detiene delante de mí.

—Yo... —dice, pero se interrumpe. Suspira—. Lo siento, pero es que...

Pasa sus manos por su rostro y yo, por supuesto, comienzo a temblar. Él está nervioso. Estaba huyendo de mí. Lo que es irónico, viendo que nos vamos juntos. Casi ruedo los ojos con su actitud.

—¿Qué sucede? —pregunto, fingiendo confusión, pero la verdad es que estoy ansiosa.

Chris cierra sus ojos y resopla. Se da la vuelta, da dos pasos y luego regresa al lugar de antes, frente a mí. Esta vez se acerca demasiado, tanto que siento su aliento mentolado chocar contra mi boca; sus manos se posan a cada lado de mi rostro y conectamos nuestras miradas. En sus ojos veo aflicción. Confusión. ¿Deseo?

—Sucede que, ahora mismo Andie, no quiero ir a ninguna fraternidad. Quiero quitarte ese maldito vestidito que me trae loco desde que te vi y hacerte mía la noche entera, en mil posiciones diferentes.

Ahogo un gemido. O tal vez no lo logro. La verdad es que mis bragas acaban de mojarse con sus palabras y el tono sugestivo de su voz. Tengo ganas de hacer volteretas al imaginar lo que él me promete.

 —Pero no quiero echarlo todo a perder.

Sin embargo, mi burbuja color rojo pasión, no dura mucho tiempo.

—¿Cómo? —Frunzo el ceño.

Su mirada se afloja y con sus dedos, alivia el fruncido entre mis cejas. Una sonrisa bonita y cálida se forma en sus labios.

—Aunque me cueste aceptarlo, Andie, tú eres diferente a las demás. Y aunque mis ganas de follarte aumentan con cada día que pasamos juntos, no quiero perder esto que tenemos.

—¿Y por qué deberíamos perderlo? —me aventuro a preguntar.

—Porque reglas son reglas Andie. No las rompo por nadie. —Me suelta y da un paso atrás. Me mira ahora a la distancia y yo sé, que mis ojos son un pozo profundo de sentimientos.

—Si lo intentas...tal vez...

—Ni siquiera por ti —interrumpe, mis mejillas se sonrojan por la vergüenza que acabo de pasar. Expuse por completo mis sentimientos—. Y sería muy difícil para mí, no mirarte cada día y que tu sonrisa, ya no forme parte de mi miserable vida.

Trago saliva. Debo mantenerme fuerte. La decepción duele, pero yo sé muy bien cómo funcionan las cosas con él.

—Entiendo. —Me recompongo y le sonrío.

Trato de hacerle creer que solo fui víctima de la atracción sexual del momento. Me meto en mi papel de amiga y desestimo lo sucedido. Salgo del todo al aparcamiento, liderando el camino hasta su auto. Siento la mirada de él sobre mi espalda, supongo que, confundido con mi cambio drástico de actitud, pero no me volteo para verificar su expresión.

Cuando llego a su auto, me giro y él sigue mis pasos. Le quita la alarma y el seguro, me abre la puerta con educación y me subo. Lo veo cómo rodea el auto, todavía con una mueca extraña en su rostro. Me dan ganas de reír, porque como siempre, termino dañando su ego; pero me mantengo seria hasta que él ocupa su lugar y salimos de una vez de aquí.

(...)

La fiesta está en su máximo apogeo cuando llegamos. La calle está repleta de autos, así que tenemos que dejar el de Christian una cuadra más abajo. Yo pretendía bajarme y entrar sola, pero él insistió en que no, que solo entraré con él a ese antro de necesitados, como le llamó.

Con mis tacones finos, camino por los adoquines y casi me lastimo el tobillo en más de una ocasión. Al final, termino agarrada del brazo de Christian y maldiciéndolo por haberme obligado a caminar por su actitud territorial.

—Llamas demasiado la atención, no pretendo pelearme con algún imbécil esta noche.

Lo miro un poco descolocada. Y aunque debería callarme la boca, no lo hago.

—¿Por qué lo harías?

—Porque no quiero que te miren —dice, luego de mirarme un segundo de más.

—¿Y eso te da derecho a golpear a alguien? No eres quién para controlar quién me mira o no.

Mis palabras lo ofenden, puedo notarlo. Sus facciones se endurecen.

—Ok, si así lo quieres —espeta.

Por un instante, me duele su actitud, luego recuerdo sus malditas reglas y me digo que él no tiene ningún derecho a privarme de nada. Si se me da la gana de revolcarme con un desconocido hoy, lo haré. Christian Anderson no manda en mi vida.

Y yo no estaré eternamente esperando, a que él decida darle una oportunidad a alguien para entrar en su corazón.

El resto del camino lo hacemos en silencio. Sigo usando su brazo como apoyo, pero ya no se siente cómodo. La música ahora se escucha un poco más alto y eso que todavía no entramos siquiera a la inmensa mansión. Cuando atravesamos la cerca que delimita el perímetro, todos saludan a Christian, le brindan de sus bebidas o le hablan de lo que está pasando dentro. Muy pocos son los que me miran, solamente lo hacen para curiosear a la acompañante del popular y nada más, luego desvían su mirada.

No sé cómo sentirme al respecto. Si pretendía desahogar mis penas hoy, ya veo que será imposible. Al final, sigue ganando él.

Justo antes de abrir la puerta y hacer acto de presencia en la fiesta, me suelto de Christian. Él me mira y en sus ojos noto algo extraño, pero no dice nada. Mantiene la puerta abierta para mí y una vez dentro, todo es un caos.

La música retumba en mis oídos y siento mi cuerpo vibrar. Hay demasiadas personas apiladas, olor a sudor y perfumes demasiado fuertes llegan a mi nariz y hago una mueca de desagrado. Empujones, gritos y demasiada bebida es lo que más se observa a mi alrededor.

«Por razones como estas, odio venir a estos lugares».

Christian toma mi mano y en contra de mi voluntad, porque no quiero que me toque, me lleva hasta el fondo del salón, donde hay menos gente y se puede respirar. Un espacio amplio, que creo funciona como comedor, alberga todo tipo de bebidas y alimentos. Christian toma dos vasos plásticos y los llena con un líquido rojo. Yo lo observo, pero no digo palabra alguna. Cuando me extiende la bebida me mira con seriedad.

—No pierdas de vista tu bebida. Y no aceptes de nadie más —exige y yo asiento. Quisiera decirle que no soy tonta, pero mejor me callo—. Solo yo te serviré. ¿Ok?

Sus ojos brillan con algo parecido a la provocación, pero ignoro sus intenciones y acepto el vaso con un asentimiento. Lo acerco a mi nariz para husmear el contenido y un olor dulzón me recibe.

—Granadina. —Toma un trago del suyo y me mira con intensidad, invitándome a probarlo.

Me cuesta trabajo, pero le doy un sorbo. El sabor dulce se asienta en mi lengua y baja por mi garganta, con un ardor soportable. No soy de mucho beber, no es costumbre para mí, pero hoy me propongo cambiar de aires.

—Gracias. Está delicioso —digo, dándome otro trago.

—No te lo tomes todo de golpe —bufa, como si me estuviera regañando—, si te emborrachas no podré disfrutar de la fiesta.

Sus palabras se clavan en mi pecho, pero a pesar del dolor, busco las fuerzas para decirle todo lo que lleva.

—¿Sabes qué, Christian? Puedes irte a la m****a —espeto, molesta—. No necesito que andes de niñera detrás de mí. Soy mayor de edad y no es la primera vez que asisto a una fiesta de fraternidad. Antes de ti tuve una vida. Si tanto te molesta estar al tanto de mí, no me hubieras invitado en primer lugar. Pero ya que estamos aquí, vete a joder a otro lado.

Siento mis mejillas encendidas y un sofoco extraño salir de mi cuerpo. Lo taladro con la mirada y veo como él aprieta su mandíbula. Muchos nos miran, siento sus ojos sobre nosotros por la curiosidad de lo que sucede. No recibo respuesta y estoy dispuesta a darle la espalda, cuando él me toma del brazo y me pega a él con un solo movimiento.

—Te dije que jodieras en otro lugar —logro decir con dificultad, su cuerpo está demasiado cerca y nuestros pechos chocan en el subir y bajar de nuestras respiraciones agitadas.

—¿Eso quieres? —pregunta y yo, a pesar de todo, no respondo—. Pues Andie, si tanto insistes, te dejo tranquila.

Me suelta y sigue su camino. Me deja tirada y sola en esta fiesta a la que solo acepté asistir por él.

Me martirizo buscando una explicación a nuestro cambio de roles. Hasta el día de hoy, nuestras interacciones eran sanas y amistosas. Sin dramas. Sin provocaciones. Sin decepciones.

Ahogo un sollozo por lo feo de la situación y decido dar una vuelta antes de irme. Porque es lógico que, sin él, no tengo nada que hacer aquí.

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