—¡Andrea, apúrate!
La voz de Christian se escucha amortiguada a través de la puerta. Mientras me observo en el espejo, todavía sigo pensando que estoy cometiendo una locura. Mi rostro está maquillado a detalle y mi cuerpo, cubierto con un vestido color rojo intenso, corto y ajustado. Termino de acomodar mi cabello y vuelvo a suspirar.
—Tranquila...solo es una salida de amigos —susurro, contando cada respiración.
Los nervios me atacan y es que, aunque nuestra salida de hoy no sea por motivos significativos, se siente extraño asistir a una fiesta de fraternidad con uno de los chicos populares. Es como aspirar a un listón alto donde puede salir todo bien...o no.
Un golpe en la puerta me hace brincar, acompañado de las palabras apuradas de Christian.
—¡Andie! —llama, con insistencia.
—¡Ya voy! —respondo, rodando los ojos.
Me miro una última vez al espejo y voy hasta la puerta. La abro y él está del otro lado, con su puño en alto, dispuesto a llamar otra vez.
—¿Por qué tanto apuro? —pregunto, frustrada—, no creo que sea porque no quieres llegar tarde.
Ruedo los ojos y paso por su lado. Voy hasta mi cama y recojo mi bolso, guardo las pertenencias esparcidas y que sé, necesitaré. De repente, me doy cuenta que hay demasiado silencio.
—¿Chris? —Volteo y encuentro a mi acompañante mirándome.
Sus ojos están fijos en mi cuerpo y detallan cada centímetro. A medida que suben, desde mis pies hasta mi rostro, siento el calor sofocante de su mirada y mi piel se eriza como si sus dedos me tocaran. Mis nervios aumentan aún más, pero decido romper esta conexión de una vez, cuando sus pozos oscuros conectan con los míos verdes.
—Ya estoy lista. —Carraspeo.
El ruido bajo lo saca de su trance y sacude su cabeza, como buscando aclarar sus ideas.
«Y es mejor que lo haga», pienso.
A pesar de que ya conozco la forma de pensar de Christian respecto a las mujeres, me ha sido imposible en estas últimas semanas, no interesarme por él. Esa parte diferente suya, tierna, divertida y preocupada, que sale a la luz conmigo, me hace creer que debajo de su capa protectora, hay un chico que tiene miedo de amar.
No sé todavía si es consciente o no de los detalles; o si soy yo la que ve nubes donde sólo existe humo. Pero cada día, al darme los buenos días, sus ojos brillan; se preocupa por mis clases y me ayuda en los exámenes; lleva mi mochila; almorzamos juntos. Y lo más importante, junto a mí, no mira a ninguna mujer.
Si es cuestión de respeto, no estoy segura, pero me gusta que así sea. Borra un poco el apodo con que lo tilda media universidad.
Mujeriego.
Y, de hecho, lo es, eso me queda claro. El que no lo haga delante de mí no significa que no lo haga en absoluto. Tengo la seguridad de que, por su cama, durante la última semana, han pasado una docena de mujeres; pero se siente bien que, en mi compañía, no necesite mirar a nadie más.
«Lo sé, soy estúpida».
No debería pensar que eso es algo bueno. Pero, en resumen, así de ciega estoy. Y como aun no comprendo las razones por las que actúa así conmigo, mi tonto corazón anda suspirando por él.
Así que, definitivamente, si entre nosotros se diera la oportunidad de llegar a algo, debe ser él quien ponga freno a todo. Primero, porque yo caería rendida a sus pies; su sex appeal me encandila demasiado y mi cuerpo, no se negaría a una noche con alguien tan...afamado en ese sentido. Segundo, porque hasta ese instante, llegaría nuestra amistad. Así de claras son sus reglas.
Y no creo que yo sea lo suficientemente interesante para que él, quiera romperlas por mí.
—Sí, vamos —dice, serio y sin esperarme, sale del cuarto.
Yo lo sigo, un poco mortificada y a la vez aliviada.
«Maldita cordura contradictoria».
Aunque sus ojos hayan sido claros con su reacción, me hubiera gustado que me dijera al menos que estaba bien arreglada. Con eso en la mente, me da el bajón, pero es mejor que haya sido así. Caminamos por el pasillo de la residencia, él delante de mí con un paso apurado, yo intentando mantenerme a su altura. Al salir de la residencia, es como si él se alejara y ya siento que jadeo por falta de oxígeno.
—Christian, si hubiera sabido que sería así, mejor no me dejaba convencer.
Me quedo en el lugar, justo en la puerta que da al aparcamiento. Chris se gira con rapidez y al ver mi pose, mis brazos cruzados y una ceja enarcada, vuelve sobre sus pasos y se detiene delante de mí.
—Yo... —dice, pero se interrumpe. Suspira—. Lo siento, pero es que...
Pasa sus manos por su rostro y yo, por supuesto, comienzo a temblar. Él está nervioso. Estaba huyendo de mí. Lo que es irónico, viendo que nos vamos juntos. Casi ruedo los ojos con su actitud.
—¿Qué sucede? —pregunto, fingiendo confusión, pero la verdad es que estoy ansiosa.
Chris cierra sus ojos y resopla. Se da la vuelta, da dos pasos y luego regresa al lugar de antes, frente a mí. Esta vez se acerca demasiado, tanto que siento su aliento mentolado chocar contra mi boca; sus manos se posan a cada lado de mi rostro y conectamos nuestras miradas. En sus ojos veo aflicción. Confusión. ¿Deseo?
—Sucede que, ahora mismo Andie, no quiero ir a ninguna fraternidad. Quiero quitarte ese maldito vestidito que me trae loco desde que te vi y hacerte mía la noche entera, en mil posiciones diferentes.
Ahogo un gemido. O tal vez no lo logro. La verdad es que mis bragas acaban de mojarse con sus palabras y el tono sugestivo de su voz. Tengo ganas de hacer volteretas al imaginar lo que él me promete.
—Pero no quiero echarlo todo a perder.
Sin embargo, mi burbuja color rojo pasión, no dura mucho tiempo.
—¿Cómo? —Frunzo el ceño.
Su mirada se afloja y con sus dedos, alivia el fruncido entre mis cejas. Una sonrisa bonita y cálida se forma en sus labios.
—Aunque me cueste aceptarlo, Andie, tú eres diferente a las demás. Y aunque mis ganas de follarte aumentan con cada día que pasamos juntos, no quiero perder esto que tenemos.
—¿Y por qué deberíamos perderlo? —me aventuro a preguntar.
—Porque reglas son reglas Andie. No las rompo por nadie. —Me suelta y da un paso atrás. Me mira ahora a la distancia y yo sé, que mis ojos son un pozo profundo de sentimientos.
—Si lo intentas...tal vez...
—Ni siquiera por ti —interrumpe, mis mejillas se sonrojan por la vergüenza que acabo de pasar. Expuse por completo mis sentimientos—. Y sería muy difícil para mí, no mirarte cada día y que tu sonrisa, ya no forme parte de mi miserable vida.
Trago saliva. Debo mantenerme fuerte. La decepción duele, pero yo sé muy bien cómo funcionan las cosas con él.
—Entiendo. —Me recompongo y le sonrío.
Trato de hacerle creer que solo fui víctima de la atracción sexual del momento. Me meto en mi papel de amiga y desestimo lo sucedido. Salgo del todo al aparcamiento, liderando el camino hasta su auto. Siento la mirada de él sobre mi espalda, supongo que, confundido con mi cambio drástico de actitud, pero no me volteo para verificar su expresión.
Cuando llego a su auto, me giro y él sigue mis pasos. Le quita la alarma y el seguro, me abre la puerta con educación y me subo. Lo veo cómo rodea el auto, todavía con una mueca extraña en su rostro. Me dan ganas de reír, porque como siempre, termino dañando su ego; pero me mantengo seria hasta que él ocupa su lugar y salimos de una vez de aquí.
(...)
La fiesta está en su máximo apogeo cuando llegamos. La calle está repleta de autos, así que tenemos que dejar el de Christian una cuadra más abajo. Yo pretendía bajarme y entrar sola, pero él insistió en que no, que solo entraré con él a ese antro de necesitados, como le llamó.
Con mis tacones finos, camino por los adoquines y casi me lastimo el tobillo en más de una ocasión. Al final, termino agarrada del brazo de Christian y maldiciéndolo por haberme obligado a caminar por su actitud territorial.
—Llamas demasiado la atención, no pretendo pelearme con algún imbécil esta noche.
Lo miro un poco descolocada. Y aunque debería callarme la boca, no lo hago.
—¿Por qué lo harías?
—Porque no quiero que te miren —dice, luego de mirarme un segundo de más.
—¿Y eso te da derecho a golpear a alguien? No eres quién para controlar quién me mira o no.
Mis palabras lo ofenden, puedo notarlo. Sus facciones se endurecen.
—Ok, si así lo quieres —espeta.
Por un instante, me duele su actitud, luego recuerdo sus malditas reglas y me digo que él no tiene ningún derecho a privarme de nada. Si se me da la gana de revolcarme con un desconocido hoy, lo haré. Christian Anderson no manda en mi vida.
Y yo no estaré eternamente esperando, a que él decida darle una oportunidad a alguien para entrar en su corazón.
El resto del camino lo hacemos en silencio. Sigo usando su brazo como apoyo, pero ya no se siente cómodo. La música ahora se escucha un poco más alto y eso que todavía no entramos siquiera a la inmensa mansión. Cuando atravesamos la cerca que delimita el perímetro, todos saludan a Christian, le brindan de sus bebidas o le hablan de lo que está pasando dentro. Muy pocos son los que me miran, solamente lo hacen para curiosear a la acompañante del popular y nada más, luego desvían su mirada.
No sé cómo sentirme al respecto. Si pretendía desahogar mis penas hoy, ya veo que será imposible. Al final, sigue ganando él.
Justo antes de abrir la puerta y hacer acto de presencia en la fiesta, me suelto de Christian. Él me mira y en sus ojos noto algo extraño, pero no dice nada. Mantiene la puerta abierta para mí y una vez dentro, todo es un caos.
La música retumba en mis oídos y siento mi cuerpo vibrar. Hay demasiadas personas apiladas, olor a sudor y perfumes demasiado fuertes llegan a mi nariz y hago una mueca de desagrado. Empujones, gritos y demasiada bebida es lo que más se observa a mi alrededor.
«Por razones como estas, odio venir a estos lugares».
Christian toma mi mano y en contra de mi voluntad, porque no quiero que me toque, me lleva hasta el fondo del salón, donde hay menos gente y se puede respirar. Un espacio amplio, que creo funciona como comedor, alberga todo tipo de bebidas y alimentos. Christian toma dos vasos plásticos y los llena con un líquido rojo. Yo lo observo, pero no digo palabra alguna. Cuando me extiende la bebida me mira con seriedad.
—No pierdas de vista tu bebida. Y no aceptes de nadie más —exige y yo asiento. Quisiera decirle que no soy tonta, pero mejor me callo—. Solo yo te serviré. ¿Ok?
Sus ojos brillan con algo parecido a la provocación, pero ignoro sus intenciones y acepto el vaso con un asentimiento. Lo acerco a mi nariz para husmear el contenido y un olor dulzón me recibe.
—Granadina. —Toma un trago del suyo y me mira con intensidad, invitándome a probarlo.
Me cuesta trabajo, pero le doy un sorbo. El sabor dulce se asienta en mi lengua y baja por mi garganta, con un ardor soportable. No soy de mucho beber, no es costumbre para mí, pero hoy me propongo cambiar de aires.
—Gracias. Está delicioso —digo, dándome otro trago.
—No te lo tomes todo de golpe —bufa, como si me estuviera regañando—, si te emborrachas no podré disfrutar de la fiesta.
Sus palabras se clavan en mi pecho, pero a pesar del dolor, busco las fuerzas para decirle todo lo que lleva.
—¿Sabes qué, Christian? Puedes irte a la m****a —espeto, molesta—. No necesito que andes de niñera detrás de mí. Soy mayor de edad y no es la primera vez que asisto a una fiesta de fraternidad. Antes de ti tuve una vida. Si tanto te molesta estar al tanto de mí, no me hubieras invitado en primer lugar. Pero ya que estamos aquí, vete a joder a otro lado.
Siento mis mejillas encendidas y un sofoco extraño salir de mi cuerpo. Lo taladro con la mirada y veo como él aprieta su mandíbula. Muchos nos miran, siento sus ojos sobre nosotros por la curiosidad de lo que sucede. No recibo respuesta y estoy dispuesta a darle la espalda, cuando él me toma del brazo y me pega a él con un solo movimiento.
—Te dije que jodieras en otro lugar —logro decir con dificultad, su cuerpo está demasiado cerca y nuestros pechos chocan en el subir y bajar de nuestras respiraciones agitadas.
—¿Eso quieres? —pregunta y yo, a pesar de todo, no respondo—. Pues Andie, si tanto insistes, te dejo tranquila.
Me suelta y sigue su camino. Me deja tirada y sola en esta fiesta a la que solo acepté asistir por él.
Me martirizo buscando una explicación a nuestro cambio de roles. Hasta el día de hoy, nuestras interacciones eran sanas y amistosas. Sin dramas. Sin provocaciones. Sin decepciones.
Ahogo un sollozo por lo feo de la situación y decido dar una vuelta antes de irme. Porque es lógico que, sin él, no tengo nada que hacer aquí.
Ahora que estoy sola todo se siente diferente. Hay muchas miradas sobre mí y ya me estoy arrepintiendo de haberme vestido con algo tan llamativo. No pasó por mi cabeza que Christian se volviera un imbécil, de verdad pensé que esta noche sería un punto de inflexión entre nosotros. No porque yo pretenda tener algo con él, porque ya conozco las consecuencias de eso, era más por el hecho de que podía forjarse una amistad duradera.«Christian es más de lo que está dispuesto a aceptar».Pero ni modo, ya no hay vuelta atrás. Él se fue y por lo que pude ver, no demoró en buscar compañía. Dos morenas despampanantes no dudaron en acercarse y a él, no le costó aceptarlas y rodearlas por la cintura.Con un resoplido me abro camino para salir de la casa. Entre nuevos empujones logro llegar a la puerta trasera, que conecta con un inmenso pa
Unos golpes fuertes en la puerta de mi habitación me despiertan. Me levanto de la cama un poco asustada y con el corazón en la boca, de la impresión. Camino hasta pegar la oreja en la puerta; no es como si yo fuera a abrirla sin saber quién hace tanto ruido a esta hora de la madrugada.—¡Andrea! —grita, Christian. Me sobresalto con su tono ronco y apresurado—. Sé que estás ahí. ¡Ábreme!Lo pienso unos segundos, a la legua se escucha que está borracho. Si sigue gritando despertará a toda la residencia y eso podría traerle problemas, porque no se supone que deba estar aquí. Tomo una respiración profunda y pongo la mano en el picaporte; cuando lo giro, la puerta vibra otra vez con el golpe de sus puños. Al abrir, un cuerpo musculoso, ancho y pesado se inclina hacia mí, como si hubiera perdido el equilibrio. Por poco puedo sostenerlo y lo g
Las suaves sábanas rozan mi piel demasiado sensible. Un calor sofocante me cubre todo el cuerpo y comienzo a sudar. Siento una cosquilla ascender por mi vientre y una brisa de aire frío alivia por unos segundos mi alta temperatura. Me remuevo sobre la cama, buscando un alivio a esta sensación de estar acorralada que me llena por momentos. Sin embargo, un cuerpo duro se presiona contra mí.Levanto mis manos y al tocar lo que sea que me tiene encerrada, me parece reconocer un pecho ancho y fornido; ahogo un jadeo al imaginar el dueño.—¿Chris? —jadeo, con un susurro.—Sí, cariño, soy yo. —La voz del Chris de mi sueño se escucha baja y ronca. Sexy.—¿Qué…haces? —pregunto, cuando una mano suya se pega a mi cadera y comienza a dibujar con sus dedos sin un patrón evidente.—T
Dulces. Sus labios son dulces.Y suaves.Envuelven los míos con movimientos cadentes y seguros.Sus manos rodean mi rostro y sus pulgares, rozan mi mejilla. Cada uno inclina su cabeza hacia lados contrarios, para profundizar un poco más. Lo que empieza con lentitud, aumenta la intensidad, conforme nuestras sensaciones crecen y las ganas de continuar se multiplican.Ahora estoy acostada. Y él, está sobre mí. Sin embargo, solo nuestras bocas se tocan.Sus dientes me muerden y los míos responden. Mi lengua juega con la suya y se enredan en un baile de poder. Sus labios chupan los míos y provocan que gemidos inevitables salgan de mi garganta. El pulso de ambos, late errático. Las respiraciones se dificultan y las palmas de las manos pican con las ganas de tocarnos. Pero, contrario a lo que debería suceder, cada uno las mantiene alejadas del otro.Mis pulmones arden y solo así,
—Sabíamos que estarías aquí. —Escucho la voz de Ellie y levanto la mirada de mi libro.—¿Dónde, si no? —respondo con una sonrisa y veo, además, que se acerca Abbi.Nos saludamos con besos en la mejilla y mis amigas toman asiento a mi lado.—Has estado perdida estas dos últimas semanas —recrimina Abbi, con el ceño fruncido.Resoplo, porque me siento culpable por eso.—Lo sé, pero entre el examen de Derecho Internacional y las demás materias, he estado super estresada —murmuro una justificación, que, aunque sí es verdad, me faltaría confesar que andaba demasiado cercana a Christian Anderson.—Créeme, te entendemos —comenta Ellie, con una mueca de fastidio.Iniciamos una conversación relacionada con los estudios y nos ponemos al día de las últimas semanas. Abbi
Faltan solo dos días para mi cumpleaños y tengo que comprarme algo lindo. En mi vestidor tengo algunos modelos que estarían a la altura, pero con todo lo que soy últimamente, necesito subir mi autoestima; un día de shopping puede resultar. Mis ánimos no han estado en su máximo esplendor y conozco los motivos, por más que intente no mencionarlos o siquiera pensar en ellos; pero ahí están.«Maldita la hora en la que me dejé llevar por mis más calientes deseos», resoplo con irritación.Pero no hay nada que hacer con eso, lo hecho, hecho está y ahora, debo cargar con las consecuencias. Por más que mi cuerpo se encienda con el recuerdo y las palabras de Maddie se repitan en mi cabeza, debo pensar bien en cómo tratar el tema. No es un secreto que me quedé con las ganas, aunque las reprima con todas mis fuerzas, sin embargo, no puedo dar una image
Con seguridad, camino al mostrador, llevo el vestido en una mano y la tarjeta en la otra. Al acercarme, veo a Christian recostado a la mesa de cristal que exhibe algunas joyas y otros complementos. Sus brazos están cruzados y apoyados por completo en la mesa. El pullover gris que lleva ajusta sus mangas a sus tonificados bíceps y marca cada músculo definido de su espalda y hombros. Por unos segundos, la boca se me hace agua al verlo de perfil; sus labios suaves y gruesos me recuerdan todo lo que sentí mientras hacían de las suyas en ciertas partes de mi cuerpo. Pero todo se desploma cuando sonríe para la chica que antes me atendió. Siento un calor rabioso subir por mi pecho al ver cómo ella coquetea sin parar, con un dedo enroscando algunos mechones de su cabello negro y sus dientes mordiendo su labio inferior cada dos segundos.«Más obvia no puede ser la muy tonta».Enfurecida, al ver que &eacu
Sus ojos son dos pozos oscuros y brillantes.Su mirada está fija en mis piernas y cuando comienza a subir, yo sigo su recorrido. Con lentitud torturadora observa cada centímetro de mi piel; mis piernas, mis muslos expuestos, mi cintura ajustada, mis pechos firmes y casi descubiertos, mi cuello y, por último, mi boca.Es tan intenso el momento que no escucho nada a nuestro alrededor, solo mi respiración, que está acelerada. Mi pecho sube y baja con nerviosismo y Christian enfoca sus ojos ahí; se relame los labios y sus ojos vuelven a brillar. Yo soy toda nervios, cierro mis manos en puños para que no vea el temblor que me provoca su presencia y su tan exhaustivo repaso.—Estás preciosa —susurra, con una voz ronca que me provoca escalofríos.Se incorpora de su posición recostada y viene a mi encuentro. Podría intentar alejarme, poner distancia entre nosotros; pero no es