Andrea Rowe.Su voz me provoca escalofríos, que hable con su boca pegada a mi cuello, me pone la piel de gallina. Sonrío con su oferta, a pesar de que podría considerarse locura; amo que él y yo estemos locos, juntos.Amo que yo quiera ir con él.Asiento cuando una de sus manos se entrelaza con la mía. Me voltea con un rápido movimiento que me hace tambalear.La otra mano viaja a mi mejilla, acaricia con su pulgar mi labio inferior, mi barbilla. Me mira a los ojos como si mirara mi alma.Pienso en lo que antes Maddie me dijo y siento las mariposas recorrerme al completo, pero nada pasa. Él sigue mirándome como si quisiera memorizar cada centímetro de mi rostro y yo lo dejo hacer, porque el nudo en la garganta y las emociones, me aturden.—Ven conmigo —susurra, antes de dejar un beso casto en mis labios.Me suelta otra vez y nos lleva alrededor de la casa, para buscar su auto.***Christian Anderson.El puesto de comida rápida está cerrado. Es obvio, es Navidad.En un pueblo como Santa
FINAL “Te amo para siempre”Christian Anderson.Un año después…Si con diecisiete años me hubieran advertido de todo lo que me iba a tocar vivir, me hubiera reído, desternillado, hasta perder la razón. En aquellos momentos yo solo era un manojo de idiotez, sin idea alguna de lo que quería hacer con mi vida, más allá de que el sueño de ser abogado por complacer a mi padre seguía vigente.Mi hermano ya estaba estudiando, yo le iba a seguir.Tuvieron que pasar prácticamente diez años para que todo esos pensamientos de mierda que una vez tuve, se fueran. Hoy, con la cabeza gacha, debo aceptar que fui un imbécil y que el arrepentimiento me durará años.Pero a pesar de todo, entiendo lo bueno de todo lo que viví.Tenía que pasar para que llegara este momento. Uno en el que espero a la mujer más her
Andrea Rowe. Sin poder evitarlo, cierro los ojos y dos lágrimas caen. Se deslizan rápido por mis mejillas y solo por ese motivo creo que Estela no pone el grito en el cielo. Pienso en todo lo que hemos pasado estos meses, a pesar de que ya ha pasado un año sigue sintiéndose igual de intenso. La emoción por despertar a su lado cada día, el orgullo en sus ojos cuando triunfamos juntos en lo profesional. Christian y yo nos elegimos hace tanto, que imaginar una vida sin él no es posible. Ya tuvimos la demostración. Llevo mis manos, aún con la tarjeta, a mi vientre. La tela sedosa del blanco vestido cubre mi regalo. Yo también, a diferencia de todos estos días anteriores, hoy le tengo uno. Y lo siento tan justo con esas palabras que él eligió, que no puedo evitar emocionarme. Estamos tan compenetrados que nos hacemos felices con detalles tan pequeños, que conectamos a niveles que sería imposible catalogar. Respiro profundo sin importarme que todos
Podría pensarse que la muerte atrae un clima nublado, un ambiente frío, gris; pero hoy el sol brilla más que nunca, los pájaros cantan con emoción, el viento es una brisa fresca y deliciosa. Es el día perfecto.No pareciera que un alma pura está dejando esta tierra. No pareciera que una familia al completo acaba de perder su sostén.Aquí yace Nora Alexandra Cadwell, el corazón de la familia. Se lee en la sepultura, mientras la tierra removida recientemente deja el recordatorio de que ahí, en ese lugar, descansa la mujer más querida de Santa Marta, la abuela incondicional. La que olía siempre a jazmin y daba los mejores consejos. La que reprendía, pero amaba más.Su familia llora en silencio, ellos en la vanguardia. El pueblo de Santa Marta los sigue de cerca, porque acaban de despedirse del ser más especial.Mad
Primera parte.Andrea Rowe. 21 años.Mi despertador suena, insistente.Saco una mano y sin mirar, lo apago con un manotazo.—Ahhh...no es justo —gimo con malestar, pero en lugar de levantarme solo me volteo para el otro lado de la cama y sigo durmiendo.Anoche me dormí demasiado tarde, la materia de Derecho Internacional Privado me trae un poco de los pelos y tengo examen en dos días. No sé si es que el profesor no le pone empeño en enseñar algo interesante o soy yo la frustrada que no entiende nada. Como quiera que sea, es el motivo por el que ahora necesito levantarme y no quiero hacerlo.Los párpados me pesan y me digo que solo necesito cinco minutos más. Se siente tan bien estar todavía en la cama, calentita bajo la manta y con la habitación a oscuras.«Solo serán cinco minutos».Despierto desorient
—¡Andrea, apúrate!La voz de Christian se escucha amortiguada a través de la puerta. Mientras me observo en el espejo, todavía sigo pensando que estoy cometiendo una locura. Mi rostro está maquillado a detalle y mi cuerpo, cubierto con un vestido color rojo intenso, corto y ajustado. Termino de acomodar mi cabello y vuelvo a suspirar.—Tranquila...solo es una salida de amigos —susurro, contando cada respiración.Los nervios me atacan y es que, aunque nuestra salida de hoy no sea por motivos significativos, se siente extraño asistir a una fiesta de fraternidad con uno de los chicos populares. Es como aspirar a un listón alto donde puede salir todo bien...o no.Un golpe en la puerta me hace brincar, acompañado de las palabras apuradas de Christian.—¡Andie! —llama, con insistencia.—¡Ya voy! —respondo, rodando los ojos.Me
Ahora que estoy sola todo se siente diferente. Hay muchas miradas sobre mí y ya me estoy arrepintiendo de haberme vestido con algo tan llamativo. No pasó por mi cabeza que Christian se volviera un imbécil, de verdad pensé que esta noche sería un punto de inflexión entre nosotros. No porque yo pretenda tener algo con él, porque ya conozco las consecuencias de eso, era más por el hecho de que podía forjarse una amistad duradera.«Christian es más de lo que está dispuesto a aceptar».Pero ni modo, ya no hay vuelta atrás. Él se fue y por lo que pude ver, no demoró en buscar compañía. Dos morenas despampanantes no dudaron en acercarse y a él, no le costó aceptarlas y rodearlas por la cintura.Con un resoplido me abro camino para salir de la casa. Entre nuevos empujones logro llegar a la puerta trasera, que conecta con un inmenso pa
Unos golpes fuertes en la puerta de mi habitación me despiertan. Me levanto de la cama un poco asustada y con el corazón en la boca, de la impresión. Camino hasta pegar la oreja en la puerta; no es como si yo fuera a abrirla sin saber quién hace tanto ruido a esta hora de la madrugada.—¡Andrea! —grita, Christian. Me sobresalto con su tono ronco y apresurado—. Sé que estás ahí. ¡Ábreme!Lo pienso unos segundos, a la legua se escucha que está borracho. Si sigue gritando despertará a toda la residencia y eso podría traerle problemas, porque no se supone que deba estar aquí. Tomo una respiración profunda y pongo la mano en el picaporte; cuando lo giro, la puerta vibra otra vez con el golpe de sus puños. Al abrir, un cuerpo musculoso, ancho y pesado se inclina hacia mí, como si hubiera perdido el equilibrio. Por poco puedo sostenerlo y lo g