Anna suspiró frente a la puerta de su apartamento. No solo estaba cansada físicamente, sino también emocionalmente agotada. Fue directo a sentarse en el pequeño sillón y se dejó caer sobre él. ¿Así la veía en realidad? ¿Cómo una transacción? La expresión de Owen, de confusión y desesperación cuando ella rechazó el dinero, le dolió más que todo lo que había ocurrido.La desilusión la embargó; en el fondo, esperaba ser algo más que eso para él. Y volvió a reprocharse lo infantil que era, por solo imaginar que un hombre así la miraría de otra manera. Como había mirado a Elena. ¡Qué ridícula! A veces solía sentirse invisible para los demás, pero esa noche prácticamente había desaparecido.Se tapó la cara con las manos y lanzó una especie de quejido vencido. Owen realmente le gustaba. Y no era solo por ese intento de consuelo que le había dado, por la consideración o el beso. Ni siquiera había interactuado con él lo suficiente como para conocerlo. Apenas sabía algo por Lali y, sin embargo,
Observaba cómo de las mangas de su saco aún caía algo de agua. Lo miró un poco más y se dio cuenta de que delante tenía un hombre atormentado: salir con esa lluvia, empaparse de esa manera, todo para obligarla a recibir un pago. Sí, definitivamente, estaba muy roto.Sus hombros bajaron un poco, como resignada. Seguramente, el encuentro con Elena lo había perturbado hasta ese punto.—Quítate el saco, iré por una toalla —le dijo Anna.Owen asintió, pero se demoró unos segundos antes de dejarlo sobre el respaldar de una silla. Aunque el apartamento diminuto no se parecía a ningún lugar donde hubiera estado antes, no se sintió incómodo o fuera de lugar. El aroma dulce impregnado en cada rincón le transmitía una sensación de sosiego.Anna regresó con una gran toalla en la mano y se la ofreció.—Gracias —murmuró él.Sin decir nada, ella se dirigió a la cocina y puso agua a calentar. Parada frente a la estufa, tuvo un leve regreso a aquellas épocas en que esperaba a Alex: calentando la comid
Todas esas sensaciones olvidadas regresaron a ella cuando comenzó a explorarla, su sensualidad, su feminidad. Cuando las ásperas yemas la rozaron, el ardor y el deseo regresaron; cuando su boca se cerró con furia de nuevo sobre su hombro, a través de la tela de su sudadera, su cuerpo recuperó la capacidad de incitarle un cosquilleo constante en la parte baja del vientre.Los sonidos roncos y bajos, casi guturales, como si emergieran de las entrañas de Owen, envolvieron su cuerpo en una manta invisible de erotismo. Eran sonidos de aprobación, de deseo, que ella provocaba. Su mente procesó esos sonidos y sacó de los rincones esa conciencia de saberse mujer y de sentirse mujer.Su necesidad crecía junto con las caricias bruscas, junto con los besos que se intercalaban con mordidas, y cuando él pronunciaba su nombre, llamándola. Quería responderle, pero cuando lo intentaba, solo dejaba salir gemidos y quejidos. Y su perfume le invadía el cuerpo en la misma medida que sus manos lo hacían.
Intentando calmar la respiración y el corazón, ambos permanecieron abrazados. Cada tanto, Anna emitía suspiros cortos y satisfechos sobre la piel del cuello de Owen. La leve brisa cálida le producía cosquillas.Para Owen, la calma después de la tormenta se sentía diferente. No era la mera satisfacción del deseo y de las urgencias sosegadas; el cuerpo tibio que aún sostenía entre sus brazos le daba un resquicio de esa paz que una vez había sentido después de compartir un contacto cargado de emociones.Anna volvía a sentir que era mucho más que una figura que pasaba por la vida siendo invisible. El hombre elegante y poderoso, con ojos tristes y algunos cabellos blancos, la había traído de regreso de ese olvido en el que había estado perdida por tantos años. Solo quería estirar un poco más esa sensación.—Quédate conmigo —le pidió ella, con la cara escondida y la voz en un susurro.Owen cerró los ojos. La piel suave y ruborizada que tanteaba lentamente con los dedos y el aroma leve a jaz
Owen se despertó con el insistente sonido de un teléfono que no dejaba de recibir mensajes. Abrió los ojos molesto y fastidiado. Por un momento, no pudo reconocer dónde se encontraba; ese techo no era el de su habitación. Volvió a la realidad cuando el aroma a café y perfume de jazmines entró por su nariz: Anna.Instintivamente, miró a su costado, pero ella no estaba con él en la cama. La mañana estaba algo avanzada; el sol filtraba alto por la ventana, y al querer cubrirse los ojos, vio su ropa sobre la mecedora de madera.Salió de la habitación descalzo, solo en pantalones y camisa, y la vio: sentada cerca de la ventana con una taza en la mano.—Buenos días —dijo Anna con una sonrisa.—Buenos días…—¿Quieres un café? Lo hice recién —le ofreció, elevando un poco su taza.—Yo voy por él —respondió Owen.Desde su divorcio de Elena, esta era la situación más extraña en la que se había encontrado. Owen había estado confundido desde que cruzó la puerta de Anna la noche anterior. Sabía que
Bob llegó ese lunes a las oficinas del último piso como siempre lo hacía: elevando la voz para saludar, haciendo movimientos efusivos con las manos y sonriendo. Greta, como siempre, lo recibió con su habitual parquedad.—Buen día, Greta. ¿Está Owen dentro? —le preguntó, señalando la puerta.—Así es, el Señor Walker ya se encuentra trabajando —respondió la mujer, con un tono casi militar.Conversar con ella lo hacía sentir de vuelta en el colegio religioso al que había asistido de niño.Tocó y entró sin esperar respuesta. Owen estaba, efectivamente, trabajando. Levantó la mirada de los papeles que estaba leyendo.—¡Amigo! ¿Cómo estás? —lo saludó, mientras se sentaba en una de las butacas.—Hola, Bob.—Entonces…—le dijo apoyando las manos en el escritorio, sin poder esperar. —¿Cuánto le pagaste? —preguntó, elevando una ceja.—¿A quién?—¡A Anna, Owen! —le respondió como si le estuviera tomando el pelo.—No quiso el dinero.Bob contuvo la respiración por unos momentos, sus ojos se abrier
Para Elena esa noche había terminado siendo agridulce. Había logrado que se presentara, incluso llevó a una jovencita para disimular su soledad, cayó de nuevo frente a ella, y estuvo a punto de convertirlo en cenizas.Y se le escapó de las manos.Ese mismo lunes por la mañana, Elena se despertó en su piso del centro con una satisfacción a medias. Se levantó de la cama y caminó hasta pararse frente al enorme ventanal que daba a la ciudad. Cruzó los brazos y pensó en él: Owen podía parecer diferente por fuera, pero por dentro seguía siendo el mismo hombre vulnerable de siempre. Una sonrisa solapada se le dibujó en los labios.Solo le había tomado unos minutos para arrancarlo de la muchacha y atraerlo a su atmosfera. Recordó como caminó hacia ella queriendo demostrar seguridad, y como sus ojos reflejaban todo ese miedo. La sonrisa de Elena se hizo más grande.“¿En verdad tiene algo con él?”, se preguntó pensando en Anna. Su ego se infló de solo imaginar que esa niña no podía siquiera ace
A las cinco en punto, mientras los empleados comenzaban a abandonar el edificio, Owen esperaba en la entrada a su hija.En cuanto la pequeña bajó del coche de la mano de su abuela y lo vio, corrió hacia él con la alegría de siempre.—¡Papá! —lo saludó, estirando sus bracitos al aire para que Owen la cargara.—Hola, preciosa —respondió mientras la niña lo abrazaba del cuello. —Gracias por traerla, mamá —dijo, dándole un beso en la mejilla.—No es nada, hijo. Pero no te quedes hasta tarde —añadió, entregándole el bolso de Eva.Subieron en el ascensor, y Eva le contaba con lujo de detalles cada dibujo que había hecho con las acuarelas que su abuela le regaló. El abuelo Dolfo, el padre de Owen, la había sorprendido con una hermosa muñeca que ella llevaba en su bolso.—¿Una casa con bloques? —preguntó Owen, ya en el piso superior.—Sí, papá. Tenía una ventana rosa y puse los animalitos afuera…Eva era la única constante en la vida de Owen. Con ella, podía ser él mismo: reír, correr por el