Durante el camino hasta los Jardines intenté recrear en mi cabeza lo sucedido. Armé y desarmé la situación mil veces. ¿Qué era lo que Dante Navarro tenía de especial? En el fondo lo sabía. No era su belleza. No era su personalidad claramente dominante, ni su aroma, ni el sonido de su voz. Lo que me atraía era la inmensa sensación de peligro y oscuridad que veía en sus ojos. Para una adicta a la adrenalina como yo, éste era un afrodisíaco que me cegaba. Acallé las voces en mi cabeza con un rotundo: «¡NO! Olvídalo, jamás pasará, no lo permitiré». Por mucho que me atrajera, no podía dejar que mi escudo fuera penetrado y derrumbado.
El BDSM era parte de mi estilo de vida. No encontraba nada más mágico e íntimo que una sesión entre Amo y sumisa. La sumisión me liberaba como nada en el mundo, me llenaba de paz y armonía. Pero entregarme por completo a un Dominante incurría en un gran problema para mí. No podía permitir que alguien destapara la caja de mis sentimientos y emociones que cuidadosa y celosamente guardaba en el fondo de mí ser. Era una bomba de tiempo y en el momento en que explotara sería tan devastadora, que no sé si luego podría seguir conviviendo conmigo misma. Entregarse a la sumisión total, consiste en que el Dominante conozca cada rincón de tu mente y de tu alma. En que sepa de antemano cuales van a ser tus reacciones y necesidades. Quedas completamente desnuda y vulnerable ante esta persona. Era claro que deseaba y añoraba ese sentimiento único de pertenencia a otro, algo que me colmaba por completo. Pero había renunciado a eso hacía 5 años. Seguía disfrutando de juegos de sadomasoquismo con compañeros ocasionales. Pero nunca más había vivido una relación D/s. Y lo que Dante producía en mí, era un juego peligroso. Aunque me muriese de ganas de ser suya jamás cedería ante él y sus exigencias silenciosas.
¡Maldito el destino! ¡Maldita la vida! Maldita la muerte…
Definitivamente debía sacármelo de la cabeza cuanto antes. Decidí no darle más vueltas al asunto. Él solo sería una cara desconocida en mis fantasías. Nada más.
Llegamos al hermoso parque y buscamos un claro tranquilo y alejado. Saqué la manta, la extendí cuidadosamente sobre el césped y me senté encima. Xander se movía inquieto a mi lado. Rebusqué en mi bolso y encontré la pelota que tanto le gustaba. Más que dispuesta a silenciar mi cerebro me dediqué a disfrutar del hermoso y cálido día.
Tiré la pelota tan lejos como pude y el pequeño salió eufórico en su búsqueda. Cogí la cámara de fotos y comencé a disparar al azar ante sus ágiles y divertidos movimientos. Repetí la misma y mecánica acción una y otra vez. Reía en voz alta mientras lo veía correr como un loco y volver a mí. Tomé cientos de imágenes. Xander jugando; una pareja de ancianos abrazados en silencio en uno de los bancos, mientras la nostalgia de una vida pasada los invadía; un padre jugando con su pequeña hija, la hacía girar en el aire y ella encantada reía a carcajadas, a él se lo notaba satisfecho y complacido con ese simple y natural sonido; una joven apoyada sobre el tronco de un árbol y sentada en la cuidada hierba, desojaba una flor, con una tristeza que me conmovió. Traté de imaginar cual sería el motivo de su desesperanza; solo pude pensar en un desengaño amoroso que le rompió el corazón. Cientos de momentos robados, de los que me adueñaba sin pedir permiso. Cada imagen retratada en la lente pertenecía a un momento que jamás volvería y siempre trataba de imaginar el contexto, las causas y las consecuencias de cada uno de esos montajes.
Agotado Xander volvió a mi lado y se echó entre mis piernas, como hacía siempre, le serví un poco de agua en la botella especial para perros, buscó mi regazo y se recostó. Finalmente se durmió. Tapé la lente y guardé la cámara de fotos, mi Nikon COOLPIX P530. Una de mis favoritas.
Cogí el libro que traía para estos momentos de calma; ¡nada mejor que un día soleado para entregarse a la lectura!, tomé mi IPod y Stop For A Minute de Keane comenzó a sonar. Me tumbé de costado sobre la manta y abrí la bolsa de chuches que siempre me acompañaba en las lecturas al aire libre.
El gran libro de la mitología griega fue el elegido de la estantería de mi loft. Una de mis pasiones era la historia, en libros, películas épicas o bélicas. También disfrutaba de la música y el deporte, pero los libros antiguos, polvorientos y desgastados me fascinaban. En cada ciudad, o pueblo que visitaba, me aventuraba en la búsqueda de alguna pequeña librería donde reabastecer mi colección. Una vez leídos, cumplía a rajatabla la vieja costumbre de pasárselo a otra persona. Solo guardaba para mí aquellos que me parecían grandes pedazos de historia; el resto se los llevaba a Caty, mi muy querida amiga.
Nos conocimos en Madrid unos tres o cuatro años atrás. Era la dueña de una mágica y escondida librería, dedicada a los libros usados. Como a mí, el olor a antiguo de sus hojas la embriagaba. En El baúl de los recuerdos podías disfrutar de la calma de un buen libro acompañado de un café caliente. Las estanterías, repletas de miles de gastados libros, ocupaban las paredes de punta a punta y del piso al techo. En el centro, en unos expositores, se exhibían los últimos best sellers que Caty consideraba necesario mostrar. En uno de los laterales había un espectacular y antiguo mostrador fabricado íntegramente en madera de cerezo. En el fondo del local, prolijamente dispuestas, se hallaban unas cuantas mesas con sus respectivas sillas, y sobre ellas, unas lámparas para facilitar la lectura. Justo detrás estaba la máquina expendedora de café exprés y junto a ésta, un sillón de mediados de siglo color tierra, con una lámpara de pie a cada lado. Era un lugar cálido y acogedor.
Nos hicimos buenas amigas casi de inmediato. Sus consejos siempre eran concienzudos y cautos, pero no por eso menos cariñosos. Tenía una personalidad muy divertida, un sentido del humor algo negro, justo como el mío. Era dulce y cariñosa. Una verdadera “bomba latina”, la había apodado Tomy, quien no se resignaba a pasar de ella. Caty era una argentina hermosa, de pelo negro y ojos verdes claros. No muy alta de estatura, pero con un cuerpo caracterizado por tentadoras curvas. Thomas, que jamás dejaba pasar una buena oportunidad para coquetear, se la pasaba en grande cuando nos dejábamos caer por allí.
La lectura me absorbió por completo. Xander fue quien me devolvió a la realidad. Impaciente, me empujaba la espalda con su hocico y patas delanteras, avisándome, a su manera, que era hora de volver a casa. Suspirando miré al cielo que, efectivamente, comenzaba a oscurecer. Cerré el libro marcando la página, lo guardé junto con los chuches sobrantes y me levanté a recoger la manta húmeda del suelo. Me puse la chaqueta y nos dirigimos de vuelta a casa. Noté que el estómago me rugía de hambre a pesar de los chuches. Llegamos a nuestro edificio de hormigón gris y subimos las escaleras. Ni bien entramos, le desenganché la correa del collar al pequeño, colgué la chaqueta y el bolso en el perchero, enchufé el iPod en sus parlantes y los acordes de Wonderwall de Oasis inundaron el loft. Fui derecha a la cocina. Llené el cuenco del pequeño y le di unas palmaditas en la cabeza. Rebusqué en la heladera y encontré las sobras de comida china de la noche anterior: pollo agridulce, guisantes al wok y un par de spring roll. Tomé una coronita helada, ¡mi favorita! y me dispuse a cenar. Volví a pensar en él. Creía habérmelo sacado de la cabeza, pero me engañaba; el recuerdo de su contacto encendió las brasas que habían quedado latentes en mi entrepierna, desde nuestro encuentro inicial. Engullí como bestia. Cuando no quedó nada en las cajas chinas las deseché, cogí la coronita y me fui a dar un baño, era momento de correrme. Lo necesitaba. Lo venía anhelando desesperadamente.
Me metí al baño y cerré la puerta detrás de mí. Mi voyerista canino, no estaba invitado a la fiesta.
Me quité la remera por la cabeza y miré la imagen que el espejo me devolvía. Quizás un buen orgasmo mejore mi ánimo y me ayude a conseguir una buena noche de sueño. Con la punta de mis pies me deshice de las zapatillas, tironeé de los botones del jean y en un movimiento rápido los lancé al cesto de la ropa sucia.—Diablos, espero que las manchas de sangre se vayan de mis amados jeans rotos de domingo.«¡Orgasmo! ¡Concéntrate!» Me retó la voz en mi cabeza. Mi ropa interior siguió el camino del jean hacia el cesto. Llené la bañera y eché mis sales y esencias favoritas en ella. Fresas y rosas. Detuve el grifo cuando la espuma y el agua fueron suficientes. Me hundí en ella con impaciencia. Procurando dejar la tensión atrás. El ardor de la herida al sumergirse en el agua caliente me hizo apretar los dien
Indestructible de Disturbed me despertó asustada. Miré la hora y eran las siete y treinta de la mañana. Me estiré en la cama y sonreí. ¡No me había despertado en toda la noche! Debía de ser alguna especie de record para mí. Crucé una mirada cómplice con Xander y decidimos saltar juntos de la cama. Él encaró directo hacia su plato de alimento y yo volví a estirarme como si quisiera alcanzar el cielo raso. Comencé a bailar al ritmo del metal, dando vueltas sobre mis pies hasta que me mareé y entonces me detuve. El gris del cielo de Madrid no encajaba con mi buen humor. ¿Cuánto puede modificarse el día tras una noche de buen sueño? Llegué al baño dando saltos y me cepillé los dientes, todo al ritmo de la música de fondo. Lavé mi cara y me miré en el espejo. Se me notaba de
El camino hasta el loft fue silencioso. Comprendió que yo estaba demasiado fuera de mí, como para que me hablara. Lucas era un caballero, no una bestia salvaje como Dante. Con la mirada perdida en el paisaje que ofrecía la ventanilla solo podía pensar en su beso, en su pasional y terrenal beso. En sus manos en mi cintura sujetándome con fuerza. En el maravilloso sabor de su lengua, y en su mirada abrazadora. Para cuando llegamos a mi casa, yo estaba más excitada que antes. Necesitaba descargar mi frustración con alguien. —Discúlpame por lo que sucedió. Me encontré con una persona desagradable en los servicios —de desagradable no tenía ni el nombre, me dije a mí misma— ¿Por qué no subes? Te invito una copa. —Me encantaría —dijo con una gran sonrisa. Llegamos a mi piso y apenas abrí la puerta Xander se abalanzó sobre mí, él también era posesivo. Miró a Lucas con recelo y le frunció ligeramente el hocico. Le estaba advirtiendo. —Hola peq
Los días subsiguientes se me hicieron eternos. La preparación de la exposición ocupaba la mayoría de mi tiempo; para el viernes ya tenía listas las fotos al tamaño necesario para que fueran exhibidas; había diagramado, con una precisión impecable, la ubicación y la secuencia en que debían mostrarse. La folletería de mano, que contenía una introducción a la colección y cada una de las fotos, junto con los carteles con el nombre de la foto, del autor, medidas, técnica fotográfica y precio, estaban terminados. Los afiches de publicidad callejera ya habían sido colocados estratégicamente. Las invitaciones fueron enviadas por “mensajería exprés”. Cada vez faltaba menos y yo comenzaba a sentirme agotada. El recuerdo del beso con Dante no me daba respiro. Cada noche al llegar a casa, salíamos a correr para tratar de
El sábado transcurrió como casi siempre. Nos levantamos tarde, salimos a la acera para que Xander pudiera hacer sus necesidades, y mientras desayunábamos comenzó a sonar All My Life de Foo Fighters. Los sábados tocaba limpieza general, así que dejé la casa reluciente, al compás de los Foo, que me recargaban las energías con su sonido de rock eléctrico. También le llegó la hora del baño a Xander, que se aferró con uñas y dientes al piso para evitar entrar a la bañera. No cedí, y conseguí dejarlo brillante. Almorcé un rápido sándwich de jamón crudo y queso que no sabía nada mal. Me puse lo primero que encontré, un jean, una remera, una camisa a cuadros tipo leñador arriba de ésta y unas zapatillas. Cogí el bolso de la ropa sucia, una bandolera donde met&ia
—Buenas noches señorita.—Buenas noches —dije mientras buscaba mi tarjeta de socio en el sobre. Era negra con un grabado en plateado que citaba El Templo de Hades - Miembro exclusivo Lexy Vázquez. Solo se podía acceder a su interior siendo miembro. De esa forma evitaban curiosos y gente desagradable. El lobby era completamente negro y suavemente alumbrado por tenues luces rojas. El mostrador era de metal negro decorado con llamas, que daban la impresión de movimiento. Una bella morena con el uniforme del local, me recibía con una sonrisa. Le tendí mi tarjeta y tecleé la clave. Ella me confirmó que todo estaba en orden y volvió a sonreírme mientras me devolvía la tarjeta.—Que pase una buena noche —dijo. Al lado de ella, había una puerta que suponía sería un deposito; en frente estaba el guardarropa. Dejé mi chaqueta y me dirig&
El domingo fue grandioso. Tomy y yo disfrutamos de una vista excepcional del Gran Derby español y rematamos la noche con una cena casera en casa.La semana, en cambio, fue caótica. La exposición estaba a la vuelta de la esquina y aún tenía que ocuparme de muchas cosas. Elegir el catering, prepararme para las entrevistas, verificar que la iluminación estuviera correcta, etc. Volvía a casa muy entrada la noche, y caía rendida en la cama. Siquiera tuve tiempo para pensar en Dante y cuánto me afectaba. Lucas me había mandado un hermoso ramo de rosas rojas de tallo largo, junto a una nueva invitación a cenar. Usando de excusa cuánto tiempo me llevaba preparar la muestra, pude librarme de él sin demasiados inconvenientes.El viernes por la noche quedé en encontrarme con Tomy, Caty, Sofi y Marco, en lo de Paco. Cenamos algo ligero y luego me acompañaron a
Mientras más me acercaba a él, más sentía que se me aflojaban las rodillas y que mi corazón latía con más fuerza. Tenerlo frente a mí, me quitaba la respiración. ¿Algún día dejaría de pasarme eso al verlo? Traía un traje gris claro que se amoldaba perfectamente a su cuerpo, una camisa rosa pálido y una corbata negra con rayas diagonales en blanco. Deseé con todas mis fuerzas colgarme de su cuello y besarlo con verdadera devoción. Sus ojos me recorrían entera y sentí que me desnudaba con la mirada.—Lexy, te presento a Mariano Gutiérrez y Dante Navarro —dijo Raquel señalando a cada uno. Le tendí la mano al acompañante de Dante y éste me la besó.—Es un enorme placer conocerte al fin, Lexy. Soy un gran admirador de tu trabajo —dijo en un tono encantador. Mari