Venezuela, Estado Zulia, 11 de noviembre del 2000.
Para aquel pequeño niño el auto iba muy lento para su gusto, un suave suspiro salió de sus lindos labios mirando la lluvia caer por su ventana, no tenía idea adónde irían, pero estaba ansioso por llegar; era su cumpleaños número seis y quería recibir muchos dulces como regalo.
Sus padres se mantenían hablando entre ellos, la mujer miró su celular por unos segundos mientras el hombre conducía, ella alzó la mirada hacia el espejo retrovisor para ver a su hijo, notando lo aburrido que estaba, esa mueca la podía reconocer a la perfección. Mostró una sonrisa cálida, girando un poco su torso para mirarle mejor.
—Blaze, cariño —el niño atendió al llamado de su madre y ladeó su cabeza, una gran sonrisa se posó en sus labios al ver un chocolate que esta le estaba extendiendo, él quiso sujetarla, pero ella negó—. No, no, primero tienes que quitar esa carita que tienes.
—Está bien —asintió rápidamente mostrando sus dientes al momento en que su sonrisa se hizo más grande, su madre soltó una risilla, la cual fue acompañada por el padre del pequeño.
La fémina regresó a su asiento con una sonrisa de felicidad, tenía lo que quería, un buen esposo y un hermoso niño, el hombre observó por el rabillo del ojo al infante comiendo su chocolate, luego su mirada se posó por unos segundos en su esposa.
—¿Le avisaste a todos que vamos en camino? —la contraria asintió despacio dejando una pequeña caricia en el mentón del hombre, él devolvió la vista al camino.
Ya estaban a mitad del puente, el niño sacudió el hombro de su madre pidiendo más dulces, no estaba conforme y por ser su cumpleaños exigía otra barra de chocolate. Su madre se giró un poco mientras sujetaba el brazo del niño y lo sentaba en su puesto.
—Ya no hay más dulces, Blaze —su tono era firme, este comenzó a llorar por los dulces, la mujer bufó alto, ya irritada, odiaba que se comportara de esa manera.
—Bueno, pero no lo trates así, Laura —su esposo intervino mientras desviaba la vista hacia ella, esta denotando enojo; él era el más delicado, la mamá negó riendo con amargura—. Es su cumpleaños, dale otro.
—Ah, no, perfecto —lo miró aún más enojada, se cruzó de brazos mientras se acomodaba en su asiento—. Hay que hacer todo lo que el niño quiere, pues, no, debe esperar a que lleguemos.
Toma, te los compré yo, y si te lo quieres comer todos, házlo —el hombre sujetó una pequeña bolsita de dulces y se la extendió a su hijo, este secó sus lágrimas mientras sonreía y recibía la misma.
La mayor le arrebató la bolsa, negándose a las palabras de su esposo, este desviaba su vista de vez en cuando hacia el camino, pero el llanto de su hijo hizo que quitara completamente la vista del puente, el contrario sujetó la mano de la mujer en medio de gritos.
—¡Papá, mamá! —el grito de Blaze los hizo entrar en razón, el hombre sujetó el volante con firmeza moviéndolo de un lado a otro para esquivar a un camión, pero no tuvo mucho éxito.
El auto dio varias vueltas para luego caer al agua, el niño perdió la conciencia tras recibir fuertes golpes en la cabeza, la madre murió al instante debido a que su cuello se había quebrado. El hombre, luego de varios minutos, recobró la conciencia, se dio cuenta de que estaban bajo el mar, visualizó como pudo a su mujer y su hijo e intentó salir del lugar, pero su pierna estaba atorada.
Miró a su hijo queriéndolo llamar, pero no podía, el agua ya los había cubierto a los tres, no quería que su pequeño muriera de aquella manera, era muy joven para irse, el aire ya le era escaso y no pudo encontrar una salida. Sus ojos comenzaron a cerrarse, lo último que vio fue a su hijo antes de partir.
Desde arriba del puente, en medio de la lluvia y personas preocupadas, se encontraba una hermosa mujer de cabellera blanca observando todo a su paso, a su lado, estaban las almas de los padres de Blaze, estas lloraban, pero los demás no podían escucharlas, sólo ella.
—Deben acompañarme —ambos la miraron con confusión, analizaron su rostro y vestimenta, era realmente radiante y no estaba mojada por la lluvia—. Es momento de cruzar la línea.
—Por favor, no podemos irnos y dejar a nuestro hijo —la mujer se acercó a ella, la cual retrocedió, no podía dejar que la tocaran—. debe salvarlo, sólo tiene 6 años, se lo suplico.
—Deben seguirme —ignoró la petición de la madre, y ella, entre llanto, abrazó a su esposo.
No pudieron hacer nada más que seguir a la misteriosa y bella mujer, los alejó de las personas y les mostró una ruta distinta a la del puente, ahora eran dos. La peliblanca les hizo un ademán para que pudiesen avanzar, estos dudaron un poco, pero terminaron cruzando, la contraria los seguiría, pero el llanto de un niño había captado su atención, desvió su vista hacia la muchedumbre de personas.
Con pasos calmados y tranquilos, se acercó al niño, se veía asustado debido a que no encontraba a sus padres, las personas no podían escucharlo y eso lo aterró mucho más, al estar cerca, él la miró mientras sollozaba.
—¿Puede ayudarme?, n-no encuentro a mis papás— pidió mientras la observaba con los ojos llorosos, estaba empapado y con heridas en todo su cuerpo, así como sus padres.
Ella observaba al niño, su piel estaba pálida y sus labios morados, el color de sus iris eran de un tono verdoso, casi no se distinguían, su cabello húmedo era de un hermoso castaño claro.
El menor sujetó su mano para moverla, le asustaba el hecho de que no le respondiera, la mujer alejó su extremidad rápidamente frunciendo su ceño; ¿podía tocarla?, lo miró de pies a cabeza.
Por primera vez en siglos, no sabía qué hacer con el niño; ¿debía hacer que cruzara, o debía darle una segunda oportunidad?, claramente no era alguien que podía decidir eso, su deber era llevarlos a su descanso, pero esta vez, no se decidía. El niño comenzó a llorar nuevamente cuando escuchó las sirenas en el lugar, un trueno lo hizo temblar, provocando que se aferrara a la mujer, abrazando su pierna con firmeza, y aunque intentó alejarlo, no podía.
O, ¿no quería?
—Tranquilo, volverás a casa —su voz era suave, el olor que desprendía era reconfortante para él, por lo que se calmó un poco.
Caminó con el niño hacia las personas, cerró sus ojos concentrándose en lo que haría, ¿estaba desafiando las leyes? Sí, ¿le estaba importando? No, quería hacer que el niño no estuviese triste, necesitaba verlo feliz. Escuchaba las voces de las personas, pero la voz del infante hizo que sus ojos se abrieran, ella había elevado el auto hacia la superficie, haciendo el trabajo de los rescatistas más fácil, cuando el auto estuvo sobre el puente el niño se acercó al mismo.
—¡Papá, mamá! —gritó al mismo tiempo en que intentaba abrir la puerta, ella lo alejó de allí, conduciéndolo hacia la parte trasera donde se encontraba su pequeño cuerpo—. Oye, ese soy yo.
Ladeó su cabeza mirándose así mismo, no entendía lo que estaba sucediendo, dos hombres sacaron primero al niño, intentaron reanimarlo, pero se había dado cuenta que ya era muy tarde para eso, la peli blanca sujetó los hombros del niño y lo hizo acercarse.
—Si quieres volver a casa, debes volver a tu cuerpo —él le miró aún más confundido, ella acarició su cabellera—. Cierra los ojos y cuenta hasta cinco.
—Uno… —hizo caso a su mayor, anhelaba volver a casa y abrazar a sus padres, quería comer dulces con sus abuelos y primos, quería celebrar su cumpleaños con su familia—. Cinco.
Un gran trueno se escuchó en el cielo, este estaba acompañado con un rayo que iluminó a todos, la mujer bajó su vista, notando que el alma del niño había regresado a su cuerpo, este comenzó a toser y de inmediato fueron a auxiliarlo, subiéndolo a una camilla y comenzando a darle oxígeno, la mujer presenció como lo subían a una ambulancia y se lo llevaban al hospital.
Ya no había tiempo para arrepentimientos y, aunque nunca lo hacía, dio un vistazo hacia el lugar para así, cruzar aquella famosa Línea que dividía el mundo humano del más allá. ¿Se iba a ganar un regaño? Era probable, nunca antes lo había hecho. ¿Qué había cambiado? No había sido la primera vez que llevaba el alma de un infante al otro lado, pero él la había hecho dudar, esperaba que aquello hubiese valido la pena o realmente se iba a arrepentir.
Seattle, Washington, Actualidad.El despertador había hecho su trabajo, el hombre se removió entre las sedosas sábanas mientras se estiraba un poco, sujetó su celular y con sus ojos semiabiertos apagó la alarma y bostezó, sentándose. Se alborotó el cabello e impulsó su cuerpo para levantarse y dirigirse al baño, con la intención de darse una ducha refrescante, amaba el agua fría.—¿Señor Blaze? —el recién nombrado asomó su cabeza por la puerta al escuchar la voz de su asistente y ver a esta misma abrir.—¿Qué sucede? —sujetó una toalla para ponérsela en la cintura y salir del baño, mirándole.La mujer lo miró de pies a cabeza, pasando saliva; le gustaba su figura, él siempre asistía al gimnasio para ponerse en forma, cuidaba mucho su apariencia. La mirada se le desvió hacia su pecho, el cual tenía una pequeña mancha, parecía una marca de nacimiento. Blaze chasqueo sus dedos mientras la analizaba con una ceja derecha levantada, suspiró, escuchándola pedir disculpas mientras carraspeaba
—Estás muy raro hoy, amigo —desvió su mirada hacia el contrario, quien detallaba las luces del lugar, estas volvieron a parpadear. Frunció su ceño—. Creo que debes mandar a arreglar las luces también.—Ve a tu oficina, Blaze —desvío su vista nuevamente hacia la mujer que estaba dentro del elevador, este había abierto sus puertas, Marshall fue el primero en entrar, nuevamente parecía no notar la presencia de aquella hermosa peliblanca.—¿Vienes o no? —su tono era de cansancio, estaba comenzando a molestarle aquella actitud suya, él no era así.Iba a hablar, pero la voz de Becca lo hizo callar, esta venía corriendo hacia su dirección, su amigo sostuvo las puertas mientras gruñía bajo, se estaba irritando, Blaze no volvió a ver a la mujer.—¿Qué sucede, Becca? —la miró pellizcando el puente de su nariz, tenía sus mejillas enrojecidas.—Tiene una llamada importante en su oficina, señor —tomó una bocanada de aire, lo miró agitando un poco las carpetas hacia su dirección.—Marshall, espéram
La noche para él le resultaba muy tediosa, sentía que era la noche más larga, odiaba sentirse así, pero, ¿qué podía hacer? Blaze se paseó por el lugar mirando a las personas hablar entre ellos, no iba a ver a su amigo metido en una caja, así que prefirió guardar cierta distancia. Se acercó hasta el minibar y se sirvió una copa de vino tinto, se alejó de todos y salió al patio trasero, miró la luna, estaba muy brillante, dio un sorbo a su bebida mientras mantenía su cabeza en blanco, bajó su mirada hacia su mano derecha, mirando la venda en sus nudillos.—Creí que te habías ido —Becca se acercó al él despacio también con una copa en la mano, era vino blanco, su favorito.Él la miró por el rabillo del ojo, negando suave, dando un trago algo largo sin acabar el líquido, relamió sus labios y miró la luna nuevamente, ella imitó su acción.—Me sentiría una basura si me voy antes —respondió tiempo después, se tomaba su tiempo para ello.Blaze estaba vestido totalmente de negro, pero no lleva
>—¿Blaze, estás bien? —Becca, con preocupación, se sentó en la cama dejando la bandeja de comida a un lado, sujetó un pañuelo para limpiar la sangre que había brotado de su nariz, este miró todo con cautela.—Tra