142. DESENLACE.

La aparición de dos figuras en la entrada de la sala atrajo la atención de todos. Eran el señor Andrés y su hija Trinidad, que habían insistido en estar allí para apoyar a su marido en este momento tan difícil. Su padre, aunque reacio al principio, había cedido finalmente a sus ruegos.

Avanzaron lentamente hacia donde estaban Máximo y Hugo, sus pasos resonando en el silencio de la sala. Al llegar a su lado, Trinidad tocó suavemente el hombro de Máximo. El anciano comprendió al instante y, con una sonrisa triste, le cedió su lugar junto a Hugo.

Hugo se volvió hacia su esposa, sorprendido de verla allí. Pero, lejos de calmarse, las lágrimas volvieron a brotar con más fuerza. Cayó de rodillas frente a Trinidad, su cuerpo temblando por el esfuerzo de contener sus sollozos.

—Perdón Trini, perdón por haberte encontrado conmigo. Por mi culpa has pasado tanto, perdón… —su voz se quebró, ahogada por las lágrimas.

Trinidad intentó ayudarlo a levantarse, pero su avanzado estado de embarazo le im
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