En una de las celdas mejor conservadas, Máximo encontró a Humberto y Maritza. Dos camas habían sido traídas apresuradamente para ellos, y ambos estaban sentados, mirándolo con una mezcla de odio y desdén.—¿A qué has venido con tu perro guardián? —preguntó con odio Humberto Humberto, con su orgullo herido, no podía ocultar el desprecio en su mirada. Había sido detenido, humillado y encerrado por aquellos a quienes consideraba inferiores. A su lado, Maritza también lo miraba con furia. Sus ojos estaban hinchados y rojos, no de tristeza ni de arrepentimiento, sino de rabia. Ambos habían soñado con gobernar la humanidad, con tener el control y el poder absoluto. Pero ahora, sus sueños se habían desmoronado y estaban encerrados en una mazmorra húmeda y oscura. La rabia y el resentimiento eran palpables en la celda. Pero Máximo no se inmutó. Sabía que había hecho lo correcto al detenerlos, a pesar del vínculo familiar. No podía permitir que sus ambiciones desmedidas pusieran en peligro
El rostro de Alejandro se endureció al escuchar las palabras de Esteban. La 'Exterminación Necesaria'... eso sonaba a algo mucho más grande y peligroso de lo que habían anticipado inicialmente.—¿Misiles? —preguntó Alejandro, su voz apenas un susurro—. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo, Esteban? Esteban asintió, su rostro pálido en la oscuridad. Nunca imaginó que en verdad su padre fuera capaz de cometer un genocidio.—Sí, los vi con mis propios ojos. No sé qué planean hacer con ellos, pero no puede ser nada bueno. Alejandro se volvió hacia el otro detective, su expresión seria. Ambos intercambiaron miradas de preocupación.—Necesitamos llamar a la central y actualizarles sobre esta nueva información. Esto ya no es solo un caso de robo y lavado de dinero. Estamos hablando de un posible acto de terrorismo. El otro detective asintió, sacando su propio teléfono para llamar a la central. Alejandro volvió su atención a Esteban. —Esteban, necesito que me digas todo lo que sabes so
Hugo, Viviana, Valeria y la señora Asunción los siguieron de cerca, cubriéndose la cabeza con los brazos para protegerse de los escombros que caían. Se introdujeron todos apretujados en el pequeño elevador que daba acceso al estudio de Isabel. Una vez que todos estuvieron en el sótano, Andrés cerró la puerta de golpe justo cuando otro estallido sacudió la casa sumiéndola en la oscuridad. El sótano estaba oscuro y silencioso, solo interrumpido por el sonido de sus respiraciones agitadas y el lejano eco de las explosiones. Hugo abrazó a Trinidad, susurrándole palabras tranquilizadoras mientras Viviana se apretaba contra Andrés, su rostro enterrado en su pecho.—Vamos a estar bien —murmuró Andrés, aunque no estaba seguro de si él mismo creía en sus palabras. —¿Val? ¿Dónde está Val? Val hija, háblame.La voz de Andrés resonó en el sótano, llena de preocupación. Hubo un silencio, luego una voz temblorosa respondió desde una esquina oscura.—Estoy aquí, papá —respondió Valeria, su voz ape
El médico asintió, y luego se volvió hacia Valeria. Sus manos se movían con precisión y rapidez, haciendo todo lo posible para estabilizarla antes de que llegaran al hospital. Mientras tanto, la ambulancia rugía por las calles, la sirena cortando la noche silenciosa. A pesar de la tensión y el miedo, Landon se mantuvo firme. No iba a dejar que Valeria luchara sola. No importaba lo que costara, estaba dispuesto a hacer todo lo posible para salvar a la mujer que amaba. Y mientras la ambulancia se acercaba al hospital, Landon apretó la mano de Valeria y prometió una vez más que no la dejaría ir. La ciudad estaba sumida en el caos. Las explosiones habían dejado un rastro de destrucción y confusión, y las autoridades estaban luchando por mantener el orden. La organización criminal había logrado atraer la atención de la seguridad nacional, y ahora todos estaban en alerta máxima. Las sirenas de la ambulancia se mezclaban con las de los coches de policía y los camiones de bomberos, creand
El Mayor suspiró. Sabía que Landon tenía todo el derecho de sentirse traicionado por él. Pero había sido presionado para que no lo ayudara, sus manos fueron muy bien atadas en aquel entonces por sus superiores.—Porque a pesar de todo, sé que eres el mejor en lo que haces. Y porque esto es más grande que tú y yo, Landon. Es sobre justicia, y sé que eso es algo que aún te importa. Landon se quedó en silencio por un momento, pensando en sus palabras. Miró a Hugo, todavía abrazado por Rosa y Federico, su rostro marcado por el dolor y la preocupación. Pensó en Trinidad y Valeria, luchando por sus vidas en la sala de emergencias. Y a pesar de su resentimiento hacia el Mayor Elieser, sabía que no podía darle la espalda a una oportunidad de hacer justicia.—Está bien —dijo finalmente. —Pero exijo que mi nombre sea limpiado hoy mismo —afirmó Landon, su voz cargada de determinación—. Quiero ver en todas las noticias que he sido exonerado de todos los cargos. Usted, mejor que nadie, sabe que
Lisandro Smith. El nombre resonó en su cabeza como un grito silencioso. ¿Cómo había salido de prisión? Esa pregunta se repetía en la mente de Landon y Alejandro mientras daban las señales para rodearlo. Una rápida consulta a la central les proporcionó la respuesta. Había habido explosiones en la cárcel y muchos criminales habían escapado. Un golpe de mala suerte, o quizás un plan cuidadosamente orquestado. No importaba en ese momento. Lo que importaba era que Lisandro Smith estaba frente a ellos, libre y peligroso. Y Landon no iba a permitir que se escapara de nuevo. No después de todo el daño que había causado. Con una mirada de determinación, Landon dio una última mirada a su teléfono, a los mensajes de actualización sobre Valeria, antes de guardarlo y centrar toda su atención en el hombre frente a él. Lisandro Smith no iba a escapar esta vez. Landon se aseguraría de ello.Estaban a punto de avanzar cuando vieron cómo se unían otros criminales a Lisandro Smith. Entre ellos estab
En el hospital, Hugo estaba sentado junto a la cama de su esposa Trinidad, sosteniendo su mano mientras esperaban la llegada de sus gemelos. A pesar de la alegría que este momento debería traer, la preocupación se reflejaba en los ojos de Hugo. El intento de secuestro había dejado una sombra sobre ellos, y ahora la llamada de Landon solo había aumentado su inquietud. Landon había revelado que la Orden de los Iluminados, un grupo que hasta ahora habían considerado como una simple amenaza marginal, era en realidad un enemigo formidable. Trinidad estaba en el centro de su mira y la urgencia en la voz de Landon era un aviso claro de que el peligro estaba más cerca que nunca.—Hugo, ¿estás bien? —preguntó Trinidad, apretando su mano con fuerza mientras una nueva ola de contracciones comenzaba.Hugo le sonrió a su esposa, intentando transmitirle tranquilidad a pesar de sus propios temores.—Estoy bien, cariño —respondió—. Solo estoy preocupado por ti y por los bebés. Trinidad asintió, aun
El doctor parecía a punto de discutir, pero Hugo intervino, su mirada fija en el médico. Tenía la sensación de que lo conocía, pero la máscara que llevaba el mismo, y la manera esquiva en que evitaba mirarlo, le impedía que su mente le dijera de dónde. —Has escuchado a mi esposa —dijo con firmeza—. No permitiremos que nadie más realice la operación. Si su doctora no puede venir, encontraremos a alguien más. El doctor abrió la boca para protestar, pero la mirada desafiante de Hugo le hizo detenerse. Después de un momento de tensión, asintió y salió de la habitación, dejando a Hugo y Trinidad solos una vez más. Hugo se volvió hacia Trinidad, apretando su mano con suavidad.—Todo va a estar bien, Trini —le aseguró, aunque no podía ocultar completamente la preocupación en su voz—. Encontraremos a tu doctora. Trinidad asintió, apretando la mano de Hugo con fuerza mientras un pequeño temor se hizo grande. A pesar del miedo y el dolor, se sentía reconfortada por la presencia de Hugo y su