Jim salió de la ducha al tibio silencio del ocaso, disfrutando las gotas frescas que caían de su cabello sobre su pecho y su espalda, y que no precisaba apresurarse a vestirse para no morirse de pulmonía. Se sentía como nuevo tras una buena comida, sexo de calidad y una siesta de un par de horas.
Silvia se había levantado mientras él estaba en el baño. Jim se dirigió escaleras abajo, adivinando dónde la hallaría. Y allí estaba, en el deck, el lugar que más le había llamado la atención tan pronto llegaran a su casa. No por la piscina, ni las cómodas reposeras, ni el barcito techado con paja, sino por la vista.
Estaba en el extremo más alejado a la casa, los brazos cruzados sobre la baranda, de cara al sol que se hundía en el océano Pacífico, un cigarrillo entre sus dedos y el cabello suelto flotando en la brisa marina, que se llevaba los rastros de nieve en las montañas.
Jim no se apresuró a salir. Se tomó un momento para contemplarla así y tomarle una foto de
El teléfono de Jim sonó a las nueve, media hora antes que la alarma. Silvia dormía contra su espalda, y Jim intentaba girarse sin despertarla cuando la mano de ella se deslizó bajo su brazo con el teléfono. —Gracias —murmuró él, y atendió con un gruñido malhumorado—. Vete al infierno, Deb. Ya sé que debo recogerte a las once. No vuelvas a llamar. —¿Sesión de fotos hoy? —preguntó Silvia adormilada cuando Jim cortó y arrojó el teléfono a la mesa de noche. Él tironeó de su mano para que le rodeara la cintura. —Sí, y si conozco a Steve, llevará todo el día. ¿Quieres venir? —Me encantaría. —Tal vez deberías insistir un poco para que te lleve conmigo. Jim empujó la mano de Silvia hacia abajo, sobresaltándose cuando ella la hizo resbalar en torno a su cadera para sujetarle el trasero. —Lo siento, es lo que tengo más cerca —rió Silvia contra su hombro. —Tendrás que esmerarte si pretendes conocer esa parte de mí, mujer.
Deborah recibió un email tan pronto entraron en la ciudad.—Inauguran una disco esta noche —leyó en voz alta—. ¿Les gustaría ir?—Por qué no —asintió Sean—. ¿Escuchaste, bastardo?No obtuvo respuesta. Deborah se volvió hacia el asiento posterior y halló a Jim profundamente dormido, la cabeza en el regazo de Silvia, que dormía abrazándolo. Sean lanzó un puñetazo hacia atrás, a las piernas de su hermano.—¡Jimbo!—Que te den —gruñó Jim sin abrir los ojos.—Esta noche vamos a la inauguración de una disco.—Sí, sí.De regreso en lo de Jim, Silvia palideció al conocer sus planes, y que quería llevarla con él, lo cual significaba mostrarse juntos en público. Tuvo que resistir la tentación de alegar
La acera estaba iluminada como si fuera pleno día, atestada de gente, fotógrafos y matones a cargo de la seguridad. La línea de gente que aguardaba para entrar a la disco daba vuelta la esquina. La disco tenía un estacionamiento a un costado, frente a una entrada secundaria, pero nadie quería usarlos y pasar desapercibido, de modo que media docena de muchachos aguardaban junto a la calle, para llevarse y aparcar los vehículos de los famosos que no tenían chofer. Jim frenó detrás de un Mercedes en la línea a la entrada. Silvia notó que los matones no dejaban entrar a la gente que esperaba en la acera. De momento sólo las celebridades eran admitidas en la disco, en un desfile improvisado para deleite del público y de los paparazzi. —Espera a que te abra la puerta —oyó que le decía Jim—. Y luego son sólo cinco pasos hasta la entrada. Silvia asintió viendo cómo se alborotaba la gente al ver al rapero que bajaba del Mercedes. El músico se floreó sin prisa bajo los
No planeaban quedarse hasta tarde, pero no podían irse mientras los invitados famosos aún seguían llegando. Privado de su habitual cómplice, Liam se halló solo para lidiar con tantas chicas lindas. Sean y Walt hablaban de autos como si discutieran un plan para dominar el mundo, y Jim conversaba con un par de actores y deportistas que Silvia jamás había oído nombrar, de modo que ella, Jo y Tom decidieron ir a bailar un poco.Jim le sujetó la mano cuando pasó a su lado, deteniéndola.—¿Ya me abandonas, mujer? —le preguntó al oído.—Ya quisieras. Estaremos en la pista.—Iré en un momento.Jim se quedó mirándola alejarse hacia la pista de baile, y tomó nota mental de cada cara que la observaba con ojos venenosos antes de volverse hacia él llenos de reproches. Pocos minutos después se disculpó con sus conocidos para ir al baño, con intenciones de procurarse luego más champagne e ir a reunirse con Silvia.Era ese momento de la noche en que todo el mundo ya había pasado por el baño a cerciora
Temiendo que el ama de llaves la metiera en una bolsa de basura y la sacara a la acera, Silvia se refugió en el deck para mantenerse fuera de su camino. Era su quinto día en Los Ángeles, y la primera vez que insistía en quedarse en la casa mientras Jim “iba a trabajar”, como él decía.Tan cerca del lanzamiento del cuarto sencillo de su último álbum, luego de tantos meses lejos de las luminarias, Deborah no les daba tregua, y Silvia sabía que Jim quería que lo acompañara tanto como pudiera. Había ido con él a verlo grabar dos programas de televisión, una entrevista radial con un breve set acústico, tres reportajes con medios gráficos y online. Salían a cenar todas las noches, en general con Sean y Jo, y Tom y Liam se les unían eventualmente. Luego iban por un trago a un bar o una disco, aunque nunca volvieron a quedarse hasta tan tarde como
Jim se comportó bien toda la semana, permitiendo que Deborah lo tuviera de aquí para allá a su capricho hasta el sábado. —Mañana me tomaré el día —declaró luego de la reunión con el fanclub—. Y el lunes retomaremos los ensayos. Deborah no protestó. Sabía que podía considerarse afortunada por haber podido cumplir con tantos compromisos pendientes en los últimos días. Se limitó a recordarle el stream que tenían agendado para el miércoles y la gala de beneficencia el jueves por la noche. Jim y Silvia pasaron el domingo en casa con los teléfonos apagados, y ella siempre recordaría ese día como un momento tan sorprendente como natural, que le mostró una vez más cuánto espacio le daba Jim para ser ella misma. —Creo que es la primera vez que estamos juntos sin un reloj corriéndonos —comentó al mediodía. Estaba sentada en la mesada de la cocina, vistiendo su ligero vestido playero. Jim estaba de pie junto a ella, en traje de baño y descalzo como ella,
Sean se dirigió a Santa Mónica en el tibio mediodía otoñal, de ánimos para tocar sin interrupción hasta la hora de la cena. No podía evitar preguntarse si Jim sería capaz de concentrarse en la música, sabiendo que Silvia lo esperaba. No era la línea de pensamiento que hubiera elegido, pero era mejor que especular cuántas canciones cursis Habría compuesto Jim tras tres semanas de luna de miel.Vio el auto de Tom estacionado frente a la casa de su hermano y halló al bajista muy cómodo en el porche, fumando un armado y jugando en su teléfono.—Jim está en casa —se anticipó Tom al ver la expresión tormentosa de Sean—. Ya debe estar arriba. Lo escuché tocar.Eso explicaría que Jim no hubiera oído el timbre. Sean abrió con sus llaves de emergencia. Apenas entraban cuando el sonido claro, limpio de l
Liam y Walt se sumaron al ensayo el martes, y la banda pasó seis horas encerrada en el tercer piso. Cuando dieron por terminada la jornada y bajaron, descubrieron que Silvia le había escrito a Jo para que se les sumara, y ya había pedido comida para todos. Cansados de ensayar, los músicos no tardaron en despedirse.Jim no insistió cuando Silvia aseguró que no precisaba ayuda para limpiar la cocina. Le hubiera gustado ir a recostarse en el sofá de la sala o en una reposera del deck, pero permaneció sentado a la isla para hacerle compañía, teléfono en mano.—Hoy confirmé mi vuelo de regreso —dijo Silvia de pronto, como al descuido.—¿Ya? ¿Cuál es la prisa? —preguntó Jim, riendo por lo bajo de un tweet de una fan polaca.—Me voy el viernes, Jim.Alzó la vista sorprendido. Silvia llenaba una bolsa de basur