Capítulo 8
Durante tres días consecutivos, seguí el menú que Miguel había dejado en el refrigerador, sacando las comidas que había preparado con anticipación para el desayuno, almuerzo y cena. Todo me sabía insípido.

Echaba mucho de menos a Miguel, pero no sabía dónde había ido.

En mi teléfono no había ninguna llamada perdida de él. En cambio, había una página entera de llamadas que yo había rechazado, de un número familiar que antes podía recitar de memoria.

Decidí salir a buscarlo, incluso pensé en ir a la comisaría para denunciar su desaparición, pero si la policía ni siquiera había encontrado a mis secuestradores, ¿cómo podía confiar en ellos?

Salí desorientada y, cuando llegué a la esquina de la calle, alguien me metió a la fuerza en un auto. Cuando volví a despertar, estaba en mi cama.

Mejor dicho, en mi habitación de la mansión Martínez.

La habitación estaba en penumbra. La luz de la luna entraba por la ventana, revelando una silueta sentada en la oscuridad, observándome.

—¡Ah! —me asusté
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