El mismo díaSídneyAmberDicen que la venganza nos envenena el alma, que no obtenemos nada bueno, solo más vacío. Pero eso lo dicen los que nunca han probado el sabor del agravio. Yo diría que no siempre podemos poner la otra mejilla. A veces la mejilla ya está rota, sangra, tiembla. Y no hay forma de volver a ofrecerla. No podemos olvidar el daño como si nunca hubiera sucedido. No somos santos, ni mártires. Somos personas que sangran, que respiran con dificultad cuando el dolor aprieta el pecho.No necesitamos tiempo para perdonar. Esa es otra mentira que nos venden: “dale tiempo”, como si el tiempo tuviera el poder de borrar cicatrices o silenciar la verdad. No se trata de cerrar la herida, se trata de mirarla de frente. De saber quién la causó y por qué. Porque lo que realmente anhelamos no es olvido, ni resignación. Es justicia.Sí, justicia. Esa palabra que parece limpia, pero es tan sucia como los que la manipulan. Hablo de una justicia que no se firma en un juzgado, ni se vist
Dos días despuésSídneyIanRiesgos, reglas, moral, miedo, incertidumbre… todo ese combo asfixiante que nos mete en la cabeza la idea de que hay un camino correcto, un orden para conseguir justicia. Como si el sistema no estuviera roto desde el inicio. Como si jugar limpio alguna vez hubiera sido suficiente. Pero no lo es. Nunca lo fue.Basta con abrir los ojos, tocar fondo, o que alguien nos empuje al límite para entender que los milagros no existen, que esperar un acto divino solo nos mantiene inmóviles. Es en ese punto, en el borde del colapso, donde uno entiende que la única salida es cambiar las reglas del juego.Pero hay algo que todos aceptan: ningún esfuerzo a medias sirve. No se trata de intentarlo, se trata de decidir hasta dónde estás dispuesto a llegar. Porque en esta guerra no hay espacio para los tibios. Para ganar a tu enemigo no hay reglas, no hay moral, no hay línea roja. Solo objetivos. Y si para alcanzarlos hay que ensuciarse las manos, si hay que mentir, traicionar
Al día siguienteSídneyAmberTrampa, anzuelo, carnada… no importa cómo lo llames, el fin es siempre el mismo: atrapar a tu presa. Pero para eso, primero debes estudiarla, diseccionarla en silencio. Conocer sus debilidades, sus gustos, sus aficiones más banales. Ese pequeño hilo invisible del que tirar sin que lo note. La clave está ahí: hacerlo irresistible.Y si eso implica pararte justo al borde del abismo, coquetear con el riesgo, vender una mentira tan pulida que hasta tú por momentos te la creas… entonces lo haces. Sin pestañear. Porque esto no es un impulso, se requiere de cálculo. De cada palabra dicha con el tono perfecto. De cada mirada que no delate el asco. De cada caricia que no tiemble, aunque por dentro te estés deshaciendo.Una trampa bien puesta es un acto quirúrgico. Sin adornos. Sin excesos. Porque si exageras, pierdes. Y aquí no hay margen para errores. O lo entierras para siempre… o te arrastra con él.No había mejor trampa que una despedida de soltero para que ca
El mismo díaSídneyIanSupongo que cuando estás tan cerca de algo que parecía imposible, cuesta creerlo. Te vuelves escéptico. Sientes que, en cualquier momento, todo puede desmoronarse, que un solo error puede arruinarlo todo. Porque cuando te acostumbras a que todo salga mal, a vivir con el cuerpo tenso y el alma en alerta, ya no sabes cómo reaccionar cuando, por una vez, las cosas empiezan a salir bien. No quieres ilusionarte. No quieres bajar la guardia. Sientes que, si lo haces, todo se va a perder. Que tu pequeño castillo de naipes puede derrumbarse con una brisa, y que, si eso pasa, el dolor será tan brutal que no habrá manera de detenerlo. Porque esas heridas que apenas empiezan a cicatrizar pueden volverse más profundas, más permanentes.Pero entendí algo. No todo en la vida es miseria. No todo está condenado al fracaso. A veces, aunque no lo creas, te toca ganar. Te toca ver justicia. Te toca tener el control. Y eso no es suerte… es el resultado de resistir, de hacer lo que
Tres semanas despuésSídneyAmberArrinconar a tu enemigo tiene sus ventajas, pero también es un riesgo. Nadie sabe cómo reacciona un hombre acorralado con la verdad desnuda frente a sus ojos. Algunos se vuelven bestias heridas, sacando garras y colmillos en un intento desesperado de defenderse. Otros atacan con una violencia ciega, sin importar a quién arrastren en su caída. Y luego están los que parecen rendirse… en apariencia. Silenciosos, agachando la cabeza, mientras su mente ya trama la próxima traición.La realidad es más cruda de lo que enseñan los libros: lograr la rendición en paz es una ilusión. La mayoría, cuando se ve expuesta, no se entrega. Se retuerce, muerde, sangra si hace falta. Porque su esencia —ruin, corrupta, venenosa— no sabe morir en silencio. Solo sabe causar daño hasta el último suspiro. Y es ahí donde entiendes que la verdadera victoria no es verlos caer… Sino ser capaz de seguir adelante, dejando su miseria atrás.Joseph era una combinación peligrosa de es
ActualidadSídney, AustraliaIanA pesar de resistirnos, hay amores que se quedan anclados en el alma como barcos varados en una orilla olvidada. Quizás porque nunca hubo un adiós real, solo un eco lejano de lo que pudo ser. Tal vez porque la herida sigue abierta, ardiendo con un dolor amargo con el que aprendimos a sobrevivir. O simplemente porque nos cuesta soltar, como quien aferra un puñado de arena, aunque se deslice entre los dedos. Nos aferramos a los recuerdos como si fueran un salvavidas en medio de un océano de soledad, con la absurda esperanza de que el pasado regrese y nos rescate.Pero no es masoquismo. Tampoco es nostalgia romántica. Es algo más profundo, más cruel. Es el silencio que nos ahoga en lo que nunca fue, es el peso de la cobardía, es el miedo a olvidar. Su voz sigue taladrando mi mente, su risa aún resuena en mis noches, y su mirada dulce aparece en los sueños donde desearía quedarme atrapado para no enfrentar la realidad que me devora por dentro. Y su aroma…
El mismo díaSídneyAmberSupongo que todos, en algún momento, hemos vivido una decepción amorosa. Pero lo verdaderamente desgarrador no es solo perder a alguien, sino la traición del destino cuando te atreves a creer que tu felicidad será eterna. Cuando sientes que nada ni nadie podrá apagar ese amor que parecía invencible… hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, todo se derrumba como un castillo de naipes. Es como si el universo te gritara que no tienes derecho a amar.Primero llega la incredulidad, ese instante en que te niegas a aceptar la realidad porque duele demasiado. Luego, la rabia te consume, quema como fuego en las entrañas, convirtiendo cada recuerdo en una daga. La impotencia se instala en el pecho, asfixiante, insoportable. Y después… la resignación. Pero esa última etapa casi nunca nos alcanza por completo. Nos aferramos al pasado, repasando una y otra vez dónde fallamos, en qué momento todo se fue al carajo, por qué no vimos las señales a tiempo. Nos torturamos con p
La misma nocheSídneyIanNada te prepara para enfrentar tus errores. Puedes haber imaginado el peor escenario, ensayado cada palabra como un actor antes de subir al escenario, repetirte que nada te afectará, que serás indiferente, maduro, fuerte. Pero la realidad es un golpe seco, un puñetazo directo al estómago cuando las heridas siguen abiertas y el dolor, en lugar de menguar, te grita en la cara: idiota. Porque lo eres al pensar que puedes controlar lo que sientes, al creer que puedes mirarla y no quebrarte.Pero te das cuenta de que aún duele. Que su ausencia sigue siendo un eco en tu pecho. Que la herida nunca cerró, solo aprendiste a ignorarla. Que una sola mirada suya es suficiente para desgarrarte desde adentro. Y entonces, el mundo se reduce a una pregunta que te quema la lengua: ¿por qué? ¿Por qué la dejaste ir? ¿Por qué nunca fuiste sincero? ¿Por qué sigue clavándose en tu piel como si nunca se hubiera ido?Y aunque no quieras admitirlo, aunque la rabia te obligue a fingir