Alexa con sus pequeños dedos desgarraba el papel de regalo abriendo los obsequios que sus abuelos y tías le habían llevado. —¡Es preciosa! —susurró Alba a Santiago. —Se parece mucho a ti —comentó él. Alba liberó un suspiro y contempló a la niña, mientras Alma y Aurora le ayudaban con los presentes. —¿En dónde están Lola y Emma? —cuestionó Alba a su hijo. Alex resopló, bebió un poco de agua, y de inmediato procedió a contarles lo ocurrido con la hija de su novia. —Es un golpe bajo —refirió Santiago y centró su mirada en Alex—, hay que tener cuidado con ese hombre —enfatizó. Alejandro suspiró profundo, asintió. —Lo sé —expuso—, lo tengo vigilado, pero por ahora no ha hecho nada indebido, imagino que sospecha. —Es un hombre muy astuto —dijo Alba—, está presionando a Lola, utilizando a la niña —bufó y negó con la cabeza, entonces observó con ternura a su nieta—, y no dudo que Jacqueline haga lo mismo.Alex resopló y apretó sus puños. —Voy a pelear la custodia de Alexa —expuso co
Lola se hallaba envuelta en un albornoz de Alex, claro que el largo le quedaba grande, pero no le importaba. Alexandra se hallaba sentada en un taburete intentando batir los huevos como se lo había pedido María Dolores. Desde el móvil de Lolita se escuchaba: «Eres by Myriam Hernández»—Eres, mi talla perfecta. Eres la luz de mis sueños. Eres mi mundo pequeño. Eres todo para mí —canturreaba Lolita mientras se aproximaba a Alexa y finalizaba de mezclar los huevos con la harina para preparar los pancakes. —Huele delicioso —dijo la niña inhalando el aroma de la esencia de vainilla. María Dolores le brindó una sonrisa y le acarició la cabeza. —Y van a quedar exquisitos —aseveró, y se llevó la masa al sartén. —Eres como el horizonte. Eres como la nostalgia. Eres mi melancolía. Eres todo para mí —prosiguió cantando María Dolores y mientras retiraba de la sartén los primeros pancakes, liberó un largo suspiro, y pensó en Emma en lo mucho que disfrutaba de su comida. Entre tanto Alexa sac
—No te la vas a llevar —bramó Alex enfurecido Jacqueline—, ya sé todo lo que le haces a mi hija, y no voy a permitir que le hagas daño. Jacqueline asestó una bofetada en el rostro de Alejandro. —Esas son mis reglas y las debes respetar —informó con el rostro enrojecido. Lola al mirar aquella discusión de inmediato se aproximó a la pareja. Alex sobaba su rostro y miraba con resentimiento a la madre de su hija. —No te vas a salir con la tuya —advirtió Alejandro—, la niña está en tratamiento. Jacqueline bufó, miró con desdén a Lola. —Jamás voy a permitir que mi niña esté a cargo de esta mujerzuela —bramó. Alex enfureció, su mirada se volvió oscura, tomó de los brazos a Jacqueline. —A María Dolores no la ofendes —bramó—, aquí solo existe una mujerzuela, y esa eres tú —enfatizó, y la soltó con fuerza. La mujer trastabilló un poco y logró sostenerse de un muro, observó a la pareja con profundo resentimiento. «Se van a arrepentir» sentenció en la mente. Entre tanto Lola y
Alejandro resopló, se llevó las manos al cabello, y se dirigió hasta la dirección que le dio su ex amigo, instantes después frunció el ceño al darse cuenta de que lo esperaba en una delegación de policía. Bajo del auto extrañado, y se aproximó a Andrew. —¿Qué pretendes? —indagó. —Demostrarte que soy tu amigo, y que te han estado engañando —contestó el pelinegro. Alex plantó sus ojos en aquel hombre, y de inmediato ingresaron al despacho de un agente. —Señor Vidal, buenas noches, soy el agente Robinson, su amigo me contactó para dar con los culpables de su intento de secuestro —expuso. Alejandro resopló, y elevó una de sus cejas. —¿Y qué descubrió? —indagó. —Es mejor que te sientes —sugirió Andrew. Alex negó con la cabeza, cruzó sus brazos, irguió su barbilla, y miró al agente. —Capturamos a dos de los hombres que participaron en ese acto, aquella noche —comunicó Robinson—, ambos declararon en contra de una mujer. —¿Qué mujer? —cuestionó Alejandro exasperado—, por
Caranavi - Bolivia. —¡NO QUIERO COMER! —gritó Emma enfurecida, los ojos de la pequeña estaban cristalinos, estaba cansada de ver a su madre como un guiñapo, solo dormida, y las pocas veces que estaba consciente no le permitían hablar con ella. —Es mejor que obedezcas —gruñó Lourdes la enfermera que había contratado Ricardo para mantener sedada a Lola, y cuidar a la niña—. O le avisaré a tu padre que no haces caso —advirtió. La pequeña de mala gana empezó a servirse los alimentos, y de pronto María Dolores apareció, mareada, ojerosa, pálida. —Señora Lolita, qué bueno que despertó —dijo la mujer—, tome asiento, y desayune, que le hace falta alimentarse para que tome sus medicinas. Lola asintió, se sentó junto a Emma, y mientras la enfermera se dirigió a la cocina, Lolita se aproximó a la pequeña. —Necesito tu ayuda —susurró al oído—, ya no quiero tomar las medicinas, debes ir a botarlas lo más lejos —solicitó. La niña asintió, entonces la enfermera sirvió los alimentos, Lola
Caranavi- Bolivia. En esa carretera inhóspita, y en medio de la penumbra regresaron a la finca en donde minutos antes residían, todos. Lourdes curó el roce de la bala que tenía el agente López en el brazo. Lola abrazó a Emma, la niña se durmió en sus brazos sin aún comprender con exactitud lo que había ocurrido con su padre. En horas del amanecer el canto de las aves alertó a los habitantes de la casa. —Es hora de irnos —avisó López a Lola y Emma. María Dolores asintió, no recogió más de lo que había empacado días antes decidida a escapar, sabía que no podía andar en tierras desconocidas con demasiado equipaje y una niña pequeña. —¿Quién te contrató? —cuestionó con seriedad acercándose a Lourdes. —El señor Ricardo —informó ella con seguridad—, yo no sé de quién recibía órdenes, siempre que hablaba por el móvil, y yo me acercaba, hacía silencio, mencionó alguna vez el nombre de una mujer, pero no recuerdo más. Lola apretó sus puños con impotencia. —Señora Lolita la voy
—¿No hay una posibilidad de que estén vivas? —cuestionó Alba, mientras Santiago ayudaba a Rose a tomar asiento. Antonio bebió un poco de agua de un vaso. —La profundidad del abismo es muy hondo, los rescatistas no descienden tanto —informó—. Es una carretera de tierra, sin barandales, la llaman la ruta de la muerte —explicó. Rose cubrió el rostro con ambas manos al escucharlo. —¡No es justo! —bramó—. Lola y Emma no merecían morir de esa forma, y menos no tener una tumba digna —gruñó y se limpió las lágrimas—. Dígame a quién tengo que contratar para que busquen los cuerpos —cuestionó a Antonio. El agente negó con la cabeza. —Hay grupos en la policía de operaciones especiales, señora —explicó y la miró a los ojos—, pero ellos ya rastrearon hasta donde pudieron, los fierros retorcidos del auto cayeron al fondo. —¡No me resigno! —enfatizó—, haré lo que sea por recuperar el cuerpo de las dos. Buenas tardes —expresó y se marchó. —¿Existe manera de rescatar los cuerpos? —inqui
—¿Cómo me reconociste? —averiguó Aurora, reflejándose en los iris verdes de la pequeña. —Por las mechas azules de tu cabello —contestó la niña sonriendo. —¿Vienes con Alex? El corazón de Lola tembló al escuchar a su hija preguntando por el hombre que ahora la acusaba de secuestradora, la garganta se le secó, y un nudo se le formó en el estómago. Aurora dejó de sonreír, su mirada perdió el brillo, y se cubrió de nostalgia. —Mi hermano tuvo un accidente —comunicó. Lola abrió sus ojos de par en par, y percibió como si una punzada se le clavara en el pecho. —¿Qué le pasó? ¿Está bien? —indagó María Dolores con la voz temblorosa. Aurora soltó un respingo. —Sufrió un atentado, estuvo varios días inconsciente, y cuando despertó, no recuerda nada —resopló. Lola se cubrió el rostro con ambas manos, y soltó su llanto. —Yo soy inocente —gimoteó—, se lo juro señorita Aurora, sería incapaz de hacerle daño a su hermano, sé que él me denunció, y me duele que dude de mi, pero comprend