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Señor Peligro
Señor Peligro
Por: Rebeca Benítez
Atracción magnética

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❝El cielo y el infierno

bailarán en la cama❞

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—Dale, santa Vi. A ti te hace falta un buen revolcón, de esos que te despeinan y te dejan con las piernas temblando. ¿Si me entiendes, nena?

—¿Vas a seguir, Abigail?

—Deja de llamarme así.

—Deja de decir que necesito sexo.

—¡Es la tercera vez en esta semana que me rechazas una invitación! Debes tener telarañas entre las piernas. Puaj.

—Lo siento, Deborah, pero ya te dije que no tengo ganas de andar por allí haciendo no sé qué.

—Te lo mereces, amiga. Tanto como yo. Hemos andado tan locas las dos, partiéndonos el cráneo en este semestre de la universidad que es justo que salgamos un rato a bailar, beber unas cervezas... —En la pantalla de un celular, una chica piel oscura sonríe de oreja a oreja con lascivia—. Comernos a un hombre ardiente y dominante.

Aquella chica en la pantalla hace la onomatopeya de un latigazo: "¡shuwisp!".

—Oh, ya cállate, Deborah.

La mencionada, Deborah, estalla en carcajadas cuando las mejillas de Violetta Vitale se ponen rojas como una manzana madura.

—No puedo creer que la misma chica que le lanza sermones a su propio padre se ponga roja de tan solo pensar en acostarse con un hombre. Eso me hace pensar que nadie ha tocado el sagrado portal.

—¡Ya deja de insinuar que soy una virgen! —protesta Violetta, retorciéndose en un taburete, sin dejar de trenzar una diadema en la parte posterior de su cabello—. Cielos, Deb. Sí he tenido sexo con hombres. Tengo veinticuatro años, no catorce.

—No lo sé. Te comportas como una virgen que no sabe lo que es un pene.

Violetta suspira, concentrándose en su reflejo en el espejo del tocador, no en la mirada sabionda de Deborah que la vigila desde la cámara frontal de su Smartphone. Sus dedos ágiles continúan rápidamente la trenza de corona detrás de la oreja. Todo sea por fingir que no le importa que su mejor amiga de la universidad esté cuestionando la existencia de su vida íntima.

Como si no tuviera asuntos más importantes que resolver.

—Deb, ve y diviértete con los muchachos. Yo voy a estar bien.

—¿Estás segura, amiga?

Con una sonrisa medio melancólica, Violetta asiente varias veces y coloca el último gancho en su trenza de diadema.

—Claro que sí, Deb.

—Mamma mía. En serio te quedan preciosas esas trenzas —exclama Deborah con genuina admiración.

Violetta no tiene que ponerse humilde para sentirse orgullosa de su trabajo, que es un excelente trabajo de por sí. Había necesitado mucho tiempo y esfuerzo para aprender a trenzar su cabello sin ayuda de nadie. Su madre estaría orgullosa. Ivonne no pudo enseñarle, pero Violetta aprendió de todos modos.

Observa su reflejo en el espejo del tocador. ¿Realmente es tan hermosa como lo fue su mamá? Justo al lado tiene el portaretrato de ella. Una mujer de cabello rubio muy pálido, ojos azules y la sonrisa de un ángel. ¿Algún día será tan fuerte como lo fue su mamá?

—Si no fueras una nepo baby, podrías cobrar por trenzar cabello y volverte rica —comenta Deb.

Recientemente, en la universidad, "nepo baby" es el término que se le ha asignado a los hijos de padres que tienen mucha plata en el banco y en los bolsillos. Un nepo baby "no necesita trabajar" porque la influencia de sus padres le abre todos los caminos hacia el éxito.

—Que no soy una nepo baby —musita sin tomárselo muy en serio, porque Deborah es de las pocas personas en su vida que la ha visto luchar por todo lo que necesita.

—Ajá. Entonces, ¿última oportunidad? ¿Música? ¿Alcohol? ¿Sexo?

—Lo siento, conoces cuál es mi respuesta.

—Ah, vaya usted qué pereza. ¡Te voy a colgar! ¡No quiero que se me pegue lo aguafiestas! —bromea Deborah casi pegada a la cámara—. ¡Mándame la bendición, virgencita!

—Adiós, Deb —se despide la joven Vitale con mucho cariño.

Finaliza la videollamada con un toquecito en la pantalla del Smartphone. Cuando la imagen de su amiga desaparece, se da cuenta de que ya pasaron las nueve de la noche.

«Otra vez»

Suspira fuerte, golpea la manos en sus muslos y mira hacia la ventana de su habitación con un nudo cada vez más apretado en la garganta.

«Otra vez va a llegar tarde»

Se levanta del taburete y camina hacia la ventana. No puede evitar morderse el pulgar, porque es obvio que está al borde de la exasperación. Su padre aún no llega a casa del trabajo. De sobra sabe que Marcus Vitale es un hombre bastante ocupado, si es un tipo con fajas de dinero en el bolsillo y grandes cuentas bancarias (sí, el típico padre de un "nepo baby").

Nadie sabe mejor que ella lo mucho que Marcus se dedica a su trabajo. Pero, ¿por qué, justo ese día, tiene las santas bolas de no aparecer antes de las nueve?

Ahí está, ese viernes por la noche. Sus amigos de la universidad están pasándola de maravilla en un club. No obstante, como le dijo a Deborah, ella prefiere permanecer aquí en su dormitorio. Apoltronada en el marco de la ventana, a la espera de algún rastro de su padre, alguna señal del auto aparcando en el garaje.

Cabe recalcar que la relación entre Marcus y ella no ha podido ser una maravilla desde ningún ángulo. Violetta está segura de que existió una época, hace muchos años, en la que fueron verdaderamente unidos. Sin embargo, a veces una herencia y la muerte de una madre desequilibran súbitamente el balance en la vida de una adolescente solitaria y un padre a la deriva.

Ella no debe tener una fecha fija para cuándo su familia empezó a resquebrajarse, pero la dura verdad es que sí la tiene. Sucede un treinta de abril. El preciso día que su abuelo paterno, Frederic Vitale, en aquel entonces entra a una sencilla morada en Andalucía para informarle a su hijo menor que le entregará la responsabilidad de convertirse en el sucesor de su imperio. No el hijo mayor, sino él, a quien no le correspondía la línea de sucesión. Tal vez el abuelo confiaba más en la capacidad de Marcus.

Violetta apenas había cumplido los nueve años, aun así recuerda muy bien las palabras de Marcus cuando les prometió a ella y a su madre que nada iba a cambiar a partir de ese instante.

Qué falso fue.

Violetta supone que su papá había aceptado las riendas del imperio de Frederic por un motivo. Su madre, Ivonne, padecía de una desconocida enfermedad que iba empeorando con el transcurso del tiempo, sin alternativa ni misericordia. Pero su madre no logró sobrevivir. Dos años más tarde fue su funeral. Marcus se arrodilló ante ella y repitió las promesas. Esas mismas promesas que las arrastró el viento y reiniciaron el bucle.

De ese modo, terminan los dos en un enorme casa vacía, atados en una relación rota y disfuncional.

Marcus la ama, de eso Violetta no tiene ninguna duda, porque realmente cree que lo hace. Para su desgracia, el amor en ocasiones no basta. Necesita más que decirle un «Te amo» si desea reparar todas las heridas que han quedado abiertas.

Porque sí, están abiertas, palpitando, llorando en carne viva.

¿Serán capaces de cerrarlas?

—Señorita Violetta. —Una dulce voz femenina la saca de sus pensamientos y la hace girar en redondo. En la puerta de su habitación, se encuentra una mujer mayor de cabello canoso y ojos oscuros—. Oh, mi señor. ¡Pero mira qué bella te ves peinada así! Luces como toda una princesa.

El malestar de Violetta es apaciguado por una calidez familiar. Suelta una risa y se sonroja, cero acostumbrada a los halagos. Toca un poco su trenza de diadema, que se destaca mucho más por el color pálido de su cabello.

—¿Sí? ¿De veras, Anita? Un día de estos voy a escapar y trenzar cabellos para ganarme la vida.

—Ay, señorita. Usted siempre es libre de hacer lo que le plazca.

La palabra "libre" suena discordante en los oídos de Violetta. ¿Ella es realmente libre? ¿Eres libre aunque te sientas solo? ¿Renunciar a la libertad mataría ese sentimiento?

Se da cuenta de que Ana le ha hecho una pregunta.

—Perdón, Anita, no te oí.

—Te pregunté si preparo la cena ahora o vas a esperar un poco más por tu padre para que te acompañe en el comedor.

Violetta sonríe levemente y niega con la cabeza.

—Cómo crees, Anita. Marcus probablemente volverá a llegar después de las diez y tú no vas a prepara una cena a estas horas. —Su voz es profunda. No frágil o melódica como la de muchas compañeras del college. Es suave y tiene un toque de sensualidad. Una voz que suena a la edad acumulada—. Dime que no te pusiste a cocinar todavía sin decirme nada.

—No, no, señorita. Me esperé porque no quiero que se le enfríe la comida o me vaya a lanzar un sermón de los suyos. —Anita suaviza su mirada. Conoce a la joven Vitale desde hace más de diez años. Ha sido muy fácil encariñarse con la niña de fuerte carácter.

Violetta se pone de pie muy decidida.

—Listo, ¡vamos a cocinar juntas!

—Sabes que eso es innecesario.

—Y tú sabes que desde que cumplí los quince años yo me encargo de hacerle frente a esta casa y al apellido Vitale —replica, antes de ir al armario. Lo único que necesita es una camiseta para cubrir el sostén deportivo, ya que tiene puestos unos cómodos leggins grises—. Venga, mi madre me inculcó principios. Tengo que cuidar a la familia.

—Puedes cuidarla sin dejar de divertirte con tus amigos.

La joven esboza una mueca terminando de atar el resto de su pelo rubio en una coleta descuidada; mechones rebeldes adornan su cuello.

—Mientras Marcus esté al frente de la producción, alguien debe tomar el resto de las responsabilidades.

—Yo puedo hacerme cargo, señorita Violetta.

—Sé que sí. Pero sabes tan bien como yo que Marcus ha estado un poco paranoico desde hace unos meses.

Es una verdad que ninguna de las dos puede refutar. Su padre ha estado reforzando la protección ante la más mínima violación de seguridad, ya sea en Vitali Call, la empresa familiar que le heredó el abuelo, o allí mismo en la casa. Es como si estuviera esperando lo peor en cualquier descuido. Violetta ha intentado preguntarle al respecto, averiguar qué es eso que lo trae muy inquieto. Ella no se atreve a pensar que es una situación muy grave, si su padre es tan quisquilloso con todo lo que se relaciona al legado familiar.

Vitale tiene cierta reputación tanto en producción como en exportación. Manejan fincas vinícolas, haciendas ganaderas lecheras, sembradíos. Tras generaciones, la familia también ha sido propietaria mayoritaria de algunas manufactureras. Violetta sabe que su abuelo Frederic le entregó a Marcus el cien por ciento del negocio familiar y por eso su padre siempre está ocupado, sin tener ningún contacto con su hermano mayor, quién había renunciado a los derechos de la empresa. Violetta no conoce a su tío, pero le guarda rencor por dejar a su padre cargando con una obligación que no le competía.

—Bueno, señorita, en eso tienes razón.

—¿Ya ves? Es mejor no ponerle leña al fuego, ¿de acuerdo? Ya después hablaré con él.

—Darle un sermón, mejor dicho.

—Puede ser. Pero intentaré que tengamos una conversación civilizada.

Mentira. Violetta sabe que nunca hablará con Marcus, de eso ni de nada. Sobra decir que la comunicación entre ellos hace mucho se ha ido por el caño.

—Te recomiendo que lo hagas. Ya eres toda una mujer. El señor Marcus debería ver eso.

Sí. Marcus también debió ver que se había hecho mujer cuando todavía era una adolescente. En esos momentos de absoluta soledad, preservar su virginidad había sido el último de sus intereses. Después de todo, los besos y caricias de un amante generoso ayudan a apaciguar el frío en un corazón solitario. Violetta quería dejar de estar tan sola. Pero no se había enamorado de nadie; demasiado ocupada... demasiado rota para sentir amor por cualquier hombre.

El consuelo físico es de las pocas cosas buenas que ella ha disfrutado en medio de esta soledad. Y jamás hubiera recurrido a este consuelo de no ser por "la charla" que Anita aceptó tener con ella a los catorce, cuando su padre no tuvo tiempo para sentarse y hacerlo. De hecho, puede apostar que Marcus no tiene idea de sus eventuales aventuras sexuales, cuando se enfrasca en sus asuntos y olvida tener una hija bastante joven. Y está bien, se convence a sí misma, si su padre prefiere creer que será virgen hasta los treinta. Ella tampoco está pensando en tener esa conversación a estas alturas de la vida.

Violetta piensa que es improbable que se enamore del primer hombre que se le ponga enfrente.

Después de calzarse unas zapatillas, baja a la cocina y con Anita preparan una cena que consiste en unos canelones de jamón, tocino y puré de patatas rociados con queso derretido. Violetta realmente sabe cocinar. No dirá que es una chef, pero aprende mucho para no ser un simple adorno. Violetta quiere ser autosuficiente. Estudiar su carrera de turismo, educarse en ámbitos de vida, para un día ser independiente y no quejarse del trabajo duro.

Está derritiendo el queso a fuego lento cuando oye un auto acercándose. Segundos más tarde, la puerta principal se abre.

Marcus finalmente está en casa. Se limpia con una servilleta y le da un toque a la pantalla de su Smartphone: el reloj digital marca las nueve y cuarenta.

No tiene que sorprenderse.

Coloca la cuchara de madera en un plato y se arranca el delantal de la cintura. Anita, con una mirada compungida, se limita a verla abandonar la cocina. Pobre muchacha, piensa Anita siempre. No cualquiera tiene la misma paciencia que ella.

Con un andar de fiera y una mirada seria, Violetta hace acto de presencia en el recibidor y aborda a su padre con una sola pregunta: —¿Es tan difícil que te acuerdes de cenar conmigo por una vez, Marcus?

Marcus Vitate voltea enseguida y ve a la rubia acechar hasta su posición. Por la cara que trae, sabe que Violetta aún no reconoce al otro hombre presente en la habitación.

—Cariño, en verdad lo siento.

—Una disculpa no devolverá el tiempo, Marcus.

Es un reproche con doble sentido, padre e hija se dan cuenta de esto mientras se miran el uno al otro. Violetta no puede evitar decirlo más que por una cena, y más o menos está esperando que su padre vuelva a jugar la carta de la ignorancia.

—Me surgieron algunos compromisos importantes.

Violetta se relame los labios.

—Pues ya preparé la cena, en un buen momento. —No cambia el tono neutral de su voz.

Marcus suspira.

—Tenemos personal para esas tareas, cariño.

—Yo no soy una inútil. Además, mi agenda está muy vacía. —Mantiene el temple heredado de su madre—. Ya me acostumbré a cumplir un rol en esta casa después de tantos años viviendo contigo.

—Se te olvidó mencionar que te casaste con tu hermosa instructora de yoga, Marcus. —Una voz áspera y retumbante los interrumpe—. No sabía que eras uno de esos que se casan con jovencitas.

La rubia se concentra tanto en reprochar otra falla de su padre que se olvida por completo de haber visto a otra persona merodeando en la sala.

En cuestión de segundos, los ojos aceituna de la chica se encuentran con un rostro extremadamente... familiar. De pie en el vestíbulo, hay un hombre muy alto, de porte intimidante y musculatura evidente.

Oh.

Violetta traga saliva.

Jesucristo.

Al ver lo grande e intimidante que es el cuerpo de este tipo misterioso, se da cuenta de que se mueve con una precisión depredadora y parece dominar el mundo que le rodea, que gira en torno a él y no al revés. Violetta piensa vagamente en esos jugadores de rugby que le doblan el tamaño a cualquier mujer promedio. Deborah dice que sus brazos son más bien unos troncos que te aprietan delicioso, te hacen sentir segura y bendita sea su...

Violetta parpadea en shock, alejando esas ideas locas que no son de ella, son ideas lascivas de Deb metiéndose en su psique para corromperla. ¡Enfócate!

—¿Y usted de dónde salió? —ella le pregunta sin aliento, con el ceño fruncido. En otras circunstancias, no habría sido demasiado directa, pero sus modales se han vuelto papilla por culpa de este invitado.

—Lo mismo me estoy preguntando —el sonido envolvente de su voz es otra cosa que no está ayudándole mucho a concentrarse.

Es ciertamente molesto.

Sin embargo, el cerebro de Violetta todavía está funcionando en su mayor parte, cuando señala a su alrededor con una mano y le dice sin miedo: —Por si no se nota, esta es mi casa. El intruso es usted, señor.

El hombre inexpresivo simplemente guarda las manos en los bolsillos del pantalón.

—Violetta —Marcus le llama la atención y ella retrocede enseguida, porque es obediente a su padre.

—Sí, mis disculpas —dice medio tímida medio diplomática, confundida por su propia conducta ante este extraño.

El problema es que distraer sus pensamientos no está funcionando como debería. No lo hará mientras ella tenga ojos y hormonas.

Dios, pero ella jura que ya ha visto esa cara antes. ¿Dónde? Quién sabe. Lo que es seguro es que es muy familiar. ¿Son alucinaciones?

El hombre tiene un atractivo inigualable a primera vista, es algo que Violetta tiene que reconocer por la instantánea atracción que ella siente al mirarlo fijamente de una manera muy poco educada, cabe destacar.

Sea lo que sea, mientras más lo mira más le fascina lo que ve. Ojos grises, cabello y barba de color rubio y salpicados con el gris de la experiencia. El suéter color vinotinto de cuello de tortuga se ajusta a sus músculos abultados de manera pecaminosa, si es que ella tiene algo de qué quejarse. Por otro lado, los pantalones grises son sueltos, cómodos y elegantes. Lleva un abrigo beige y una bufanda negra cuelga alrededor de sus hombros.

No cree que haya durado demasiado tiempo mirándolo fijamente, pero se le seca la boca cuando levanta la cabeza y ve un tic en la esquina de la boca del hombre.

Espera, espera... Violetta intenta ubicar ese extraño gesto, pero no encuentra todavía una pista en su memoria. ¡Definitivamente lo ha visto antes! Ella no está demente, por favor. No cree que sea muy fácil olvidar un hombre como este, solo le cuesta traer el recuerdo a la superficie.

¿Por qué será? ¿Por qué es difícil recordarlo?

—Entonces, te conseguiste una fresca compañía a tu edad, Marcus.

—Cómo se te ocurren semejantes ideas, hombre —protesta su padre—. No me he vuelto a casar. Todos lo sabrían.

Ahora que lo nota, la mirada del hombre es fría y distante. Cuando vuelve a hablar, su voz también lo es.

—¿En serio quieres que yo crea que me vas a contar tu vida privada? —Hay un filo mordaz en las palabras del hombre y Marcus demuestra ser muy consciente de esto—. Sería de los últimos que se enterara de tu segundo matrimonio.

—Que yo no soy su esposa —interviene Violetta  a la defensiva, rascándose el brazo.

Marcus se aclara la garganta y la señala.

—No, por supuesto que no es mi esposa. Ella es una niña.

Violetta siente la extrema necesidad de corregir la percepción errónea de Marcus; nb obstante, su sentido común le advierte que negar que es una niña es un acto contraproducente. Van a decir que se comporta una por negarlo.

—Últimamente he visto a una cantidad de idiotas arrastrarse por las bragas de cualquier muchachita malcriada que ya no me sorprendería, ni siquiera de ti, amigo.

Bueno, el tipo es un cínico irremediable. Violetta se sentiría humillada si ella realmente encajara en el perfil que describe el hombre-sin-nombre. Él no lo sabe, pero a Violetta no le debe importar que él lo sepa, de todos modos.

—Déjame refrescarte. Tal vez lo hayas olvidado porque han pasado muchos años desde que la viste. Ella no es mi esposa. Ella es mi hija. Se llama Violetta.

A Violetta le causa gracia que su padre le avergüenza ser mangoneado por su primogénita delante de sus socios y compañeros.

Parece que la memoria del hombre desconocido funciona mucho mejor que la de ella, porque él fija sus ojos en ella con una fuerza abrumadora que la pone débil de las rodillas.

«Él ya me ha mirado de esa manera»

Su mente empieza a girar hacia el pasado en un sinfín de volteretas graciosas.

«Sí lo he visto y él lo sabe»

—Pero qué interesante —comenta el extraño, arrastrando las palabras—. Ahora es que vengo a descubrir tu nombre.

Confundida por la repentina e intensa atención que le ofrece el hombre, Violetta da un paso atrás con la esperanza de reorganizar sus pensamientos vertiginosos. Sin embargo, el hombre la alcanza en tres pasos largos y la obliga a mirarlo como quiere que lo mire. Solo a él.

Es como si el tipo hubiera envuelto una cadena invisible en su cuello para reclamar su mirada.

—Probablemente debió ser por una buena razón que nunca lo haya descubierto —asevera Violetta, tambaleándose en una línea delgada entre la cordialidad y la prepotencia.

—No lo sé. A mí tampoco me interesaba saber tu nombre de todos modos.

Es que la insolencia de este tipo no conoce ningún límite, ¿o solo se propuso molestarla a ella en particular? Sea cual sea la respuesta verdadera, Violetta cree que no es justo que su petulancia sea tan fuerte como su atractivo. Es un equilibrio aterrador.

—Perfecto. No me gusta que mi nombre sea de conocimiento común.

—Veo que todavía no tienes miedo.

—¿Miedo? ¿De qué...?

La familiaridad golpea por completo todo los sentidos de Violetta ahora que puede verlo de cerca, muy cerca. Su rostro está despertando emociones enterradas en lo más profundo de su pasado. Ella piensa tardíamente que debe ser la ligera barba lo que le impide reconocerlo desde un principio, porque una persona como esta nunca se olvida. Pues él todavía tiene la misma mirada, la misma voz y la misma insensibilidad que ella había conocido el día que enterraron a su madre.

—Recuerdo muy bien que no quería volverte a ver —murmura el hombre, dándole Violetta el último motivo para saber exactamente quién es él.

—Pues estábamos muy de acuerdo en eso, señor Dante.

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Nota de autora:

¿Muy largo? No se rindan, se pondrá bueno en un instante y valdrá la pena.

Ahora, un placer y saludos desde Venezuela, soy Beca ^.^ Espero que disfruten conmigo de este romance apasionado entre el cielo y el infierno. Veremos cómo dos personas opuestas de mundos diferentes, que no deben juntarse, están destinadas a enamorarse profundamente uno del otro. Se oye dramático, pero eh, nos encantan los amores intensos.

Tendremos un importante flashback en los dos capítulos siguientes, luego regresamos rapidito al momento presente entre Dante y Violetta.

Si llegaste hasta aquí, gracias, eres un amor y te mereces el mundo.

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