HENRY CHAPMAN Avril arrojó el celular de Aurora contra el piso antes de terminar de desmoronarse. —¡Tú hija lo mató! —gritó entre lágrimas, con las rodillas clavadas al suelo y el rostro cubierto por sus manos—. ¡¿Por qué?! ¡John era suyo! ¡Lo tenía por fin! ¡¿Qué más quería?! —Su amor —contesté de pie delante de ella, con los hombros caídos y en mis manos una situación que se había escapado—. Ese siempre fue tuyo. Mis palabras no mejoraron las cosas. Avril levantó su mirada rota y pude notar como las lágrimas se formaban en sus hermosos ojos azules, pero nacían de su corazón. Imaginé que tenía mil y una maldiciones que vociferar, pero mantuvo la boca cerrada, mientras sus dientes castañeaban por la impotencia y sus labios se fruncían en una mueca de dolor. Sus manos se presionaron contra su pecho y su frente casi tocó el piso. Como doctor podía imaginarme que era víctima de un infarto, como hombre, me daba cuenta de que era un corazón roto lo que la estaba matando. ¿No eran lo mi
AVRIL STEEL ¿Por qué no delataba a Rita con la policía? ¿Cómo hacerlo sin pruebas más que lo que escuché? ¿Cómo enfrentarme a alguien tan amado y reconocido como Chapman solo para vengar la muerte de un hombre que no volverá? No solo era una mujer enamorada, también era madre de dos niños pequeños que necesitaban de mi entera presencia y protección. No podía arriesgarme a nada que provocara separarme de ellos. Le pesara a quien le pesara, no haría nada sin pruebas. Tal vez ese sería el único pretexto para quedarme aquí. Conseguir suficiente evidencia. ¿Podría arriesgarme con mis dos hijos? ¿Quién me aseguraba que cada día aquí no sería tiempo perdido y un camino directo hacia el infierno? Llegamos al despacho de Chapman, se sentía más frío que el resto de la casa y olía sutilmente a desinfectante de hospital. Caminó hacia su escritorio, tomó un retrato que vio con melancolía, y me lo ofreció. En él había una mujer hermosa y joven, tal vez de mi edad, lucía una sonrisa encantadora
AVRIL STEEL Como acto de buena fe, salimos en lo que parecía un paseo familiar. Amber colgaba de nuestras manos, aferrándose tanto a Chapman como a mí, al mismo tiempo que Aurora llevaba a mi pequeño George, meciéndolo con ternura para que no se abrumara con la salida. Verona era una ciudad hermosa, destinada al amor, pues era el lugar donde la historia de Romeo y Julieta se desarrollaba. Aun así, yo… no me sentía bien, no estaba valorando la belleza de sus calles y la alegría de su gente. Entonces me di cuenta de que el vacío podía pesar demasiado, por lo menos así se sentía en mi corazón. De la nada, los deseos de llorar me atenazaban, me asfixiaban orillándome a una desesperación interna que me consumía. Mientras por fuera mantenía una sonrisa escueta y aparentaba normalidad. De pronto escuché llantos sutiles que me hicieron girar hacia un pequeño pasillo que llevaba al patio de lo que parecía un palacio medieval. La placa sobre el muro de piedra decía: «Casa de Julieta». E
AVRIL STEEL —¡Papá! ¡Fue horrible! —exclamó Rita en cuanto Chapman se acercó a ella en la estancia. Era cuestión de tiempo para que regresara en busca de refugio y protección. No sabía cómo esa loca respondería a mi presencia, así que prometí quedarme escondida en mi cuarto junto con mis hijos, pero la curiosidad pudo más que mi seguridad y ahí estaba, espiando detrás de una columna. Lamentaba no tener ninguna herramienta para poder grabarla y obtener pruebas contra ella. —¿Qué hiciste, Rita? —preguntó Chapman autoritario y molesto, pero sabía que, en el fondo, ese padre sobreprotector y cariñoso quería proteger a su pequeño monstruo. —¿Perdón? ¿Me estás acusando de algo? —inquirió Rita ofendida. —Tú misma dijiste por teléfono… —¡Ya sé lo que dije! Estaba nerviosa, eso fue todo —contestó cruzándose de brazos, cambiando su tristeza por molestia—. Perdí a mi esposo y a mi hija. ¿No merezco algo de compasión? —¿Por qué lo hiciste? —insistió Chapman viéndola con desconfianza. —¡
AVRIL STEEL El silencio se hizo profundo, Chapman en verdad estaba valorando la situación, ¿sería capaz de escogerme a mí? ¿Priorizarme y hacer a un lado a su hija, sangre de su sangre? Antes de que respondiera, una sirvienta se acercó con un sobre color amarillo, temerosa de interrumpir un momento tan complejo. —¿Doctor Chapman? Llegó correo urgente del abogado de la familia Foster. —¡Creí que tardarían más! —exclamó Rita arrebatándole el sobre—. Mi herencia, lo que me dejó mi amado esposo, todo lo que no vas a tener nunca, Avril. ¡Qué bueno que llegó justo en este momento! Así podrás ver cómo todo queda a mi nombre, ¡a nombre de su amada esposa! —No me importa nada de lo que John pudiera dejar como herencia, lo quiero a él —dije en un susurro cargado de dolor. Conforme Rita leía los documentos, comenzó a perder la sonrisa. Hoja tras hoja, las arrojó al suelo, buscando algo en específico. —No… No, no, no… ¡No puede ser posible! —exclamó iracunda cuando terminó de vaciar el sob
AVRIL STEEL —¡No! ¡No me voy a calmar! ¡Mis hijos no están! —exclamé furiosa, golpeando su pecho—. Tengo que encontrarlos. ¡No me estorbes! —¿Ya te sientes muy valiente al estar cobijada por las buenas intenciones de John y su robusto testamento? —preguntó con decepción. —No necesito del dinero de John para agarrar valor —siseé con ira—. Para tu debido conocimiento, tengo una empresa que empieza a generar ganancias y, principalmente, determinación. Yo sí cuido de mis hijos, yo sí estoy criando buenos niños, no personas tóxicas y enfermas que solo saben destruir todo lo que tocan. ¡Por ellos sí vale la pena esforzarse! Así que quítate. Chapman retrocedió un par de pasos sin apartar su mirada de mí. Parecía sorprendido y fascinado. —Si averiguó que Rita… —Ya tenías planeado destruirla desde antes de que desaparecieran tus hijos. —La diferencia es que seré aún más cruel de lo que planeaba ser. Odiaba su m*****a sonrisa burlona, como si lo que decía fuera cosa de niños. Me tomó
AVRIL STEEL Acerqué mi mano temblorosa hacia su rostro y cerró los ojos en cuanto mi tacto recorrió su mejilla. Su calor era real, la suavidad de su piel, la textura de sus labios. Si me había vuelto loca, no me importaba, prefería vivir de esta forma, viéndolo en cada rincón, creyendo que sigue aquí, antes de pasar un día más deprimida por la jodida realidad de un mundo sin él. Se inclinó, apoyándose sobre el barandal, pegando su frente a la mía, llenando mi nariz de su loción amaderada mientras mis manos se deslizaban de sus mejillas a su nuca, enredando mis dedos en sus suaves cabellos. Compartir el mismo aire era suficiente para que nuestros corazones se aceleraran y el calor de nuestra piel se elevara. Sus labios acariciaron suavemente los míos, seduciéndolos, invitándolos a un beso que añoraba con toda mi alma. Cerré mis ojos dejando que las lágrimas que se aferraban a mis pestañas siguieran el camino por mis mejillas hacia mi mentón, mientras mi boca se posaba en la de él.
AVRIL STEEL —¿Cuánto tiempo llevas así? —pregunté aún con los ojos cerrados y una sonrisa imposible de disimular. —Así, ¿cómo? ¿Viéndote fijamente? —dijo divertido mientras recorría el largo de mi brazo y dejaba suaves besos en mi hombro—. No me culpes, eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Abrí los ojos para encontrarme con esa mirada tan dulce que me desarmaba. Acerqué mis manos a sus mejillas y lo atraje a mí, ansiosa por un beso que me confirmara que lo que habíamos hecho esa noche fue verdad. —Creo que deberíamos de salir de aquí antes de que abran el museo —dijo contra mis labios, provocándome una sonrisa—. Le tendré que pedir a Damián que se encargue de las grabaciones nocturnas. En ese momento alcé mi mirada hacia las cámaras que apuntaban directo hacia nosotros y me escondí contra su pecho, riendo a carcajadas, apenada, pero no arrepentida. Nos vestimos con rapidez, compartiendo sonrisas coquetas y miradas cargadas de complicidad. Salimos del museo corri