l timbre de la puerta pilló a Sonia desprevenida. Acababa de llegar del trabajo y solo le había dado tiempo a quitarse las sandalias. No esperaba a nadie. Iba intentando no hacer mucho ruido para asomarse antes por la mirilla, si eran vendedores no pensaba abrir. Al ver a su vecino al otro lado de la puerta se puso nerviosa.―Hola, perdona que te moleste, es que me han regalado estas entradas para un espectáculo flamenco y… ―no había terminado de hablar y Sonia ya le había arrancado las entradas de las manos.―Vale, me apunto. ¿Cuándo es?―No, si yo… esto… el miércoles ―«¿ha pensado que la invitaba? Si ahora le digo que las dos entradas son para ella se va a pegar un buen corte», pensaba Richard, mientras buscaba cómo decirle que él no iba―. Pero… si prefieres ir con otra persona quédate con las dos entradas.―No, no, gracias, allí estaré. —«¿flamenco? ¡Qué rollo!».―Bien, pues, ya nos veremos ―se despidió antes de que Sonia cerrase la puerta observando detenidamente las entradas.«Ya
El miércoles Sonia no había tenido noticias de Richard ni se habían encontrado en el ascensor. Por la tarde, al llegar a casa, decidió bajar para preguntarle si seguía en pie lo del espectáculo y, si era así, a la hora que quedarían. Dejó el bolso y salió de casa con las llaves en la mano. Al llegar al rellano de Richard, se dio cuenta de que no sabía cuál de las cuatro puertas que había era la suya. Hizo memoria intentando recordar de qué lado venía él cuando entraba en el ascensor, pero ella solo recordaba que entraba de frente. Se decidió por el lado izquierdo, no sabía si era una especie de vago recuerdo o una corazonada. Llamó a la primera de las dos puertas de ese lado. Abrió un señor que debía rondar los setenta y tantos años.―Oh, no sé si me he equivocado. ¿Vive aquí…? El chico que tiene… No sé cómo se llama. Es así moreno… ¿Vive aquí otro hombre con usted?―No, aquí vivimos mi señora y yo.―Y aquí al lado ¿quién vive?―Pero usted ¿quién es? ―preguntó el vecino con desconfian
―Háblame de Sonia.―¿Qué quieres saber?―Lo que me quieras contar.―Pues Sonia es una vecina tuya que lo único que sabe mantener ordenado son los dientes de sus pacientes, te dije que era ortodoncista ¿no? El resto de su vida es bastante desordenada: deja todo por medio; odia cocinar pero le encanta comer; no sabe manejar el tiempo ni canalizar sus emociones; se aburre con las rutinas aunque las necesita para sentirse reconfortada; no le gusta que le lleven la contraria y menos aún la corriente; es caprichosa, aunque aquí puede que la culpa no sea suya, son los efectos de haber sido hija única; y no sé qué más puedo contarte de ella. Casi es mejor que la conozcas, y juzgues por ti mismo.―Pues a mí no me pareces desordenada, tu casa al menos no me dio esa impresión.―Tengo mis días.―¿Sabes cuál fue mi primera impresión sobre ti? Pensaba que eras una tía rara. No sé por qué.―¿Te parecía una tía rara y aún así me invitaste?―Sí, bueno, no me gusta fiarme de las primeras impresiones.―
―Así de confirmada, no. Pero fue el momento que utilizó, el detalle: ahora te pido que nos casemos porque se supone que quiero compartir el resto de mi vida contigo, pero como te vas a casa de tus padres lo celebro con otra en nuestra cama. No, no pude perdonarle esa infidelidad. Y le había perdonado que me dejara colgada muchas veces para irse de juerga con sus amigos. Que apenas nos viéramos porque le encanta la noche y no quería renunciar a un trabajo de relaciones públicas en una discoteca, y que era la tapadera perfecta para ponerse hasta arriba de todo, incluso echar un polvo con la primera que pillaba, si quería. Y no, no me salió de los cojones perdonarle, así de claro.―Aún no lo has superado, ¿no?―Pues lo más curioso de todo es que en aquel momento me sentía jodida y a la vez liberada, como si me hubiese quitado un peso de encima. Ahí me di cuenta de que el asunto de casarme me agobiaba. Después, el fin de semana que estuvo aquí, me di cuenta de algo todavía más importante:
―Antes me has hablado de Sonia y yo te he hablado sobre Richard, ¿quieres que te diga a la conclusión que he llegado? ―preguntó él.―Me encantaría saberlo.―Creo que esos dos no durarían mucho juntos. Y menos en la casa de ella… con saleros derramados que lamen mascotas felinas de color negro, balanceándose en el interior de un paraguas abierto, mientras Sonia hace el trenecito bajo una escalera donde Richard está subido para colgar un espejo…―¿No decía Richard sobre su superstición que "No mucho"? ―apuntó Sonia muerta de risa, ante aquella cadena descriptiva que se había marcado.―También dijo Sonia "que no le pasaba nada" cuando le explicó Richard lo de la invitación, y no era cierto, algo pasó por su cabeza.―¿Se puede saber por qué hablamos en tercera persona?―No lo sé pero es divertido ―barrió el montón de sal con la mano y lo echó sobre su plato vacío―. ¿Te apetece algún postre?―No me van mucho los postres.―¿Nos vamos a casa entonces? Es un poco tarde ¿no? ―se arrepintió nad
―Gloria piensa que nunca lo vas a estar, pero tranquilo que no se lo dirá a Susana aunque en el fondo le encantaría hacerlo, por fastidiarla ―le iba explicando de camino a la salida.―Susana es muy maja. Gloria la ha recibido con el hacha en mano por María, pero tampoco fue ella quien le quitó el marido a su amiga, fue el marido quién se quitó solito, no era un niño de primaria, desde luego ―echó en falta las gafas de sol que se había dejado en el cajón, en cuanto la luz le atizó en los ojos.―Pues será maja y todo lo que tú digas, pero a mí… qué quieres que te diga ―resopló pensando las palabras precisas―… no me termina de cuajar. Te lo digo desde la confianza y el cariño que te tengo, Richard, y siento decirte que cuando estás con ella no eres el mismo. No me lo tomes a mal ¿eh? Pero creo que te maneja mucho. Con María no te pasaba, porque María es de las que se dejan llevar como tú, y teníais ahí un ten con ten. Lo mismo es tu forma de ser en las relaciones pero, desde luego, yo qu
Somia consiguió deshacerse de sus caseros en el mismo instante que sonó el timbre de la puerta. A Manu le sorprendió encontrarles allí aún, después de media hora. La cara de estos, cuando se encontraban con Manu, formaba un signo de interrogación. Manu al entrar le dio dos besos a Sonia y, cuando ellos amagaban hacia la salida pero sin moverse del sitio, la cogió por la cintura mientras les miraba fijamente con cara de póker. Aún tenían carrete y volvieron a sacar el tema sobre la caída de la tela de la cortina.―De verdad que a mí me da igual la caída ―volvió a explicarles Sonia― lo único que me importa es que el color sea liso, pero tampoco es mi casa, así que como decidan estará bien. Y lo siento pero es que tenemos cosas que hacer.―Sí, sí, y nosotros. Venga, ya os dejamos tranquilos. Oye y en cuanto a lo de los pobres, cuando lleguemos a casa te buscamos el teléfono.―Vale, muchas gracias, tampoco hay prisa.―De nada, a ti por dejarnos medir ―Sonia consiguió cerrar la puerta fina
Al día siguiente, Susana había llegado a casa de Richard antes que él, con la intención de prepararle una cena sorpresa. Se sentía cada vez más cerca y su relación se situaba en una estabilidad que la reconfortaba. Richard notó el aroma de la cena nada más abrir la puerta de su casa, y se sorprendió al verla allí en su cocina como Pedro por su casa.―¿Y esto?―Una sorpresa que me apetecía darte ―le informó ella, acercándose a él y dándole un beso en los labios―. ¿Tienes hambre? He preparado un risotto para chuparse los dedos y además… ¡chachaaaan! he traído esta botella de Matarromera. Lo que he olvidado es el postre, ¿alguna sugerencia para improvisar?―¿Fruta?―¡Ay hijo, qué aburrido eres! Yo esperaba algo más… picante.―¡Fruta a la pimienta!―De humorista está claro que no podrías ganarte la vida.―¿Y a qué se debe esta celebración… sorpresa?―¿Acaso debe haber un motivo para tener un detalle con la persona que uno quiere?―No, perdona… es que… no me lo esperaba.―Pues vamos a sent