Brais no podía creer que la estaba besando, el sueño de su vida se hacía realidad. Su boca era suave, tan cálida que no pudo evitar olvidarse de los remordimientos y perderse en ella. Era como si con Aledis todas las dificultades se hicieran a un lado, como si su cuerpo respondiera al suyo por inercia. Sin necesidad de nada más. Acalló a su conciencia y la apretó contra su cuerpo. Sus pechos redondos y erguidos se frotaban contra sus pectorales, como si quisieran escapar de aquella suave tela que apenas si los cubría. Aledis le rodeó el cuello con los brazos y él hizo viajar sus manos desde la cintura hasta subir a los hombros para bajarle los tirantes del camisón. Jugó con su lengua en el interior de su boca y ella le salió al encuentro. Ambos se comportaban como si se hubieran esperado por años, como si quisieran poner en ese beso todos los sentimientos que habían guardado. Ella lo sostenía como si tuviese miedo a que él desapareciera, sin saber que lo único que deseaba era que e
Destapó la sábana que cubría su cuerpo, la noche anterior había olvidado bajar la persiana del ventanal, y el amanecer la sacó del sueño cuando sentía que apenas acababa de dormirse. Su cabeza daba vueltas con un dolor punzante, su cuerpo sufría la resaca como si un camión hubiera pasado sobre ella varias veces. Movió las piernas y un leve pinchazo en la planta del pie le recordó la noche anterior. Las lágrimas aparecieron sin ser invitadas, nada había sido un sueño. Aprisionó la almohada en la que se recostó Brais y la abrazó intentando obtener algo de su perfume.«Desearía ser de esas personas que beben y no recuerdan nada». Para su desgracia lo acontecido volvía a su mente, aunque quisiera olvidarlo. Colocó los dedos sobre los labios intentando rememorar unos segundos el intenso beso. «Abrí mi corazón y le conté un secreto que nunca revelé ni a mi propia familia. Cometí la locura de decirle a un hombre por primera vez que lo amaba y él se marchó». ¿Cómo lo miraría a la cara ahora?
Con rabia lanzó el viejo teléfono contra la pared. Desde la noche anterior había permanecido encerrado, aferrado a la camisa que Aledis le regaló. Era lo único que le quedaría de ella. Sabía que hubo un antes y un después de haberla encontrado. El tiempo que pasaron juntos colocó su vida de cabeza. Apenas logró dormir sabiendo que la mentira en algún momento llegaría a su fin, pero cuando se encontraba a su lado, todo perdía importancia. A lo largo del corto lapso que disfrutaron, comenzó a vivir como una persona normal. Con ella podía actuar tal como era, pero cuando se marchaba, su hechizo se desvanecía y se escudaba en complejos e inseguridades.Había salido al mundo y, para su sorpresa, este lo recibió con los brazos abiertos. Conoció a personas que se alegraban de su presencia, recibía llamadas con invitaciones que no eran del que consideraba su único amigo y, lo más importante, la mujer de sus sueños lo trató como si fuese la persona más importante de su vida. No deseaba hablar
Pasó todo el domingo junto a su familia, tenía deseos de llamar a Brais y pedirle explicaciones. Preguntarle si su madre estaba equivocada y si aquello solo fue producto de habladurías. Porque si su progenitora estaba en lo cierto, él le mintió. ¿Y si no era solo eso en lo que había mentido? ¿Qué más ocultaría? Y, sobre todo, ¿por qué?Aquella mañana despertó temprano, dispuesta a solucionar lo único en su vida que dependía de sí misma. Se despidió de su familia con la promesa de ayudarlos, abrazó a su padre y se sintió protegida.—Venga que llegarás tarde a trabajar.—Un poco más, papá. —ronroneó entre sus brazos.—Pero ¡qué lindos se ven así! —interrumpió, su madre.Se separó, le acarició la mejilla y le regaló un beso en la nariz.—Te quiero, papá. —Se acercó a su madre dedicándole una mirada cómplice—. A ti también, no seas celosa. Voy a ocuparme, no sufras.Sonrió por última vez intentando tranquilizarla, agarró el bolso y salió a la calle en busca del auto. Llevaba la misma ropa
Los días pasaban con lentitud, la vida de Aledis se había convertido en la de un espectro vagando por la tierra sin darle sentido a su existencia. Se levantaba cada mañana, se arreglaba por inercia, iba al trabajo y sufría las miradas de sus empleados. Elián la observaba con lástima y se compadecía de su sufrimiento. Aunque cuando ella lo miraba él, le dedicaba una sonrisa intentando disimular. Lorena y Remedios se pasaban el día contando secretos entre ellas, veía como aquella mujer a la que odiaba cada vez más, se alegraba de verla en ese estado. Sin embargo, se veía incapaz de reaccionar, de guardar como antes los sentimientos. Se encontraba tan hundida y tan sola, que no le importaba lo que pudieran decir de ella. **************************************** Para Brais tampoco era fácil. —Está bien que hagas ejercicio, pero destrozarte no te la sacará de la cabeza. —Cristian, lo regañó. —Si sigues nombrándola, menos podré sacarla de mi mente. —Aledis, Aledis, Aledis. —¡Vete al in
—¡Hombretón! —el grito de Elián recibió a su amigo que acababa de perder el color al verlo, y percatarse de la trampa en la que había caído.—Cris, ¿qué hace él aquí? —bajó el tono de voz para que solo él lo escuchara.—Una pequeña sorpresa, les dije que era tu cumpleaños para que vinieran.Brais se mostró frustrado; sin embargo, la suerte estaba echada.—Pero, ¿no se suponía que solo seriamos tú y yo?Intentó mostrarse imperturbable, con la misma seguridad de siempre, por más que estuviera nervioso.—Que tierno de tu parte que no quieras compartirme con nadie, Brais, pero sentía la necesidad de animarte y una noche con tus amigos era lo mejor.Brais miró a Eli y no le quedó otro remedio que aceptar su suerte.—Elián, que bueno volver a verte. —La alegría fingida de su amigo le hizo contener la risa.—Hola, soy Cris. —Ofreció la mano para estrecharla.—Bendito Dios, que pone dos hermosas creaciones de la naturaleza ante mis ojos. —Se apartó el cabello y sonrió con coquetería.—Cuando
—¡¿Dónde está?!—No lo sé. —Cristian miraba a su alrededor intentando localizar por donde se había marchado Aledis—. El auto sigue ahí.—¡Tengo que encontrarla! —gritó, desesperado.—Quizá deberías darle tiempo de digerirlo —aconsejó su amigo y sintió deseos de golpearlo.—Tú no te atrevas a volverme a decir qué hacer. La culpa de todo lo que pasó es tuya.—¿Yo fui el que mentí, el que creó una doble vida?Apretó los puños sintiendo su parte pacifista cada vez más alejada.—¡Ya sé que para eso me basté solo! Pero lo que pasó esta noche se pudo evitar. ¡La presentaste como tu novia! ¡¿Qué hiciste, animal?!—No es lo que piensas, hermano. La llamé para agendar una cita falsa, todo fue un paripé. Yo ideé el plan y ella confió en mí para llevarlo a cabo. Quería que la sacaras del engaño, esa mujer te ama, Brais.—No fue eso lo que dijo. —Lo que más temía ocurrió.Ver el desprecio en sus ojos al mirarlo fue peor que perderla para siempre.—Está dolida, ¿qué esperabas? ¿Qué saltara a tus br
Su cuerpo parecía estar pegado a las sábanas y sentía los párpados pesados. La luz se filtraba a través de ellos, era como si varias veces hubiera vivido aquel momento sin lograr recuperar la conciencia. Estaba casi segura de estar inmersa en una pesadilla horrible. El recuerdo de su empleada discutiendo con ella aparecía difuminado en la mente. «Mira que soñar con ese excremento de rata».Le dolía la espalda por la postura, era como si no hubiera cambiado de posición en siglos. Intentó ladear el cuerpo, pero algo se lo impidió. «¡Estoy invalida! Mi precioso cuerpo postrado en una cama». Al sentir el picotazo de un mosquito en una de las piernas, le hizo darse cuenta que tenía movilidad. Intentó por segunda vez abrir los ojos, pero el cansancio le provocaba desistir.La imagen de su agresor regresó para torturarla. Recordó sus facciones, la mirada cargada de lujuria, el desagradable tacto de la ardiente lengua tocando su piel desnuda. Una máquina junto a ella comenzó a omitir un sonid