—No me digas, cambiaste la profesión por psicópata y vienes a secuestrarme ahora porque crees que la tienda está vacía, déjame decirte que hay tres hombres; bueno, hombres con pluma en la trastienda. —Secuestrarte, no me des ideas. —Ladeó la cabeza y comenzó a reír. No entendía el poder que había tenido Brais siempre sobre ella. Desde que era una niña era capaz de convertir con su presencia los peores días en buenos. Agarró una falda que habían dejado mal colocada y se la lanzó al rostro. —Si te vas a quedar, ayúdame. —No me digas. —Tomó la prenda y la estiró observándola con detenimiento—. ¿Quieres que me la ponga? No estoy seguro de que sea de mi talla. —Te verías fantástico en ella, me ofrezco a depilarte las piernas. —Eso suena doloroso —se quejó. —Siempre podemos colocarte unas medias muy oscuras para disimular, quizá hasta un liguero. —Elevó las comisuras de sus labios con coquetería. —¿Intentas travestirme? —Sonrió mostrando una hilera de dientes perfectos. Dios, debía
Eran las doce de la noche. Brais regresaba a su casa con una sonrisa en el rostro, a pesar de todo lo que había tenido que hacer para llegar. Abrió la puerta de la habitación y entró. La casa se encontraba en silencio. Encendió la luz y gritó al ver a Cristian tumbado en su cama mirando el teléfono. —¡Joder! ¿Qué haces aquí? Su amigo se levantó de un salto y lo miró acusador. —Eso debería preguntar yo, ¡¿dónde estabas?! Llevo llamándote todo el día. No has sido capaz de contestar a una sola llamada, ni mensaje. Me quedé esperándote en el gimnasio, no estuviste en tu casa, ni en la empresa. ¡Dime! —Estuve con Aledis —respondió, confuso por lo que parecía una escena de celos. —¡Ah! Claro, siempre Aledis. ¿Dónde quedó la amistad? Ya me cambiaste, ¿cierto? Se pasó una mano por el cuello y lo frotó. —Jamás. —Se acercó a su amigo y dejó caer el brazo sobre sus hombros. —¿Entonces? Siquiera dime que le diste uso a la herramienta para que sienta que mereció la pena el abandono. —Cris,
La semana finalizó, el tiempo para que sus padres perdieran la casa se iba agotando poco a poco. La presencia de Brais y Cristian la ayudaban a despejarse de los malos pensamientos. Muchas veces intentó desahogarse con su amigo, pero no quería que se decepcionara de ella, y contarle a Cristian sus problemas sería como pedirle un préstamo de manera involuntaria. No podía negar que la vida acomodada que tenía se debía al regalo de sus padres, pero desde entonces salió adelante por sus medios. «No pienso comenzar ahora a depender de ningún hombre». Se dijo a sí mima el sábado en la noche mientras sacaba el arqueo de caja y preparaba las cuentas. El lunes debía pagar a los empleados, hacía falta comprar productos y las telas que Elián había encargado. Pagar proveedores. Estaban teniendo buenas ventas, pero cada día que pasaba se daba cuenta de que había aspirado muy alto. El negocio apenas estaba en auge y debía comenzar a sacrificar algunas cosas para conseguir otras. Eran más de las di
Aledis salió del auto cojeando y entró al edificio. Nunca conducir le resultó tan doloroso, se había acostumbrado a hacerlo con tacones altos; pero con una herida abierta y sangrando era diferente. Caminó dejando una de las huellas rojizas en el piso. Deseaba con todas sus fuerzas llegar a su hogar y terminar de derrumbarse. ¿Cuándo su vida se volvió tan complicada? Añoraba los tiempos en que solo se preocupada por levantar el negocio, cirugías y ropa. Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Todo era oscuridad y silencio. «No hay vida en este lugar, ¿de qué sirve el dinero?». Observó la nota de su empleada que, como siempre, explicaba lo que ya sabía. «No tengo ganas de cenar». Asió un paño limpio de la cocina, abrió el refrigerador y sacó una botella sin estrenar de vino rosado. Lanzó el bolso y las llaves en la encimera. Cojeó hacia el salón abriendo la bebida por el camino. Antes de sentarse en el sofá dio un largo trago y se dejó caer en el asiento queriendo desaparecer en su
—Ale, cariño, reacciona —Brais la llamó al ver que se había dormido. —¿Qué? —murmuró, sin abrir los ojos. —¿Por qué quieres a Cris? —hasta él se daba cuenta de que sonaba ansioso por saber la respuesta. —No lo quiero, lo amo. —Brais se incorporó sentándose junto a ella en el sofá. Sostuvo su pierna herida y la colocó sobre la rodilla a la vez que le acariciaba el tobillo. —¿Lo amas? ¿Por qué? —Necesitaba saberlo, porque si amaba a Cris, lo amaba a él. —Siento que… —Aledis se detuvo provocando un silencio. «¿Qué siente? ¡No! Ahora no te duermas. Despierta, dicen que los borrachos dicen la verdad». Movió un poco la pierna con delicadeza. —¡¿Qué sientes?! Ale abrió los ojos, sin darse cuenta se había arrodillado en el sofá y se encontraba frente al rostro de ella intentando escuchar la respuesta. La vio sonreír y balbucear unas palabras que no comprendió. Sin pensarlo se levantó, la agarró por las axilas y la sostuvo. La pelirroja enredó sus brazos alrededor del cuello. «La meter
—¿Sabes que siempre se rieron de mí en la escuela?, tú tenías a Cristian, yo solo te tenía a ti. Aledis hablaba en voz baja, acariciándole el torso con su cálido aliento. —Lo sé, cariño. —Besó su cabello para apartar las ganas de alzarla e invadir su boca. —Un día dejaste de venir a visitarme, después de las clases me esquivabas. Muchas veces quise preguntar por qué, pero la respuesta para mí era lógica. ¿Quién querría la compañía de la rarita? Tú estabas integrado con el resto y no quería entorpecerte. Estaba tan equivocada, a él no le habría importado nadie más que ella. —Fui un tonto, ahora me doy cuenta, hubiera deseado que me preguntaras. Actué así por cobardía. —El pasado no se puede cambiar. Intenté huir de él, pero regresa. Solo míranos, aquí, juntos. Una mañana me accidenté en la clase de educación física. —Apartó el cabello dejando libre su rostro y pasó los dedos por el contorno de su cara—. Me dieron permiso para ir a las duchas a quitarme el lodo que llevaba encima p
Brais no podía creer que la estaba besando, el sueño de su vida se hacía realidad. Su boca era suave, tan cálida que no pudo evitar olvidarse de los remordimientos y perderse en ella. Era como si con Aledis todas las dificultades se hicieran a un lado, como si su cuerpo respondiera al suyo por inercia. Sin necesidad de nada más. Acalló a su conciencia y la apretó contra su cuerpo. Sus pechos redondos y erguidos se frotaban contra sus pectorales, como si quisieran escapar de aquella suave tela que apenas si los cubría. Aledis le rodeó el cuello con los brazos y él hizo viajar sus manos desde la cintura hasta subir a los hombros para bajarle los tirantes del camisón. Jugó con su lengua en el interior de su boca y ella le salió al encuentro. Ambos se comportaban como si se hubieran esperado por años, como si quisieran poner en ese beso todos los sentimientos que habían guardado. Ella lo sostenía como si tuviese miedo a que él desapareciera, sin saber que lo único que deseaba era que e
Destapó la sábana que cubría su cuerpo, la noche anterior había olvidado bajar la persiana del ventanal, y el amanecer la sacó del sueño cuando sentía que apenas acababa de dormirse. Su cabeza daba vueltas con un dolor punzante, su cuerpo sufría la resaca como si un camión hubiera pasado sobre ella varias veces. Movió las piernas y un leve pinchazo en la planta del pie le recordó la noche anterior. Las lágrimas aparecieron sin ser invitadas, nada había sido un sueño. Aprisionó la almohada en la que se recostó Brais y la abrazó intentando obtener algo de su perfume.«Desearía ser de esas personas que beben y no recuerdan nada». Para su desgracia lo acontecido volvía a su mente, aunque quisiera olvidarlo. Colocó los dedos sobre los labios intentando rememorar unos segundos el intenso beso. «Abrí mi corazón y le conté un secreto que nunca revelé ni a mi propia familia. Cometí la locura de decirle a un hombre por primera vez que lo amaba y él se marchó». ¿Cómo lo miraría a la cara ahora?