La semana finalizó, el tiempo para que sus padres perdieran la casa se iba agotando poco a poco. La presencia de Brais y Cristian la ayudaban a despejarse de los malos pensamientos. Muchas veces intentó desahogarse con su amigo, pero no quería que se decepcionara de ella, y contarle a Cristian sus problemas sería como pedirle un préstamo de manera involuntaria. No podía negar que la vida acomodada que tenía se debía al regalo de sus padres, pero desde entonces salió adelante por sus medios. «No pienso comenzar ahora a depender de ningún hombre». Se dijo a sí mima el sábado en la noche mientras sacaba el arqueo de caja y preparaba las cuentas. El lunes debía pagar a los empleados, hacía falta comprar productos y las telas que Elián había encargado. Pagar proveedores. Estaban teniendo buenas ventas, pero cada día que pasaba se daba cuenta de que había aspirado muy alto. El negocio apenas estaba en auge y debía comenzar a sacrificar algunas cosas para conseguir otras. Eran más de las di
Aledis salió del auto cojeando y entró al edificio. Nunca conducir le resultó tan doloroso, se había acostumbrado a hacerlo con tacones altos; pero con una herida abierta y sangrando era diferente. Caminó dejando una de las huellas rojizas en el piso. Deseaba con todas sus fuerzas llegar a su hogar y terminar de derrumbarse. ¿Cuándo su vida se volvió tan complicada? Añoraba los tiempos en que solo se preocupada por levantar el negocio, cirugías y ropa. Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Todo era oscuridad y silencio. «No hay vida en este lugar, ¿de qué sirve el dinero?». Observó la nota de su empleada que, como siempre, explicaba lo que ya sabía. «No tengo ganas de cenar». Asió un paño limpio de la cocina, abrió el refrigerador y sacó una botella sin estrenar de vino rosado. Lanzó el bolso y las llaves en la encimera. Cojeó hacia el salón abriendo la bebida por el camino. Antes de sentarse en el sofá dio un largo trago y se dejó caer en el asiento queriendo desaparecer en su
—Ale, cariño, reacciona —Brais la llamó al ver que se había dormido. —¿Qué? —murmuró, sin abrir los ojos. —¿Por qué quieres a Cris? —hasta él se daba cuenta de que sonaba ansioso por saber la respuesta. —No lo quiero, lo amo. —Brais se incorporó sentándose junto a ella en el sofá. Sostuvo su pierna herida y la colocó sobre la rodilla a la vez que le acariciaba el tobillo. —¿Lo amas? ¿Por qué? —Necesitaba saberlo, porque si amaba a Cris, lo amaba a él. —Siento que… —Aledis se detuvo provocando un silencio. «¿Qué siente? ¡No! Ahora no te duermas. Despierta, dicen que los borrachos dicen la verdad». Movió un poco la pierna con delicadeza. —¡¿Qué sientes?! Ale abrió los ojos, sin darse cuenta se había arrodillado en el sofá y se encontraba frente al rostro de ella intentando escuchar la respuesta. La vio sonreír y balbucear unas palabras que no comprendió. Sin pensarlo se levantó, la agarró por las axilas y la sostuvo. La pelirroja enredó sus brazos alrededor del cuello. «La meter
—¿Sabes que siempre se rieron de mí en la escuela?, tú tenías a Cristian, yo solo te tenía a ti. Aledis hablaba en voz baja, acariciándole el torso con su cálido aliento. —Lo sé, cariño. —Besó su cabello para apartar las ganas de alzarla e invadir su boca. —Un día dejaste de venir a visitarme, después de las clases me esquivabas. Muchas veces quise preguntar por qué, pero la respuesta para mí era lógica. ¿Quién querría la compañía de la rarita? Tú estabas integrado con el resto y no quería entorpecerte. Estaba tan equivocada, a él no le habría importado nadie más que ella. —Fui un tonto, ahora me doy cuenta, hubiera deseado que me preguntaras. Actué así por cobardía. —El pasado no se puede cambiar. Intenté huir de él, pero regresa. Solo míranos, aquí, juntos. Una mañana me accidenté en la clase de educación física. —Apartó el cabello dejando libre su rostro y pasó los dedos por el contorno de su cara—. Me dieron permiso para ir a las duchas a quitarme el lodo que llevaba encima p
Brais no podía creer que la estaba besando, el sueño de su vida se hacía realidad. Su boca era suave, tan cálida que no pudo evitar olvidarse de los remordimientos y perderse en ella. Era como si con Aledis todas las dificultades se hicieran a un lado, como si su cuerpo respondiera al suyo por inercia. Sin necesidad de nada más. Acalló a su conciencia y la apretó contra su cuerpo. Sus pechos redondos y erguidos se frotaban contra sus pectorales, como si quisieran escapar de aquella suave tela que apenas si los cubría. Aledis le rodeó el cuello con los brazos y él hizo viajar sus manos desde la cintura hasta subir a los hombros para bajarle los tirantes del camisón. Jugó con su lengua en el interior de su boca y ella le salió al encuentro. Ambos se comportaban como si se hubieran esperado por años, como si quisieran poner en ese beso todos los sentimientos que habían guardado. Ella lo sostenía como si tuviese miedo a que él desapareciera, sin saber que lo único que deseaba era que e
Destapó la sábana que cubría su cuerpo, la noche anterior había olvidado bajar la persiana del ventanal, y el amanecer la sacó del sueño cuando sentía que apenas acababa de dormirse. Su cabeza daba vueltas con un dolor punzante, su cuerpo sufría la resaca como si un camión hubiera pasado sobre ella varias veces. Movió las piernas y un leve pinchazo en la planta del pie le recordó la noche anterior. Las lágrimas aparecieron sin ser invitadas, nada había sido un sueño. Aprisionó la almohada en la que se recostó Brais y la abrazó intentando obtener algo de su perfume.«Desearía ser de esas personas que beben y no recuerdan nada». Para su desgracia lo acontecido volvía a su mente, aunque quisiera olvidarlo. Colocó los dedos sobre los labios intentando rememorar unos segundos el intenso beso. «Abrí mi corazón y le conté un secreto que nunca revelé ni a mi propia familia. Cometí la locura de decirle a un hombre por primera vez que lo amaba y él se marchó». ¿Cómo lo miraría a la cara ahora?
Con rabia lanzó el viejo teléfono contra la pared. Desde la noche anterior había permanecido encerrado, aferrado a la camisa que Aledis le regaló. Era lo único que le quedaría de ella. Sabía que hubo un antes y un después de haberla encontrado. El tiempo que pasaron juntos colocó su vida de cabeza. Apenas logró dormir sabiendo que la mentira en algún momento llegaría a su fin, pero cuando se encontraba a su lado, todo perdía importancia. A lo largo del corto lapso que disfrutaron, comenzó a vivir como una persona normal. Con ella podía actuar tal como era, pero cuando se marchaba, su hechizo se desvanecía y se escudaba en complejos e inseguridades.Había salido al mundo y, para su sorpresa, este lo recibió con los brazos abiertos. Conoció a personas que se alegraban de su presencia, recibía llamadas con invitaciones que no eran del que consideraba su único amigo y, lo más importante, la mujer de sus sueños lo trató como si fuese la persona más importante de su vida. No deseaba hablar
Pasó todo el domingo junto a su familia, tenía deseos de llamar a Brais y pedirle explicaciones. Preguntarle si su madre estaba equivocada y si aquello solo fue producto de habladurías. Porque si su progenitora estaba en lo cierto, él le mintió. ¿Y si no era solo eso en lo que había mentido? ¿Qué más ocultaría? Y, sobre todo, ¿por qué?Aquella mañana despertó temprano, dispuesta a solucionar lo único en su vida que dependía de sí misma. Se despidió de su familia con la promesa de ayudarlos, abrazó a su padre y se sintió protegida.—Venga que llegarás tarde a trabajar.—Un poco más, papá. —ronroneó entre sus brazos.—Pero ¡qué lindos se ven así! —interrumpió, su madre.Se separó, le acarició la mejilla y le regaló un beso en la nariz.—Te quiero, papá. —Se acercó a su madre dedicándole una mirada cómplice—. A ti también, no seas celosa. Voy a ocuparme, no sufras.Sonrió por última vez intentando tranquilizarla, agarró el bolso y salió a la calle en busca del auto. Llevaba la misma ropa