Aledis se encontraba sobre la cama abrazada a su oso de peluche. No había pegado ojo en toda la noche por esperar una respuesta que nunca llegó. Sabía que debía levantarse, y comenzar el día a pesar de no tener ganas de hacerlo.«No puedo detener mi vida por un hombre que reapareció para perturbar mi existencia». Agarró el teléfono y volvió a mirarlo a pesar de saber que no había nada en él. Se contuvo de rogar que le contestara. Se sentía débil y poca cosa, pero necesitaba los mensajes de ese hombre casi como respirar.—¿Ves, oso? Nunca te enamores, solo sirve para sufrir. —habló con el animal de peluche, se incorporó y comenzó a caminar hasta el baño arrastrando los pies.Una hora y media después se encontraba aparcando su automóvil frente a la tienda. A pesar de que el día había amanecido nublado, llevaba unas gafas de sol que le cubrían la mirada cansada.—Buenos días —susurró al entrar.Elián, Lorena y Remedios se encontraban desayunando en un rincón de la tienda. Al verla, las d
Elián la agarró de uno de sus brazos y tiró de ella alejándola de Brais antes de que estrecharan las manos sellando así la contratación. Se dejó arrastrar por su amigo que se la llevaba dejándola con la palabra en la boca.—Estaba hablando, ¿qué quieres?—¿Quién eres y qué tramas? —murmuró, alzando una ceja.—No sé de qué estás hablando. —Frunció el ceño, molesta.—No te hagas la loca, ¿qué pretendes contratando a ese hombre?No quería que la cuestionaran, sus razones eran de ella y de nadie más.—Elián, ¿estás borracho?—¿Lo estás tú? Porque pasas de decir que es horrendo a contratarlo como dependiente. Tú, que solo buscas modelos para no perder la buena imagen de tu tienda.—¿Es qué no tengo derecho a cambiar de opinión? Me parece una buena elección, se ve decente.—¿Decente? No hablaste dos palabras con él y ya lo estabas contratando. Espero que esto no sea una estratagema para reírte de Reme.—¡¿De Reme?! —Sintió la sangre hervir de rabia al recordar las fotos de aquella mujer bes
—Tranquilo, tigre, si sigues corriendo así en esa cinta te dará un infarto.Brais pasó unas horas siendo capacitado para un trabajo que no necesitaba solo por estar junto a la mujer de sus sueños. Cuando salió de su casa llevaba las ideas claras, iba contarle toda la verdad, pero en el momento que la tuvo frente a él, no pudo. Cuando ella lo confundió con uno de los aspirantes, vio el cielo abierto. Sabía que aquella mentira se estaba haciendo cada vez más grande, que le acabaría explotando en el rostro; sin embargo, no sabía cómo detenerse sin perderla.«Aunque no se puede perder lo que en realidad nunca se tuvo».Estar con ella parte de la mañana había sido lo mejor que le pasó en mucho tiempo, aunque al verla sonreír se daba cuenta de que era una alegría fingida. Mientras le mostraba las tareas que debía llevar a cabo, a pesar de hacerlo de una forma amable, la notaba cansada. A veces su mirada se perdía en algún punto recordando algo que parecía dañarla.«¿Acaso necesito más prue
—Pero mira quién llama, el señor que inspecciona la boca de la idiota de mi empleada —el reclamo de Aledis fue lo primero que escuchó en cuanto descolgó el teléfono.«¡Joder! Lo sabe».—Ale, cariño… escúchame.—¿Qué tengo que escuchar, Cristian? Llevo esperando recibir alguna mentira tuya todo el día. —Todo tiene una explicación, lo juro. «Aunque no sé cómo dártela».—¿Así? Primero aparece un video donde dicen que eres gay y después te veo besando a, ¡esa!—¿Cómo te enteraste? «¡Joder! No debería haber llamado».—¿Me tomas por idiota? Solo debía sumar dos más dos. Tu nombre, el de tu empresa, ¿sigo o ya sabes cómo?—Pero amor, lo que viste no es del todo cierto —intentó defenderse, pero era imposible.—¡No vuelvas a llamarme amor! —Puedo dejar de llamarte así si con eso te sientes mejor, pero no cambiará lo que siento por ti.—¿Sentir? ¿Qué se supone que sientes? Cristian Ferrer —dejó escapar el nombre de su amigo como si fuera una clave que él debía entender, pero no lo hacía—. ¿Cu
El despertador sonó dos horas antes de lo normal. Eran las cinco de la mañana cuando ya estaba dispuesto a comerse el día. Se dio una ducha y se arregló tal como su amigo le decía siempre que hiciera. Quería verse bien para Aledis, aunque no fuera el hombre por el que ella sufría.«O sí. Porque si siente algo, es por mí. Todas las horas que pasamos hablando fue conmigo no con él». Trabajó durante una hora en el programa que estaba creando para su empresa. Apenas se hicieron las siete de la mañana salió de su casa camino del nuevo trabajo, y entró en el aparcamiento del centro comercial que se encontraba a un par de calles de distancia.«Si voy a trabajar para ella no puedo aparecer con este coche. Nadie se creería que necesito el puesto. Voy a tener que comprar uno que no sea tan llamativo». Recordando que debía hacerse de una vida algo menos glamurosa. Salió del auto y se apresuró a llegar al trabajo. Minutos después se encontraba entrando a la boutique.—¡Hola! —saludó a Elián que l
¿Sería posible que no fuera tan malo volver a revivir el pasado? Si aquella pregunta que en esos momentos pensaba, se la hubieran hecho un tiempo atrás, su respuesta hubiese sido: mirar al pasado, nunca. Pero desde aquel encuentro con su antiguo mejor amigo, comprendió que a veces en épocas malas hay cosas buenas que mantener. En aquel abrazo se sintió protegida. Por unos minutos dejó de ser la mujer exitosa, para volver a ser tan solo, Aledis. La pequeña pelirroja con miedo a salir al mundo. Durante toda la mañana el ajetreo del negocio la mantuvo ocupada, no tuvo ocasión de acercarse a su amigo y comenzar a acosarlo con preguntas. Observaba a Lorena y a Brais bromear, la rubia parecía no dejarlo un momento tranquilo. A pesar de las ocupaciones, en varias ocasiones sus miradas se encontraron, parecían buscarse. —Señorita, perra —susurró Elián—. ¿No deberías ir a supervisar cómo están trabajando en el almacén? Se acercó a la puerta de la trastienda donde se encontraba su amigo. —Sí
Se encontraba a punto de entrar en la tienda cuando el piropo de un transeúnte la hizo volverse. —¡Anda que no estás buena, morena! «¿Morena? ¿Está ciego o qué? Que estoy buena ya lo sé, no necesito que me lo diga». —¡Encima de marginal, daltónico! ¿Dónde me ves lo morena, pedazo de anormal? —El hombre paró su caminar para enfrentarla. Por unos momentos se sintió nerviosa por la forma en que la miraba. —Entre las piernas, tesoro. Ya sabes lo que dicen: pelirroja de bote felpudo morenote. —Escuchó su carcajada y lo observó mientras ponía el dedo índice y corazón sobre la boca, para después sacar su lengua entre ellos. —¡Qué asco! ¡Imbécil! Desgraciado ignorante, ¡soy pelirroja natural! Estaba por perder los nervios y saltar sobre él, cuando sintió la presencia de Brais. La aferró por la cintura y la apartó con delicadeza. —¿Te encuentras bien? —preguntó, mirándola directo a los ojos para después desviar su visión al agresor. —Sí… ¡Qué diga, no! —Agarró sus brazos y lo obligó a a
—No me digas, cambiaste la profesión por psicópata y vienes a secuestrarme ahora porque crees que la tienda está vacía, déjame decirte que hay tres hombres; bueno, hombres con pluma en la trastienda. —Secuestrarte, no me des ideas. —Ladeó la cabeza y comenzó a reír. No entendía el poder que había tenido Brais siempre sobre ella. Desde que era una niña era capaz de convertir con su presencia los peores días en buenos. Agarró una falda que habían dejado mal colocada y se la lanzó al rostro. —Si te vas a quedar, ayúdame. —No me digas. —Tomó la prenda y la estiró observándola con detenimiento—. ¿Quieres que me la ponga? No estoy seguro de que sea de mi talla. —Te verías fantástico en ella, me ofrezco a depilarte las piernas. —Eso suena doloroso —se quejó. —Siempre podemos colocarte unas medias muy oscuras para disimular, quizá hasta un liguero. —Elevó las comisuras de sus labios con coquetería. —¿Intentas travestirme? —Sonrió mostrando una hilera de dientes perfectos. Dios, debía