—Pero mira quién llama, el señor que inspecciona la boca de la idiota de mi empleada —el reclamo de Aledis fue lo primero que escuchó en cuanto descolgó el teléfono.«¡Joder! Lo sabe».—Ale, cariño… escúchame.—¿Qué tengo que escuchar, Cristian? Llevo esperando recibir alguna mentira tuya todo el día. —Todo tiene una explicación, lo juro. «Aunque no sé cómo dártela».—¿Así? Primero aparece un video donde dicen que eres gay y después te veo besando a, ¡esa!—¿Cómo te enteraste? «¡Joder! No debería haber llamado».—¿Me tomas por idiota? Solo debía sumar dos más dos. Tu nombre, el de tu empresa, ¿sigo o ya sabes cómo?—Pero amor, lo que viste no es del todo cierto —intentó defenderse, pero era imposible.—¡No vuelvas a llamarme amor! —Puedo dejar de llamarte así si con eso te sientes mejor, pero no cambiará lo que siento por ti.—¿Sentir? ¿Qué se supone que sientes? Cristian Ferrer —dejó escapar el nombre de su amigo como si fuera una clave que él debía entender, pero no lo hacía—. ¿Cu
El despertador sonó dos horas antes de lo normal. Eran las cinco de la mañana cuando ya estaba dispuesto a comerse el día. Se dio una ducha y se arregló tal como su amigo le decía siempre que hiciera. Quería verse bien para Aledis, aunque no fuera el hombre por el que ella sufría.«O sí. Porque si siente algo, es por mí. Todas las horas que pasamos hablando fue conmigo no con él». Trabajó durante una hora en el programa que estaba creando para su empresa. Apenas se hicieron las siete de la mañana salió de su casa camino del nuevo trabajo, y entró en el aparcamiento del centro comercial que se encontraba a un par de calles de distancia.«Si voy a trabajar para ella no puedo aparecer con este coche. Nadie se creería que necesito el puesto. Voy a tener que comprar uno que no sea tan llamativo». Recordando que debía hacerse de una vida algo menos glamurosa. Salió del auto y se apresuró a llegar al trabajo. Minutos después se encontraba entrando a la boutique.—¡Hola! —saludó a Elián que l
¿Sería posible que no fuera tan malo volver a revivir el pasado? Si aquella pregunta que en esos momentos pensaba, se la hubieran hecho un tiempo atrás, su respuesta hubiese sido: mirar al pasado, nunca. Pero desde aquel encuentro con su antiguo mejor amigo, comprendió que a veces en épocas malas hay cosas buenas que mantener. En aquel abrazo se sintió protegida. Por unos minutos dejó de ser la mujer exitosa, para volver a ser tan solo, Aledis. La pequeña pelirroja con miedo a salir al mundo. Durante toda la mañana el ajetreo del negocio la mantuvo ocupada, no tuvo ocasión de acercarse a su amigo y comenzar a acosarlo con preguntas. Observaba a Lorena y a Brais bromear, la rubia parecía no dejarlo un momento tranquilo. A pesar de las ocupaciones, en varias ocasiones sus miradas se encontraron, parecían buscarse. —Señorita, perra —susurró Elián—. ¿No deberías ir a supervisar cómo están trabajando en el almacén? Se acercó a la puerta de la trastienda donde se encontraba su amigo. —Sí
Se encontraba a punto de entrar en la tienda cuando el piropo de un transeúnte la hizo volverse. —¡Anda que no estás buena, morena! «¿Morena? ¿Está ciego o qué? Que estoy buena ya lo sé, no necesito que me lo diga». —¡Encima de marginal, daltónico! ¿Dónde me ves lo morena, pedazo de anormal? —El hombre paró su caminar para enfrentarla. Por unos momentos se sintió nerviosa por la forma en que la miraba. —Entre las piernas, tesoro. Ya sabes lo que dicen: pelirroja de bote felpudo morenote. —Escuchó su carcajada y lo observó mientras ponía el dedo índice y corazón sobre la boca, para después sacar su lengua entre ellos. —¡Qué asco! ¡Imbécil! Desgraciado ignorante, ¡soy pelirroja natural! Estaba por perder los nervios y saltar sobre él, cuando sintió la presencia de Brais. La aferró por la cintura y la apartó con delicadeza. —¿Te encuentras bien? —preguntó, mirándola directo a los ojos para después desviar su visión al agresor. —Sí… ¡Qué diga, no! —Agarró sus brazos y lo obligó a a
—No me digas, cambiaste la profesión por psicópata y vienes a secuestrarme ahora porque crees que la tienda está vacía, déjame decirte que hay tres hombres; bueno, hombres con pluma en la trastienda. —Secuestrarte, no me des ideas. —Ladeó la cabeza y comenzó a reír. No entendía el poder que había tenido Brais siempre sobre ella. Desde que era una niña era capaz de convertir con su presencia los peores días en buenos. Agarró una falda que habían dejado mal colocada y se la lanzó al rostro. —Si te vas a quedar, ayúdame. —No me digas. —Tomó la prenda y la estiró observándola con detenimiento—. ¿Quieres que me la ponga? No estoy seguro de que sea de mi talla. —Te verías fantástico en ella, me ofrezco a depilarte las piernas. —Eso suena doloroso —se quejó. —Siempre podemos colocarte unas medias muy oscuras para disimular, quizá hasta un liguero. —Elevó las comisuras de sus labios con coquetería. —¿Intentas travestirme? —Sonrió mostrando una hilera de dientes perfectos. Dios, debía
Eran las doce de la noche. Brais regresaba a su casa con una sonrisa en el rostro, a pesar de todo lo que había tenido que hacer para llegar. Abrió la puerta de la habitación y entró. La casa se encontraba en silencio. Encendió la luz y gritó al ver a Cristian tumbado en su cama mirando el teléfono. —¡Joder! ¿Qué haces aquí? Su amigo se levantó de un salto y lo miró acusador. —Eso debería preguntar yo, ¡¿dónde estabas?! Llevo llamándote todo el día. No has sido capaz de contestar a una sola llamada, ni mensaje. Me quedé esperándote en el gimnasio, no estuviste en tu casa, ni en la empresa. ¡Dime! —Estuve con Aledis —respondió, confuso por lo que parecía una escena de celos. —¡Ah! Claro, siempre Aledis. ¿Dónde quedó la amistad? Ya me cambiaste, ¿cierto? Se pasó una mano por el cuello y lo frotó. —Jamás. —Se acercó a su amigo y dejó caer el brazo sobre sus hombros. —¿Entonces? Siquiera dime que le diste uso a la herramienta para que sienta que mereció la pena el abandono. —Cris,
La semana finalizó, el tiempo para que sus padres perdieran la casa se iba agotando poco a poco. La presencia de Brais y Cristian la ayudaban a despejarse de los malos pensamientos. Muchas veces intentó desahogarse con su amigo, pero no quería que se decepcionara de ella, y contarle a Cristian sus problemas sería como pedirle un préstamo de manera involuntaria. No podía negar que la vida acomodada que tenía se debía al regalo de sus padres, pero desde entonces salió adelante por sus medios. «No pienso comenzar ahora a depender de ningún hombre». Se dijo a sí mima el sábado en la noche mientras sacaba el arqueo de caja y preparaba las cuentas. El lunes debía pagar a los empleados, hacía falta comprar productos y las telas que Elián había encargado. Pagar proveedores. Estaban teniendo buenas ventas, pero cada día que pasaba se daba cuenta de que había aspirado muy alto. El negocio apenas estaba en auge y debía comenzar a sacrificar algunas cosas para conseguir otras. Eran más de las di
Aledis salió del auto cojeando y entró al edificio. Nunca conducir le resultó tan doloroso, se había acostumbrado a hacerlo con tacones altos; pero con una herida abierta y sangrando era diferente. Caminó dejando una de las huellas rojizas en el piso. Deseaba con todas sus fuerzas llegar a su hogar y terminar de derrumbarse. ¿Cuándo su vida se volvió tan complicada? Añoraba los tiempos en que solo se preocupada por levantar el negocio, cirugías y ropa. Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Todo era oscuridad y silencio. «No hay vida en este lugar, ¿de qué sirve el dinero?». Observó la nota de su empleada que, como siempre, explicaba lo que ya sabía. «No tengo ganas de cenar». Asió un paño limpio de la cocina, abrió el refrigerador y sacó una botella sin estrenar de vino rosado. Lanzó el bolso y las llaves en la encimera. Cojeó hacia el salón abriendo la bebida por el camino. Antes de sentarse en el sofá dio un largo trago y se dejó caer en el asiento queriendo desaparecer en su