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Capítulo 5 parte 1

Parte 1

La mañana había llegado más rápido de lo que esperaba, solo fue cuestión de recostar la cabeza en la almohada y ya era de día. Se quitó las sabanas de encima y respiró profundo pensando en cómo enfrentaría ese día que vaticinaba tan difícil, tanto física como emocional mente.

Se puso de pie sacando fuerzas de donde no tenía y caminó hasta el pacillo, de camino agarró su toalla y un par de bóxer que había dejado bien colocados sobre el nochero manchado de pintura. El frio lo recibió como un amante deseoso, y rogó mentalmente para que la ducha del baño del fondo del pacillo tuviera agua caliente, y mientras se dirigía hacia ella no pudo evitar echarle un vistazo al parque del pueblo a través de la ventana. El sol aún no había nacido, pero el alba anunciaba que sería un maravilloso día. Unas cuantas personas revoloteaban por aquí y por allá, abriendo las tiendas o tomando tinto en la cafetería, pero algo más allá de todo lo cotidiano llamo su atención: Un hombre hacia ejercicio en las maquinas del centro del parque, y Gabriel no pudo evitar echarle una ojeada. Incluso dándole la espalda, Gabriel supuso que era joven, pero estaba más ocupado viendo cómo se marcaba en el pantalón de franela un trasero de muerte lenta que en la edad, luego sintió la presencia de alguien más junto a él.

 — No soy entonces el único que se levanta a ver por la ventana — Gabriel se giró para ver a su primo y sonrió.

— Solo quería ir a ducharme y…—

— De paso ver hombres musculosos y sudorosos — le interrumpió su primo acercándose para poder ver él también.

— ¿Entonces a eso te levantas tú? — contra atacó, pero su primo solo sonrió.

— No. Yo solo me levanto a verla a ella — Gabriel dirigió su mirada de nuevo hacia el parque y vio a una mujer hacer ejercicio junto al otro hombre. Una pregunta extraña se formó en su mente, y, como siempre, no pudo contenerla.

— ¿Es la mamá de Tomás, y él su nuevo novio? — Axel soltó una carcajada antes de contestar.

— Cuando te grité anoche que te encerrabas en tu propio mundo y no dejabas que nadie entrara no estaba para nada equivocado — se tomó unos segundos para meditar lo que le diría, unos segundos que a Gabriel se le hicieron eternos — la mamá de Tomás nos abandonó, una semana después de que él naciera— le soltó al fin, y luego se encogió de hombros — ella es una de las doctoras del hospital, y creo que él es su amante o algo así.

—Entiendo — le contestó Gabriel — estás enamorado de ella — afirmó y su primo negó con energía.

— No es amor, solo me gusta. Pero creo que ella está con él — señaló con el mentón al hombre que la acompañaba — la mayoría de las veces me ignora— Gabriel soltó una carcajada, y Axel lo miró como si hubiese perdido una tuerca.

— Si te ignora es porque está loca por ti — le aseguró después de calmarse. Su primo enarcó una ceja.

— ¿Dices que está loca por mí porque me ignora? — Gabriel asintió.

— Así son las mujeres, raras y un poco tontas. Por eso no me gustan, ¿acaso no vez películas? —

— Creo que le caigo mal. Antes yo hacía ejercicio en la mañana, con ella. Bueno, más bien en el mismo parque que ella, pero nunca me hablaba, y contestaba con evasivas cuando lo hacía yo, luego comenzó él a acompañarla y… desde entonces nunca se separan.

Gabriel suspiró y observó a la mujer, de cuerpo atlético y cara perfecta, con un largo cabello negro como la misma oscuridad, e inevitablemente pensó que los Avendaño no habían nacido para el amor. Detalló entonces en el hombre que la acompañaba, que tenía el cabello color chocolate, una incipiente barba que lo hacía lucir extrañamente sexi y unos brazos que Gabriel deseó haber tenido rodeando su espalda. Luego se percató de que ambos miraban hacia la ventana donde estaban él y su primo, y hubo una fuerte tención, una guerra de miradas entre los cuatro que hubiera cortado a la mitad a cualquiera que se hubiese cruzado por en medio. Pero toda la tensión fue rota por la mano de la mujer que ondeaba en el aire en un alegre saludo. Axel dio media vuelta y se fue, y Gabriel se quedó ahí sin saber qué hacer, así que levantó la mano y saludó de una manera tímida pero alegre. El hombre del cabello color chocolate le sonrió y levantó el pulgar, y Gabriel no pudo evitar darle una muy buena repasada a su espectacular anatomía.

Luego se fue a duchar, y agradeció que el agua estuviera bien fría.

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No había logrado conocer a Tomás, la noche anterior su tía lo había traído cuando él estaba durmiendo, y esa mañana había salido cuando él no había despertado. Era en lo único que quería pensar mientras caminaba por la calle de camino a su primer día del colegio, trataba de hacer que el camino le rindiera poco, que sus pasos fueran despacio, pero el tiempo seguía corriendo y tenía que llegar a las ocho. Al final decidió apresurar el paso entes de que lo dejaran afuera, y cruzó la portería a las ochos menos diez.

El uniforme le quedaba ajustado, su tía supuso que era menos “Musculoso” Había dicho, y compró uno que le quedó un poco pequeño. El uniforme costaba de una guayabera blanca con botones y un bolsillo en el pecho al lado derecho que tenía el escudo del colegio, el pantalón era negro lizo, y completaba un chaleco de tela gruesa que le recordaba a los uniformes Élite. Cuando se lo puso antes de salir no pudo evitar una mucha de hastío, igual agradeció infinitamente que su tía le hubiera conseguido el uniforme, ya resaltaba demasiado como para ir en ropa de calle el primer día. “Que guapo, por dios” había dicho su tía mientras le sacaba una foto y le pedía que sonriera. Antes de salir su primo le había indicado donde estaba el colegio y lo había despedido con un fuerte abrazo.

—Esta es la oportunidad que estás buscando —le dijo, luego lo empujó —ve por ellos, tigre —él había negado con la cabeza mientras salía con una sonrisa en la boca.

Caminaba con la cabeza gacha, evitando cualquier contacto visual o posible acercamiento, pero la vida parecía siempre un chiste de mal gusto para él, porque bajando del segundo escalón resbaló, y antes de caer supo que todas sus pesadillas se habían hecho realidad. Su cuerpo se contorsionó de una manera extraña mientras el suelo se acercaba, y el mentón le sirvió de guarda choques, rebotó como pelota de playa y termino junto a unos tacones de doce centímetros. Deseó entonces ser invisible, correr como flash o que la tierra se lo tragara, todo al mismo tiempo.

Se escucharon unas cuantas risas, pero por suerte fueron más las manos que lo ayudaron a levantarse.

— Qué manera de empezar el día — escucho una voz que le decía mientras le ayudaban a levantar, y Gabriel la reconoció de inmediato. Se volvió hacia Irán y le sonrió.

— Gracias — le dijo — se me había olvidado que no puedo hacer magia entre los mortales, volar, por ejemplo — Irán le sonrió y le apunó con el dedo a algo por encima de su hombro. Gabriel se giró y se encontró con una señora entrada en edad, con una corta minifalda y toda la pinta de ser una eficiente secretaria.

— Nunca había visto a alguien que tuviera tantas ganas de estudiar como para lanzarse hacia adentro — Gabriel se encogió de hombros.

— Estoy ansioso — mintió y le mostró la mejor de sus sonrisas, de esas que hacían que la gente en la calle le sonriera también. Y así lo hizo la mujer.

— Entonces podríamos empezar por aquí — la mujer le indicó que le siguiera y él le hablo a Irán de soslayo.

— Nos vemos al rato, Irán.

—Toreto.

— En tus sueños.

La pequeña recepción era … una pequeña recepción, con nada más que lo necesario, incluso una pintura del barco en la pared podría causar claustrofobia.

La mujer le tomó unos datos y le dio su nuevo horario, por suerte para Gabriel, el año escolar recién había comenzado. Luego la señora lo hizo esperar hasta que todos los estudiantes estuvieran en sus aulas, para la presentación. La mención del acontecimiento le provocó un nudo en el estómago, Gabriel estaba seguro de cómo sería: entraría, diría su nombre, de donde venía, lo harían sentar con la persona más nerd del salón y seria la sensación los primeros tres días, luego todo podría ser normal, pero algo que Gabriel entendió con el tiempo era que en Florencia nada era normal.

El timbre lo sacó de sus cavilaciones y lo obligó a centrarse de nuevo en la secretaria que leía algo del manual de convivencia. Gabriel desvió ahora su atención hasta el improvisado pisa papeles que no era más que un borrador comido en los momentos de estrés de la mujer, luego, después de lo que para él fue una eternidad, la mujer bajó el libro y le sonrió.

— Espero que hubiera entendido lo que acabo de leerle — Gabriel asintió con energía.

— Cada palabra.

— Qué bien, porque nosotros somos muy estrictos a la hora de cumplir las normas del manual de convivencia, sobre todo en cuanto a la disciplina. Aquí podrá encontrar personas que le saquen de quicio, pero no se puede saltar las reglas, señor Avendaño, ya no está en Medellín.

Gabriel la miró con los ojos bien abiertos, ¿enserió aquella mujer pensaba que él era un chico problema agresivo? Tenía motivos.

— Entiendo — fue lo único que se le ocurrió decir, la mujer asintió y se puso de pie, pero Gabriel no la siguió, permaneció sentado mientras pensaba en una pregunta que le abría un hueco en el pecho, ¿acaso todas las personas de aquí piensan que soy un vándalo agresivo? Pero él ya sabía la respuesta, y estaba seguro que todo el pueblo ya estaba al tanto de lo que había pasado en Medellín, y que de seguro se había formado su propia hipótesis del porqué de los acontecimientos, en breves palabras, el pueblo ya se había formado una idea prejuiciosa de él.

— Ya puede seguirme señor Avendaño — Gabriel se puso en pie, y siguió a la mujer, que salió a paso delicada con sus enormes tacones, caminó por el pasillo y subió las escaleras hasta el tercer piso, donde el salón del onceavo grado estaba al pendiente de cada movimiento en el exterior.

— ¿Qué pasa que están tan callados hoy? — les preguntó el maestro — ¿al fin han decidido convertirse en jóvenes de bien? — hubo unas cuantas risas que se extinguieron casi de inmediato, nadie quería hacer ruido, todos querían ser los primeros que escucharan los pasos que se acercaban, y hubo una conmoción silenciosa cuando aquellos resonaron por el pacillo, luego se escuchó una conversación, seguro la secretaria le daba las ultimas indicaciones al chico nuevo, entonces se armó el debate.

— Yo lo vi esta mañana — dijo una chica de cabello corto rompiendo el silencio — no tiene cara de vándalo y drogadicto, es más, hasta guapísimo está — algunas otras chicas secundaron la noción.

— Eso lo dices solo porque piensas con las tetas — contraatacó un chico de cara redonda y pecosa ganándose una palabrota de parte de la chica, pero haciendo caso omiso continuó con el chisme que corría de boca en boca esa mañana — esta mañana me dijeron que anoche rompió el toque de queda, y que cuando Ben y los gemelos le iban a dar su merecido mojó los pantalones y su primo Axel tuvo que ir a defenderlo — unas cuantas risas inmaduras se escucharon, pero alguien más habló.

— Pues a mí me dijeron que es un rebelde sin causa, que anoche rompió el toque de queda solo porque le dio la gana, y que si suprimo Axel no hubiera llegado a tiempo hubiera matado a Ben y a los gemelos.

El debate continuó, y el maestro solo se limitó a observarlos, en silencio.

Mientras tanto al otro lado de la puerta la secretaria le daba las últimas indicaciones a Gabriel.

— Y por último te voy a regalar un consejo — Gabriel asintió, exhausto de la cháchara, pero nunca se llegó a imaginar lo valioso que podría ser— en el pueblo se habla mucho, pero yo te aconsejo que hagas tú mismo tu propio criterio de las cosas, nunca dejes que nadie te haga ver algo de un color si tú lo vez de otro, los chismes son cosas peligrosas, no los subestimes — La mujer lo miró con sus profundos ojos marrón y Gabriel asintió, a continuación, la mujer tocó un par de veces en la puerta. El maestro, un hombre bastante atractivo entrado ya en la treintena, asomó la cabeza.

— Pasen — les dijo abriendo la puerta del todo — los estábamos esperando — la mujer entró con toda la confianza que le daba conocer a cada uno de los estudiantes de ese salón desde que les cambiaban los pañales, pero Gabriel se quedó un poco rezagado, y cuando cruzó el umbral, un océano de miradas se posaron sobre él.

Todos lo miraban, nadie pestañeaba, pero él levanto la cabeza en un gesto de confianza, demostrando con ello una valentía que no tenía. Hacia años que no se sentía tan intimidado, tan expuesto, no desde su primera pelea, esa que había perdido y que lo había llevado por el camino que lo tenía ahí.

La secretaria hablaba con el profesor de algo, y mientras tanto Gabriel no sabía qué hacer; se peinó disimuladamente, metió más manos en los bolsillos y suspiró un millón de veces, hasta que por fin la secretaria se dirigió a sus nuevos compañeros, solo entonces dejaron de mirarlo, de escanearlo tan descaradamente que lo hacían sentir desnudo.

— Hoy llega a nuestro colegio un nuevo compañero — comenzó a decir la mujer — y quiero que lo hagan sentir como encasa — todo mundo asintió, y Gabriel aprovecho para dar le una repasada al mar de rostros que había frente a él, pero solo reconoció a Camila, la enigmática cajera del mini supermercado. Le dedicó una fugaz sonrisa y ella hizo lo mismo. A continuación, la secretaria se retiró y dejó a Gabriel en manos del profesor.

— Mi nombre es Sebastián —le dijo, en un tono lo suficientemente alto como para que todos lo escucharan — seré tu nuevo profesor de literatura, español y educación física — Gabriel pensó que era guapo, pero estaba demasiado ansioso como para detallarlo — háblanos de ti — le dijo, y Gabriel dijo lo que había pesado que diría durante todo el día.

— Mi nombre es Gabriel Avendaño, tengo veinte años y vengo de Medellín — agradeció que no le temblara la voz. Miró en dirección al profesor Sebastián, que lo incitaba a continuar, pero él se encogió de hombros.

— Bien — dijo el maestro — entonces, ¿alguien quiere hacerle alguna pregunta a Gabriel? — Gabriel volteó el cuello tan rápido que sintió como todas sus vertebras se rompieron, pero el maestro ignoró su exagerada reacción y se dirigió al grupo de estudiantes que tenían en frente — si quieren levanten la mano y hagan su pregunta — añadió, y Gabriel sintió alivio al ver que nadie lo hacía. El profesor Sebastián sonrió, y tomando cómodamente haciendo en si silla, habló de nuevo — bueno, entonces, ¿qué les parece si continuamos con el debate que teníamos antes de que Gabriel llegara? — Gabriel observó cómo algunos rostros se contorsionaron en una mueca extraña, y después de un segundo de tención, una chica de cabello corto levantó la mano, y Gabriel sintió un vuelco en el estómago. Sebastián le dio la palabra a la chica, que se aclaró la garganta antes de preguntar:

— ¿Tienes novia? — lo primero que se escuchó fue un coro de risas por parte de todos los alumnos — bueno ya, déjenme en paz — se defendió la chica, y luego todas las miradas cayeron sobre él.

— No — dijo al final — no tengo novia — otra mano se alzó en el aire casi al instante, y el maestro le dio la palabra a un chico de cara pecosa.

— Si usted es de Medellín, ¿Qué vino hacer hasta Florencia? ¿acaso su familia se quedó sin dinero y tuvieron que mandarlo para acá porque no tenían con qué mantenerlo? — la risa del muchacho fue la única que se escuchó. Gabriel miró al maestro en busca de ayuda, pero él solo asintió con la cabeza, como dándole permiso para desatar la cantidad de sarcasmos que contenía su cabeza, pero se abstuvo todo lo que pudo.

— Pensé que en Florencia todos se daban cuenta de todo — soltó, y el joven suspiró profundo.

— Si — dijo — aquí ya todos sabemos que usted está aquí por vándalo, dígame, qué hizo, ¿asustó a una anciana? ¿pintó la fachada de un ancianato? ¿o lanzó huevos a la casa de un profesor? — Gabriel no aguantó más, y le escupió con cínico sarcasmo.

— Trate de matar a alguien que hacía demasiadas preguntas — nadie rio, pero todos lo miraron con aprobación y Gabriel se sintió un poco descargado. El profesor Sebastián se levantó de su asiento y tomó el control de la situación de la manera más sabia.

— Esa sí estuvo buena —dijo y le indicó a Gabriel que tomara asiento junto a una chica de cabello rubio que llevaba todo el rato escuchando música, ajena a lo que pasaba alrededor. A continuación, el profesor se dirigió al grupo completo — hay algo que siempre he querido enseñarles, pero nunca se había presentado la oportunidad hasta ahora — todos prestaron atención — cuando quieran saber algo de alguien no especulen, no se pongan a inventar o a prestar atención a lo que dicen los demás, si ustedes quieren saber algo de alguien, pues vallan y pregúntenselo a él mismo, otra cosa es que esa persona no se los quiere decir — añadió y señalo a Gabriel con el mentón — lamento haberte tomado como conejillo de indias. Bienvenido al grupo — Gabriel asintió con la cabeza, y así, de repente, todo pareció volver a la normalidad. Hasta que recordó que al salir de allí tendría que enfrentarse a lo que había llegado al pueblo, y se le hizo un nudo en el estómago.

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