—¡ No puedo creer que contestaras eso? —casi gritó Gabriel, y de la risa perdió el equilibrio y casi cae de la silla, samuel lo sostuvo mientras también se reía.
—Ella me estaba insultando —se justificó el hombre y Gabriel río más fuerte.
—Te dijo hijo de papi y tu le dijiste rubiecilla tetona —el muchacho tuvo que sostenerse el estómago de la risa y Samuel se encogió de hombros.
—Tenía un mal día —la comida ya estaba en el estomago y los platos perfectamente ordenados en el locero, Samuel había destapado una botella de vino que no tenía alcohol y llevaban rato hablado cómodamente. Después de que Gabriel se calmara, se formó un silencio cómodo que Gabriel ocupó acariciando los vellos del brazo del enfermero —¿cómo estás? —le preguntó —&ique
Axel sentía una gota de sudor que le bajaba por la frente, pero si soltaba el brazo del hombre este caería sobre Melissa y complicaría la operación.—¿Está seguro que no quiere anestesia general? — preguntó la doctora y el hombre le gritó algo inentendible para Axel. La tormenta golpeaba el pueblo con violencia, los truenos hacían vibrar la tierra y había gotas de agua que se colaban por el techo y hacían un charco enorme en el suelo —La bala tiene agujero de salida —dijo Melissa más bien al aire —solo hay que detener la hemorragia y estará bien. Axel miraba alerta todas las entradas, presintiendo el contra ataque en cualquier momento. Hacía una media hora, estaba terminando todo en la farmacia para irse a casa cuando la enfermera, Laura, llegó corriendo hasta él con las mejillas pálidas y sudorosas. Axel comprendió de inm
Maoy, Gabriel y Samuel escucharon atentos cuando Axel dio el último sorbo a su taza de café y la dejó en la mesita de enfrente. —Los reuní porque necesito de su ayuda —los tres hombres permanecieron en silencio un momento mientras el rubio se aclaraba la garganta —Lo que pasó ayer me hizo comprender que mientras Franco esté en el pueblo nadie va a estar a salvo, ya sabemos que hay un grupo armado que él prácticamente ya exterminó, pero, ¿qué nos asegura que después de eso no llegue otro? ¿o que él comience a inculpar de manera paranoica a cualquiera de haberlos escondido o ayudado? —Maoy se inclinó hacia adelante. —Llevo varios años trabajando en el caso de Franco, tengo evidencia que inculpa a todos sus secuaces, pero él no, tiene excelentes coartadas y un historial limpio. —lo sé —Axel se recostó en el respaldo de su mueble y cruzó las manos tras el cuello —peo yo si sé donde esconde todo lo que lo pueda inculpar —Samuel y Maoy se inclinaron hacia él.
Gabriel había puesto la alarma a las cuatro de la mañana, pero estaba despierto desde media noche, y antes de eso había tenido pesadillas molestas, y perturbadoras donde era él quien estaba arrodillado en el atrio de la iglesia frente al arma de franco, y despertaba siempre de un salto cuando la bala le travesaba la cabeza y aun despierto podía escuchar el sonido del cráneo al romperse. Al final desistió de intentar dormir. Bajó hasta la sala donde el televisor estaba encendido y encontró a Axel, envuelto en su cobija rosa, viendo the flash.—Tampoco puedes dormir —afirmó cuando lo vio aparecer y le hizo espacio para que se metiera en la cobija con él.—Tengo pesadillas con lo de hoy —le dijo Gabriel tapándose con la cobija y Axel suspiró.—Yo extraño a Tomás —se quedaron viendo una maratón de las series que ten&iacu
Dos camionetas estaban atravesadas en medio de la carretera, y fuera de ellas unos cuantos hombres armados esperaban a que la escalera estuviera más cerca y el chofer redujo la velocidad.—Miguel, debajo de la carpa —Gritó el chofer al ayudante que estaba sentado unos puestos más atrás. El joven se puso de pie y levantó una carpa negra que cubría unos bultos de café.—Escóndanse ahí —les dijo y Axel miró a Gabriel.—¿Por qué nos ayudas? —le preguntó el rubio y el ayudante se encogió de hombros —si alguien está en contra de Franco, es de mi equipo.—¡Rápido! —les gritó el chofer y Axel se metió bajo la carpa. Gabriel sacó el disco duro y su celular del bolsillo y los puso en el pecho del ayudante que lo miró con los ojos abiertos.—Esto será
Cuando la camioneta llegó al pueblo Gabriel logró ver a través de vidrio polarizado como había cientos de personas en las calles, el día de la virgen se había visto interrumpido por el repiqueteo de las campanas que anunciaban una nueva ejecución publica, la suya. Antes de salir del palacio, lo habían atado completamente, las manos atadas por detrás hasta los codos, y las piernas hasta las rodillas. Trató de moverse, pero estaba tan atado que no lograba ya ni siquiera sentir las palmas de las manos, y sintió tanto miedo que el corazón le latía con fuerza en los oídos.La tarde comenzó a cerrarse, una muy pequeña llovizna comenzó salpicar los vidrios y una niebla espesa comenzó a cobijar al pueblo, era un día muy feo para morir, pensó Gabriel cuando la camioneta se detuvo frente al atrio y lo bajaron de la camioneta. Franco lo tomó
Axel se tomó un segundo en recuperar el aliento con la espalda puesta en el suelo, cuando levantó la cabeza Ainhoa le apuntaba con el arma sin levantarse del asiento, y en un acto reflejo Axel tomó el extintor amarillo que estaba a su lado y se lo lanzó. En medio del vuelo ella disparó, y la bala golpeó el objetó que dejó salir un intenso humo blanco que inundó todo el helicóptero. Axel no podía ver nada, pero se puso de pie y recostó el cuerpo en la pared mientras ella disparaba en todas direcciones, una bala le pasó rozando la pierna y dejó un rastro de ardor intenso, y cuando el viento disipó el humo la pistola se quedó sin balas. Axel dio un paso el frente y el ardor en el pie lo hizo flaquear, así que miró hacia abajo para ver la gravedad de la herida, pero Ainhoa salió de su asiento y lo pateó en el pecho. Tubo que sostenerse de la puerta para no caer al vacío, y vio que estaban a más de siete u ocho metros de altura. Cuando se volvió hacia adentro la mujer le dio un p
Christian Nodal sonaba de fondo, con su voz y su letra melancólica había logrado extinguir por completo la paciencia que había procurado guardar hasta Florencia, donde nadie pudiera escucharlo gritar y maldecir, o eso esperaba, pero el calor sofocante, que no menguaba ni siquiera un poco con el pequeño recorte de cartón con el que se ventilaba, le tenía al borde del abismo. Se movía, desabrochaba los botones de la camisa en un vano intento por refrescarse, pero nada parecía suficiente. Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano izquierda, mientras que con la derecha seguía batiendo el cartón.Hacía apenas unas horas había salido de Medellín, pero ya lo extrañaba como el sediento al agua; su cuarto, su privacidad, a su hermano. Ya no podía hacer nada al respecto, él mismo se había marcado a fuego ese destino, él había caminado
A pesar del largo trayecto, del cansancio acumulado, el mareo y el hombre de la cicatriz; la pequeña pero intensa conversación con el ayudante, o más bien las miradas, y las tres acosadoras, Gabriel se sintió eufórico al sentir la suavidad del contacto de las llantas en en pavimento que anunciaba el inicio del pueblo. No era tan suave como lo esperaba, pero sí mucho mejor que la rústica carretera por la que acababa de pasar, con huecos y piedras que le tenían el cuerpo al borde del colapso.Las casas a las afueras del pueblo eran, en efecto, lo que Gabriel esperaba:Humildes, de techos bajos y pintorescas, un variopinto espectáculo de colores y amalgamas, perfectamente limpias y organizadas, en su mayoría. Algunas podían presumir el sueldo de sus dueños con grandes rejas y vidrios polarizados, fachadas impecables con pinturas de aceite y macetas de barro, pero otras no contaban con mas qu