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CAPÍTULO DOS:

Sekhmet.

    

      Estoy mentalmente agotada, incluso psicológicamente, pero eso no quita que golpee el saco de boxeo del gimnasio. Mi respiración está algo ofuscada, pequeñas, pero molestas gotas de sudor bajan por mis hombros, mejillas, el medio de mis pechos y mi abdomen plano cubierto en la parte de mi pelvis por las llamas del mismo infierno. 

    

      Ejecuto dos golpes certeros en el objeto, abasteciéndome de toda la rabia que tengo contenida, dejando que mi visión se nuble y la adrenalina se apodere de mi sistema. 

    

      Me detengo por unos pequeños instantes limpiando los restos de sudor de mi coronilla, agarrando después mi botella de agua para ingerirla en segundos. Siento el agua caliente bajar por mi garganta, calmando la ansiedad que he tratado de liberar, pero que a causa de mi adrenalina no reduce, alcanzo mi pequeño bote de pastillas agarrando una en el proceso e ingiriéndola sin cuestionarme el asqueroso sabor o los malestares que este mismo me provoca en ocasiones. 

    

      Acomodo mejor los guantes de protección en mis manos; llevando acabo varios golpes ya conocidos: HOOK o "golpe de puñalada" como dicen los cubanos; considerado como un golpe que siendo similar en su ejecución a uppercut el cual se conoce que tiene  su aplicación al mentón, es una variente de éste aplicado al cuerpo, le sigue un  SWING: es un crochet largo en el que se gira el puño para impactar con la zona de los nudillos.

    

      Mis cabellos se mantienen atados en dos trenzas que comienzan desde el inicio de mi cabeza hasta lo largo, ya más conocidas como trenza francesa o japonesa. 

    

      Relamo mis labios, recibiendo el agotamiento con mucha más tranquilidad, percibiendo como mis latidos continúan acelerados, pero mis ansias de sangre se reducen. 

    

      Este espacio cuadrado consta de un lugar para pesas, un ring de bolseo de donde cuelga un saco de golpear, su lugar de tiro oculto tras una pared de concreto, una máquina de correr, una PERA BOXEO O PUNCHING BALL  cuelga de una baranda en la esquina derecha que da hacia la puerta de salida, unas mancuernas, barras de suspensión, discos, bandas elásticas; cada objeto se encuentra colocado en su lugar correspondiente. 

    

      Me detengo por unos segundos, tomando asiento en el suelo del ring, dejando que finalmente y con mucha paciencia mi respiración comience a tomar forma, relajándose como debe ser. 

    

      Soy fiel amante a esta intensa adrenalina que remueve mi sistema, porque a pesar de que cuando estoy bien puedo ser letal, con mi sangre bombeando a toda velocidad soy sangrienta. 

    

      Limpio mi rostro con la pequeña toalla blanca, dejando que el silencio y la tranquilidad me reconforten por los minutos que me quedan antes de meterme en el baño, acabando con el sudor que ha entorpecido mis poros. 

    

      —No tenías porque huir así hermana —su suave voz me hace girarme de pronto, encontrando al pequeño rubio de ojos azules a solo unos pasos de mi. 

    

      Bajo la mirada, manteniéndome en mi lugar en la posición de la mariposa, recibiendo todo el aire y la tranquilidad necesaria, mientras el se encamina en mi dirección. 

    

      —Necesitaba tiempo a solas —demando limpiando mi rostro por segunda vez—, ¿y las chicas? 

    

      Sus labios se alzan en una sonrisa, a la misma vez que puedo ver los hoyuelos tan hermosos que se le crean en sus mejillas enrojecidas, con cada paso que da acentúa más sus rasgos semejantes a los míos, la única diferencia son sus ojos azules y su cabello. 

    

      —No puedes vivir sin ellas —anuncia quedando cara a cara conmigo, posando sus dos antebrazos en las tiras que rodean el ring. 

    

      Soy yo la que sonríe ahora, quitándome los guantes de boxeo de color rojo carmesí, para después colocarlos en mi saco negro. 

    

      —En realidad son ellas las que no pueden estar sin mi —reitero bajándome de la plataforma, para después sentir como sus brazos me rodean en un abrazo cálido—, estoy algo sudada y debo apestar. 

    

      Libera varias carcajadas para después aferrarse con mucha más fuerza a mi cuerpo, dándole igual mis palabras, obligándome a abrazarlo en conjunto, colocando mi cabeza encima de la suya. 

    

      —No importa, así estés llena de excremento —me molesta, mi pecho se infla con sus palabras, impulsándome a besar su coronilla con delicadeza. 

    

      No se por cuánto tiempo nos quedamos así y realmente me importa muy poco, en lo único que puedo pensar es en lo mucho que lo amo, en lo feliz que estoy de que la vida me halla premiado con semejante ser angelical y maravilloso. 

    

      Amaría estar así, toda una vida; sin embargo, el parece no querer ya que se separa de mi mirándome con expresión dura.

    

      —¿Que sucede? —cuestionó deslizando algunos mechones rubios de su cabello hacia un lado, percatándome de la marca de nacimiento que nos hace más que hermanos. 

    

      Suspira, lo hace de una manera que me aflige el corazón, para después agarrarme de las manos y tomar asiento en unas pequeñas butacas que se encuentran a la esquina izquierda de la puerta. 

    

      —No puedes huir siempre que no logras el tiempo que quieres, mucho menos debes ponerte tanta presión, sabes muy bien que mamá hubiera querido que poco a poco cumplieras esos objetivos que te trazas cada ves más, pero no que te fuerces tanto solo por el hecho de que estás rodeada de hombres que las juzgan en ocasiones, porque quienes te conocemos sabemos que puedes lograr muchísimo más que ellos —extiende uno de sus dedos, acariciando con premura mi pómulo, mientras que uno de mis cabellos rebeldes se desplaza fuera del trenzado, ocasionando que el rubio deba posicionarlo detrás de mi oreja—. Todos sabemos que eres una luchadora, fuerte, capaz y peligrosa, alguien que hace lo que sea para acabar con esos seres sin escrúpulos que hieren, matan y destrozan personas inocentes, pero no debes proponerte ser perfecta porque ya lo eres, ninguna persona en este mundo a logrado lo que tú, ni siquiera las mejores tenientes del ejército alemán a llegando a donde tú, pero no es justo que quieras obligarte a ser mejor que todos cuando puedes ser su igual, no es luchar contra ti misma, es luchar contra quienes te han impuesto la idea de que eres mala. Porque eso es una decisión, y siempre serás la villana en la historia de alguien, sin saber que lo que hacías era lo correcto. 

    

      Su forma de expresarse, la manera con la que estipula cada uno de sus puntos y me da fuerzas para no pedirme tanto terminan poniéndome más sensible de lo que quiero admitir, provocando que mis ojos se empañen en lágrimas, y una pequeña lagrima se deslice por mi pómulo con rapidez, siendo limpiada por el mismo pequeño de ojos azules que siempre ha sido mi apoyo. 

    

      —No llores; todo esto no lo dije con ese objetivo, en realidad solo lo digo porque no quiero que me vuelvas a apartar, no me gusta que me eches a un lado cuando "supuestamente" necesitas estar sola, porque solo te llenarás la cabeza de ideas confusas; te amo y por esa razón no me gusta que huyas de quien eres en realidad, ya que eres un ser maravilloso que quien te conoce lo sabe —juntamos nuestras frentes, cerrando los ojos en el momento en que llevamos acabo esa accion, para después envolvernos en un fuerte abrazo. 

    

      No entiendo en que momento creció tanto, ni siquiera tengo una idea de cómo maduro con tanta rapidez, pero de lo único que si estoy segura es de lo mucho que lo amo, que por el soy capaz hasta de dar mi vida si es necesario, no me importa lo que piensen las personas, porque el es la luz que alumbra mi oscuridad, llenándola con su luz de perfección. 

    

      —Te amo Sebastián —susurro, no queriendo apartarme nunca más de su lado, ni siquiera por unos breves segundos. 

    

      Continuamos así, tranquilos, exponiendo tranquilidad, momentos serenos, donde cada uno se abraza más fuerte al otro.

    

      Dos toques en la puerta nos sacan de nuestra tranquilidad, obligando a separarnos de nuestro abrazo, a la misma vez que mis ojos se encuentran con los de la castaña. 

    

      —La cena está lista —demanda con sus manos entrelazadas al inicio de su cuerpo. 

    

      —Bueno, entonces es momento de darle un bocado a este pequeño —le hago unas cuantas cosquillas, ocasionando que se aleje corriendo de mi, huyendo como un cobarde; mientras millones de carcajadas salen de lo más profundo de mi garganta—, no huyas cobarde. 

    

      Lo primero que le digo, cosa que es lo primero que hace, acallando a uno de mis demonios, pero eso no es suficiente para relajar mis músculos tensos. 

    

      Me pongo de pie, recogiendo mis pertenencias, para acercarme lentamente en dirección a la castaña que sonríe con picardía, para después volver su expresión a maliciosa. 

    

      —¿Saldrás hoy? —cuestiona, saliendo junto a mi de la estancia después de que cerrara la puerta con llave y comenzáramos a subir las escaleras en dirección a la salida del sótano. 

    

      —No, recuerda que mañana es la misión. —anuncio, recibiendo la luz de la inmensa sala con molestia por la diferencia de claridad. 

    

      —Solo te pido que si necesitas hablar conmigo aquí me tienes —susurra, sosteniendo mis manos con las suyas con perfecta manicura. 

    

      Odio ver su expresión preocupada, dolida, y agotada de que siempre la aleje, pero por más que no quiera hacerlo a veces es lo que me nace llevar a cabo, no puedo hacerle daños a los que quiero cuando estoy en ese estado. 

    

      —No necesito que me psicoanalices, para eso me miraría frente a un espejo, pero si, se que estarás ahí siempre que te necesite —beso su mejilla, colocándome el bolso en el hombro cuando nos detenemos en las escaleras que dan a nuestras habitaciones—, voy a darme un baño para descansar. 

    

    —¿No comerás nada? —interroga acomodándose el delantal que recubre su conjunto. 

    

    —No tengo mucho apetito —finalizo saliendo a todo prisa después de darle un beso a su mejilla. 

    

      Rueda los ojos, queriendo por segunda vez darme un sermón, aunque antes de que lo haga emprendo viaje a toda marcha escaleras arriba, preparándome mentalmente para descansar porque lo que se viene mañana será emocionante, pero agotador.

  

  Me dirijo a las escaleras escuchando las fuertes carcajadas de mis amigas y el pequeño Sebastián, sintiéndome mejor que bien de tenerlo con nosotras al menos esta noche, no sabe ni siquiera lo jodido que es cargar con una de las peores noticias de este mundo, una realidad que lo convertiría en el joven con el alma perdida como mi persona. 

  

  Limpio la leve lagrima que se desplaza por mi pómulo remojándome el alma porque los recuerdos son un tormento constante que me sigue desde que fui consistente de las heridas que ciertos enemigos no se cansan de llegar acabo en contra de quienes amo, todo porque el pasado de mi progenitor me perseguirá aún así desee que no sea así, eso es lo peor de todo. Tener que pagar por unas heridas que no causaste tu. 

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