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CAPÍTULO TRES:

  Danton.

  

  

  Paso las manos por mi cabello mientras le doy otra calada al cigarrillo que descansa en mis dedos. 

  

  Levanto una de mis cejas con la mirada en el cuerpo de la bailarina de Pol dance que se mueve en el tubo como si de una polla se tratara. 

  

  Mis brazos los acomodo en el enorme desván gris que se encuentra en un rincón con poca claridad dónde puedo observar mi entorno. 

  

  Una sonrisa siniestra se alza en mis labios cuando una rubia con un collar de sumisa se acerca a mi cuerpo. 

  

  — ¿Mi amo necesita algo? —cuestiona con su mirada en el suelo y de rodillas; como tanto me gusta. 

  

  —Solo necesito un rato a solas; ahora márchate —sigue con su mirada en el suelo completamente desnuda,  caminando en dirección a la barra—, pero caminando como perro. 

  

  Ella no refuta; ni siquiera se gira, solo ejecuta la orden que acabo de dar, pone su culo en pompa saliendo como una perra bien domada. 

  

  Le doy otra calada a mi cigarrillo, para tiempo después de tener el humo retenido en mis pulmones, liberarlo por mis fosas nasales. 

  

  Millones de parejas llegan observando curiosos el lugar, entretanto mis sirvientes les muestran que sus más oscuros deseos se les pueden cumplir. 

  

  Me levanto del asiento lanzándole un fajo de billetes a la bailarina que con una sonrisa maliciosa los toma, colocándolos en sus pechos. 

  

  Es hermosa y exuberante, no se los voy a negar, pero no sé compara con la belleza de mi reina, la dueña de todo lo que me pertenece. 

  

  Me coloco mis gafas oscuras moviendo mi cuerpo con ese aire de peligro que llama a millones de miradas lujuriosas tanto de hombres como mujeres. 

  

  ¿Qué puedo decir?; Soy todo un dios del Inframundo. 

  

  Dos de mis guardias abren las puertas de la salida para luego repetir el mismo proceso con las de mi camioneta. 

  

  Introduzco mi corpulento cuerpo en la parte trasera, arreglando las arrugas de mi impecable, caro y sensual traje. 

  

  Mis hombres abordan sus camionetas listos para irnos de aquel lugar de mala muerte. 

  

  — ¿Nos vamos señor? —cuestiona uno que parece ser nuevo.

  

  Levanto mi mano haciendo una seña a mi mano derecha, el cual llevo años a mi lado para que le calle la boca a semejante pueblerina. 

  

  —Al jefe no se le habla a menos que te lo haya pedido —aclara el moreno a la misma vez que el muchacho asiente. 

  

  Los autos se ponen en marcha.

  

  Todas son camionetas blindadas con última tecnología. La camioneta en la que me encuentro está en el medio, al frente tengo dos que me protegen a cada lado, atrás la misma cantidad y a los laterales de la mía hay motos con asesinos a sueldo que cobran más que el mismísimo presidente.

  

  Saco la foto de la pelinegra de mi traje, admirando semejante belleza, no soy de querer algo más que no sea simple sexo de las mujeres; sin embargo, está no debería ser solo para sexo, es de las que merecen que le pongan el mundo a sus pies.

  

  —Mi celular —pido con mi voz cruda y fría, recibiendo aquel dispositivo en segundos.

  

  Lo enciendo marcando el número de uno de mis clientes. 

  

  —Señor Materazzi, es un honor recibir su llamada —blanqueo mis ojos aburrido por el parloteo tan incesante de aquel hombre. 

  

  —No hables, no digas nada; necesito que me encargues con Palmero las nuevas armas semiautomáticas que llevo años esperando —ordeno dándole una calada a mi cigarrillo; esta adicción hay que disfrutarla como se debe, no solo hacerlo, por hacer. 

  

  —Señor...

  

  —Señor ni carajos, si me vuelves a fallar mataré a tu hija; no solo la torturaré como ya hice, recuerda que lleva un bebé en su interior y sería una terrible pena que ese niño no llegue a conocer la luz del día —finjo pensar.

  

  —Como ordene señor —comunica cabizbajo, inflando mí pecho. 

  

  —No falles o mueres, sabes que no tengo piedad ni con mi madre —no espero respuesta, cuelgo entregando el aparato a mi mano derecha. 

  

  Aumentamos mucho más la velocidad yendo en dirección a mi iglesia predilecta. 

  

  Le doy una última calada a mi cigarrillo, pero antes de botarlo lejos lo pego a la mano del muchacho que osó solo hablarme. 

  

  Veo el horror en su mirada cuando pisoteo con fuerza su mano. 

  

  —Señor, por favor —suplica y eso es lo más patético que he visto en mi vida. 

  

  — ¡Que patético! —exclamo con mi rostro impasible.

  

  —Por fa... —no lo dejo terminar cuando muevo mi cabeza y uno de mis guardias le da un fuerte derechazo que lo deja más que aturdido.

  

  —Nunca supliques misericordia al enemigo; este no la tendrá —declaro descubriendo que ya llegamos finalmente.

  

  Una enorme edificación rocosa se cierne justo a nuestro lado, su hermosa campana cuelga del lado más alto. 

  

  Mis puertas son abiertas a la misma vez que con ayuda salgo del auto, abotonando el chaleco del traje negro oscuro. 

  

  «La Sagrada Familia» leo internamente el título que lleva y una carcajada se escapa de mis labios. 

  

  Las puertas de madera son abiertas permitiendo el acceso a mis secuaces, pero sobretodo suba fuerte ventisca se me adelanta apagando cada una de las velas que alumbraba la casa del señor. 

  

  —Qué casualidad que cuando el mismísimo demonio entra por esa puerta las velas se apagan y los crucifijos se giran —adulo con maldad en mi tono de voz. 

  

  —Deja de parlotear hermano —susurra con voz suave el sacerdote que cuida la iglesia con su traje casi perfecto.

  

  —Lo de hermano me lo paso por el forro de mis cojones; he venido a pedirte un favor —tomo asiento en una de las enormes butacas de madera con la misma pose que tenía en el sitio donde encontraba anteriormente.

  

  —El señor te castigará si sigues hablando como un vil pecador —se crea una sonrisa en mis labios muy sangrienta, a la misma vez que me prendo otro cigarrillo.

  

  —El señor me chupa las pelotas con lo que haga, quien manda soy yo —libero el humo, esparciéndolo por toda su cara, ocasionando que comience a toser. 

  

  — ¿Que quieres hermano? 

  

  —Quiero que la sigas —mi mano derecha le extiende la foto al castaño que en segundos puedo apreciar la chispa de perversión que se instala en sus ojos negros. 

  

  — ¡Pero qué culo más delicioso; y ni hablar de sus labios! —exclama obligándome a qué sin dudar lo apunte exactamente en su cabeza con mi pistola. 

  

  —Es mía; solo mía —me levanto aún con la pistola apuntando su frente, mientras tanto me marcho con mi porte de maldad y mis hombres protegiendo cada uno de mis lados.

  

  Acomodo mi cabeza en el asiento de cuero, percibiendo mi cuerpo pidiendo a gritos algo que llevo días negándome por andar de un lugar a otro.

  

  Todos se ponen en posiciones esperando a mi señal para proceder, satisfecho voy a dar la orden. 

  

  —Al Garra Negra —las camionetas se ponen en movimiento, disfruto la calada de mi cigarro y como la nicotina es absorbida por mí; mis sentidos se ponen alerta para tiempo después calmar la ansiedad de mi sistema. 

  

  Echo las cenizas en las manos del mismo muchacho que ahora me mira horrorizado.

  

  Espero por horas en las que esquivamos autos, el terrible tráfico de Alemania me agota, extraño Italia y las comodidades que allí poseo.

  

  Miro el reloj que descansa en mi mano izquierda con premura; solo faltan minutos para las doce de la noche. 

  

  Mi tiempo ha pasado volando, es tan preciado que lo aprovecho al máximo y hoy veré a uno de mis mejores compañeros en negocios, y placer. 

  

  Lanzo por la ventana lo que queda del cigarro; que no es nada, pensando en la bella pelinegra que se está apoderando de mis pensamientos para centrarlos solo en ella. 

  

  Deslizo la mano por mis hebras pelinegras con mis ojos azules con semejanza al hielo en las personas que admiran la magnificencia de mis riquezas; y esto es solo una pequeña pizca de lo que poseo. 

  

  Abordamos un avión que nos lleva a mi país natal; con específico a Roma. 

  

  Recuerdo los momentos tan sangrientos que viví aquí, creando en mí una sensación de nostalgia. 

  

  Mi primer asesinato fue a los diez años. Mi padre me llevó a conocer al amante de mi madre; un hombre que ni siquiera le llegaba a los talones a mi progenitor pero el cual mi madre bien que disfruto a las espaldas de mi padre.

  

  Lo tenían con sus manos atadas a una máquina que debajo poseía ácido. No quería que muriera así tan fácil, así que antes de lanzarlo a ese lugar donde su carne se volvería agua decidí cortar cada uno de sus dedos, marcarle su pecho con mi navaja especial; dejar que una rata comiera su carne, para después de sus gritos se terriblemente terroríficos y satisfactorios dejarlo caer lentamente hacia su destino .

  

  El suplicaba, imploraba misericordia; sin embargo, los Materazzi no dábamos segundas oportunidades sin antes no conseguir algo que nos beneficiara.

  

  Disfrute ver cómo se retorcía de dolor y como, poco a poco, su cuerpo se volvió lo que era... Nada. 

  

  Me acomodo las gafas negras mientras tanto arremango las mangas del sensual traje que cubre mis músculos y mis tatuajes.

  

  El avión aterriza en tierras Italianas dejando que mi pecho se infle con los bellos recuerdos de este país tan corrupto.

  

  Las puertas son abiertas para mí a la misma vez que mis ojos de encuentran con los color ámbar del príncipe.

  

  Los dos somos hombres peligrosos, atrevidos, sádicos, sangrientos, con mucho poder y más que nada, con millones de cadáveres a nuestras espaldas, los cuales no significan más que escorias que no merecían estar en un mundo con dos reyes. 

  

  —Alexandro —digo delante de él con dos de mis hombres a mis espaldas al igual que él.

  

  —Danton —nos retamos por unos segundos con las miradas hasta que en nuestros labios se crean dos sonrías y sin más nos abrazamos como los compañeros que somos. 

  

—Eres un hijo de p**a —me alaga con sus palabras.

  

—Tú eres un cabrón de m****a —pronuncio aumentando su ego.

  

—Te extrañé hijo de p**a —adula y yo abrí mis ojos sorprendido.

  

  —Cuéntame de ella —ordeno ya como toda mujer costilla. 

  

  — ¿De qué estás hablando? —se hace el desentendido pero él sabe lo bueno que soy sacando información.

  

  —Si no me lo dices tú; lo descubriré por mi solo —caminamos uno al lado del otro con las manos en nuestras espaldas—, no me habías dicho que te habías casado. 

  

  Sus ojos se abren y se detienen en seco a mi lado. 

  

  — ¿Cómo lo sabes? —cuestiona con su mandíbula apretada. 

  

  —Tengo informantes en todos lados; así que supongo que la tal Ashley es quien te tiene más que loquito; o bueno, a tu polla —hablo con maldad. 

  

  — ¿Qué te parece si hablamos esto mejor en nuestros lugar? 

  

  — ¿Me estás pidiendo una escapada principito? —Finjo ser una mujer recibiendo un buen golpe en mi abdomen por las palabras—, eso es un golpe bajo; pero vamos. 

  

  Los dos abordamos la misma camioneta aún con cada uno de nuestros hombres vestidos de negros, rostros cubiertos y totalmente rapados siguiendo protegiendo espaldas, no es que lo necesitemos, pero ni crean que quiera destruir este hermoso traje caro. 

  

  No pasa mucho, nos mantenemos en silencio en el auto por unos segundos. 

  

  — ¿Cómo es? —cuestiono con mi mirada en el príncipe.

  

  —Una castaña toca pelotas, pero que no se puede negar que está más que buena —le da un sorbo a su bebida mientras yo estallo en carcajadas.

  

  —Así es como menos te gustan; pero te tiene atrapado —lo señalo con mi cigarrillo con una sonrisa en mis labios. 

  

  —Yo sé domar hasta la gata más fiera, ella no se compara en nada con lo cruel y sangriento que puedo ser.

  

  —Hurra por ti hermano. 

  

  —Ahora háblame de la hija de la bruja. 

  

  —Uff; esa es la diosa de las diosas; la quiero solo para mí —anuncio fascinado. 

  

  — ¿Tan hermosa es? —interroga curioso 

  

  — ¿Hermosa? —mueve su cabeza en asentimiento—, esa palabra se queda corta con lo que verdaderamente es esa mujer. 

  

  Saco una de las fotos que guardo en mi traje de repuesto mostrándosela al pelinegro. 

  

  —Joder; pues si que está buena —le lanzo una mirada asesina con advertencia—, tío; es tuya, como tampoco quiero que toquen a Ashley, tampoco tocaré a...

  

  —Sekhmet; se llama Sekhmet… una deidad que no tiene ni idea de lo que lleva cargando en sus venas —continuamos hablando hasta que llega el asunto más importante—. Me dijeron que te habían traicionado; ya sé que te ocupaste de ellos, pero sabes que cualquier cosa aquí estoy para luchar a tú lado. 

  

  —Lo sé; tu familia y la mía siempre han estado dándose apoyo desde que tengo uso de razón, pero estoy mejor resolviendo mis problemas solitos. 

  

  En dos horas llegamos a la enorme fachada del edificio más caro de Roma, mi favorito.

  

  Es un club de BDSM; uno de mis fetiches más atractivos. 

  

  Nos abren las puertas de las camionetas, los dos nos arreglamos nuestros trajes, deshaciéndonos de las chaquetas, quedando solo con la camisa de mangas largas del traje negro mientras que el de Alexandro es rojo sangre; pega perfecto con su personalidad.

  

  La música se puede percibir desde el exterior y en el momento que entramos el olor a marihuana, cocaína, cigarro, tabaco nos abarcan. 

  

  —Hogar, dulce hogar —sonríe de manera macabra caminando a mi lado. 

  

  Mis ojos escanean la habitación, todas las sumisas caminan acompañadas de sus amos con cadenas en sus cuellos que mencionan sus nombres. 

  

  —Vamos a nuestra habitación —algunos sirvientes intentan acercarse a nosotros pero solo les mando una mirada asesina que comprenden en segundos. 

  

  Entramos por un pasillo donde la luz que predomina es la roja y azul. 

  

  Escuchamos gemidos, gritos, latigazos, jadeos, lamentaciones y lloriqueos que solo nos traen placer. 

  

  Nos adentramos en la enorme habitación con la mayoría de las cosas poseen un enorme parecido a las que existían en la edad media. 

  

  Una enorme cama con un edredón de piel de oso, con barrotes de madera cara, a su lado derecho se halla una mesa con instrumentos de castigos pero también de placer. 

  

  En el lado izquierdo está la vitrina con las bebidas que tanto nos gusta ingerir y uno que otro aperitivo. 

  

  Me desnudo a la misma vez que Alexandro con mis ojos azules en las puertas que en segundos se abren, dándole entrada a dos belleza mujeres completamente desnudas, en sus cuellos llevan un collar de esclava, sus miradas están en el suelo y sin refutar se arrodilla antes de nosotras con sus cabellos trenzados. 

  

  —Estamos a su merced... Amos —dicen al unísono provocando que en mi interior se cree una sensación tan malditamente satisfactoria que en segundos tomo el primer instrumento que usaré. 

  

  «Que comience la acción »pienso con mi mirada en la de Alexandro quien al parecer piensa lo mismo. 

  

  Yo tomo a la pelinegra mientras él se queda con la castaña. 

  

  Tomo a mi sumisa colocando sus brazos en una barra espaciadora que cuelga del techo. 

  

  Su mirada continua en el suelo mientras tanto realizo mi tarea más que feliz. 

  

  Le coloco una mordaza de bola en su boca impidiendo que mencionara alguna palabra; hoy no tengo ganas de parloteos aburridos. 

  

  Sus pies quedando medio colgando al estar sostenida a la barra en el techo.

  

  Extiendo mi mano eligiendo un crep negro de cuero y unas pinzas para los pezones que ya se le encuentran más que duros. 

  

  Cubro sus ojos privándola del tacto, gusto, y la vista; eso será mucho más excitante.

  

  Deslizo lentamente el cuero por el medio de sus pechos, sigo por su areolas rodeándolas; voy bajando lentamente hasta su abdomen más que excitado de ver cómo encoge sus piernas evitando que sus fluidos se liberen. 

  

  —Ábrelas —demando pero ella niega poniendo mi humor por los cielos. 

  

  Miro a Alexandro quien le pone con fervor y deseo disfruta de las duras areolas de la castaña, degusta el sabor de su cuello, mientras se toca su miembro erecto.

  

  Centro mi vista en la pelinegra, respirando para calmar las ganas que tengo de cortarla en trozos. 

  

  —Abre tus piernas —vuelvo a dictaminar con voz dura pero ella niega—, Dime un número Alexandro. 

  

  El levanta su mirada maliciosa color ámbar hacia mi cuerpo entretanto yo golpeo la fusta en mi mano.

  

  —Veinte —vuelve a fijar su vista en el cuerpo de su sumisa, pero está vez tocando el coño ya empapado de la castaña; sin embargo, a pesar de las ganas que está tiene de correrse, él no la deja. 

  

  Fijo mi atención en la pelinegra preparando mi instrumento.

  

  —Te azotaré veinte veces y los contaré; sin me pierdo empezaré de nuevo, si quieres que me detenga dices  la palabra de seguridad que es verde. 

  

  Ella asiente.

  

  —Uno —estrecho el cuero en su trasero y veo como se le forma una pequeña mancha, ella se retuerce un poco; no adolorida, excitada—, Dos —este lo doy con muchísima más fuerza percibiendo como mi polla toma ya una forma descomunal, pero no dejaré que está me gane. 

  

  Me preparo de nuevo, aunque esta vez no daré mucho tiempo a recomponerse. 

  

  —Tres —retumba el sonido del cuero con su piel blanca—, cuatro... Cinco... Seis... Siete. 

  

  Cada vez le doy más fuerte, la castigo con más fuerza e intensidad sintiendo como mi cuerpo arde con la ganas de penetrarla sin pudor, ni pesar.

  

  —Ocho... Nueve... Diez... Once... Doce —su piel cada vez más escuece y se vuelve rojiza, este castigo es más misericordioso que los que alguna vez infligí.

  

  Mientras la golpeo muerdo uno de sus pezones duros, dejándolo más enrojecido que nunca. 

  

  Me detengo en el golpe quince listo para ver si ahora obedecerá.

  

  —Abrirte de piernas —duda un poco, pero por las lágrimas que bajan por sus mejillas me percato de que no pondrá resistencia de nuevo—, buena chica. 

  

  Le digo viendo cómo sus fluidos vaginales se corren por sus piernas; no dejo que se derramen. 

  

  Poso una silla en mi espalda, muy cerca del cuerpo de la sumisa, recojo uno de sus pies y lo lamo desde el inicio de su dedo gordo; hasta su monte de Venus con una lentitud a asfixiante. 

  

  Le doy un débil lengüetazo que la hace estremecer. 

  

  Repito el mismo procedimiento disfrutando del maravilloso sabor salado de sus fluidos que bajan como si de un manantial se tratara. 

  

  Me pongo de pie de nuevo, a solo unos pasos de ella, manoseando sus duros y erectos pechos voluminosos mientras dejo puesto el vibrador en su clítoris; pero apagado.

  

  —Ahora sentirás placer; solo porque yo quiero que lo sientas —lo enciendo y la vibración hace temblar las piernas d ella joven, se remueve más que excitada con lo que le estoy haciendo.

  

  Soy el ser que mejor sabe dar placer; pero ama ver sufrir a su víctima porque la mejor forma de corromper a una mujer es por el sexo, eso las vuelve volubles y fáciles de manipular.

  

  Escucho sus gemidos ser una fiel música para mis oídos, me introduzco uno de sus pechos en mi boca, saboreando ese sabor tan delicioso que contiene, muerdo cada una de su parte como si de carne se tratara. 

  

  Hago lo mismo con el otro mientras aún le doy placer con el vibrador que cada vez más se llena de sus fluidos. 

  

  Cierra sus ojos con fuerza, llevándome a qué me detenga. 

  

  —Abre los ojos —tarda un segundo pero lo hace, sus pupilas están dilatadas cubriendo el bello azul de su iris. 

  

  Muevo mucho más el aparato, muerdo, lamo, chupo, degusto, saboreo, y me hago dueño de sus tetas dándoles lo que realmente se merecen. 

  

  Le chica empieza a temblar con más ganas en señal de que su orgasmo arrasador de acerca cada vez más.

  

  Dejo que saboree la victoria de que tal vez liberará lo que la oprime en su vientre, pero no la dejo, me aparto antes de que pueda gritar con fuerza.

  

  Su rostro muestra decepción; lo sé, y amo ver cuándo se quedan con las ganas de sentir su liberación.

  

  Desató sus brazos de la barra para que haga lo que necesito. 

  

  —Chúpala —poso mi miembro erecto en su cara, sus ojos contienen un brillo que me sorprende pero a la vez me gusta.

  

  Su lengua se pasa por mi glande llevándome a gruñir con fuerza, soltando un poco de líquido pre seminal.

  

  Sus pequeñas manos se aferran a mi gorda verga que con fervor ella degusta cada vez con más fuerza. 

  

  Muerde la punta y sus dientes también forman parte de sus movimientos.

  

  El mundo desparece para mí en unos instantes que me permito disfrutar de una buena mamada. 

  

  Ella chupa, y me masturba a la vez, agarras y cabello con mucha fuerza cuando lo que me faltan son segundos para luego explotar. 

  

  La pelinegra se pone renuente alejándose de mi polla. 

  

  La rabia me carcome apoderándose de mi cuerpo, mi mano se estrella contra su mejilla con fuerza repitiendo el sonido en toda la habitación.

  

  Alex se levanta de la cama tranquilo mirando la escena  con un cigarro en sus labios. 

  

— ¡Eres una m*****a zorra; y ahora verás! —ato sus manos a su espalda, la pongo en la misma posición y está vez yo dominando follo su boca sin importarme los daños que le pueda ocasionar; aunque, al ser muy zorra la hija de p**a, termina disfrutando.

  

  Mis estocadas son salvajes y con tantas ganas que le tengo a la verdadera pelinegra me están carcomiendo por dentro, necesito liberarme o explotaré.

  

  Algunos de sus cabellos se quedan aún en mis manos cuando mis músculos de tensan, mis piernas tiemblan, mi corazón palpita a una velocidad insuperable casi inhumana, mi respiración está errática y finalmente todo mi semen termina dentro de la pequeña boca de aquella pelinegra. 

  

  Sus ojos están empañados en lágrimas, sus mejillas ya cargan con la marca de mis manos, y una idea pasa por mi cabeza cuando se pone de pie. 

  

  —Ahora sabrás que es la doble penetración con dos dioses griegos —Alexandro se deshace de su cigarrillo para caminar a mi lado con maldad hacia el cuerpo de la chica que nos observa con un terror que aumentan los gritos de nuestros demonios internos.

  

  Ponemos en cuatro y en lo que yo la penetro por su depilado coño ya lubricado, mi amigo lo hará por su culo. 

  

  De una sola embestida los dos la penetramos con preservativo cuidándonos de no cometer un error dónde nuestra sangre sea manchada por zorras cómo estas. 

  

  Las embestidas son sincronizadas, ella suplica, llora, pero a la misma vez jadea, gime, grita de placer mientras nosotros disfrutamos de su cuerpo.

  

  Devoro una de sus tetas a la par que Alexandro agarra la que está libre manoseándola. 

  

  Las ganas aumentan, el sudor ya cubre nuestras pieles, nuestros cabellos se interponen en nuestra visión, la inmensidad de nuestras pollas majestuosas atraviesan su vulva, gruñidos, escupitajos, bofetadas, nalgadas, agarres con fuerza en su cuello que la pone a pedir con urgencia oxígeno, sin embargo, nuestras mentes primitivas son las que tomaron el poder. No importa si muere, una muerte menos, una más, no hará la diferencia.

  

  La segunda sumisa desaparece dejando que su amiga sufra un cruel destino que como veo en su mirada ella también quería perecer. 

  

  Degusto el cuello de la pelinegra dejando chupetones que se tornan de color morado en su cuello, no me importa como lo cubrirá después solo me interesa mi placer y su sufrimiento es quien me lo está dando.

  

  —Ya por favor —suplica ocasionando que los dos estallemos en fuertes carcajadas.

  

  —Mírala como suplica —habla Alexandro embistiéndola con muchísima más fuerza. 

  

  —Di la palabra de seguridad —le ofrezco porque esa será la única manera, pero sabe que si lo hace se quedará con las ganas y digamos que ahora mismo su vulva ya se está contrayendo de placer con ganas de liberar su orgasmo frustrado.

  

  Se queda en silencio soportando más y más embestidas que nos dejan más que exhaustos cuando después de dos horas follando sus dos hoyos, nos liberamos con gruñidos guturales saliendo de nuestras gargantas.

  

  Ella se acuesta cerrando sus ojos ya más que cansada y yo le doy la espalda yendo en dirección a al baño para quitarme todo este sudor que cubre mi cuerpo. 

  

  Ya estoy liberado, y pronto será momento de conocer a la pelinegra que me pertenece.

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