Capítulo 3

VINCENZO: 

Mi día había empezado como la m****a.

Mi madre seguía insistiendo que estudiar era lo mejor. Mientras mi padre decía que lo dejara. 

<<Con una carrera tendrás todo>>, decía mamá.

<<Una puta carrera no le va a dar lo que yo puedo darle>>, decía papá. 

Siempre era así. Una puta pelea desde que despertaban hasta que se dormían de nuevo. Tanta pelea los llevo a dormir en cuartos separados. No tardarían mucho en pedirse el divorcio. Y aunque duela, sería lo mejor. Así nos evitábamos una bendita muerte. 

-Tendremos nuevo profesora -dijo Mauricio cuando me vio-. Estoy cansado de las viejas que envian. 

Su comentario me hizo reír. 

También estaba cansada de las viejas enviaban. Pero prefería estar aquí y aguantar eso, a tener que aguantar a mis padres peleando. 

-Ya te acostumbrarás -respondí cuando calmé mi risa. En ese momento, sonó la campana-. Qué empiece la vieja parlanchina. 

Esta vez fue Mauricio que se carcajeó de mi chiste. En el camino nos encontramos con Franchesa y Antonella. 

Cada alumno de aquí nos respetaban. Éramos los hijos de los mejores empresarios de la ciudad, inclusive del país. Cuando escuchaban los apellidos; Bartolotti, Galano, Lombardi y D’Angelo, todos sabían que debían guardar silencio y quitarse de nuestro camino.

Se sentía de maravilla el hecho de ser uno de los apellidos más respetados y temidos de la ciudad. 

-Llegas tarde, amor -dijo Franchesca dándome un beso en los labios-. Como siempre. 

-Ya estoy aquí -dije serio. 

Estaba harto de ella. Pero no podía dejarla. Su apellido me iba a dar más poder del que tengo. Y no pienso desaprovechar la oportunidad. 

-Vamos a clases -dijo su amiga. 

-Tiene razón -dijo Mauricio-. Vamos, amor. 

Mauricio y yo nos propusimos a conquistar a éste par por el poder. Y el muy idiota terminó enamorándose. 

Tomé la mano de Franchesca y seguí a Mauricio. Caminamos rápido para llegar a tiempo antes que la estúpida profesora nueva nos regañara, y ni siquiera había llegado. Primer día y ya llegaba tarde. 

-Bueno, parece que será una idiota que no durará un día -escuché a Antonella decirle a mi novia. 

-Da igual -respondió ella-. Por mí que no llegue. 

Sonreí. Lo único bueno de ella, era como se expresaba. ¡Dios! No podía estar más de acuerdo con ella. Era mejor que no llegara. No estaba de humor de escuchar una lora durante dos horas. 

-Seguro llega en cualquier momento -dijo Mauricio yendo a su asiento. Solté a Franchesca y me fui tras de él. En el único momento que tenía de descanso de Franchesca, era cuando estabámos en clase. Del resto, estaba con ella y los chicos-. ¿Qué tienes, Vin? 

-No sé hasta que punto pueda aguantarla -respondí cansado-. Me tiene obstinado. 

Mau se rió y lo miré mal. 

-Te dije que liarás con Antonella y no quisiste -dijo burlón-. Aunque justo ahora, te agradezco que no lo hayas hecho. 

-Claro, como digas -dije hastiado. 

-Ve el lado bueno -dijo en voz baja-. Debe ser una diosa en la cama. 

-Ni puta idea -respondí y él me miró como si me fuese salido otra cabeza. 

-¿Qué? -preguntó confuso-. ¿No te la has follado? 

-La idiota dice que debemos esperar. No hemos follado. 

Mauricio se carcajeó y todos nos miraron. Incluida las chicas. 

-¡Dios! -dijo entre risas-. Debe ser horrible estar en abstinencia. 

-Dije que no hemos follado -dije serio-. No que no había follado. 

Me miró y luego a ella. 

-Pobre -dice burlón-. Debe creer que como estás con ella, ya cambiaste. 

-De coño -respondí-. No pienso privarme de algo solo porque ella no quiere. 

-Eres un gilipollas -arrugó un papel y me lo tiró pero moví la cabeza y le cayó a un imbécil detrás. 

-Oye -se quejó y tiró otro que le cayó a otro idiota delante de nosotros y así empezó el desastre con los papeles mientras no había profesora. 

No sé por cuánto tiempo estuvimos tirando papeles cuando de pronto alguien abrió la puerta pero a nadie le importó, siguieron tirando papeles, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. Como locos desquiciados sin oficio. Y la verdad, es que no había oficio que hacer sin la bruja de la profesora rondando. 

-¡YA BASTA! -gritó la directora en la puerta, enfurecida-. ¡CÁLLENSE! -siguió gritando. Volteó a decirle algo a alguien afuera y se giró hacia nosotros-. -Buenos días -dijo entrando-. Como ya saben, su profesora estará de reposo por más de un año por su estado -nos repite lo que nos dijo ayer-. A partir de hoy, tendrán otra profesora hasta entonces -miró hacía la puerta y sonrió-. Gabriela, pasa, por favor.

Todos miramos hacía la puerta. Esperé ver una anciana, arrugada hasta el alma. Pero no. Pasó todo lo contrario. 

La mujer que entró era una m*****a bruja divina. Ya que con solo su presencia hicieron babear a todos los chicos presentes. Una mujer joven, divina, preciosa y diosa de unos 1.55.

Unas urvas de los mil demonios, la falda quedaba a la perfección con las caderas que tenía. Cabello color rubio, que llegaba a la espalda baja. Ojos verdes, penetrantes capaz de leerte el alma. Nariz perfecta. Unos pechos exquisitos, perfectos al molde de mi mano. Sus piernas moldeadas. Un trasero maravilloso.

Ésta mujer con solo su presencia volvía loco a cualquier hombre. Y tenía la prueba justo aquí. Viendo como todos los imbéciles la miraban. Y no sé porque m****a me sentí enfurecido. Hice puños mis manos debajo del escritorio.

-Qué divina -dijo un idiota a mi lado. 

-¿Qué edad tendrá? -preguntó otro detrás de mí.

-No sé, pero esa mujer va a estar en mi cama, sí o sí. 

Era suficiente. No podía seguir escuchando estupideces. Giré e iba a insultar a los idiotas cuando ella habló. 

-Buenos días -dijo en un susurro. Se le notaba los nervios. Vi como flaqueó un segundo, pero se enderezó luego de un segundo y alzó la mirada plantándose al lado de la directora. 

A leguas se le veía que era mucho más segura que cualquier mujer en este salón. 

-Ella es Gabriela Rinaldi -dijo la directora-. Su nueva profesora. 

-Buenos días -dijimos en unísono. 

Su mirada recorrió cada esquina, a cada uno de nosotros. Y juro por Dios que durante los segundos que nuestras miradas chocaron, sentí un correntazo fuerte. Estoy segura que ella también, porque volteó a mirar a otro lado. 

-Te dejo -dijo la directora al dirigirse a la puerta-. Pórtense bien -nos dijo antes de salir y cerrar la puerta. 

-Como ya han escuchado, mi nombre es Gabriela Rinaldi -dijo escribiendo su nombre en la pizarra-. Estoy aquí para ayudarlos a terminar el semestre, así que ayúdenme a ayudarlos -explicó seria y segura-. Sinceramente, éste no es mi ámbito. Nunca me ha gustado esta carrera, sin embargo, aquí me tienen. 

-Por mí se puede ir a la m****a -dije cuando dejó el marcador en el escritorio.

-Cuando quieras nos vamos -respondió con el mismo tono-. Si yo me voy a la m****a, ustedes también -su seguridad era impresionante-. Porque estoy segura que con su carácter de los mil demonios nadie va a aceptar ser su profesor.

-¿A quién en su sano juicio manda a una falta de respeto a dar clases? -preguntó Franchesca en su tono arpía.

-Seguro la misma persona que mandó a unos niños caprichosos y con falta de educación a estudiar aquí -le respondió mirándolo fijamente y sonreí.  

-¿Quién te crees que eres? -dijo levantándose y estoy seguro que iba a irse encima de ella si no fuese sido por su amiga-. A mí no me hablas así. 

-Doy lo que recibo, señorita -respondió tranquilamente en su sitio, sin inmutarse-. Si me falta el respeto, hago lo mismo con usted -miró a todos-. Así que, les advierto que se vayan comportando, porque en mí está el hecho de que ustedes pasen este semestre. 

-No puede reprobrarnos si somos buenos alumnos -dijo un chico al final. 

-Hasta ahora lo que he visto es que son unos maleducados -le respondió seria mirándolo a los ojos-. De su parte está la nota que coloque.

-Sigo sin comprender como pudieron enviar a alguien como usted -dijo de nuevo Franchesca. 

-Cuando quieras vas a quejarte con la directora para que te busquen otra profesora -le dijo volviendo su mirada hacia ella-. Pero el día de hoy, te toca aguantarme -abrió la boca para seguir hablando pero no le dio el gusto-. ¿Alguna pregunta? 

-¿Qué edad tiene? -preguntó Mauricio.

La "profesora" abrió la boca para responder, pero en sus ojos había duda en hacerlo. Hasta que de un segundo a otro vi su sonrisa y supe que iba a jugar con él

-¿Por qué te importa mi edad? -preguntó a cambio. 

-Curiosidad, profesora -recalcó la última palabra con sarcasmo y no podía estar mejor esto. 

Le sonreó y enfurecí por un segundo. Fue a sentarse en la silla detrás del escritorio colocando sus codos encima de éste.

-Para saciar tu curiosidad -dijo con picardía-. Tengo 27 años. 

-¿A quién se le ocurre mandar a alguien tan joven a dar clases? -volvió a preguntar Franchesca.

-¿Crees que no estoy capacitada, jovencita? -preguntó mirándola. 

-No -respondió inmediatamente.

-Bien, en ese caso -dijo levantándome-. Da tu la clase -mi novia palideció al escuchar eso y por dentro estaba riéndome por el espectáculo. 

-¿Cómo? -susurró. 

-Da la clase -repetió la mujer.  la sonrisa en la bruja, Franchesca se puso seria y se levantó-. Está bien -dijo segura. 

-Empecemos con algo fácil -dijo tomando asiento en el asiento de mi novia-. Poetas, con dos o tres ejemplos. 

-La que daré la clase soy yo -dijo altanera Fran. 

-Darás la clase, sí -respondió en tono calmado-. Pero con lo que yo te mande. 

Franchesca estaba que le saltaba encima a la pobre mujer y ella solo se encogió de hombros. ¡Dios! Y yo que pensaba no venir hoy. De lo que me fuese perdido. 

-¿Qué quiere? -preguntó después de unos segundos mirándola. 

-Poetas -respondió-. Con dos o tres ejemplos. 

Mi novia la miró confundida. 

-¿Qué se supone que haga con eso? -preguntó.  

-Qué me digas algunos poetas y des ejemplos -respondió ella lo obvio. 

Rodó los ojos y se dio la vuelta para empezar a escribir.

                  Poetas

           1. Pablo Neruda

           2. Mario Benedetti

           3. Gabriela Mistral

           4. Octavio Paz 

-Bien -dijo la profesora levantándome de la silla-. Ahora quiero los poemas. 

Franchesca se tensó. Estaba de espalda y se notó. Miró por encima de su hombro y suspiró. 

-No leo poemas -dijo dándose la vuelta para mirar a la mujer. 

-¿Perdón, qué dijiste? -preguntó desde su sitio. 

-No leo poemas -dijo más fuerte. 

Estaba de espalda a mí y no pude ver su reacción, pero estaba seguro que ella disfrutaba el asunto tanto  como yo, se acercó a Fran. Le entregó el marcador y se fue a su sitio. 

-No he dicho que puedes irte a tu asiento -dijo y ella se detuvo-. Se preguntarán porqué estamos hablando de poetas y no de ingeniería ni nada parec...

-Porque seguro no sabe nada de matemáticas -dije burlón y reparó en mí. Aquel choque volvió a mí pero no le bajé la mirada.  

-¿Tú si sabes? -preguntó mirándome. 

-Por eso estoy aquí -dije encogiéndome de hombros y Franchesca sonrió.  

-Si según tú -dijo tranquilamente-, no sé matemáticas, ven y enséñame. 

-Puedo enseñarte otra cosa en el baño -dije bajando la mirada a mi entrepierna. 

Me sonrió y como si fuese en cámara lenta se acercó a mí. Miró hacía abajo, a mi entrepierna y sonreí. Estuve tentada a besarla justo allí, frente a todos. 

-Te sigo -dijo señalando la puerta. 

Sin pensarlo me levanté y la tomé de la mano. Sin importarme un carajo Franchesca. Ni nadie más. Ni siquiera los murmuros que se hicieron presente. La arrastré conmigo hacía la puerta. Cuando la abrí, la solté y no perdió tiempo en dar un portazo fuerte y colocarle seguro para que no entrara. 

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