Capítulo 3

Cabello rapado oscuro al igual que su sudadera sin estampado y ajustada al cuerpo. Pantalón de jeans rasgados a la altura de la rodilla y unas malditas Vans que combinan con su atuendo despreocupado. Como si no tuviera la intención de impresionar a nadie.

Tiene un lunar en la mejilla y unos ojos...oh por todo Zeus. Desde donde estoy situada veo claramente que uno de sus ojos lo tiene más claro que el otro. Pero no tengo la oportunidad de verlo con detenimiento porque aquel joven de estatura monstruosamente alta desaparece por el pasillo con su grupo de amigos. 

Cabe mencionar que la mayoría de las chicas que estaban allí interrumpieron sus actividades para mirar a los muchachos, incluso los del mismo sexo también los han observado más de la cuenta. 

—Amenadiel. 

Miro a Maddy, con el ceño fruncido. 

—¿Eh? 

—Amenadiel —me repite con una sonrisa. Se ha dado cuenta que lo he mirado más de la cuenta—. El chico rapado, se llama Thiago Amenadiel. Es ayudante de catedra. Pero no me preguntes en que materias se ha especializado para ayudar a estudiantes de años anteriores. 

—¿Cómo un profesor? 

—Exactamente, como un profesor. O como un tutor. 

—¿Y cómo sabes su nombre? 

—Lo he visto salir de una de las salas de la biblioteca. Hay una pequeña oficina donde él trabaja con los estudiantes y los prepara para los exámenes más complicados. He oído de él —coloca su mochila en su espalda y entrelaza su brazo con el mío. Empezamos a caminar a la par—. Y su nombre no es difícil de olvidar. 

—De pronto tengo ganas de prepararme para un examen —bromeo. 

Maddy no tarda en echarse a reír. 

Dante no regresó a la habitación en todo el día. Supongo que no hemos coincidido en todo el día. Regresé a mi habitación luego de pasar la tarde en la habitación de Maddy. Acordamos en que ella vendría a buscarme apenas esté cambiada para salir al bar. 

Estaba subiéndome los vaqueros oscuros cuando la puerta de mi habitación se abrió bruscamente. Me sobresalto del susto. 

—Mierda, lo siento —Dante se cubre los ojos con una mano, avergonzado e ingresa, cerrando la puerta con un golpecito de su pie. 

—Como ni nunca hubieras visto un trasero —me abrocho el pantalón y me pego un nalgazo con la palma de mi mano —. Bueno, el mío es difícil de olvidar según varios estudiantes de segundo año. Ya puedes mirar. 

Dante afloja los hombros y deja de cubrirse los ojos, regalándome una sonrisa. Le devuelvo la sonrisa con una gran tristeza. 

Cuanto daño me hace una sonrisa. Me pregunto cuándo dejara de afectarme como lo hace. 

—Hola —me saluda con un hilo de voz y con un brillo simpático en sus ojos café. 

—Hola —mi voz suena inaudible, con una pizca de melancolía por el maldito nudo en la garganta que tengo. 

Apoya su espalda contra la pared y sus labios apretados me adelantan que quiere decirme algo, pero no sé qué. De pronto tengo la ilusión de que él me... 

—He leído cada carta que hay debajo de tu colchón, Aria —suelta, mirando mi cama. 

De pronto siento que el calor de mi rostro se va. Palidezco, sintiendo como cada parte de mi cuerpo tensándose. 

—Esta mañana quise hacer la buena acción del día tendiendo tu cama, siempre la dejas desastrosa —se ríe en voz baja, meneando la cabeza. Pero de pronto la seriedad vuelve a su rostro—. No sabía que tú... —se lleva el puño a sus labios, con el ceño fruncido. Busca las palabras exactas cuando yo estoy a punto de desmoronarme—¿Aria hace cuanto me amas? 

Mis ojos se llenan de lágrimas, mi boca se seca y siento que estoy en un limbo de sentimientos cruzados. 

—Desde los doce años —se me quiebra la voz. 

No esperaba que aquella noche él descubriera mis cartas. No esperaba que nunca lo hiciera, es decir, él siempre está ocupado ¡¿por qué demonios tendería mi cama?! Siento ira, frustración. Me siento una estúpida. 

Mis cartas son mi desnudo más íntimo. De pronto quiero salir corriendo. No puedo creerlo. No puedo creer que él...ay mi Dios. 

—Por favor no dejes de hablarme por el simple hecho de amarte como lo hago —me tiembla la voz, todo el cuerpo. Siento de pronto un gran temor. 

—¿Qué? —espeta, ofendido —¿En serio pensabas que yo dejaría de hablarte si me enteraba de esto? Si me amas como lo dices me conocerías lo suficiente para saber que yo no te haría eso, Aria. 

—¡Lo hiciste cuando te lo confesé a los quince años, Dante, en una fiesta en casa de Cassidy!¡Lo hiciste, de la noche a la mañana dejaste de hablarme! 

—¡No recuerdo que tú me hayas...! —de pronto calla, haciendo memoria. Me mira, perplejo —. Pensé que me lo decías en broma. Nos reímos juntos. Me dijiste te amo, creí que me lo decías en plan de amigos. Fuiste tú la que no me habló por semanas —me saca en cara, señalándome con su dedo. 

Las venas de su cuello se tensan. 

—Esa misma noche besaste a Cassidy frente a mis narices —mis palabras me dejan un mal sabor en la boca. Imágenes de aquella noche me invaden rápidamente —¿Cómo hablarle a la persona que no para de romperme el corazón con cada respiración que hace? ¿Cómo no querer apartarme de algo que me hace mal y bien a la vez? Quise alejarme, incontables veces, pero no podía estar sin saber de ti, Dante. Quería escuchar tu voz, estar presente cuando reías con tus amigos. Extrañaba tus abrazos. Son tan adictivos. Me dolía muchísimo estar contigo, pero me ardía el pecho cuando estaba lejos de ti. 

Dante, decidido, camina hacia mí y pasa su mano a mi cuello. Un escalofrío recorre mi espina dorsal hasta llegar a mi nuca. Se me entrecorta la respiración al ver que su rostro está a escasos centímetro del mío. 

—No me harás pecar, Aria —la yema de su dedo pulgar traza mi labio inferior—. Por más que desee tirarte sobre mi cama y hacerte mía hasta que amanezca, no desobedeceré el destino que tienen para mí los dioses del Olimpo. 

Lo aparto de un empujón en el pecho, apartándolo de mí rápidamente. 

—¡¿Desde cuándo lo sabes?! —le grito, con mis ojos encendidos en llamas de una forma literal. 

—Desde siempre —carraspea, con el mentón en alto y con una media sonrisa llena de orgullo—. Tu intención es ser una de las tantas diosas del Olimpo. Toda hija de Hades lo desea y tú no te quedas atrás. Al ser tu amigo me he permitido conocer más de ti, Aria. 

Clavo mis dientes en mi labio inferior, conteniendo la rabia para no lanzarlo por la ventana en aquel preciso momento. De pronto me siento humillada, más expuesta de lo que he podido permitir. 

—Si me amas puedo ser una, Dante —sostengo, cautelosa —. Ámame y veras que ambos podemos sacar un gran beneficio. 

—¿Amarte? —se echa a reír —. Yo te quiero, pero no de la forma que tú deseas. 

—¡¿Por qué no me delataste ante mi madre?!¡¿Por qué no me delataste ante Perséfone?! —le grito, aterrorizada. 

—Porque es lo mucho que puedo hacer por un alma perdida como tú —toma un par de cosas como su cazadora y un gorro de lana gris colgado sobre el borde de la silla, camina hacia la puerta y me lanza una mirada a través de su ancho hombro —. Una hija de Hades en la tierra, quien lo diría. Y si, tienes un trasero de infierno, jamás te lo discutiría. Abrígate, hace muchísimo frio, Aria. 

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