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Seduciendo al Millonario
Seduciendo al Millonario
Por: Aldana Torres
Prólogo: Hace diez años atrás

Baje las escaleras dando saltitos, apresurándome para llegar al gran comedor, las tripas me reclamaban que necesitaban carbohidratos con urgencia. Había dormido casi toda la tarde una buena siesta, papá odiaba eso, pero este día en especial me dejo descansar de la escuela que me estaba torturando. Hoy era mi cumpleaños número doce, no había pastel, globos ni nada de esas cosas por el estilo, desde que mamá murió los cumpleaños, día del padre, día de la madre, y cualquier festividad queda fuera de nuestro calendario, no festejábamos nada. Lo pasábamos como un día normal y corriente. Por lo tanto hoy solo cenaría y me iría a la cama de nuevo, mientras más rápido pasaran las horas y acabara este día sería mejor para los dos.

Me detengo en seco cuando de pronto oigo un fuerte golpe proveniente de la cocina, la sangre me helo.

¿Papá estará tomando otra vez?

¡No, no!

Él se había mantenido sobrio por muchos años, no volvería recaer de nuevo. Entonces, ¿Qué fue eso?

Otro golpe.

Un grito.

No había nadie en la casa, además de papá y yo. Malia, la ama de llaves y Ross, el chofer de papá ya se habían marchado desde hace rato, después de las cinco de la tarde papá ya no los necesita y los deja marcharse temprano. Tomando todo el coraje que tenía camine hacia la cocina, abrí la puerta sigilosamente y de mis ojos de inmediato comenzaron a brotar las lágrimas.

Alguien estaba golpeando fuertemente a mi padre en el rostro, él no podía defenderse, estaba como…¿dormido?

No.

No lo estaba.

Como si él supiera que estaba cerca, volteo su rostro pegado a la mesada de mármol.

Sus iris me mostraron miedo.

¿Qué debía hacer?

Papá me hizo una señal para que me fuera, pero mis pies no me respondían. Mi cuerpo no me respondía.

Me encontraba congelada.

¿Qué estaba pasando?

¿Por qué estaban golpeándolo?

¡Quiero defenderlo! ¡Quiero ayudarlo! ¿Por qué no puedo hacerlo?

Sus ojos se abren y miran por encima de mis hombros, no pude darme la vuelta cuando ciento una manos cubriendo mi boca. Entonces reaccione pataleando a quien sea que me haya tomado, no pesaba más de cuarenta kilos, era una m****a, no podía hacer nada.

Ni siquiera gritar.

—Se una buena niña y te prometo que te dejare vivir —me susurro con un tono tenebroso.

Mi pecho subía y bajaba a toda velocidad. Quebré en llantos mientras continuaba tratando de liberarme.

—Quédate quieta, mocosa —esta vez no fue un susurro, estaba vez fue un grito en el oído que casi me deja sorda—. ¡Mike!

¿Mike?

¿Quién es Mike?

Un hombre corpulento con una media negra cubriéndole la cabeza salió de la cocina y se detuvo en el marco de la puerta, no dije nada. Se nos quedó mirando a ambos un minuto entero.

—¿Qué hacemos con esta? —pregunto el que me tenía sujetada.

—¿Qué hacemos de qué? ¡Nada! ¡Es una niña! ¡Noquéala y déjala por ahí, no se te ocurra irte de mano, Don!

—¡Nina, te amo! —el grito desgarrador de mi padre desde la cocina me hizo llorar más fuerte.

Necesitaba soltarme.

—¡Quiero ir con mi papá! —Grito pataleando con más fuerza—. ¡Papá!

—Claro, si quieres verlo morir, que así sea entonces —otra vez un susurro.

Don.

Él me tenía sujetada.

Él fue quien me llevo hasta donde estaba Mike. Pero se interpuso en la puerta deteniendo con una mano en el aire.

—¿Estas drogado, Don? ¿Sabes lo que nos hará el jefe si se entera que hemos traumado a la niña?

—No se va enterar de nada. Y cualquier cosa la matamos y ya. ¿Quién la va a reclamar? Te recuerdo que no tienen a nadie además de sus empleados.

—¡Es una niña!

—Y yo un hombre trabajador, que quiere que todo salga a la perfección.

Don empuja a Mike.

Mi padre seguía siendo golpeando brutalmente por otro sujeto.

—¡Basta por favor! —suplico—. ¡Papá vas a estar bien! ¿Me escuchas? ¡Basta por favor! —repito con los ojos clavados en mi padre.

No se movía.

—¿Papá? ¿Papá? Por favor, papá…

Y súbitamente sentí como mi rostro y mi ropa estaban salpicados de sangre antes de procesar el disparo.

Mi corazón se detuvo.

Mi respiración se cortó.

—¿Querías ver a tu padre, niña? Pues bien, aquí lo tienes.

No distinguía de quien provenía la voz. El sonido de la bala se estaba reproduciendo en mi mente mientras veía el cuerpo de mi padre sobre la mesa con los ojos abiertos par en par. Su pecho no se movía, sus ojos tampoco.

¡No!

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