—Cree que, porque soy prostituta, puede aprovecharse de mí. —Gruñó con voz sensible y hundió sus uñas en los brazos del hombre, quien soportó el dolor para permitirle que se liberara—. No es justo, Oliver.—No, mi amor, claro que no —consoló él y le acarició el cuello con suavidad—. Nada es justo —musitó y suspiró envolviendo su rostro entre las palmas de sus manos—. Déjame llevarte a comer, a beber algo, por favor —le pidió con suavidad y rozó su nariz con la suya—. Me duele mucho verte así.Ella cerró los ojos y se dejó llevar por sus caricias. Cuando sus manos descendieron por su espalda, la joven se aferró a su cuerpo con desesperación y le permitió que la levantara del suelo mojado.Le ayudó a secarse y a vestirse, todo en silencio, pero en esa natural sincronización que los mantenía bailando bajo su propia órbita.Cuando la joven cayó rendida en el banquillo delantero del vestidor de la ducha, donde buscó estrujarse el cabello mojado con una toalla, él se encargó de secarle los
A pesar de que seguía aturdido por todo el placer que su cuerpo seguía sintiendo, Oliver se levantó de la cama, aún con la joven sobre su cuerpo y la tomó por la espalda, abrazándola por la cintura y atrayéndola hacia su pecho.Ella le tomó la nuca y buscó su boca y se besaron con dificultad, pero lo hicieron; se fundieron en un beso apasionado que terminó sellando esas emociones multiplicadas y alocadas que los dominaban.Oliver concibió que no podía dejarla sola, no en ese camino difícil que ella atravesaba y se encargó de darle su apoyo y su seguridad.—Vamos a salir adelante, gatita. —Le tomó la mejilla con la mano para mirarla al a cara. Ella negó risueña&mda
El miércoles asistió a clases con normalidad y trabajó como si nada hubiese ocurrido. En el almuerzo habló con Victoria y la invitó a cenar a un restaurante, intentando conseguir enderezar su vida otra vez, ponerla en el orden que tenía antes de que Abigaíl llegara a desordenar su vida. Fue como remar contra corriente, aun así, pese al esfuerzo y lo mucho que le dolía, siguió remando, a sabiendas de que iba en el camino equivocado.Por otro lado, Abigaíl tenía libre ese día y lo aprovechó para estar con sus hermanos, cerrando los últimos pendientes escolares antes de que las vacaciones de invierno llegaran, y así también el final de primer semestre. La joven se tomó algunos minutos de su ajetreado día para escribirle al profesor, en quien veía una luz de esperanza y salvación al final del camino, sin saber, claro, el tormento de interrogantes e inseguridad que el hombre estaba atravesando en ese momento.Como Oliver no le respondió a ninguno de los primeros mensajes, decidió espera
Empezó a sentirse ansiosa, un tanto inquieta respecto a lo que le estaba ocurriendo y todo se puso peor cuando en el jardín delantero del campus, donde la mayoría de los alumnos se sentaba a comer, se encontró a Oliver conversando y almorzando junto a Victoria. Se sentó con torpeza entremedio sus compañeras, las que ya chismoseaban sobre lo que veían y no tardó en unirse para estar más al corriente.—¿Cuál es el chisme? —preguntó y sacó el emparedado que llevaba en el bolso para almorzar.—Que el profe sexy se folla a la fea de consejería —indicó una de sus compañeras, comiendo apio ruidosamente.—¿Follan? —preguntó Abi, ansiosa y miró atrás con poca discreción.Se quedó fija en el profesor por eternos segundos, suplicando por encontrarse con sus bonitos ojos, pero por más que rogó eso nunca pasó y el hombre miró al frente en todo momento. Comió, sonrió y habló natural. Abigaíl sintió que la estaba ignorando y aquello empeoró todavía más la angustiosa sensación que llevaba dentro de
Oliver no tardó en llegar, cerró la puerta y miró por el angosto y largo vidrio a sus estudiantes, los que estaban atentos a cada uno de sus movimientos.—Excelente informe, Señorita Andrade. Recuerde que hoy es el último plazo para entregar el informe grupal…—¿Vas a hablarme de verdad o vas a hablarme de algo que ya sé? —interrumpió agresiva y malhumorada. El hombre se sintió confundido—. ¿Por qué no me respondes los mensajes que te envié? —insistió; Oliver se tensó en su posición y miró en otra dirección cuando ella le miró a la cara—. ¿Hice algo mal? —preguntó inocente. Oliver negó sin mirarla—. Al menos dime en qué me equivoqué —suplicó inocente, pero Oliver no le dio respuesta y el dolor que sentía se hizo más grande y agudo—. Claro… entiendo —comprendió y no le costó mucho trabajo.El pecho se le llenó de amargura y tuvo la inminente necesidad de golpearlo, de lastimarlo tanto como él le estaba lastimando a ella, pero se contuvo. Apretó los puños con ferocidad, estrujándolos a
La joven escapó antes de que la clase de Oliver terminara, asustada de que sus compañeras la confrontaran y buscaran saber qué había ocurrido entre ella y el profesor y, si bien, debía regresar para su siguiente clase, no lo hizo y se fue a su casa. Le escribió a Andrea para que recogiera sus cosas personales, las que habían quedado tiradas en su pupitre, y tras llegar a su domicilio, se derrumbó en el sofá a pensar, con una botella de vino en la mano. Era el vino que usaba para cocinar, para aderezar las carnes estofadas y otros platillos que preparaba junto a sus hermanos, pero el cual se tuvo que beber para calmar la extraña amargura que sentía en la garganta, la que no se había quitado ni siquiera vomitando. Tras cada sorbo, Abigaíl se replanteó su vida y pensó detalladamente en lo que estaba ocurriendo, en las decisiones erróneas que había tomado durante todo ese lamentable tiempo.Por supuesto que se arrepintió por el camino que su propia madre la había guiado. Tuvo rabia, mi
Cuando la niñera llegó y también Andrea, quien venía en el coche de su padre, Abigaíl se marchó, fría como un témpano de hielo y con las intenciones fijas, grabadas y memorizadas.Sabía lo que quería, también lo que necesitaba y esa noche estaba dispuesta a entregarlo todo con tal de ganar. En el caminó repasó con Andrea algunas tácticas que usaban en caso de que la cosa se saliera de control y se repitieron profesionalmente sus falsos nombres. Tenían una palabra clave, la que servía cómo código de ayuda y también de seguridad. Si alguna no se sentía cómoda, podía decir la palabra mágica y la otra interfería sin chistar. —Marcelo es el Doctor, y Roberto nuestro Ingeniero —explicó Andrea cuando bajaron del auto y frente a ellas aparecieron dos hombres mayores—. El Ingeniero es mío, es un cliente antiguo —indicó Andrea, comiendo goma de mascar con pocos modales.Abigaíl la escuchó con el ceño arrugado y miró detenidamente al doctor. Era delgado y de baja estatura. Tenía el cabello b
De pie frente a la puerta de la habitación del hotel, Abigaíl sintió las lágrimas mojándole las mejillas.Sabía bien lo que ocurriría. Había estado en esa posición un par de veces, tal vez más de las que le gustaría recordar. Aun estaba a tiempo de huir, pero solo la detenía una cosa: sus hermanos.No podía permitir que se los llevaran a un orfanato. Ellos eran la única pieza de su familia que le restaba. No podía perderla también. Miró la cama con un nudo en la garganta y sonrió melancólica al pensar en el profesor. Siempre quiso disfrutar en un hotel así de elegante con alguien especial, alguien con quien ella sí quisiera acostarse, pero la historia seguía repitiéndose y siempre terminaba en lugares así con la persona equivocada. Por suerte, todo sucedió rápido. Siempre sucedía rápido. El hombre la tomó sin siquiera ser consiente de cómo, con cada embestida, le arrancaba lágrimas que la destrozaban un poco más.Abigaíl siempre se sentía repugnante después de un encuentro así, más