Seducción planeada
Seducción planeada
Por: Joana Guzman
PRÓLOGO

Samantha revisó los papeles que su padre acababa de entregarle, su incredulidad creciendo a cada segundo. Sus conocimientos en negocios no eran muy buenos, pero no era difícil entender lo que estaba viendo. La empresa de su familia estaba en números rojos.

—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? —preguntó y levantó el rostro para confrontar a su padre.

No se parecía en nada al hombre que ella conocía. Tenía la ropa desaliñada y sus cabellos estaban desordenados. Un moretón, que comenzaba a oscurecerse, adornaba su mejilla derecha.

—Tomé algunas malas decisiones hace un par de años y agarré dinero que no debía. Necesitaba arreglarlo antes de que la junta de accionistas se diera cuenta, así que acudí a Osvaldo Tolentino. Creí que podría recuperar el dinero, pagarle a tiempo y olvidarme de aquel impase, pero la empresa ha sufrido pérdidas en el último año y no he tenido los mismos ingresos que en el pasado.

Un escalofrió subió por su columna al escuchar el nombre de aquel hombre.

—¿Es en serio? Papá, incluso yo sé que Tolentino es peligroso. —Miró su mejilla—. ¿Fue el quien te golpeó?

Samantha había regresado a la ciudad esa mañana, después de pasar la semana de modas en París. Durante el viaje de regreso se había sentido envuelta por una sensación de orgullo, sus diseños habían llamado la atención y había conseguido establecer contactos muy importantes.

Su entusiasmo se había evaporado en cuanto vio el rostro de su padre. No solo era el golpe en su mejilla lo que le preocupó, fue la mirada de derrota la que la alertó de que algo muy malo estaba sucediendo. En todos sus años, no recordaba una sola vez que hubiera visto a su padre de aquella manera.

—No exactamente. Fueron sus hombres, un mensaje de que quiere su dinero.

—¿Cuánto es lo que le debes?

Samantha casi se fue de espaldas al escuchar el monto. Debía ser una m*****a broma.

—¿Qué hiciste con todo ese dinero?

Su padre guardó silencio.

—Vamos, papá.

—Me metí en algunas apuestas, prometo que ya es parte del pasado.

Samantha se cuestionó cuanto conocía a su padre. Otro día, lo interrogaría al respecto, mientras tanto tenían otras cosas que solucionar.  

—¿Y no tienes dinero ahorrado? —preguntó a riesgo de sonar como tonta. Era más que evidente que no contaban con aquel monto, de lo contrario su padre habría pagado su deuda hace tiempo. Pero debía preguntar, hasta donde ella sabía su fortuna siempre había sido considerable. No podía creer que no tenían nada.

—No.

Samantha se paseó por la habitación mientras intentaba pensar en una solución.

—Podría pedir un préstamo al banco —incluso mientras lo decía sabía que no iba a conseguir aquella cantidad. Su negocio apenas comenzaba a prosperar y si las cosas estaban tan mal, su apellido no le serviría de mucho—. O quizás yo… —Se dejó caer en el sofá sin saber que más sugerir.

—Lamento ponerte en esta situación. Habría preferido solucionarlo yo solo y que no te enteraras. —Su padre se sentó junto a ella y colocó una mano sobre la suya.

Los dos habían estado solos desde hace mucho tiempo. Su madre se había marchado cuando ella era aún muy pequeña para recordarla y nunca más había tratado de contactarlos. Su padre se había encargado de criarla y darle siempre lo mejor.

—Somos un equipo, ¿recuerdas? Encontraremos la manera de salir de esto.

Su padre la miró como si quisiera decirle algo.

—¿Qué es? —preguntó.

—De hecho, tengo un plan.

La expresión de su padre encendió sus señales de alarma. Sospechaba que lo él iba a decir no le iba a gustar y minutos más tarde descubrió que tenía razón.

—¡Ni hablar! —Se levantó de golpe y se alejó. Siempre se había caracterizado por ser alguien calmada y rara vez levantaba la voz, pero lo que su padre estaba proponiendo era una locura.

—Samantha…

La súplica en la voz de su padre, hizo tambalear su determinación. ¿Podía abandonarlo después de lo que él había hecho por ella? No, pero tampoco se sentía capaz de llevar a cabo lo que él le estaba sugiriendo.  

Se dio la vuelta y lo miró. Por primera vez aparentaba la edad que tenía.

—Debe haber otra salida —musitó.

—He pensado en esto muchas veces y parece la única opción. Aunque jamás te obligaría a hacerlo.  

Soltó un suspiro.

—Tengo que pensarlo.

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