Isabella observó la escena con una mezcla de fascinación y desconcierto. Walter sostenía al bebé contra su pecho con una delicadeza que parecía imposible para sus manos, acostumbradas a la violencia.Se acercó como si fuera atraída por un imán y Walter giró al bebé hacia ella. Sus ojos, fríos y calculadores, brillaron con algo que Isabella nunca había visto en él: orgullo, ternura, vulnerabilidad.—Se parece a ti —murmuró sin poder evitarlo. Walter le sonrió… con dulzura y el impacto de ese gesto la jaló hacia Nathan que los miraba con la mandíbula apretada. Sus miradas seguían conectadas cuando la voz de Walter sonó demasiado cerca, áspera y tajante al decir: —Prepara sus cosas. Me lo llevo a mi apartamento.El rostro de June perdió todo color. Retrocedió un paso, y se abrazó a sí misma como si quisiera protegerse de un golpe invisible.—No puedes llevártelo así... —Su voz tembló, a medio camino entre la súplica y el desafío.Isabella dudó. Sabía que no tenía derecho a decidir por
—Dijo que revelaría mi identidad si no me iba esta noche... y luego todo se salió de control —explicó Isabella a sus espaldas, tras soltarle los hombros y ver qué demonios pasó. Posó una rodilla y tocó el cuello de Sophia, buscando un pulso que sabía que no encontraría. Sus dedos presionaron la piel tibia e inmóvil, y algo dentro de él se contrajo al mirar el rostro de la mujer con quien había compartido tanto.Recordó el día en que la conoció en el campo de tiro. Ella había acertado cada disparo con precisión milimétrica, y al terminar se giró hacia él con esa sonrisa desdeñosa que lo cautivó de inmediato. «¿Impresionado?», le había preguntado entonces. Y lo estuvo por mucho tiempo.—¿Nathan? —La voz de Isabella lo devolvió al presente.—Necesitamos movernos —respondió, sacando su teléfono—. Gloria, soy yo. Cierra el acceso a la escalera de servicio y envía a Marcos con la camioneta. Sí, ahora.Mientras guardaba el teléfono, sus ojos se posaron en la navaja que había quedado junto a
Morrison tardó exactamente tres horas, no cinco, en cumplir su palabra. Nathan exhaló despacio al leer el mensaje, sintiendo el peso de la victoria en su pecho. Estaba hecho: inmunidad para su círculo cercano y una posibilidad real de recuperar a Emma para Isabella, pero el regusto amargo seguía ahí.Guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta. Para cualquiera, habría sido imposible, pero Morrison sabía reconocer una oportunidad de oro. Después de pasar por la oficina, decidió volver a la mansión y trabajar desde ahí, tras un fin de semana lleno de muerte.Al estacionar en la entrada de la mansión, Nathan tomó su maletín con los documentos de la oficina y, tras dudar un segundo, extrajo una carpeta adicional del compartimento lateral. Los papeles en su interior estaban desgastados por las veces que los había leído, cada línea confirmando lo que Walter había sufrido desde su nacimiento.—¿Dónde está mi padre? —le preguntó a Jeremy mientras entregaba su abrigo.—El señor Kingston
Acababa de soltar la mano de Nathan cuando Isabella notó de inmediato la preocupación en los ojos de Rita. La criada avanzaba con pasos rápidos pero discretos, arrugando el dobladillo de su delantal, un gesto que rara vez mostraba. Algo iba mal.—Señorita… —susurró Rita, lanzando una mirada furtiva hacia la puerta por donde acababa de salir el General Reed—. Hay algo que debe saber sobre la chica que trajo Walter... La encontré... mal, pero ahora el bebé no está.Isabella sintió un vacío en el estómago. Su pulso se aceleró y giró hacia Nathan, que endureció la expresión.—¿Cómo que no está? —su voz fue controlada, pero inquieta—. ¿Dónde la instalaron?—En la habitación de invitados azul, señor. Revisé todo, y no hay rastro del pequeño. Ya le avisé a Jeremy, pero...Sin esperar más, Isabella se dirigió a las escaleras, con un nudo en la garganta. Nathan aceleró el paso para alcanzarla mientras Rita los seguía.—Jeremy dice que vio su auto salir. Pero discutió con la señorita antes. Los
Isabella cruzó las puertas del Aurora del brazo de Nathan, donde luces de neón azul y rojo bañaban a la multitud que bailaba al ritmo de música electrónica ensordecedora. El contraste entre los trajes de etiqueta de los invitados y el ambiente juvenil del club resultaba casi cómico.James avanzó delante de ellos con su habitual aire de superioridad, pero Isabella contuvo una risita al ver cómo fruncía el ceño ante la elección del lugar de su hija. Aun así, adoptó su postura aristocrática, como si con su sola presencia elevara la categoría del establecimiento.Un miembro del equipo de seguridad los guió hasta el área VIP, donde Amelia ya esperaba con una copa de champán, su vestido negro destacando en un mar de invitados vestidos según el código de blanco y negro que ella misma había establecido.—Bienvenidos —gritó Amelia con una sonrisa traviesa—. Pensé que algo más... contemporáneo sería apropiado para celebrar a mi querido hermano.Le dio dos besos a cada uno, pero Isabella supo de
Emma avanzaba con una sonrisa radiante, cada paso medido con precisión. El vestido blanco inmaculado flotaba a su alrededor y, bajo las luces del club, las pequeñas alas de ángel en su espalda resplandecían, dándole un aire casi irreal.King iba a su lado, con una pajarita negra al cuello. Ninguno aceleró el paso, como si hubieran ensayado y entendieran la solemnidad del momento.Emma estaba allí, formando parte del momento que marcaría sus vidas. Isabella sintió un nudo en la garganta, su corazón latiendo con fuerza. Entonces, la niña levantó la mirada y le sonrió, iluminando su rostro. Un diente faltante rompía la perfección de su sonrisa, y aun así era lo más hermoso que Isabella había visto.—¡Bella! —exclamó Emma. En el último tramo aceleró sus pasos sin soltar la cajita de terciopelo con ambas manos.Cuando Emma llegó, Isabella se arrodilló, ignorando los flashes y murmullos.—Princesa... —susurró, acariciando su mejilla—. Extrañaba tanto verte.—Nathan dijo que era un secreto
Isabella distinguió una figura oscura en el balcón y disparó tres veces en rápida sucesión. La vio desplomarse sobre la baranda antes de precipitarse al nivel principal, desapareciendo en el tumulto. Otra permaneció colgada de unos cables, abatida por Walter.El pánico inundó el club. Cuerpos se abalanzaban hacia las salidas mientras Isabella buscaba desesperadamente a Emma entre la multitud. La encontró protegida por Jorge, quien la cubría con su cuerpo.—¡EMMA! —gritó Isabella.Richard emergió de la multitud, el brazo aún inmovilizado en un cabestrillo. Con el rostro aún magullado, arrebató a la niña de los brazos de Jorge. Su expresión mostraba una preocupación genuina que contrastaba con el cálculo habitual de sus gestos.—Me la llevo, este no es lugar para una niña y se lo dije al bastardo. —Lo vio salir, sin darle tiempo de responder.El corazón de Isabella se contrajo al ver a Emma desaparecer entre la multitud. Su instinto le gritó que corriera tras ella, pero el caos se tragó
Isabella llevaba cuatro horas en la misma incómoda silla del hospital, esperando noticias de Nathan. Detrás de las puertas herméticas del quirófano, su vida pendía de un hilo.Las voces de médicos y enfermeras se difuminaban bajo el rugido de su propio pulso, hasta que el hospital entero perdió sentido.En su mente, el tiroteo se reproducía sin cesar: Nathan interceptando la bala destinada a James, la sangre extendiéndose por su camisa blanca, los gritos atravesando el aire festivo.Se levantó de golpe y deambuló por los pasillos, luchando por alejarse del olor a antiséptico y muerte. Necesitaba aire. Silencio.Sus pies la condujeron a la pequeña capilla del hospital, un santuario en medio del caos.La puerta se cerró tras ella. El aroma a cera y madera vieja la envolvió mientras la tenue luz de las velas iluminaba el pequeño espacio. Se desplomó en un banco y el peso de todo lo ocurrido cayó sobre ella.Por segunda vez desde el tiroteo, se quebró.—¿Cómo llegué a esto? —Su voz se aho