La verdadera Jequesa

Para Mía la noche fue muy larga, fingió dormir, mientras se cubría de pies a cabeza con la manta, había intentado persuadir a Ahmed para que se fuera a otra habitación, o durmiera en algún sillón.

Por supuesto que él se negó rotundamente, y cuando ella se levantó para ir a otro lado, él la tomó por la mano y la obligó a regresar a la cama.

—No te comeré, eso te lo aseguro, entre nosotros no pasará nada que tu no quieras, te tocaré sólo que tú me lo pidas. —Ahmed sonrió pícaramente al decirlo, Mía volteó hacia otro lado enseguida, él estaba sonriendo, era esa sonrisa que a ella le gustaba, su sonrisa atrevida, en ese momento recordó todas las sonrisas del árabe, había nombrado cada una de ellas.

—¿Yo pedirtelo? Ja, ja, ja, me encanta su optimismo señor Jeque. —No pensaba demostrarle lo que sentía.

A Mía le pareció que Ahmed era un fresco, ¿Cómo se atrevía a decir eso? Era un completo egocéntrico.

—Hasta mañana, Mía, sí necesitas algo, no dudes en despertarme, lo haré con gusto.

A ella
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