Horatio revisó los documentos en su mano, sintiéndose más y más asqueado conforme pasaba las páginas. Después del último informe que Rivera le había entregado sobre Gerardo, creyó que ya nada lo sorprendería, pero estaba equivocado. Las porquerías de Gerardo y Lando no parecían tener límites.Se iba a asegurar que Isla no viera aquella información, ella no necesitaba saber para el monstro que había trabajado. Horatio se había dado cuenta que no haber podido hacer nada para detener a Gerardo hace tiempo ya pesaba sobre la consciencia de Isla, no quería que tuviera más remordimientos al enterarse que el bastardo había hecho mucho más daño de lo que ella sabía. No cuando era obvio que no habría podido detenerlo.Era un alivio que Isla hubiera salido ilesa. Quizás Gerardo la había dejado en paz porque la consideraba un activo valioso o quizás tenía otros motivos ocultos. Un escalofrío recorrió su columna.—¿Está todo aquí? —preguntó mirando Rivera.—Así es, señor. Cada delito cometido con
Isla salió de sus pensamientos al sentir un apretón en sus manos. Dejó de mirar por la ventana del auto y giró la cabeza para ver a Horatio.—¿Todavía quieres hacer esto?—Por supuesto —respondió, determinada.Necesitaba ver a Cinzia y cerciorarse de que no existía ninguna posibilidad de que pudiera volver a hacerles daño. Había tratado de actuar como si todo estuviera bien ahora que Horatio estaba a salvo, pero algunas noches todavía se despertaba asustada.Horatio no entendía muy bien porque había insistido tanto en ver a Cinzia y no le hacía mucha gracia, aun así, se había encargado de coordinar la visita. Había tomado casi una semana ya que todavía no podían moverse con libertad y su equipo de seguridad necesitaba pensar en un traslado seguro.—Si siento que no estás cómoda o corres algún riesgo, nos marcharemos y no habrá discusiones al respecto. ¿Está claro?Sonrió.—Se supone que eres alguien relajado.—No cuando se trata de ti. Así que prométemelo. —Está bien, lo prometo.Él
Horatio se inclinó ligeramente hacia adelante y miró por el espejo retrovisor del conductor. —¿Cuál es? —preguntó. —Coche negro, un par de autos por detrás de nosotros. Encontró el auto del que su guardaespaldas le hablaba. —¿Estás seguro? —Aun no, pero vamos a confirmarlo en breve. El hombre condujo por otra cuadra y se detuvo a un lado de la pista. Luego se giró a hacia su copiloto y le hizo un gesto con la cabeza. Este se bajó del coche y fingió revisar las ruedas. —Se detuvo —informó el conductor hablando a través de su audífono. El copiloto regresó al auto y retomaron su viaje. —¿Qué harán ahora? —preguntó Isla. Él la tomó de la mano y le dio un apretón. —Seguir el plan. Horatio, al igual que todo su equipo de seguridad, habían considerado que aquello podía suceder. La probabilidad de que fuera Lando quien los estuviera siguiendo, era bastante alta. Él ya no contaba con el dinero para contratar a alguien que hiciera el trabajo sucio en su nombre o al menos eso esperaba
Leonardo sonrió al ver a Giovanni en el recibidor de B Security. —No esperaba verlo aquí —comentó Valentino sin dejar de caminar—. ¡Mi buen amigo! —saludó con las manos en alto—. Siempre es un placer ver tu… —Su gemelo movió las manos en torno al rostro de Giovanni—… ya sabes, tu encantador rostro —terminó con un abrazo. —Giovanni —saludo, conteniendo sus ganas de reír y también le dio un abrazo—. No esperábamos verte aquí. Creí que estabas retirado o algo así. Escuche rumores de que estás demasiado viejo para este trabajo, pero por supuesto, sabía que eran solo rumores. —Dio un paso hacia atrás y le dio un barrido con la mirada—. Para mi te ves muy bien. —Levantó los pulgares arriba—. Si le bateara al otro bando... —Detente —ordenó él, interrumpiéndolo. Parecía molesto, aunque el brillo de diversión en sus ojos contaba una historia diferente. —Ni una sonrisa —dijo Valentino—. Vamos, hombre. Eres un público difícil. —Su gemelo lo miró—. ¿Crees que tiene que ver con el nombre? Es
Isla despertó más tarde de lo usual, incluso para ser un sábado. El reloj de su celular marcaba las nueve y cuarto de la mañana. La noche anterior no había dormido tan tarde y aun así seguía sintiéndose cansada. Quizás iba a coger algún virus. No era alguien que se enfermara con frecuencia, pero cuando lo hacía, no la pasaba nada bien. —Espero estar equivocada —murmuró mientras se ponía de pie.No había nada que una ducha tibia no pudiera mejor.Un rato más tarde, sintiéndose un poco más humana, salió en busca de Horatio. Le parecía bastante extraño que él no la hubiera despertado antes. Se suponía que tenían planes para ese fin de semana. Lo encontró en la cocina, preparando lo que probablemente era el desayuno.—¿Has visto la hora? ¿Por qué no me despertaste?Horatio lo miró sobre el hombro y le dio una sonrisa. Después apagó la estufa y se acercó a ella.—Buenos días a ti también, dormilona. —Él la tomó del mentón con una mano y le dio un corto beso—. Y sí, si vi la hora. Pensé q
Isla podría creer que lo estaba engañando, pero estaba equivocada. Horatio se habría dado cuenta de que ella estaba tratando de ocultarle algo, aun si no la habría estado vigilando constantemente. Desde que habían vuelto de la cabaña de sus padres, no le había quitado la vista de encima. Isla tenía algo. No se había vuelto a desmayar, pero Horatio había notado algunos otros síntomas que llamaron su atención. Cansancio, extraña pérdida de apetito y a veces se ponía algo pálida sin motivo aparente. Eso no era normal y estaba dispuesto a averiguar la causa. Le había dado el tiempo suficiente, era hora de hacerse cargo. La oficina de Isla estaba cerrar y él se las ingenió para abrir la puerta con el vaso de café y la botella de agua. —Hola, dulzura —saludó. Isla levantó la mirada y, al verlo, señaló el teléfono con un dedo. —Sí, así es —dijo ella a la persona que estaba del otro lado de la llamada. Horatio se sentó frente al escritorio y esperó, paciente, a que terminara. —Por supue
—Hoy día ya me siento mucho mejor —dijo Isla justo cuando terminó de peinarse. Se dio un último vistazo en el espejo y giró hacia Horatio. Él estaba abotonándose la camisa. Su abdomen aún estaba al descubierto e Isla se olvidó, momentáneamente, de todo. Lo había visto desnudo tantas veces que estaba segura que conocía su cuerpo tan bien como el suyo, pero seguía siendo un deleite para sus ojos cada vez que lo miraba.—Me alegra saberlo.Isla salió de su letargo al escuchar su voz y se encontró con la sonrisa presumida de Horatio.—Aun así, estamos yendo a tu cita con el médico.Soltó un suspiro. Horatio se veía determinado.Estaba asustada, no se sentía lista para enfrentarse a lo que sea que tuviera. Pero también entendía que no podía seguir escondiendo la cabeza en la tierra.—Solo no le comentes nada a mi mamá, no quiero que se preocupe en vano. Hablaremos con ella después, si es que es necesario. —Descuida, no pensaba decirle nada. Bueno, tal vez lo consideré. Era algo así co
Isla no había dicho nada desde que dejaron la clínica y a Horatio le habría gustado saber qué es lo que pasaba por su mente.—¿Estás bien? —preguntó.Estaban atrapados en medio del tráfico y tardarían al menos otros quince minutos en llegar a la constructora. Tiempo suficiente para intentar que ella se sintiera mejor.—Sí. Yo solo… ya sabes… aún estoy procesando la noticia. —Ella soltó una bocanada de aire—. Es como si no pudiera dejar de pensar. En el pasado, nunca me detuve a considerar si algún día quería tener hijos, quizás porque los últimos años mi vida ha sido una carrera. Balancear mi vida entre apoyar a mi madre con los gastos de la casa, luego su enfermedad y además, tratar de hacer un buen trabajo.Horatio tampoco había pensado demasiado en lo de los hijos. Claro que siempre supo que quería tener su propia familia alguna vez, pero no se imaginó que pasaría tan pronto. Antes de Isla, había dejado esos sueños en un segundo plano para centrarse en el trabajo. Sin embargo, en c