Isla mandó a callar la vocecita en el fondo de su cabeza que no paraba de gritarle que era una mala idea salir con Horatio. Era una cena, nada más tenía que suceder.Respiró profundo y salió de su habitación. Ya se había demorado demasiado y si seguía allí, terminaría por arrepentirse.Horatio estaba revisando su celular, pero lo guardó tan pronto la escuchó.—Comenzaba a creer que algo te había… —Él se quedó a mitad de la oración y le dio la misma mirada apreciativa que le había dado por la mañana. —Espero estar vestida adecuadamente —dijo para romper la tensión.—Estás perfecta. ¿Nos vamos?Asintió con la cabeza y tomó la delantera.Fueron los dos únicos en bajar en el ascensor y, pese a todo el espacio, Horatio se mantuvo demasiado cerca para su salud mental. Su mente siempre era un torbellino cuando estaban juntos.Horatio había cambiado el traje por una ropa más casual. Su cabello estaba algo desordenado. Su fragancia se había esparcido por el interior del ascensor.Quería pasa
—Horatio. Había una súplica implícita en la voz de Isla y él no pudo resistir más. Se acercó y la besó otra vez. Los suaves labios de Isla lo recibieron y se abrieron para él. Él la besó con la necesidad reprimida de toda la noche. No se detuvo hasta que le faltó el aliento. Cuando se alejó, ella tenía los labios hinchados y la respiración acelerada. —Antes de hacer esto quiero que te quede claro que, si te decides entregarte a mí, no será solo por esta noche. No voy a detenerme hasta que alguno de los dos haya tenido suficiente. ¿Lo entiendes? No más huir, ni fingir que no sientes esta atracción entre nosotros. Isla no dijo nada unos segundos que se hicieron eternos. Pero él no hizo nada para apresurarla a tomar una decisión. Quería que estuviera segura de su respuesta. —Entiendo —dijo, por fin, y él casi soltó un suspiro de alivio. La tomó de las caderas y la levantó en el aire. Isla entendió lo que trataba de hacer y envolvió las piernas en torno a su cintura provocando que
Isla despertó alarmada. Durante un instante no pudo recordar donde estaba, pero luego las imágenes de la noche anterior bombardearon sus recuerdos. Se sonrojó al recordar las veces que había suplicado por Horatio. El hombre sabía cómo llevarla hasta la desesperación.Giró la cabeza y lo vio aun dormido. Su pesado brazo caía sobre su vientre.Isla consideró volver a salir a hurtadillas, le preocupaba como serían las cosas entre ellos una vez el despertara. Pero no dejó que la incertidumbre la amilanara. —Horatio —llamó.Él abrió los ojos y una sonrisa se extendió por su rostro al verla.Durante solo un segundo se permitió imaginar la misma escena cada mañana.Soltó un grito de sorpresa cuando, en un solo movimiento, Horatio estuvo encima de ella.—Buenos días, dulzura —dijo él y se inclinó para rozar sus labios, luego le dio un suave mordisco en el mentón.Su cuerpo estaba adolorido y, aun así, fue inevitable reaccionar a su cercanía. Volvió a sentir la misma necesidad consumidora, a
Horatio encontró a Isla en la sala de copias, la había estado buscando por algunos minutos antes de dar con ella. La observó desde la puerta en silencio, esperando que ella se diera cuenta de su presencia, pero parecía demasiado perdida en sus pensamientos. Deslizó su mirada por su cuerpo, absorbiendo cada detalle. Una idea cruzó por su mente y entró. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ningún ruido y colocó el pestillo. Después avanzó hasta ella en silencio. —Hola, dulzura —saludó mientras la tomaba de las caderas. —¡¿Qué demonios?! Me asustaste. —No era mi intención —comentó entre besos a lo largo de su cuello. Isla se inclinó hacia un lado y eso le sacó una sonrisa. Siempre se mostraba receptiva a sus caricias. —Seguro que no —dijo ella con ironía. Horatio le dio la vuelta y la besó como en verdad llevaba deseando toda la tarde. Necesitaba mucho más, pero eso debía bastar por el momento. Desde que regresaron de Génova, un poco más de una semana atrás, no habían tenid
Horatio le dio un asentimiento a Isla cuando ella terminó su presentación y miró a Fortunato Balestra, un hombre conocido por su fortuna y gusto excéntrico. Él los había contratado para encargarse del diseño de su nueva mansión.—¿Qué te parece? —preguntó—. Podemos hacer cualquier cambio que te gustaría.—Es justo lo que pedí.—Perfecto, entonces seguiremos con la programación. El equipo de contratistas empezará a trabajar la próxima semana.Se puso de pie le tendió la mano a Fortunato. El hombre también se levantó y le tomó la mano.—Tenías mis reservas sobre ustedes, pero lo que he visto hasta ahora me agrada.Fortunato miró a Isla con una sonrisa.—Además, de bella, inteligente. Escuchaste lo que te pedí y me lo diste.Horatio apretó los dientes al verlo mirar con lascivia a Isla. Quería sus ojos lejos de ella. Él se acercó a ella y el dio un abrazo, sus manos justo donde terminaba su espalda, un poco más abajo. Horatio habría tomado al sujeto del traje y lo habría sacado de su o
Isla no estaba segura de lo que acaba de pasar. Un segundo él y Horatio habían estado bromeando y al otro él le estaba pidiendo que se vaya. No, ni siquiera se lo había pedido.—Estúpido —musitó entre dientes.—¿Dijo algo, señorita?Miró al conductor, avergonzada, y sacudió la cabeza.Apoyó la cabeza en la ventana y volvió a recordar la escena del restaurante. Estaba segura que Horatio y la tal Cinzia habían tenido algo, la tensión entre ambos era bastante obvia. Lo que no podía decir era si él todavía sentía algo por ella. Había visto algo en su mirada que no sabía cómo interpretar.Soltó un suspiro.—Señorita —la llamó el taxista—. Ya llegamos.Isla regresó al presente y le pagó al taxista.—Muchas gracias —dijo.Caminó hacia el edificio. Su furia inicial había sido remplazada por incertidumbre. Tenía que saber lo que Cinzia significaba para Horatio y donde la dejaba a ella.Estaba consciente que lo suyo tenía fecha de caducidad, pero por algún motivo llegar a ese día la asustaba.S
Horatio observó a Isla alejarse rumbo a su edificio y encendió el motor en cuanto la vio entrar. Era consciente de que tenía una sonrisa de bobo en el rostro, pero no podía importarle menos. Esa mujer lo tenía en sus manos y ni siquiera tenía idea de cómo o cuando había sucedido.—Pero miren quien es.—¿Carmine? —Horatio abrazó a su prima y la levantó por los aires.—Bájame tonto —ordenó ella dándole una palmada en el hombro.Soltó una carcajada.—Sigues siendo la misma pequeña mandona.Ella le dio una mirada de molestia.—Y tú el mismo crío de siempre.Los dos sonrieron.—Creí que estabas en el extranjero —comentó mientras ayudaba a su prima a subir su maleta al ascensor.—Llegué esta tarde y todavía nadie lo sabe. Es una sorpresa y espero que no lo arruines.Dudaba que su tío Adriano no estuviera al tanto de que su hija mayor estaba de regreso en la ciudad. Él las mantenía constantemente vigiladas, incluso si ellas no estaban al tanto. Sus hijas eran su tesoro más preciado y no iba
Isla dejó de caminar y miró la cabaña unos metros más allá. No era demasiado grande y tenía un toque rústico, combinaba a la perfección con el paisaje que los rodeaba. Estaban rodeados de algunos árboles y el sonido de la naturaleza. El lago de Bracciano se encontraba en sentido contrario al sendero que habían tomado, pero todavía se podía una parte de él, desde donde estaban. —¿Debería asustarme? —preguntó mirando a Horatio—. La mayoría de películas de terror comienzan así. Un hombre sexy, pero mentalmente inestable, una mujer hermosa, una casa en medio de la nada. ¿Tienes alguna habitación insonorizada en la que piensas mantenerme atada? Horatio soltó una carcajada. —Gracias por lo de sexy… —¿Si escuchaste lo de mentalmente inestable? —Fingiré que no dijiste eso. —Horatio le guiñó—. No tienes que preocuparte de nada. —Tú mismo dijiste en el auto que me estabas secuestrando. —Y seguro que podemos llegar a un acuerdo para tu liberación. —Él le dio un barrido con la mirada—. A