La casa es mía

Salí del auto sintiéndome inmensamente bien. No sonreí solo con mis labios... también sonreí por dentro. Esperé un hermoso día soleado para darles la noticia a Michelle y Maurício. Elegí un conjunto de blazer y pantalón negro, con una camisa blanca debajo. Los zapatos Prada eran nuevos y habían costado una fortuna. Los guardé para una ocasión especial que no había ocurrido hasta ese momento. Pero ese día fue una ocasión muy especial.

Llamé a la puerta. Michelle Miller respondió. Me miró de pies a cabeza y me dijo:

- ¿Que haces aquí? Ya vendí la casa. Se dio la vuelta y entró, dejándome allí de pie.

Empujé la puerta y entré sin ser invitado. Ya tenía sus pertenencias en cajas. Su barriga había crecido mucho y caminaba despacio y en ocasiones ponía las manos detrás de la espalda, pareciendo sentir dolor o malestar.

- Te ves terrible. - Yo hablé.

- Gracias... - Ella sonrió sarcásticamente.

- Mauricio, además de ser pobre, te puso un hijo. La hizo gorda... fea. Tu cabello es quebradizo...
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