FALLAS COMO ESPOSO

RICARDO FONTANA

Jamás creí amar tanto a una mujer como a Rosario. Se que ella es incomparable, totalmente virtuosa, la mujer y esposa perfecta.

Mis padres, así como toda mí familia, amaron a Rosario. Ellos se alegraron tanto como yo cuando les dije que había aceptado ser mí esposa.

Ahora, cuando miro a mí esposa habiendo sucedido tantas cosas es que se que ya no puedo seguirle mintiendo, aunque también se que es imposible que me atreva a decirle la verdad que con tanto cuidado escondí.

El deseo de Rosario por ser madre siempre fue aún más grande que el amor que por mí sentía. La entiendo y se que sacrificó cosas por estar conmigo, pero yo también hice demasiado por ella y no sé si lo pueda reconocer o valorar dadas las circunstancias.

Ahora mismo casi no hablamos y la que antes fue una cama en la que sentía el calor de su cuerpo ahora no hay más que soledad porque ella duerme en el cuarto que diseñó, pero no para nosotros.

Se que estoy perdiendo a mí esposa, pero mí orgullo no me permite hacer algo para intentar salvar nuestro matrimonio. Apenas si nos dirigimos la palabra y hago todo lo posible para no pasar tiempo en casa.

Ahora mismo hace varios meses que no hacemos el amor y se que eso no va a cambiar. Ella sigue siendo una mujer atractiva, pero ya no nace en mí el deseo de estar juntos íntimamente.

He apoyado a Rosario en todo, excepto en su loco deseo de ser madre. Me carcomían los nervios de ir con ella al médico y que pudieran sugerir que tal vez el problema de fertilidad era mío. En mí historia clínica el profesional podría ver qué problema tengo sin la necesidad de examinarme. Se que la dejé sola ir a cada cita y aunque no me lo reclamó en ese momento, yo sabía que acabaría haciéndolo.

Rosario fue conmigo a cada lugar y por eso es que lamento no haber podido ser capaz de ser sincero y de acompañarla más. Fallé como esposo y ese es uno de los pecados que habitan en mí conciencia, pero más aún en mí corazón.

No busco justificar mis acciones porque se que no existen excusas pero acabé en brazos de otra mujer y más tarde o más temprano se que Rosario lo sabrá. Aún así nada ni nadie me quita la sospecha de que ella me fue infiel también.

Aún así, para explicar todo lo ocurrido debo de retroceder en el tiempo y contar como todo comenzó a destruirse entre nosotros.

-----+-----+-----+-----+-----+-----

TIEMPO ATRÁS

Rosario llegó del hospital luego de someterse a un exhaustivo estudio para descartar una seria enfermedad. Ella había dejado comida preparada con anterioridad por si no se sentía bien para preparar la cena. Siempre fue una ama de casa excelente.

Hace poco más de un mes cometí el error de ser infiel, pero aunque intenté aprender de mi equivocación y no volver a fallar la carne fue más débil. Me siento culpable cada vez que la miro y hacerle el amor es algo que suelo evitar.

Cuando comenzamos a mantener relaciones con frecuencia fue cuando ella comenzó con esta loca idea de ser madre. Inicialmente estaba complacido, pero después de un tiempo me sentí presionado para tener relaciones cuando ella lo decía. Lo que era espontáneo se volvió mecánico y obligatorio.

Afortunadamente cuando Rosario fue nuevamente al médico y tuvo la certeza de no tener ningún problema de salud pude sentirme en parte más aliviado por no acompañarla ese día en el que tanta falta le hice.

Fueron alrededor de quince días después de aquel estudio cuando comencé a preocuparme por ella. Dentro de los síntomas que aquella enfermedad brindaba se encontraban los problemas digestivos y Rosario comenzó a sentirse mal de repente.

Intenté no decirle nada para no preocuparla, porque una gastroenteritis o vomitos los puede tener cualquier persona completamente sana, pero con él paso de los días ella no mejoró.

Pedí permiso para ausentarme del trabajo y llevarla al médico. Yo necesitaba estar con ella y así también aliviaría mi conciencia por no estar para ella el día que tanto me necesitó. Después de una serie de análisis el doctor nos dió la noticia de que estaba embarazada.

Vi a Rosario llorar de felicidad. Me besó y abrazó, incluso dijo "Gracias Dios". Mi reacción no fue la que ella esperaba pero era porque lo que primero creí era que ese bebé no llevaba mi sangre.

En casa las conversaciones giraban en torno al embarazo y yo buscaba sentirme feliz pero no lo conseguía.

Tener relaciones estando embarazada se volvió todo un reto. Ella temía hacerle daño al bebé, por lo que por algunos meses no tuvimos intimidad y allí le fui infiel aún con más frecuencia. Cuidé los detalles para que ella no sospechara sobre lo que estaba ocurriendo.

Mi amante era atrevida, completamente adictiva y fuera de lo convencional. Con ella podía experimentar todo tipo de cosas que con mi esposa me eran inimaginables en su estado. Previamente al embarazo nuestras relaciones debían cumplir ciertos requisitos para que ella aumentara sus posibilidades y eso me hacía sentir limitado.

Las únicas personas que sabían de mi esterilidad me comentaron sus sospechas. Ellos no creían en milagros y yo, aunque no lo dijera, también creía que podría haberme engañado.

Al pasar varios meses y volver a retomar nuestra sexualidad, yo no me sentí muy bien. Verla con su vientre crecido no me resultaba particularmente atractivo y mantener relaciones me limitaba mucho en cuanto a lo que realmente me gustaba.

Rosario decoró sencillamente un cuarto para el bebé y fue apenas unas pocas semanas antes de dar a luz cuando estuve en paz con la idea de ser padre y me involucré más activamente en todo lo que ella anteriormente había hecho sola.

Fui al médico a escondidas de mi esposa para evaluar cuáles eran mis posibilidades de ser padre naturalmente, pero los resultados fueron tales como los de años atrás. El doctor creía que un caso en cien mil lo conseguiría y lo que me carcomía pasando las semanas era si yo estaría dentro de ese único caso.

Aún así pretendí hacer de cuenta de que todo en mi matrimonio marchaba bien. Quise creer que el hijo en camino era mío, porque tenía claro que no aceptaría jamás darle mi apellido al hijo de otro hombre.

El momento del parto llegó faltando una semana para la fecha prevista. Rosario me pidió que estuviera a su lado y así lo hice. Verla sufrir en esa situación reafirmó mi deseo antiguo de hacerme la vasectomía, pero me sentía entre la espada y la pared porque no había manera de que ella lo aceptara.

Cuando el niño nació automáticamente sentí la necesidad de practicarle una prueba de ADN a escondidas de mi esposa. Las personas que fueron a conocer al nuevo integrante de la familia sospecharon lo mismo que yo, que no era mi hijo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP