HE PECADO

ROSARIO GARCÍA

Aún después de lo que fue lo que me pareció un tiempo interminable de búsqueda, aún creía que mi matrimonio tenía esperanzas. Yo sabía que cuando llegara nuestro primer hijo, estaríamos incluso mejor que al inicio. Hoy cuando pienso en aquellos meses es cuando comprendo que las señales siempre estuvieron frente a mis ojos, pero que yo decidí ignorarlas por el amor que sentía.

Después de varios meses de búsqueda fue que comencé a evaluar varias alternativas y posibilidades.

Consulte a un especialista en fertilización asistida y llevé los múltiples análisis que me había realizado. También llevé anotados todos mis períodos. El doctor me dijo que era un proceso largo y que no había éxito en la primera prueba sino que varias parejas se sometían a varios tratamientos hasta conseguir ser padres. Las cifras me asustaron y me hicieron desistir. Consideré comenzar a trabajar y ahorrar el dinero pero demoraría años, aún así estaría fallándole a Ricardo, porque él no quería que yo trabajara.

Cada pequeña decisión y cada palabra no dicha a tiempo fue lo que nos llevó justo adónde estamos ahora mismo.

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TIEMPO ATRÁS

Fui a visitar a mis padres y mi madre me dijo que fuera a hablar con el Padre Antonio, el sacerdote de la capilla a la que fuimos por años. Él fue quien me acompañó en cada paso de la fé.

Fui a la iglesia en busca de paz. Sentía tanta incertidumbre que no era capaz de comprender por qué si siempre fui una fiel creyente, buena hija, buena esposa y buena persona, Dios no me concedía la posibilidad de ser madre.

-Hija mía, los tiempos de Dios son exactos y vivimos bajo su voluntad. Dios no va a concederte un hijo cuando tú se lo pidas, sino cuando él crea que es el momento adecuado para que seas madre- Fueron sus palabras

Sali de la iglesia con mi fe renovada, con la esperanza de confiar en los planes que Dios tenía para mí. Confesé mis pecados, pero mis oraciones de penitencia fueron interrumpidas al notar que el sacerdote no estaba bien. Su salud se había deteriorado debido a su avanzada edad.

Pasó un tiempo e inmediatamente después de hacerme el estudio médico bajo anestesia, fue que recibí la llamada de mi madre avisándome que él sacerdote había fallecido. Fue un día triste para todos los que lo queríamos.

Luego de lo ocurrido con el sacerdote, mis ánimos no eran los mismos de siempre y cuando menos lo esperé comencé a sentirme mal.

Atribuí mis náuseas y los vómitos a un malestar estomacal producido por el estrés, los nervios y también la angustia. Solo fui consciente de lo mal que estaba cuando Ricardo decidió faltar al trabajo para llevarme al médico.

La consulta de aquel día será lo que recuerde hasta el fin de mis días. Allí descubrí que estaba embarazada. Fue uno de los días más felices de mi vida.

Ricardo parecía en shock con la noticia. Me obligué a justificar su falta de emoción por eso. Más tarde comprendería que la noticia no lo había alegrado en absoluto.

Mi matrimonio cambió aún más conforme el tiempo pasó. Nosotros no tuvimos relaciones por meses y ninguno de los dos lo sintió como un problema.

Mi único interés era mi embarazo y estaba atenta a cualquier mínima cosa que sintiera por pequeña que fuera. En mi embarazo puse todas las esperanzas de que mi matrimonio volviera a ser perfecto. Quería tapar los problemas y no fui consciente de que un embarazo podría acabar por separarnos.

Los meses fueron pasando lentamente, mientras mis ilusiones y mi cuerpo crecían. Me sentí sola muchas veces. En las citas médicas necesitaba a mi esposo, así como las veces que compraba cosas para el bebé en camino, pero el prefería ocupar todo su tiempo en la oficina en lugar de acompañarme.

Ricardo, solo pareció preocuparse por mi cuando él embarazo estaba llegando a su fin y eso me dolió. Valoré su presencia, así fuera muy tarde y dejé en el pasado todo lo demás. Yo no sabía lo que era el rencor hasta ese momento y tampoco era alguien que le hiciera reclamos. Simplemente prefería evitar cualquier confrontación que lo alejara aún más de mi.

Ni Ricardo ni nadie supo que volví a la iglesia y que allí era el lugar que escogía para desahogarme en varias oportunidades.

No había tenido oportunidad de conocer al nuevo sacerdote, pero confiaba en él secreto se confesión. Hablarle a un extraño que no podía ver bien mi rostro me hacía sentir aún en más confianza.

Hubo días en los cuales no me sentí feliz ni alegre por mi embarazo. Estaba perdiendo el amor de mi esposo y mi estado tenia mucho que ver con eso.

-Perdóneme padre porque he pecado- Le hablé al sacerdote nuevo cuando sentí que no podría soportar la presión por tantas emociones

Yo sabía que alguien me escuchaba, aunque no podía ver su rostro. Francamente me gustaba saber que esa persona no me juzgaría.

Dudé sobre como confesar lo que me ocurría y tomé valor.

-Le pedí a Dios que me concediera la oportunidad de ser madre, pero aunque amo a mi hijo por nacer con todo mi corazón he tenido malos pensamientos al respecto- Decirlo me costó más de lo imaginable y necesité varios segundos para poder continuar

-He deseado retroceder el tiempo y volver al momento en el que no comenzaba a buscar a este niño. Se que este angelito no tiene culpa de nada, pero aún así le he atribuido varios problemas en mi relación con mi esposo a estar embarazada- Busqué un pañuelo descartable en mi bolso para poder secarme las lágrimas

Cuando escuché la voz del sacerdote después de haberme confesado me recorrió un escalofrío. Parecía joven y podría asegurar que era una de las voces más lindas que había oído. Sentí curiosidad por conocer su rostro, pero también sabía que eso estaba mal. Fui a rezar mi penitencia y me fui tan rápido como pude.

Desafortunadamente, esa misma voz fue la que escuché en mis sueños al decirme cosas sin sentido. Algunas noches desperté súper agitada, pero la causa era imaginar lo guapo que podría ser el nuevo sacerdote. Se que todo lo causaron mis hormonas y el sentirme abandonada, pero aún así no debía estar pensando tanto tiempo en un sacerdote.

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