Kimberley salió de la habitación dejando la puerta abierta, bajó las escaleras y vio que Francis estaba caminando hacia la entrada, se quedó parada en el final esperando a que el joven abriera.
Unos segundos después estaba ingresando por el pequeño corredor que unía con la sala junto a Leila.
—Prefiero no hablar de eso en este momento —respondió la joven a la pregunta que le había hecho Francis.
—Hola Leila, muchas gracias por venir. —Saludó a la joven con dos besos.
—Es un placer, tenía un poco de tiempo por eso me ofrecí. —Sonrió—. ¿Dónde está la pequeña? —preguntó.
Sin importar lo que creyera de la mujer, siempre le gustaba ser políticamente correcta, aunque dijeran que solía ser una hipocrita. Dejó el móvil y unos minutos después, casi cuando estaba por salir para la última ronda de los niños que habían quedado internado, sonó el aparato. Se fijó quién era, y decidió atender.—¡Hola Lei! —Saludó el joven.—Hola Dust —respondió la chica.—¿Quería preguntarte si puedes quedarte unos minutos más en el hospital? Quisiera hablar contigo, antes de que te vayas a la casa.—De acuerdo, puedo quedarme unos minutos más. —Frunció el ceño—. ¿Ya
Sophie tomó el sobre, Leila veía todo en cámara lenta. Vio cuando lo agarró, y cortaba uno de los laterales sin romper el papel interior, para eso lo puso a contraluz. Cuando el sobre estuvo abierto, la mujer sacó el contenido y comenzó a leerlo. Los ojos de la pediatra estaban pendientes de cada línea que leía su amiga, lo supo por el recorrido que hacían sus ojos. Fueron los minutos más largos de su vida. Esperó hasta que no soportó más el silencio.—¿Qué dice? —preguntó interesada.—Creo que es mejor que lo veas por ti misma —espetó su amiga volteando el papel para ponerlo delante de la joven.—No, por favor dime —protestó la mujer.
—¿Qué quieres? —preguntó secamente la joven.—Hola Leila, quería saber si estarás en tu casa esta noche.—Sí, ¿pero tú no tienes que trabajar? —indagó la joven.—Tenía, pero uno de mis compañeros me pidió un enroque para el sábado porque tiene una despedida de soltero —respondió Dustin—. Así que él va hoy, y yo lo cubro ese día —acotó con la voz desinflada.—¿Y para qué quieres ir a mi apartamento? —tenía la esperanza de que fuera para una conversación, se la debían.—Me he dejado en tu casa un pa
Dustin no lucía mejor que Leila sentado en la barra de un bar de la ciudad, pero sin duda su sistema era más resistente que su prometida. Luego de descansar lo suficiente, decidió salir porque no podía quedarse analizando los papeles con su nombre impreso que había visto sobre la mesilla central del apartamento de ella. La curiosidad estaba matándolo, hubiese preguntado, pero el ambiente no era el mejor.«¿Qué hace con papeles de exámenes que contienen mi nombre?», pensó el joven confundido, mientras tomaba el décimo trago de vodka. Rodeó con la yema de sus dedos el borde del vaso, y se dirigió hacia el bartender.—¡La cuenta, por favor! —solicitó, m
—¿Qué te sucede? —preguntó consternado el mellizo.—¡Eh! —espetó aturdido.—Sí no te conociera bien, diría que algo te sucede con mi mujer —bromeó, solo para luego arquear una ceja por la expresión en el rostro de su hermano—. ¿Dustin te pasan cosas con Kim?Su hermano quedó viéndolo perplejo, sin saber que responder, pestañeando nervioso y los segundos que tardó, fueron eternos para el anfitrión. Volvió arquear la ceja, esperando que el cirujano respondiera, estaba apunto de zamarrearlo para que reaccionara, pero escuchó su voz.—¡No! Claro que no —exclamó intentando parecer horrorizado.<
Durante el fin de semana fue ideal para Leila porque tenía tiempo para saber qué rumbo quería para su vida, analizar si el tiempo que había pedido Dustin era suficiente, e incluso pensar sobre qué sentía ella por él, y viceversa. Tener esos pensamientos le estrujó el corazón, y retumbó en su mente. Se había propuesto descansar, pero no pudo y se notó el lunes cuando regresó al hospital y tuvo un ataque de llanto tras atender a una pequeña que vio parecida a Siena.—Pasa —le dijo una de sus compañeras entrando a la oficina de la chica, y luego cerró la puerta—. ¿Quieres decirme que te sucede? —preguntó Janet.—No lo sé —dijo entre lágrimas.&md
Las tres mujeres se pusieron a juntar todo lo que le pertenecía a Leila, y la acompañaron hasta el auto porque eran varias las cajas. Se despidieron de su amiga y permanecieron en el lugar hasta que la joven subió al auto y salió del estacionamiento, mientras agitaron las manos despidiéndose de ella.Leila vio como sus amigas se iban haciéndose pequeñas por el retrovisor, y las lágrimas le nublaron por un instante la vista, luego cayeron por sus mejillas hasta tocar el nacimiento de sus pechos. La angustia que tenía en su corazón demasiada, si bien no la habían despedido, lo sentía como un aviso antes de un inminente despido. Si lo hacían se le complicaría conseguir en otro lado, y ella sin pequeños a su alrededor a quien cuidar y atender, moriría. Fue afortunada de no sufrir una accidente mientr
Dustin no dejó de pensar en todo el resto del día en la discusión que había tenido con Leila. Esa vez había sido preocupante, y no estaba seguro de que la joven tomase terapia para recuperarse, se sentía desesperado y no sabía qué hacer. Esa noche tuvo guardia y quiso estar concentrado en su trabajo ya que al llegar se enteró de que tenía una cirugía de urgencia por un accidente de tránsito múltiple que había ocurrido una hora antes. Pero cuando estuvo en un receso de sus actividades, la mente volvió a invadirlo con la escena.Se encontraba en la sala de empleados comiendo un tostado y un café para mantenerse con energía, porque en realidad no tenía muchas ganas de comer, y eso lo había pedido en el buffet del hospital. Su mirada se enc