Capítulo 4.

La noche, se volvió día y Luciana despertó sintiendo como si todo lo sucedido la noche anterior hubiera sido parte de un sueño completamente ilógico e imposible, las sensaciones tan abrumadoras y los sentidos demasiado sensibles.

Sus pensamientos y sus acciones de esa noche no eran propias de ella.

Pero la habitación donde se encontraba no era la misma en la que llevaba años durmiendo, y ese conjunto de recuerdos sólo tomaban fuerza conforme iba tomando conciencia de dónde estaba.

Su marido, el hombre con el que había aceptado casarse, no era una persona discapacitada en absoluto

Un calor abrazador, no tan fuerte  como lo recordaba pero sí algo parecido a si fueran vestigios de lo que había sucedido entre ellos y eso la asustaba.

Lo desconocido y no tener el control siempre la mantenían alerta.

Quería moverse, quería salir de ahí pero un peso ajeno a ella la estaba rodeando.

“Es su brazo” pensó apenada de saber que todo lo que su mente arrojaba eran recuerdos y no sueños vagos, su éxtasis y liberación eran impactantes incluso para recordarlo.

La estaba abrazando de manera tranquila, despreocupada y su rostro estaba oculto en la almohada.

Luciana de manera cuidadosa quitó el brazo de su ahora esposo para levantarse y pensar qué debía hacer a partir de este momento.

Y lo notó.

— Estoy…

 Se dio cuenta que estaba completamente desnuda y al buscar por algo desesperadamente que le ayudara a cubrirse en la habitación, recordó que ella había llegado solamente en lencería, que estaba rota en el suelo, su rostro se ruborizó al recordar ese momento justo en el que su ropa había sido desprendida de manera desesperada y apasionada.

 No había traído nada más con ella.

 “Su camisa, debo encontrar su camisa” pensó, es lo que podría cubrirla mejor en este momento.

Se la puso y aun olía a él, un aroma fuerte y masculino.

Avergonzada, desubicada y sobre todo indecisa, Luciana abrió la puerta de la habitación inundada por una necesidad de cambiar su ambiente y organizar sus pensamientos.

Sin distracciones, sin nada que evocara de manera constante sus recuerdos de la noche anterior.

Aunque al caminar su cuerpo dolía entre  sus piernas además que sus brazos y muñecas tenían la prueba de que había amanecido siendo otra persona.

“Creí que sería de otra manera” pensó llena de nostalgia, al ver que había perdido su virginidad con un hombre al que apenas conocía, cuando se había esforzado siempre por mantener su idea de casarse y entregarse por amor verdadero.

“Que ingenua fuiste Luciana” se recriminó. “Pensar que podrías elegir tu destino, la vida no es así, nunca lo ha sido para ti”

Las dudas inundaban su mente, ¿debería permanecer aquí?

“Se suponía que mi esposo sería un hombre discapacitado” pensó abrazándose a sí misma “que tendría la oportunidad de ser más independiente o eso había creído, que podría apelar a su compasión para llegar a algún acuerdo, pero no, ese hombre era…”

En ese momento una imagen interrumpió sus pensamientos confundiéndola sobremanera.

Al final del pasillo  en el que se encontraba había girado un hombre en silla de ruedas.

Se acercaba a ella pacífico y tranquilo.

“¿Quién era él?” se preguntó impactada quedándose en silencio hasta que ese hombre llegó frente a ella, sintiéndose incómoda ante lo expuesta que estaba en ese momento.

— ¿Eres Miranda de Borbón?— cuestionó el recién llegado con una mirada interrogadora.

Frente a ella se encontraba un hombre atractivo e imponente, a pesar de estar en silla de ruedas y mirarlo desde arriba, en ningún momento la vista del hombre mostró angustia o pena alguna.

— Solo deseo saber una cosa— aclaró el hombre tranquilo al mismo tiempo que ponía ambas manos sobre su regazo.

Luciana estaba dispuesta a ayudarlo en caso de necesitar moverse y no poder hacerlo por sí mismo, claro mientras el supiera el camino, después le explicaría a Mauricio.

— ¿Qué hace mi esposa saliendo de la habitación de mi hermano?

En ese momento la mirada del hombre cambió a una llena de dudas y cuestionamientos.

La poca dignidad que Luciana se había esforzado por mantener intacta desapareció, la realidad arrasó con todas sus ideas de mantener un buen acuerdo con su esposo.

Finalmente lo sabía y todas esas piezas que parecían no encajar ahora se acomodaban revelándole la verdad.

“Hombre atento” “Calmado”  “Paralítico” esos eran los puntos clave que tenía de referencia de cómo sería su esposo.

El hombre frente a ella era Mauricio Contreras, su esposo y el hombre con el que había pasado su primera noche de casada y  con quien perdió su virginidad, no era otro que el hermano de Mauricio, Erick Contreras.

“¿Qué podría hacer ahora?” se preguntó al mismo tiempo que se cubría el rostro por la vergüenza.

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