—Lo siento muchísimo, no me fijé —se disculpó una voz femenina con evidente malicia.El vestido de Ana, que llegaba hasta los tobillos, ahora tenía un profundo rasgón en el muslo que dejaba ver su piel blanca. Al volverse, se encontró con una cara familiar: Paula, la hermana menor de Mateo. No era la primera vez que le hacía una jugarreta de ese tipo. En el pasado, por respeto a Mateo, Ana siempre había optado por callar, pero ahora... ¿qué importaba?Casi todos los presentes observaban la escena, asombrados, esperando que Ana hiciera el ridículo. Paula la miraba desafiante, pero cuando vio que Ana tomaba una copa de la mesa con tranquilidad, un mal presentimiento la invadió.Efectivamente, entre los gritos de Paula, Ana le derramó la bebida sobre su costoso y delicado vestido.—Disculpa, se me resbaló —dijo Ana con una sonrisa enigmática, arqueando una ceja.La audacia del gesto hizo que varios contuvieran el aliento por un momento.—¡Ana! ¿Estás loca? —gritó Paula.Era el cumpleaños
La declaración de Gabriel los sorprendió a los tres. ¿Desde cuándo era tan amable? Por lo que Mateo recordaba, su tío era un hombre frío y distante, siempre dedicado a la investigación científica en el extranjero, sin mostrar ni la más mínima cercanía con nadie. ¿Y ahora se ofrecía amablemente a llevar a Ana?Mateo frunció el ceño, sintiendo una inexplicable inquietud. —Tío, yo puedo llevarla.—Es el cumpleaños de Carlos y tienes muchas cosas que atender. No te preocupes —respondió Gabriel, alternando la mirada entre Mateo e Isabella, con una sonrisa burlona en los labios.Isabella se tensó, sintiéndose incómoda ante la presencia intimidante de aquel hombre. ¿Qué tan cercano era con Ana? No pudo evitar especular, aunque la envidia hacia Ana predominaba en ella.Ignorando por completo a la pareja, Gabriel abrió la puerta trasera del auto, mientras decía: —Señorita Vargas, por favor.A esas alturas, Ana no tenía razones para rechazarlo, por lo que se montó en el vehículo sin más. Mien
—¡Suéltame! ¡Llamaré de inmediato a la policía! ¡Estás loca! —gritaba Isabella entre lágrimas, con el cabello desarreglado.Lucía soltó una risa burlona y la obligó a levantar la cabeza antes de propinarle una sonora bofetada que le dejó la mejilla marcada. Los presentes la miraron quedaron atónitos, mientras Lucía, volvía a golpearla, ahora en la otra mejilla.—¿Qué tal se siente apoyarte en el hombro de mi marido? —espetó Lucía con una sonrisa de desprecio.Isabella, aturdida por los golpes, no podía comprender qué sucedía. Aquella mujer había entrado y había comenzado a agredirla sin la más mínima explicación. ¡De verdad estaba completamente loca!—¡Lucía! ¡Detente ahora mismo! —rugió Fernando, separándolas con una expresión furiosa.Isabella comenzó a llorar desconsolada, mientras los demás intentaban consolarla.—No llores más, Isabella, esto no quedará así, ¡haremos justicia!—Traigan una toalla y hielo, tiene las mejillas hinchadas...—¿Así que tus famosas «reuniones de negocios
Mateo sintió una fuerte punzada de inquietud. En toda Terraflor, el apellido Urquiza era poco común, y «señor Urquiza» solo podía referirse a su tío Gabriel.La puerta de la sala de interrogatorios se abrió, confirmando sus sospechas, al ver entrar a Gabriel; quien se adentró con su habitual e impecable elegancia: una camisa blanca abotonada hasta el cuello, un chaleco gris y pantalones negros que resaltaban su esbelta figura. Su rostro de facciones masculinas y atractivas estaba enmarcado por un cabello negro perfectamente peinado, mientras que sus ojos, tras las gafas, brillaban con una mirada penetrante. Todo en su porte autoridad.—Señor Urquiza —lo saludó el oficial Medina, acercándose, respetuoso, a recibirlo.Gabriel correspondió al saludo y le entregó un paquete envuelto para regalo. —Daniel te manda esto.Daniel Medina, el hijo del oficial, era un científico prodigio de treinta años y uno de sus más valiosos colaboradores.—Muchas gracias, señor Urquiza. Me tranquiliza que Da
Los detalles atentos de Gabriel causaban cierta inquietud en Ana. Se había puesto la ropa que él le proporcionó una camiseta suelta y pantalón de tono claro. Era un conjunto sencillo pero que coincidía perfectamente con su estilo.Al descorrer la cortina del probador, dijo: — Señor Urquiza, le haré una transferencia por esto.Durante estos años, Ana apenas había logrado establecerse profesionalmente, sofocada por el peso de mantener su relación con Mateo. Por un lado, los Ramírez la presionaban de manera constante para que rompiera el compromiso; por otro, en la familia Herrera algunos la veían como una terrible piedra en el zapato. No importaba cuánto se esforzara, siempre parecía haber una mano invisible poniendo obstáculos en su camino.Gabriel le mostró el código QR para añadir contactos. — Agrégame otra vez.Ana se quedó al instante paralizada. Cuando había descubierto que Gabriel era el tío de Mateo, lo había eliminado de sus contactos de inmediato. Pensaba que había sido discret
Observando las cámaras de seguridad, Gabriel comprendió la situación: un individuo había dejado huevos podridos y desperdicios frente al apartamento de Ana. La mirada de Gabriel se tornó siniestra, mientras Ana conservaba una serenidad aparente.— Señorita Vargas, podríamos contactar a la policía. Tenemos una grabación clara del responsable —propuso al instante el encargado de seguridad.Ana lo negó con puños discretamente apretados. — Yo conozco muy bien al culpable.El perpetrador ni siquiera se había molestado en ocultar su identidad, llegando incluso a hacer gestos provocadores hacia la cámara. Su actitud delataba la confianza de quien se siente protegido.— ¿Quieres que intervenga? —le ofreció Gabriel.— No hace falta —respondió Ana, manteniendo una fachada tranquila que ocultaba su intensa rabia interior. Si creían que era un blanco fácil de tratar, estaban equivocados.Cuando el reloj marcaba las once de la noche, Ana entró intempestivamente en la mansión Ramírez. El personal de
Ana mantuvo su rostro imperturbable.— No tengo interés alguno en saberlo —contestó con frialdad. Disfrutaba su independencia y la libertad de actuar sin ataduras. Si Laura creía que podría manipularla con esa información, estaba completamente equivocada.Su respuesta dejó a Laura desconcertada. Con satisfacción, Ana contempló el terrible desorden que había causado en la sala mientras sacaba satisfecha su teléfono para mostrar su cuenta de banco.— Para cubrir los gastos de limpieza —anunció. Ya que ella tendría que pagar por limpiar la basura dejada frente a su apartamento, era justo que los responsables pagaran por este terrible desastre. Y era evidente que los Ramírez estaban detrás de todo esto.— ¿De qué limpieza hablas? ¡Ana! Los Ramírez podremos tener dinero, ¡pero no somos tontos! —Le recriminó Ricardo.Isabella se sentía culpable. Ella había contratado a esa persona en secreto, sin que Ricardo y Laura lo supieran. "¡Ana está completamente loca!", pensó mientras apresurada esca
— ¿A quién quiere conquistar, señor Urquiza?Cuando sus miradas se encontraron, Ana no pudo descifrar lo que ocultaban aquellos profundos ojos tras los lentes. Le intrigaba saber qué tipo de mujer habría logrado capturar la atención de alguien como él.— ¿Te interesa saberlo? —contraatacó Gabriel.Ana sintió un inexplicable vuelco en el corazón y bajó nerviosa la mirada hacia su taza. — Si prefiere no decirlo, olvidemos mi pregunta.Gabriel, percibiendo el momento adecuado para detenerse, desvió la mirada con elegancia y respondió en un tono profundo:— Ya lo descubrirás cuando llegue el momento.Cambió hábilmente de tema y, tras una corta conversación, le sugirió que Ana descansara. Afuera, la lluvia volvía a caer con suavidad.En su habitación, mientras se preparaba para dormir, Ana de repente sintió todo el peso del cansancio acumulado. Al revisar su teléfono, encontró varios mensajes pendientes.[Lucía: Señorita Vargas, disculpe los inconvenientes de hoy. Le he enviado el pago fin