Capítulo 2
El repiqueteo de la lluvia se mezclaba con las palabras mientras Mateo sentía cómo su corazón se estrujaba al ver la figura decidida de Ana alejándose de él.

—Perfecto Ana, ¡ya veremos si no te arrepientes! —murmuró entre dientes.

Ana apenas vaciló antes de continuar su camino sin voltear. La lluvia arreciaba con fuerza mientras ella sujetaba vientre con una mano, tratando de aliviar el dolor, y con la otra intentaba conseguir transporte. Los minutos se convirtieron en media hora sin que ningún conductor aceptara su solicitud, hasta que tras cambiar de aplicación y subir la tarifa a cincuenta dólares, finalmente logró que alguien aceptara el viaje.

Llevaba apenas cinco minutos esperando cuando su teléfono vibró con una llamada de Laura.

—¿Es cierto que acabas de verte con Mateo? —le recriminó Laura.

Ana se encogió ligeramente, masajeándose el estómago adolorido, y respondió con desprecio:

—¿Y desde cuándo tengo que darte explicaciones sobre con quién me veo?

Desde que Isabella había regresado a los Ramírez, Ana se había mudado a vivir sola. La mayor parte de su contacto con los Ramírez consistía presiones para que rompiera su compromiso con Mateo. Para ellos, ella no era más que una intrusa que debía hacerse a un lado ahora que la verdadera heredera había regresado. El cambio de prometida podría haberse resuelto en privado entre los Ramírez y los Herrera, sin necesidad de involucrar a Ana, pero Carlos insistía en que ella era su única nuera legítima, así que tenían que resolver el problema desde la raíz.

—¡Ana! ¿Qué clase de actitud es esa? ¡Los Ramírez te criamos durante más de veinte años! Si no fuera por ti, ¿crees que Isabella habría sufrido tanto allá afuera? —la voz de Laura era cortante y aguda.

Ana sonrió irónicamente.

—¿Estás sugiriendo que yo, siendo apenas una bebé, planifiqué todo esto?

Laura era experta en manipularlo todo. De hecho, Ana en algún punto había llegado a creer que realmente era su culpa, pero ella también era una víctima. Además, los Ramírez nunca la habían tratado realmente bien.

—¡Ana! ¡Solo recuerda que siempre estarás en deuda con nuestra Isabella! ¡Rompe tu compromiso con Mateo de una vez, y deja de ilusionarte con algo que no te pertenece!

El taxi de Ana llegó justo en ese momento.

—Ya tiré la basura al basurero, que Isabella la recoja si quiere. Ah, y de nada —respondió Ana mientras se subía al auto, cortando la llamada y bloqueando el número de Laura de inmediato.

La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del vehículo mientras el paisaje se desdibujaba entre la niebla. Ana se recostó exhausta, con el rostro pálido. Los acontecimientos del día la habían destrozado. Todo parecía absurdamente irreal. Todos, incluso ella misma, habían dado por sentado que ella y Mateo llegarían al altar, pero los sentimientos pueden cambiar de un momento a otro. Y Mateo había cambiado de parecer.

Con los ojos cerrados, Ana intentó contener sus emociones hasta llegar a su apartamento, donde finalmente logró calmarse. Al entrar, lo primero que hizo fue tomar un analgésico, para luego comenzó a limpiar meticulosamente todo rastro de Mateo. Él rara vez se quedaba a dormir, y las pocas veces que lo había hecho había sido porque ella prácticamente lo había obligado.

Mientras sacaba una chaqueta masculina del armario para meterla en una bolsa de basura, dos objetos cayeron de los bolsillos: un condón y un arete de perlas. Ana reconoció el segundo de inmediato: lo había visto antes, en la oreja de Isabella.

—¡Maldita sea…! —exclamó mientras corría al baño. Se inclinó el lavamanos mientras las náuseas la sacudían violentamente. Con los ojos enrojecidos y el estómago revuelto, se sentía asqueada. Había pensado que siete años terminarían con algo de dignidad, pero todo había sido una simple y cruel ilusión.

Esa noche, Ana decidió deshacerse de todo lo relacionado con Mateo. Pidió comida a domicilio y desinfectó el apartamento varias veces hasta sentirse mejor.

***

Una semana después, Ana estaba concentrada organizando los datos de un nuevo cliente. Revisaba un formulario que incluía edades, fechas de nacimiento, signos zodiacales y tipos de sangre de un matrimonio. Mientras trabajaba en la estrategia, su teléfono comenzó a vibrar mostrando un número desconocido.

Ana rechazó la llamada automáticamente, pero el teléfono siguió sonando insistentemente; hasta que, por fin, frustrada, contestó en el último segundo.

—Hola...

No alcanzó a decir más, cuando la voz del otro lado la interrumpió.

—¡Ana! ¿Me bloqueaste?

Mateo estaba sentado en su oficina presidencial, con una expresión sombría. Su asistente miraba su propio teléfono, nervioso, esperando no sufrir las consecuencias de su mal humor.

—¿Hay algún problema con que lo haya hecho? —respondió Ana, con calma calculada.

Había bloqueado a Mateo de todas las formas posibles el mismo día que rompieron el compromiso. Ahora era el séptimo día desde entonces, lo que significaba que él había tardado una semana en intentar contactarla. Ana esbozó una sonrisa irónica.

—Mañana es la fiesta de cumpleaños del abuelo. Vendrás conmigo —dijo Mateo, esforzándose por controlar su ira.

El septuagésimo cumpleaños de Carlos Herrera reuniría a toda la alta sociedad de Terraflor, y, como nieto, Mateo no podía faltar.

—¿No le has dicho a Carlos que terminamos? —preguntó Ana, con tono severo.

Mateo se rio sin humor.

—Ana, realmente eres insensible. El abuelo acaba de salir de una cirugía; no puede recibir noticias que le generen disgusto.

Ana guardó silencio. No quería tener más contacto con Mateo, pero el cariño que Carlos le había mostrado le impedía ser tan cruel.

Por lo que, después de pensarlo un momento, dijo:

—Le diré a Carlos que surgió un trabajo urgente...

Mateo apretó los puños, visiblemente molesto.

—Ana, ¿qué clase de emergencia podría surgir en tu trabajo? El abuelo aún no tiene demencia senil.

Ana había estudiado psicología, pero su profesión actual era completamente diferente. Para Mateo, ser terapeuta de relaciones era una verdadera pérdida de tiempo, y varias veces le había sugerido que renunciara para que él la mantuviera. Ella siempre se había negado, lo que había provocado frecuentes tensiones entre ellos.

Aquella había sido la época más difícil para Ana. La presión familiar y profesional la había sumergido en una profunda depresión, hasta que finalmente cedió.

—... Mateo, iré a la fiesta de Carlos, pero no iré contigo —declaró Ana en ese momento, antes de colgar de forma abrupta.

Para evitar que Mateo usara otro teléfono y evitar más problemas, también bloqueó ese número, y el asistente de Mateo terminó feliz con un teléfono nuevo.

Esa noche, mientras Ana salía de la ducha, llamaron a la puerta. Dos paquetes la esperaban.

—¿Está seguro de que no es un error? —preguntó, ya que no había comprado nada por internet.

—¿Es usted la señorita Vargas? —preguntó el mensajero, tras revisar los datos.

—Sí, soy yo.

—Entonces no hay error. El paquete de la izquierda es del señor Herrera, y el de la derecha del señor Urquiza.

Ana adivinó que el primero era de Mateo, pero el segundo... Suspiró, en realidad, quería rechazarlos a ambos.

El mensajero, anticipando su reacción, le entregó una nota doblada.

—El señor Urquiza dijo que después de leer esto, no los rechazaría.

Ana desdobló la nota. La caligrafía era elegante y firme. Tras leerla, la apretó en su mano con calma y levantó la mirada.

—Disculpe, pero rechazaré el paquete del señor Herrera.
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