Ares Me llevó cinco días terminar la habitación de León, se encontraba casi lista después de que salió de la clínica. No obstante, no lo dejé verla hasta que consideré que era perfecta y el día llegó. No podía respirar y por un momento tuve la sensación de que en mi pecho había un enorme globo. Me encontraba en cuclillas a su espalda cubriéndole los ojos y cuando quité mis manos para que viese la que sería su nueva habitación, comencé a liberar el aire que estaba conteniendo lentamente. Sintiendo ligeramente mareado por la expectativa.—¿Esto es…? —Susurró, como si temiese, que si levantaba la voz, el lugar desaparecería frente a sus ojos. Pardeo varias veces, echándose hacia atrás sorprendido y su cabello rubio, acaricio mi barbilla. Estaba completamente boquiabierto al entrar en el cuarto. Sus pies se hundieron en la mullida alfombra azul cobalto que me costó una buena pelea conseguir en menos de tres días y algo en mi interior se volvió a inflar. —¿Te gusta? —Me levanté, y me
Nora —¿Cuántas veces te levantaste a medirle la glucosa, anoche? —La voz de Ares, me hizo levantar la cabeza sobresaltada y la jarra de café casi resbaló de mis manos. —No es tu problema, no entiendo esa manía tuya de controlar todo. Estaba enojada, pero no con él, sino conmigo misma. Lo que sentía cuando estaba cerca me abrumaba. Me hacía sentir terriblemente débil. Meneo la cabeza, se apoyó en el marco de la puerta de la cocina, me observó durante un momento y la turbación que me provocaba se hizo más patente entre ambos. Hasta que él se decidió a romper la distancia que nos separaba. Atravesó la cocina, moviéndose en la penumbra como un gato grande, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, alargó sus manos con cierta vacilación y tomó las mías entre sus largos dedos, con tanto cuidado que de inmediato comenzaron a temblar entre las suyas. Esperaba que no sintiese la forma en que mi respiración se agitaba o mi corazón saltaba frenéticamente dentro de mi pecho. —Soy siempre a
Nora Ares, estaba tan cerca que percibí como me quedaba sin aliento al darme cuenta de que invadía mi espacio por completo. Creí que era una especie de broma o que estaba jugando conmigo. Entonces, justo cuando pensaba que se apartaría riendo, él acercó el rostro a mi cabello y aspiró bruscamente. Logrando que una bola de fuego me atravesara como un rayo. —¿Qué estás haciendo? —Resollé con los labios secos, al sentir la presión de sus palmas subiendo por mis brazos, ignorando el pulso de deseo que se había alojado en mi vientre —. ¿De qué va esto? —Le pregunté jadeante, conteniendo el aliento. No respondió, se limitó a acariciar mi mandíbula con sus nudillos. Y sin poder evitarlo, separe los labios en un suspiro trémulo, cerrando los ojos. —Has dicho que soy malo contigo —. El murmullo enronquecido me confirmó que estábamos peligrosamente cerca de un punto de no retorno. Un poco… Solo faltaba un poco antes de estallar en el límite —. Quiero que tengas presente cuan despiadado de
Nora —¡Te advertí que no te acercases a mi propiedad! —Rugió Ares, con los puños crispados —¡¿Qué demonios viniste a buscar?! —Sus hombros estaban tensos y respiraba con dificultad. La voz del hombre que me acababa de besar, sonó demasiado fuerte en el silencio, haciéndolo estallar en miles de fragmentos. ¿Acaso sabía que Máximo estaba en Monte de Oro? ¿Por qué no me lo había advertido? Estaba paralizada, como un conejo encandilado por los faroles de un coche, mientras sentía que la cabeza me daba vueltas sin parar. —Mira, Ares. Sé que tenemos problemas —le dijo con un tono tenso y controlado —, pero no vine a hablar contigo, nuestro asunto seguirá su curso natural en la corte —. Respiró hondo —. Es a ella a quien estoy buscando —. Me miró y no pude evitar emitir un sonido ahogado. Lo odiaba, como nunca antes había odiado a nadie, pero esos sentimientos estaban enredados, todo era confusión y caos. Porque todo en él me resultaba, familiar, además de doloroso. Me ardían los ojos
Nora —Estamos muy lejos, ¿a dónde vamos? Miré sobre mi hombro y vi a Ares de pie cerca de su camioneta, observando cómo nos alejábamos, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. Cuando le dije que hablaría con Máximo, me miró decepcionado, como si lo estuviese traicionando. También lo sentía de ese modo. Ares, era mucho más que alguien que me tendió la mano. Él, me salvó en muchos aspectos, me arrancó de mi desesperación, fue el primero en mirarme como a una persona y no como a un problema. Era la persona más noble que conocía y a pesar de su hosquedad, me resultaba mucho más fácil amarlo que odiarlo. Esa era la verdad. Aunque nunca fuese a decírselo y me esforzará por enterrar esos sentimientos en lo más profundo de mi corazón. Ya las cosas parecían lo suficiente complicadas, además, estaba Allegra. Ni siquiera la conocía, pera ya la odiaba. Porque estaba irremediablemente celosa, sabía que Ares, la había amado, puede que aún lo hiciese. Los sentimientos no desaparecen de
Ares La imagen de Nora, alejándose con Máximo, me provocaba náuseas. Simplemente, quería aullar de frustración. Pero en lugar de eso, respiré hondo y conté hasta diez, al ver a mi hermano con el vaquero sobre sus hombros, caminando hacia el porche. —¿Dónde está mi mamá? —Preguntó León, mientras Eros lo bajaba de sus hombros y lo dejaba en el suelo —. Tenemos hambe —me dijo un tanto afligido. —¿Tenemos? ¿Ambos? —Miré a Eros, que se encogió de hombros. —Yo siempre tengo hambre, hermanito, deberías saberlo. Rodé los ojos. —En un momento regresará o eso espero —. Le dije a León para tranquilizarlo —. Pero, yo puedo darte de comer —. Suspiró teatralmente, no le entusiasmaba ni un poco la idea —. No pongas esa cara, que yo soy tan buen cocinero como tu madre. —Eso no es cierto —León sonrió, inocentemente —. Solo sabes calentar lo que hace mi mamá —. Alzó las cejas y Eros comenzó a reír. Abrí la boca, sorprendido. —Si eso, es lo que crees, no te voy a cocinar nunca más, solo esper
Ares —¡¿Qué fue lo que ocurrió allí dentro?! —Eros, salió de la casa tras de mí, luego de que le diese un portazo a la entrada, escapando de la pregunta de León. —No es tu asunto —Repuse, dando vueltas, antes de sacar de mi bolsillo las llaves de la camioneta y dirigirme hacia las escaleras —. Solo encárgate de León por un momento, necesito aire. —¡No te vas a ir! —Me tomó del hombro con fuerza, girándome para obligarme a enfrentarlo —. No te vas a ir, dejándolo en un estado de confusión como este. ¡Santo cielo, solo tiene cinco años! Lo miré fijamente durante dos segundos, antes de apartar la visa, avergonzado. Tenía razón, a pesar de que no quería aceptarlo. Solo era un pequeño que me veía como la imagen paterna que nunca había tenido. Sin embargo, el miedo que me carcomía, era mucho más fuerte que cualquier otra cosa. —¡Maldita sea, Eros! —Su expresión se volvió más dura —. ¡¿Por qué no puedes dejar de joderme por una vez en la vida?!Mi hermano, inhalo con fuerza como si estu
Ares Una vez que la vi lo suficiente cerca como para saber que algo no iba bien. Sentí una punzada, seguida de una marea de emociones confusas. La intuición que me decía que se avecinaba un desastre inminente, se agudizó, a medida que se acercaba y conseguí ver su expresión tensa e irritada. Por lo que miles de posibilidades cruzaron por mi cabeza. —Creo que iré a darle el almuerzo a León —dijo Eros —, ya pasaron los veinte minutos. Asentí agradeciéndole silenciosamente.—No lo dejes salir, por favor —. Le pedí y él me dio una palmadita en el hombro para infundirme fuerzas. Podía sentir el fuego en la mirada de Nora, estaba furiosa. Me obligué a respirar hondo, para deshacer el nudo que me cerraba la garganta y me apresuré a salir a su encuentro, interceptándola a medio camino. —Quítate del medio —me dijo, intentando continuar hacia la casa, mirando fijamente el suelo. Sin embargo, la tomé del brazo, obligándola a alzar la vista. —¿Qué es lo que ocurrió? —No quiero hablar conti