Nora Finalmente, estaba ocurriendo, iba a casarme con Ares. Llevaba una hora repitiéndomelo y aún no podía creérmelo. Gemí al sentir sus dedos largos y fríos, entrelazando los míos. Quería creer que se trataba de una reacción normal. Cualquiera se sentiría de ese modo, al sentir el tacto de un hombre tan guapo. No obstante, no podía ser lo suficientemente sínica como para engañarme. Lo que sentía, era tensión y atracción. —Ven —. Me dijo, llevándome al interior de la habitación. De alguna forma, conseguí entrar y sonreírle al juez cuando bromeó sobre nuestra impetuosa unión. Me mantuve firme cuando mis piernas flaquearon, intentando que nadie viese, que me estremecía por el pánico. Entonces, antes de que me diese cuenta, estábamos recitando los votos. —Yo Nora, te tomo a ti… —Mi voz se apagó y deseé poder sostenerme de algo. Por lo que extendí la mano en busca de la suya, con torpeza. Ares lo tomó como un pedido de auxilio. Así que, atrapó mi mano, apretándole con fuerza—. Te t
Ares Ese beso. Ese beso corroboraba todo lo que venía sospechando, desde hacía días. Yo nunca me comportaba de la manera, en la que lo hacía con Nora y su hijo. Ella era más importante de lo que fue cualquier otra mujer en mi vida y ni siquiera entendía por qué. Tantos sentimientos dormidos, y a medias, que había entregado durante toda mi vida a mujeres espectaculares; modelos, actrices, herederas deseosas de mi atención. Ninguna de ellas despertó una brizna de lo que esa muchachita escuálida y temerosa, despertó en mí en poco tiempo. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba claro que ella no sentía lo mismo, era posible que nunca lo sintiese y era la madre del hijo de Máximo. Tantos millones de hombres en el mundo, y tenía que ser el imbécil de Máximo, el padre de León. La sangre me hervía de solo pensarlo. La lógica indicaba que debía alejarme. —¡Demonios Ares! —Me reprendí a mí mismo —. ¡Justamente tenías que venir a sentir algo por la mujer de tu enemigo! —Golpee el volante con fue
Ares Sabía que estaba enojada, podía ver como la rabia se escapaba por sus poros. Aunque no estaba seguro de que se encontrase enojada conmigo. Más bien parecía furiosa consigo misma y comenzaba a creer que era porque sentía cosas por mí, así como yo por ella. —Es algo que puede pasar, no podemos arriesgarnos a salir lastimados, no puedo soportar que alguien nuevamente juegue conmigo, o con él. —Esto es por lo del beso, ¿sentiste algo, no? —Tragó saliva —. ¡Necesito que me lo digas!—Me estás presionando —. Se quejó. Si era por el beso, tendría que reconocerlo. Necesitaba saber, escuchar que lo decía para pensar en mi siguiente movimiento. No tenía idea de lo mucho que podía llegar a arrinconarla hasta que hablase. —Tienes miedo —. Le aseguré, cruzándome de brazos —. Este repentino cambio de actitud, comenzó luego de que nos besáramos, ¿me equivoco? —Soltó una carcajada estrangulada y negó con la cabeza. Pero era evidente que yo tenía razón —. Santo cielo, mujer, eres peor que u
Ares Me llevó cinco días terminar la habitación de León, se encontraba casi lista después de que salió de la clínica. No obstante, no lo dejé verla hasta que consideré que era perfecta y el día llegó. No podía respirar y por un momento tuve la sensación de que en mi pecho había un enorme globo. Me encontraba en cuclillas a su espalda cubriéndole los ojos y cuando quité mis manos para que viese la que sería su nueva habitación, comencé a liberar el aire que estaba conteniendo lentamente. Sintiendo ligeramente mareado por la expectativa.—¿Esto es…? —Susurró, como si temiese, que si levantaba la voz, el lugar desaparecería frente a sus ojos. Pardeo varias veces, echándose hacia atrás sorprendido y su cabello rubio, acaricio mi barbilla. Estaba completamente boquiabierto al entrar en el cuarto. Sus pies se hundieron en la mullida alfombra azul cobalto que me costó una buena pelea conseguir en menos de tres días y algo en mi interior se volvió a inflar. —¿Te gusta? —Me levanté, y me
Nora —¿Cuántas veces te levantaste a medirle la glucosa, anoche? —La voz de Ares, me hizo levantar la cabeza sobresaltada y la jarra de café casi resbaló de mis manos. —No es tu problema, no entiendo esa manía tuya de controlar todo. Estaba enojada, pero no con él, sino conmigo misma. Lo que sentía cuando estaba cerca me abrumaba. Me hacía sentir terriblemente débil. Meneo la cabeza, se apoyó en el marco de la puerta de la cocina, me observó durante un momento y la turbación que me provocaba se hizo más patente entre ambos. Hasta que él se decidió a romper la distancia que nos separaba. Atravesó la cocina, moviéndose en la penumbra como un gato grande, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, alargó sus manos con cierta vacilación y tomó las mías entre sus largos dedos, con tanto cuidado que de inmediato comenzaron a temblar entre las suyas. Esperaba que no sintiese la forma en que mi respiración se agitaba o mi corazón saltaba frenéticamente dentro de mi pecho. —Soy siempre a
Nora Ares, estaba tan cerca que percibí como me quedaba sin aliento al darme cuenta de que invadía mi espacio por completo. Creí que era una especie de broma o que estaba jugando conmigo. Entonces, justo cuando pensaba que se apartaría riendo, él acercó el rostro a mi cabello y aspiró bruscamente. Logrando que una bola de fuego me atravesara como un rayo. —¿Qué estás haciendo? —Resollé con los labios secos, al sentir la presión de sus palmas subiendo por mis brazos, ignorando el pulso de deseo que se había alojado en mi vientre —. ¿De qué va esto? —Le pregunté jadeante, conteniendo el aliento. No respondió, se limitó a acariciar mi mandíbula con sus nudillos. Y sin poder evitarlo, separe los labios en un suspiro trémulo, cerrando los ojos. —Has dicho que soy malo contigo —. El murmullo enronquecido me confirmó que estábamos peligrosamente cerca de un punto de no retorno. Un poco… Solo faltaba un poco antes de estallar en el límite —. Quiero que tengas presente cuan despiadado de
Nora —¡Te advertí que no te acercases a mi propiedad! —Rugió Ares, con los puños crispados —¡¿Qué demonios viniste a buscar?! —Sus hombros estaban tensos y respiraba con dificultad. La voz del hombre que me acababa de besar, sonó demasiado fuerte en el silencio, haciéndolo estallar en miles de fragmentos. ¿Acaso sabía que Máximo estaba en Monte de Oro? ¿Por qué no me lo había advertido? Estaba paralizada, como un conejo encandilado por los faroles de un coche, mientras sentía que la cabeza me daba vueltas sin parar. —Mira, Ares. Sé que tenemos problemas —le dijo con un tono tenso y controlado —, pero no vine a hablar contigo, nuestro asunto seguirá su curso natural en la corte —. Respiró hondo —. Es a ella a quien estoy buscando —. Me miró y no pude evitar emitir un sonido ahogado. Lo odiaba, como nunca antes había odiado a nadie, pero esos sentimientos estaban enredados, todo era confusión y caos. Porque todo en él me resultaba, familiar, además de doloroso. Me ardían los ojos
Nora —Estamos muy lejos, ¿a dónde vamos? Miré sobre mi hombro y vi a Ares de pie cerca de su camioneta, observando cómo nos alejábamos, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. Cuando le dije que hablaría con Máximo, me miró decepcionado, como si lo estuviese traicionando. También lo sentía de ese modo. Ares, era mucho más que alguien que me tendió la mano. Él, me salvó en muchos aspectos, me arrancó de mi desesperación, fue el primero en mirarme como a una persona y no como a un problema. Era la persona más noble que conocía y a pesar de su hosquedad, me resultaba mucho más fácil amarlo que odiarlo. Esa era la verdad. Aunque nunca fuese a decírselo y me esforzará por enterrar esos sentimientos en lo más profundo de mi corazón. Ya las cosas parecían lo suficiente complicadas, además, estaba Allegra. Ni siquiera la conocía, pera ya la odiaba. Porque estaba irremediablemente celosa, sabía que Ares, la había amado, puede que aún lo hiciese. Los sentimientos no desaparecen de