Santiago dio un paso y otro y otro más, hasta estar a unos escasos centímetros de la culpable de su estado confuso. No sabía por qué se sentía así ni quería averiguarlo o, tal vez, sí lo sabía y estaba tan apabullado para reconocerlo para sí mismo.
No supo cómo ni en qué instante, pero el sentimiento de posesión nació y envolvió sus brazos alrededor de Olivia. Ella imperó un grito. Era un grito ahogado, uno de una chica herida que deseaba huir y no podía, un grito de una chica que no quería amar, pero lo hacía. Santiago lo supo enseguida, al tenerla tan cerca de su pecho, y mirando fijo esos ojos color avellana tan expresivos.
—Sé que hay algo, Olivia —espetó, absorto en la belleza del rostro pálido y carente de cualquier tipo de maquillaje—. Algo con lo cual no es posible luchar. Eso son los sentimi
Iker Dubois recorrió casi media ciudad antes de encontrarlo. Era una antigua posada con habitaciones baratas y sin ningún tipo de servicio extra. Tocó, apenas apoyando los nudillos, la puerta. No obtuvo respuesta alguna y, aplacando la sensación de sentirse sucio en un sitio tan descuidado, empujó la puerta.Lo vio acurrucado en una esquina, sentado hecho una bola sobre un tipo de mecedora, parecía que estaba sumido en otro mundo, con la mirada perdida en algún punto invisible.—Santiago —llamó—. Santiago, ¿estás consciente de la hora que es?Santiago no mostró ningún signo de nada, pero conocía al hombre que estaba en su habitación. Ese infeliz era su cuñado, Iker.—Me has hecho recorrer casi toda la maldita ciudad —señaló Iker—. Y ahora que te encuentro, tan campante y tranquilo, ¿qué, m
A simple vista, Santiago parecía un tipo serio, a pesar de sus vestimentas andrajosas, pero por dentro se estaba partiendo de la risa. Todos los ojos posados sobre su persona mientras él parecía tan indiferente. No había replicado el saludo de su padre y tampoco pretendía hacerlo, al menos, no todavía.—Mira su vestimenta —musitó Rosalía, su querida hermana, en torno a su esposo y luego miró a Santiago—. ¿Cómo es posible que te atrevas a presentarte así, vestido como un mendigo? —Santiago hizo cuanto pudo para reprimir la risita altanera—. Padre, ¿no le dirás nada?—Te juro, amor mío, le dije que se vistiese para la ocasión, pero él es un necio incurable —murmuró Iker a su esposa.Y todo se salió de control porque no pudo aguantar más y rió fuerte, causando que todos lo mirase
Con las manos en los bolsillos de su viejo y gastado pantalón de jeans, Santiago esperaba paciente el ascensor. Desde donde estaba, podía escuchar nítidamente todo el lío que se estaba desatando dentro de la sala de juntas.Exhaló un suspiro por lo bajo y miró atento las puertas metálicas, esperando a que se abriesen.—Santi, no puedo permitir que te marches —Santiago rodó los ojos—. Nos debemos una charla, solos tú y yo.—No te debo nada, padre.—Es cierto, tú no me debes, pero yo sí, hijo —Sintió una mano ceñirse a su brazo izquierdo—. Ven, acompáñame al despacho, Santi.—Si no tengo otra opción… —musitó Santiago, dejándose guiar por su padre rumbo a una oficina.Cuando estaban pasado por al lado de la sala de juntas, su padre se detuvo en la puerta abiert
Todo a su alrededor dejó de existir. Todo cambió y sintió el peso del mismo mundo en su espalda. Dios, ¿cómo pudo ser capaz de semejante atrocidad? ¿Cómo fue que cayó tan bajo? ¿Cómo podía enmendar el que fue el peor error de su vida?A los lejos podía escuchar algo, quizás eran gritos, quizás otra pelea o… No lo sabía. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y tratar de calmar el dolor que anidaba en su pecho.El sonido de algo estrellándose le causó un sobresalto y abrió los ojos.—¿Qué hace este hombre aquí? —Vio a Robert, el abogado, precipitarse hacia Wetter—. ¡Por su culpa condenarán a un hombre decente!—¡Andrew escapó! —gritó alguien, era la voz de una mujer.—¡Un descuido de la policía y lo aprove
«—La verdadera historia detrás de la estafa a Metal Desing: Echeverri Andrew, el contador que malversó más de tres millones de dólares a la empresa multimillonaria dirigida por Stefano Brin…».«—A cuatro meses de ser descubierta la estafa a Metal Desing, hoy se realizará el último juicio y se sabrá cuántos años de cárcel se dará a Echeverri Andrew…».«—Metal Desing recupera más de tres millones de dólares: Echeverri Andrew, el verdadero culpable hoy recibirá su condena…».«—Habló el CEO Brin Stefano y pidió disculpas públicamente a Wetter Filipo: “Por mi culpa y por confiar en quien no debía, perdí a uno de mis mejores empleados y a mi amigo”…».Santiago hizo una mueca desde&ntil
En el pasado, Stefano había tomado muchas decisiones equivocadas y, después de mucho reflexionar, comenzó planificar nuevas estrategias para darle una mejor reputación a su empresa. Sin embargo, después de cuatro meses, se dio cuenta de que no todo estaba saliendo según sus planes. Si bien había recuperado una suma de dinero importante, también había perdido cosas importantes en el proceso o, mejor dicho, a personas quienes eran importantes para él. Aquella tarde, después de que el verdadero culpable fuese arrestado por la malversación económica de la sucursal, Stefano fue en busca de su antiguo empleado, Filipo Wetter, con la intensión de pedirle que regresase a la empresa e incluso planeó ofrecerle un puesto mejor con aumento de sueldo, pero el hombre no quiso verlo. Aun así, Stefano le devolvió todo lo que le habían embargado por un delito que Filipo no co
Santiago quedó mirando absorto a aquel niño que correteaba de un lado al otro por el jardín que una vez él mismo pisó. El mismo en el cual hace tiempo atrás estuvo con su caballete y lienzo, con pintura y pinceles… Aquel jardín que lo hechizó y quiso pintarlo y…—¿Quién es usted, señor? ¿Necesita algo? ¿Es algún tipo de vendedor?Santiago salió de su ensimismamiento al oír la voz y fijó la mirada en la persona que habló. Era una mujer de estatura media, de cabellos color cobre con algunos mechones blanquecinos y ojos color marrón. El rostro de la fémina portaba un ceño fruncido y él se percató de la mirada interrogatoria de esta.—No vendo nada, señora —replicó, luego de unos segundos—. Y, siendo honesto, sí, necesito hablar con la señorit
La distancia fue un buen recurso. El tiempo un buen amigo. Las mujeres las compañías. La pintura su dispersión.Escocia fue su elección. Edimburgo su destino. Princes Streer Gardens su refugio.Algunas veces, en el pasado, se le había cruzado por la mente el pensamiento de amor, pero nunca imaginó que terminaría enamorándose de una ciudad. Fue amor a primera vista, por decirlo de alguna manera. Había quedado hechizado, embelesado, embobado a causa de una ciudad que jamás creyó poder visitar.Escuchó decir muchas veces que el tiempo cura todos los males, pero lo cierto era que no había ningún mal que curar porque lo que él tenía y sentía, no tenía cura.Tres años pasaron desde que optó por centrarse únicamente en su vida, lejos de cualquier persona que alguna vez conoció, lejos de su propia familia. Desco