Acaricio el rústico muro al mismo tiempo que cierro los ojos. Aquí la brisa es más densa, he de suponer porque al otro lado debe haber una industria o dónde quemen cosas. Le hago una seña a los míos para que salgan de sus escondites.
Me arrodillo en el centro del círculo. Mis dedos trazan la arena con rítmicos círculos, entonces, luego de ordenar los mandatos, empiezo:
—En la puerta sur los guardas hacen rondas cada veinte minutos, podemos tomar esa oportunidad para allanar el lugar. —Hago un cuadro en la tierra, y en la parte inferior de este, una equis—. En la parte oeste hay otro portón, también vigilado por las torres. —Señalo con el mentón las susodichas—. Es poco probable que allí hagan rondas y seria arriesgado asomarte porque tienen torretas militares.
—Es preferible que ingresemos por la puerta sur —concuerda Bear,
Ahínco el pie en la tierra ya húmeda. Las gotas grandes de agua impactan contra nosotros en una leve caricia fuerte y acogedora. Golpeo con el codo el primer guardia que extiende sus dedos huesudos a mi cara. Por el rabillo del ojo capto cómo Tiger también acaba de apartar a uno con su brazo.Sin embargo, esa pequeña distracción me hace comer tierra, en el sentido figurado. Jadeo. Estamos a tan solo dos metros del portón, el cual está siendo cuidado por dos intentos de gorilas.A través de la lluvia alcanzo a oírlo.—Bien hecho, atrapaste al indicado. —Arrugo el entrecejo. ¿Sabían que era yo?Pero alto ahí, amigo. Me deshago del agarre y corro a nuestra salida. Extraigo la hoja, el chasquido alarma a uno de los gorilas que en paso firme se acerca en mi dirección. El rocío ha empañado mi máscara lo suficiente como para
Me siento como si estuviese siendo extirpada por varios científicos por un gran descubrimiento. El comandante me examina mientras —como siempre— se acaricia la barba. No le importó citarme toda mojada, recién llegada de la expedición y tampoco le interesó mi mal humor al entrar en su espacio de mandato.—Nos dejó ir porque se sentía humilde —empiezo a decir como si fuese una máquina—. Aunque presiento que ante esa acción había algo más oculto. No sé. Entregué mi gabardina a los de informática, afortunados por tener, aunque sea, un computador. Pensé que pudo haber puesto algo mientras me tenía enjaulada, pero nada.—¿Cómo reaccionaste cuando te “abrazó”?—No pude reaccionar. Era como si hubiese entrado en un estado de rigidez impuesta. —Mis cejas vuelven a fruncirse, en tot
PARTE IIIHuellas en el pasilloLa distancia entre Weimar y Berlín es de 286 km exactos, según el mapa que saqué de la biblioteca improvisada del cuartel. Entonces, según mis cálculos, si tuviésemos un transporte, sea en carro o en moto, se tardaría dos horas con cuarenta y ocho minutos para tocar Berlín. No obstante, no tenemos ningún tipo de vehículo.Si tardamos dos semanas en cruzar el bosque, entonces tardaríamos el triple para arribar al Palacio Real. Y no tengo la maldita resistencia para una caminata tan larga.Frunzo los labios. Sería peligroso el ir hasta allá, pues sus centinelas tienen puestos de vigía a lo largo y ancho del país, más para llegar al punto de destino.Me recuesto más en el sillón acolchado, al mismo tiempo que echo la cabeza para atrás,
Briz se me acerca con gesto nervioso. La analizo algo preocupada.—¿Qué pasa?Nivela sus pasos con los míos. Parece estar en el mundo fantástico de una preocupación gigante.—Hoy me tocó hacer ronda —resuella.—¿Y qué con eso?Me agarra del antebrazo para detenerme. Frunzo las cejas a punto de alejarme de un tirón.—Vi chupasangres rodeando la protección. Parecían buscar fallos en ella. Fue como si la pudieran ver. Creo que desean entrar con más fiereza que antes, pues en el pasado no le ponían casi empeño.Al oír lo último me azota un pensamiento cruel. ¿Será que son enviados por “mi destinado”? Puede ser posible.Entrecierro los ojos.Sus dedos aflojan un poco mi carne. Mantiene cabizbaja, asustada.—Tranquila. —Aparento consolarla, pu
Orbes de diferentes colores posan su escrutinio en mí confundidos.Luego de pensarlo un poco, el encargado de mantener la carne estable se decide en levantar el mentón y posar su análisis en donde el mío está. Cuando entiende mi rigidez, exclama algo con extrema incredulidad mezclada de un pánico agonizante, alertando a sus amigos que no tardan en hacer lo mismo que él. Desvío mi contemplación de ellos… los enemigos primero.Aprieto los puños. Mi grupo no tarda en erguirse con actitud defensiva. Son híbridos convertidos, eso está más que seguro.—Idos ya —ruge Briz a los novatos que no tardan en acatar.Maldigo por lo bajo, ha cometido un error. Hará que los enemigos entren en caza. Sin embargo, sacudo la cabeza al entender que no están aquí por ellos, sino por los míos.Son cuatro en total que ya empezaron a rod
—Buscaban a mi padre y a mí. Vinieron solo por eso… ¿por qué?, ¿acaso mi padre tiene algo que es de suma importancia para ellos?, ¿soy yo la que necesitan para propósitos macabros? —discuto a la vez que alzo los brazos, ofuscada.Las ojeras se comen las comisuras de mis ojos, no he podido dormir. De hecho, me levanté solo por irrumpir la estancia del mayor.—Red.—¡No! Necesito respuestas a toda esta mierda. Casi pierdo a dos personas más, casi. Vinieron solo por eso, nada más.—Crow alcanzó a reconocer uno. Solía ser su compañero de habitación. Prefirieron suicidarse antes de ser interrogados; eran leales a su rey.Se pasa el dorso por el poco cabello que posee.Comprimo los labios. —¿Por qué yo? —musito, cansada de todo y de todos.—Tu padre ya te lo dijo, &iqu
—Eva, ¿es posible que no me detecte?Se fija en mí luego de dejar en paz la pobre sopa.—Sí, es posible. —Se frota las manos en su delantal—. Pásame ese frasco con ajo molido.Dejo caer los hombros. Ha pasado de mi presencia desde que irrumpí en su cueva.Me estiro hasta alcanzar el dichoso frasco; lo examino antes de entregárselo con una inclinación de pleno cansancio.—Deberías aprovechar tu poco descanso en visitar a tu padre —comenta luego de agradecerme y echar una pizca de ese ajo en el líquido ámbar.—Cuando obtenga lo que necesito de ti, iré con él —contrataco cruzada de brazos. Más es una mentira vil.Vuelve a ignorarme, yo vuelvo a bufar.—Ahora. —Mi mirada se ilumina de esperanza—. Pásame el koriander. —Esa esperanza decae al mismo tiempo que mis gan
Estiro la manga del guante hasta que lo siento bien puesto. Al mismo tiempo, reviso el filo de mi hoja, está más que preparada para divertirse un rato. Luego, me pongo con serenidad absoluta la máscara. Cuadro los hombros, aligero el peso en ellos. Hoy me toca relevar a un muchacho que ha estado casi doce horas en la retaguardia. No titubeo al caminar hacia dicho lugar algo iluminado por la luna que esta vez está sin acompañantes. Diviso la solitaria carretera con más suciedad en ella. Estaré sola como de costumbre. Las luciérnagas bailan al final del camino de asfalto, acompañadas por el cantar de los grillos y ranas que aclaman una lluvia y un apareo pronto. A veces me entra la curiosidad de cruzar el límite que es la carretera misma, para echar mis narices en las destartaladas cabañas que se pierden entre la larga maleza, no solo eso, investigar más allá de ellas y ver qué puedo encontrarme. Sin embargo, cuando estoy a punto de calmar esa insana necesidad,