AzzuraHe pasado tres malditos restaurantes. Tres.El maldito Don no pudo mandarme más lejos porque ya sería tortura. Como si no fuera suficiente obstáculo matar a un hombre y buscar la manera de no ir presa.Once minutos exactos tardó el taxi desde la estación hasta este restaurante de m****a, apartado en la nada, rodeado de monte y con apenas un quiosco de limonada como vecino.Estupendo. Cuando lo mate, puedo sentarme a tomar una limonada mientras espero el taxi…Si es que viene antes de que me arresten.Los nervios me están carcomiendo desde que subí al auto.Para rematar, el negocio está a rebosar.Hay mesas afuera, alumbradas por luces colgantes, y todas ocupadas.Familias, parejas, grupos de amigos. Todos comiendo, riendo, sin imaginar que están a nada de presenciar un asesinato.Digo, prefiero que no se enteren hasta que esté lejos, de ser posible en el taxi, pero es imposible sin apoyo.Y no tengo apoyo.—Disculpe, ¿se va a bajar?La mujer lleva dos veces con la misma pregunt
Azzura—Se fue el mesero —aviso, removiendo el trago con la pajita.—Te condenas al infierno antes de completar la misión —me sentencia Itala al otro lado de línea—. Coquetear en una trampa… solo a ti se te ocurre.Me río bajito, removiendo el vaso hasta que el hielo choca contra las paredes de cristal.—Nací en el infierno y lo encuentro fascinante, amore.—Idiota —resopla, pero la escucho teclear.Siempre tecleando.—Es parte de mi personalidad ácida.Doy otro sorbo al licor dorado.—No vuelvas a tomar.Cierro los ojos, apretando el vaso entre los dedos.Ni siquiera aquí puedo engañarla.Ella podrá estar a kilómetros, pero me conoce mejor que yo misma.—Solo di un sorbo.—Strega tiene bastante alcohol para nublarte los sentidos en tu iniciación, Azzu.Su tono es recto, ella siempre vigila mi seguridad.Siempre expongo mi vida, y ella se encarga de mantenerme respirando.Nuestra amistad se basa en dos fuerzas opuestas: una sensata… y la otra suicida.—¿Es hoy? —escucho la voz grave d
AzzuraDespués de dos horas, el lugar sigue lleno.El mesero ha venido dos veces, su insistencia me enerva. Luego me veía con esa cara de lástima y sospecha. Pedí agua y pagué lo consumido. No quería que pensara que era una ladrona.Pronto seré una asesina, pero hay categorías.No soy ratera.El niño se desapareció con una empleada; parece que espera a un familiar.Averigüé la ubicación del baño y hasta el número de empleados que hay trabajando.La familia cercana se marcha y siento la necesidad de moverme.Aprovecho que los meseros salieron de la cocina con comida para entregar.Me escabullo hacia la cocina, empujando la puerta con el cuerpo. El calor me golpea de lleno y el ruido del caldero tirado me sobresalta.—Se te perdió el camino al baño, signora —dice un chico con un sartén en la mano.Lo ignoro.El chef está removiendo una pasta, ajeno a lo que está a punto de ocurrir.—Signora, per favore, retírese —dice el hombre de mal humor, su voz cortante como un cuchillo.La foto no m
BaldassareMíaEs lo primero que se me cruza por la cabeza al verla.Azzura…Mi gacela…Sigue en Italia.No esperaba que esa entrada por la puerta de la cocina me llevara a ella. Tampoco que tuviera ese maldito poder de cambiar mis emociones como si mi cuerpo estuviera bajo el dominio de un control remoto.Uno que, sin lugar a dudas, ella controla.La gacela estuvo ausente en el ring.Estas dos semanas fueron una jodida tortura.Tuve que soportar no tener idea de su paradero.Y, por otro lado, lidiar con los drásticos giros de Constantino.Mi hermano tenía días en los que despertaba odiando a todos en la cueva, con la única intención de salir a incendiar almacenes de los Minniti.Y luego…Volvía a ella.Me arriesgué yendo los dos viernes al ring, pero brilló por su ausencia.Mi contacto me informó que la chica hongo se había marchado a Canadá y asumí que ambas se habían ido juntas.Claramente, no fue así.La tengo delante.Tan asombrada como yo.Eso solo me lleva a una conclusión:Me
Baldassare—Te propongo que des la espalda y finjas demencia —comento con calma, acomodándome la chaqueta de vestir—. Mi problema no es con los Corvi.—En eso te equivocas —responde el líder, sacando de su bolsillo un dado rojo—. Le debo una deuda a un amigo, y con este dado la saldo.—Amerigo, solo él —dice Azzura a mi espalda, asomándose con una sonrisa de oreja a oreja.—¿De qué hablas? —La agarro por el codo y ella me fulmina con la mirada. Aprecio en sus ojos puro veneno, pero también deseo—. No puedes irte con ellos, son peligrosos…—Los Vitale son demonios, y tú…—¿Yo qué? —la reto.—El Biondo Diavolo, el peor de todos —dice con los ojos ardiendo.—Suéltala —exige el líder, y lo miro con odio.—No.—Perfetto, comenzaré matando a tu gente —amenaza el líder, señalando a uno de los gemelos.El hombre que lo rodea espera la orden.Merda, no puedo fallarle a la cueva.La cueva ya perdió por salvarnos.En estas dos semanas nos hemos unido, somos famiglia.—¿Por qué la quieren? —pregun
AzzuraMe detengo frente del portón y apoyo el pie izquierdo en el suelo, estabilizando la motocicleta.No necesité el GPS para llegar a la villa en Siderno.El clan Corvi lideró el camino.En realidad, no entiendo cómo no me maté en el trayecto…Los ojos aterrados del cocinero los tengo clavados en la retina.Su ruego me condena.El Biondo Diaviolo atrapó mis lágrimas…Ser descubierta por él no se sintió tan mal.Pero… para tomar el trono se requiere dureza.Cero piedad.Me endurecí. Fingí delante de todos que la frialdad corría por mis venas.¿Si funcionó?No lo sé…La noche me ayudó a verme implacable.Mis amigos siguieron el juego.Para reclamar mi puesto era primordial quitar una vida.Dejé a un niño sin su abuelo…Y me duele…Sé lo que es perder a alguien.Mi padre.Me detesto por ser la culpable de esa herida.Estoy segura de que ese pequeño nunca me olvidará.«Blocca le emozioni, Azzu». Tenemos que cerrar con broche de oro esta noche.Los soldados del Don apuntan con sus armas
Azzura—Entremos al almacén, síganme —ordeno, ignorando al abuelo, y mis chicos me abren el paso.No los llamo soldados.Somos una famiglia. Y una famiglia no obedece… lucha unida.No llego lejos.Me bloquean el paso.Por lo visto, Belucci es el perro fiel del Don.No lo conozco, pero puedo oler la ambición en sus ojos grises, del mismo modo que huelen la sangre los buitres.Su mirada me recorre de arriba abajo con la misma condescendencia con la que inspeccionaría un cadáver.Pero él no sabe…No sabe que soy de naturaleza ácida y puedo manejar a los tipos de su calaña con la punta de los dedos.Y para amedrentarme, le costará.Antes de tomar una vida era de por sí arriesgada…Ahora me siento invencible.Mis demonios no me asustan.Me hice amiga de ellos cuando el hierro caliente de la pistola quemó mi mano.Cuando mi dedo presionó el gatillo, tenía claro que abriría mi camino en el infierno.Y, con mucho gusto, desfilaré con mi gabardina y botas por la pasarela de las almas en pena.
Azzura—Eso fue una fachada —murmura el abuelo, sigue de espaldas en la entrada del almacén—. Darío la mantuvo bajo perfil y la ocultó, pero se encargó de darle su apellido. Azzura es una Minniti. Él… dejó su futuro asegurado.El capobastone se marcha hacia el interior, dejando a los hijos de Belucci anonadados y, de paso, a mí.Siento que tocan la zona baja de mi espalda, y me sacan de mi estupor.Tengo que fingir que no me afectó.Pero… siempre soñé con gritar al mundo mi verdadero apellido, con que todos supieran quién soy.Mi papá lo sabía.Lo hablamos incontables veces, con la esperanza de que algún día…Terzo me señala el camino con un gesto de la barbilla, una acción que habla más que mil palabras.—Me disculpan —me excuso y coloco la mano en el pecho—, tengo una cita con la espada de la lealtad.Empleo mi modo ácido y les digo adiós moviendo los dedos.Dentro del almacén, el Don me espera al lado de la cruz enorme.Busco a mi padre, por ilógico que sea, pero no está…El sitio s