ELISA
Desde el momento en que desperté en esta mansión, supe que mi vida había cambiado para siempre.
Pero lo que no esperaba era la sensación de inquietud que se aferraba a mi pecho con cada minuto que pasaba aquí.
La noche anterior había sido extraña. Encontrar a Alexander en ese estado vulnerable me descolocó. La imagen que tenía de él como un hombre inquebrantable se tambaleó por un instante. Vi algo en su mirada… un abismo oscuro lleno de secretos.
Ahora, en la luz de la mañana, era como si nada hubiera pasado.
Me crucé con él en el desayuno. Estaba impecable, con su traje perfectamente ajustado y su expresión indescifrable. Su mirada recorrió mi rostro por un segundo antes de volver a su café.
—Hoy tengo reuniones todo el día —dijo sin apartar la vista del periódico.
Asentí, porque realmente no esperaba otra cosa.
Este no era un matrimonio real.
Pero algo en su tono distante me molestó más de lo que debía.
—¿Cómo te sientes? —pregunté, sorprendida de mí misma.
Alexander bajó el periódico lentamente y me miró.
—¿Por qué lo preguntas?
Rodé los ojos.
—Por nada. Olvídalo.
Me levanté de la mesa con la intención de alejarme, pero su voz me detuvo.
—Elisa.
Me giré, con la taza de café aún en la mano.
—No necesito que te preocupes por mí.
Su tono era firme, pero algo en su mirada… algo en la forma en que apretaba la mandíbula me decía que no estaba tan seguro de sus palabras.
Y ahí estaba otra vez esa sensación de que algo no encajaba.
El día transcurrió en un ritmo monótono, pero mi mente no dejaba de dar vueltas.
No podía evitar preguntarme por qué Alexander había elegido casarse conmigo.
Sí, la historia oficial era que su abuelo deseaba verlo casado antes de morir. Y sí, yo acepté porque lo necesitaba.
Pero algo me decía que no era tan simple.
A medida que exploraba la mansión, me di cuenta de lo poco que sabía realmente sobre el hombre con el que ahora estaba casada.
Los empleados eran discretos, casi invisibles. Sin embargo, cuando logré entablar conversación con la ama de llaves, algo en su actitud me hizo sospechar.
—El señor Wallace no suele tener invitados, señora. Esta casa ha sido solitaria por mucho tiempo.
—¿Desde cuándo trabaja aquí? —pregunté con curiosidad.
—Desde hace casi veinte años.
Dos décadas.
Alexander había crecido en este lugar.
—¿Y su abuelo? ¿Viene seguido?
La mujer me miró por un instante, como si evaluara si debía responderme o no.
—No tan seguido como antes. Pero cuando lo hace… siempre hay tensión.
La palabra se quedó flotando en el aire.
Tensión.
Quise preguntar más, pero la mujer se retiró antes de que pudiera hacerlo.
La curiosidad me llevó hasta el estudio de Alexander.
No era la primera vez que entraba aquí, pero esta vez lo hice con una intención diferente.
Recorrí las estanterías con la vista, buscando algo que me diera pistas sobre él.
Mis dedos se deslizaron por los lomos de los libros antiguos, por los adornos cuidadosamente colocados, por los documentos organizados en su escritorio.
Y entonces la vi.
Una fotografía enmarcada, escondida detrás de varios libros.
La tomé con cuidado y observé la imagen.
Eran dos hombres jóvenes, parados lado a lado. Uno de ellos era el abuelo de Alexander.
Y el otro…
Mi corazón dio un vuelco.
Era mi abuelo.
Mi respiración se volvió errática mientras analizaba la fotografía.
Ellos se conocían.
Nuestras familias tenían una historia en común.
Entonces, ¿por qué Alexander nunca me lo mencionó?
De repente, el acuerdo de nuestro matrimonio se sintió aún más pesado sobre mis hombros.
Porque ahora sabía que no se trataba solo de nosotros dos.
Había algo más.
Algo que aún no había descubierto.
***
ALEXANDER
Elisa no sabe en qué se ha metido.
Se mueve por la casa con pasos suaves, como si intentara no perturbar el equilibrio de este lugar. Pero yo la observo, aunque ella no lo note.
Desde el estudio, la veo hablar con la ama de llaves, recorriendo los pasillos con una expresión pensativa. No soy ingenuo. Sé que está buscando respuestas.
Y tarde o temprano, las encontrará.
La pregunta es… ¿estará lista para lo que descubrirá?
Cuando llego a la mansión después de una serie de reuniones interminables, la noto diferente.
No sé qué es, pero algo en su mirada me dice que ha encontrado algo.
Elisa no es una mujer cualquiera. No es sumisa ni se deja manipular fácilmente. Eso, en parte, me molesta.
Y en parte, me atrae.
—¿Has estado ocupada hoy? —pregunto con aparente desinterés, quitándome la chaqueta y dejándola sobre el respaldo del sillón.
Ella levanta la vista de la taza de té que sostiene entre las manos.
—Un poco —responde sin más.
Su tono me dice que oculta algo.
Me acerco a la barra de la sala y sirvo un whisky. No porque lo necesite, sino porque quiero observar su reacción.
—¿Qué has hecho? —insisto, llevándome el vaso a los labios.
—Explorar la casa. Conocer un poco más sobre el lugar en el que ahora vivo.
Mis músculos se tensan.
—No hay mucho que ver —miento.
Ella ladea la cabeza, estudiándome.
—Eso depende —dice con una calma inquietante.
Algo en su mirada me dice que ha encontrado la fotografía.
La maldita fotografía que debí haber destruido hace años.
—Alexander… —comienza, con un tono que casi parece compasivo—. ¿Por qué nunca me dijiste que nuestros abuelos se conocían?
Ahí está.
La pregunta que inevitablemente llegaría.
Mi mandíbula se tensa.
—Porque no tiene importancia.
—¿No la tiene? —arquea una ceja—. Entonces explícame por qué mi abuelo aparece en una fotografía dentro de tu estudio.
Camino hacia la ventana, alejándome de su mirada inquisitiva.
—Eran socios —digo al final, con el tono más frío que puedo adoptar—. Hace muchos años.
—¿Eso es todo?
No.
Eso no es todo.
Pero es lo único que necesita saber.
Por ahora.
—Sí —respondo, girándome para enfrentarla.
Elisa me mira fijamente.
Hay un desafío en sus ojos marrones.
No me cree.
Y eso, por algún motivo, hace que mi pecho se apriete con una sensación desconocida.
Ella no se rinde fácilmente.
Pero yo tampoco.
Este matrimonio es un acuerdo.
Nada más.
Al menos, eso es lo que me repito una y otra vez.
Sin embargo, hay algo en la forma en que Elisa me mira en este momento… algo que me dice que las reglas de este juego están a punto de cambiar.
ELISAEl ruido del tráfico de la ciudad se filtraba a través de las ventanas rotas de mi pequeño apartamento, mezclándose con el incesante pitido de la vieja cafetera. Mis dedos tamborileaban sobre la mesa mientras repasaba una vez más las cuentas del mes. No importaba cuánto intentara hacer rendir mi sueldo, las cifras nunca cuadraban. Alquiler, facturas, comida… y la deuda del hospital que me mantenía al borde del abismo financiero. Solté un suspiro pesado y cerré los ojos por un segundo. No podía darme el lujo de caer en la desesperación. Mi hermano menor dependía de mí, y no había espacio para quejas ni lamentos. Debía seguir adelante, como siempre lo había hecho. Fue entonces cuando mi teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos. Fruncí el ceño al ver un número desconocido en la pantalla. Dudé por un momento antes de contestar. —¿Sí? —¿Elisa Ramos? —La voz al otro lado era seria, casi mecánica. —Sí, soy yo. —Le habla Natalia Cortés, asistente del señor
ALEXANDEREl anillo de oro macizo que sostenía entre mis dedos parecía más pesado de lo normal. Lo hice girar con el pulgar, observando cómo la luz del despacho se reflejaba en su superficie pulida. No era un símbolo de amor ni de compromiso, solo un objeto, una formalidad. Un trámite más en mi vida estructurada.Dejé el anillo sobre la mesa y me apoyé en el respaldo de la silla de cuero. Desde los ventanales de mi oficina, la ciudad brillaba con su habitual frialdad. Era curioso cómo, desde las alturas, todo parecía insignificante. Autos, personas, edificios… Cada uno sumido en su propia existencia sin saber que, en cualquier momento, una sola decisión podía cambiarlo todo.Eso era exactamente lo que estaba a punto de suceder con Elisa Ramos.No tenía elección. Ninguna.Había jugado mis cartas con precisión y paciencia, esperando la reacción natural de alguien como ella. Negación, sorpresa, resistencia. Pero el destino no suele dar muchas opciones cuando te encuentras atrapado entre
ELISAEl vestido pesaba sobre mis hombros como una sentencia.Frente al espejo, la imagen que me devolvía el reflejo no parecía la mía. No era la mujer que durante años había luchado contra la adversidad, la que se pasaba las noches en vela tratando de encontrar soluciones a problemas que parecían no tener fin.No, la mujer que me miraba desde el otro lado del cristal parecía sacada de un cuento de hadas… solo que este no era un cuento con final feliz.Mi cabello caía en delicadas ondas sobre mis hombros, los mechones cuidadosamente acomodados por un equipo de estilistas que ni siquiera intentaron hablarme mientras trabajaban en mí. El vestido blanco se ceñía a mi cuerpo con perfección, como si hubiera sido hecho a medida. Y probablemente lo fue. Nada en esta boda improvisada se dejó al azar.Nada excepto mis sentimientos.Inspiré profundamente, sintiendo el corsé del vestido apretar mi pecho. La tela de seda era suave, pero yo me sentía atrapada.Elisa Ramos, la mujer que juró que nu
ALEXANDERLa puerta de la habitación se cerró con un clic seco detrás de ella.Elisa estaba de pie en el centro de la habitación, con su vestido de novia aún impecable, pero con la mirada opaca, como si la realidad finalmente la hubiera golpeado con toda su fuerza.Bienvenida a tu nueva vida.Caminé hacia la barra de bebidas y serví un whisky sin prisa, dándole la espalda. Sabía que ella me estaba observando, probablemente esperando alguna palabra, una explicación, incluso tal vez una muestra de humanidad.Pero no obtendría ninguna.—Quiero dejar algo claro desde ahora —dije, con voz controlada mientras giraba para enfrentarla—. Esto es un acuerdo, Elisa. Nada más. No espero amor, ni cariño, ni ningún tipo de relación íntima entre nosotros. Para el mundo exterior, seremos el matrimonio perfecto, pero puertas adentro… —bebí un sorbo lento antes de continuar— no somos nada.Sus labios se separaron ligeramente, como si mi frialdad aún la sorprendiera.—No tienes que recordármelo —murmuró